Cuando denuncio al ladrón y al canalla sólo al canalla y al ladrón señalo

Cuando llamo ladrón al ladrón y canalla al canalla, sólo al ladrón y al canalla aludo. Ladrones y canallas suelen cobijarse bajo la pudibundez moral, la insulsa descalificación y las leyes dictadas ex profeso para acallar la voz tronante que los desnuda como canallas y ladrones. Nada me produce más satisfacción que contemplar los cadáveres insepultos de ladrones y canallas, aullando sus pútridas carnes las huellas de mi látigo, deambular ululantes en los muladares buscando un rincón para cavar sus tumbas con la sordidez de su moral deshilachada. ¡Silencio ladrones y canallas que, aunque los tiempos parecen favorecer a canallas y ladrones, este espacio es un reducto de la decencia y de la integridad!

23 de septiembre de 2012

A poner el descuido en cuidao…


Chávez perdió las elecciones: Lo saben él y Fidel y Dilma y Santos y toda la corte de chulos y los venezolanos y los extranjeros. Pero cuando la bestia está moribunda es cuando se pone más peligrosa. Y los alertas saltan a la vista:

El cierre de campaña en el estado Bolívar lo realizó Capriles en Ciudad Guayana, específicamente en la parroquia Unare, la más poblada de la entidad y no pudo ser más convincente el apoyo recibido: Conservadoramente unas treinta mil personas se encargaron de crear un ambiente festivo, democrático, multicolor, pleno de sana emoción, por propia voluntad, sin presiones ni amenazas, como suele hacer a los empleados públicos y de las empresas del Estado, soldados y mercenarios, el candidato del pasado, para tratar de nutrir sus cada vez más escuálidas concentraciones -la de Catia, por mencionar su mejor referencia, dio pena ajena o, para usar la expresión del insigne intelectual N. Maduro, “una cagada”.

Pero la desesperación chavista se encargó de poner una nota discordante, buscado la violencia primitiva que caracteriza su especie, un desechable fue comisionado por el “como ando en campaña…” para lanzar huevos hacia la tarima de oradores para luego escapar a punta de uñas como las ratas. Sin embargo, en una demostración de desprecio moral hacia este tipo de acciones viles, propias de perdedores, nadie osó detener con la trompada deseada, la huída cobarde del aspirante a agresor. Y la fiesta popular, de los habitantes de la parroquia, siguió su curso, anunciando la indetenible victoria del pueblo trabajador venezolano y de su juventud, que sí ama de verdad su patria, Venezuela, y lucha por su progreso, para impedir que traidores militaristas entreguen sus riquezas a parásitos internacionales en nombre de la internacional comunista, una secta de asesinos y depredadores.

Pero esa violencia junto con la guerra asquerosa del propio Chávez, aunque los tiros les están saliendo por la culata, remite a extremar la seguridad del candidato de la evolución democrática. Pues, ya son varios los atentados, como cuando llegó a Anaco y en el pequeño aeropuerto lo esperaba una turba ebria de indigentes y malandros -que el chavismo, de la godarria en su mitomanía demagógica, usa con la connotación de “pueblo”- que se encargó de mantener secuestrado en el avión durante media hora al presidente de Venezuela a partir del 7 de octubre.

La lluvia de piedras, botellas y cuanto objeto contundente encontraban o les suministraban los organizadores del democrático evento -me cuentan que el policía de CAP, Freddy Bernal, era el cabecilla- fue incesante, y la Guardia Nacional, cuya responsabilidad era también velar por el orden público, y que miraba y se reía, como si de una gracia se tratara -¿cuál sería su reacción en el caso negado de que una turba similar le lanzara los mismos objetos y en igualdad de circunstancias al embustero candidato del gobierno? -  hasta que el pueblo de verdad, decente y trabajador, que esperaba a Capriles en Cantaura se inquietó por la tardanza y en caravana llegó al lugar y, me jura mi informante, la turba ensustanciada dejó el pelero, incluyendo, me cuentan, al duro Bernal. Pero eso sí, al paso de su bestialidad destruyeron todas las instalaciones levantadas para el líder. Pero el mitin en Cantaura fue apoteósico, a pesar de que la violencia que le es consustancial a Chávez, como la espina al pescado, destrozó a pedradas los vidrios de los autobuses del pueblo que quiso acompañar a su candidato del progreso.

Y Capriles en su discurso fluido y abundante, convincente por sincero, no hizo mención ninguna del incómodo incidente. Allí tuve la certeza de su triunfo. No perdió tiempo ni en quejarse ni en insultar como hace el candidato perdedor: Un hombre de poder, violento a quien la adulancia y los intereses creados a la vera de su irresponsabilidad en el manejo de la renta petrolera, le han hecho creer que es inteligente y que en verdad domina con su carisma, cuando lo que hace es manipular perversamente los sentimientos de la ingenuidad necesitada y sobornar con los reales y la impunidad más soez.

Suele ser pesaroso el despertar de estos personajes cuando el poder los abandona, de allí la desesperación que transmite a sus mercenarios la absurda idea de la violencia como represa para el ya cantado triunfo de Capriles, que logró lo inimaginable: Que quienes estaban sometidos por el miedo, lo perdieran, y ante esta insubordinación electoral, que, como ejemplo, tapizó las paredes de Alcasa con afiches de Capriles, estas turbas degradadas, que nada tienen en común con el pueblo venezolano, chavista o no chavista, irrumpan como animales, destruyendo a salvajadas la poca historia que pueda ser favorable a Chávez, logrando lo contrario a su propósito: Entre más violencia chavista, más votos para Capriles.

Yo te veo desesperado, vale

Y es que a Chávez, yo lo veo desesperado, así como lo vi gorila el año 92. La violencia de sus partidarios, su sucia manera de jugar a la política -no es político es un militar activo- y la contratación de personajes desahuciados bajo sospecha dolarizada, son convulsiones propias del desespero ante un candidato que avanza saltando obstáculos y dejándolo en la cerca con la lengua afuera. Y es que ya nada le funciona al candidato perdedor:

Los babalaos lo dejaron en la estacada, aburridos de no pegar una, y los espíritus de la sabana andan con Capriles por aquellas soledades abandonadas por catorce años de desidia inmisericorde, que dan tanta lástima que hasta el propio culpable se largó a llorar a moco tendido viendo tanta miseria.

Así que sí señores, la patria de Bolívar tendrá la dignidad presidencial que se merece, pero no debemos perder de vista la desesperación de una oligarquía forjada a la vera de la corrupción y cuyo líder tiene siete demandas en la Corte Penal Internacional, que puede llegar hasta el magnicidio si el descuido se lo permite. Los huevos y piedras pueden mutar en balas o bombas, hay demasiada impunidad en juego. La estrategia para estos días debe ser la del ojo avizor, tanto para cuidar los votos como para proteger al presidente Capriles. Todo chavista es sospechoso hasta que demuestre lo contrario. Sale pa’llá.
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¡Venezolanidad!
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COMO ESCUECE LA VERDAD



Capriles ha logrado arrinconar a Chávez de tal manera, que ahora este antiguo vituperador de incendiaria verborrea indetenible - acostumbrado a ser el que más hacía pipí en el gallinero en el que la sumisión al dinero fácil convirtió a Venezuela - se la pasa ahora en una sola quejadera, tratando de sacarse el lazo cachiquijá caprilero, con sus lenguaradas deprimentes añejas – hasta las amenazas tienen telarañas - llenas de insultos por la falta de realizaciones que mostrar  - habla en futuro como si no fuera el presidente en ejercicio desde hace ¡catorce años! -  demuestra estar aterrorizado con el
tsunami de votos que lo sacará de Miraflores, directo a la Corte Penal Internacional.

La última andanada contra su seguro vencedor, fue en defensa de, y que, “los trabajadores de Guayana” a quienes supuestamente Capriles llamó jalabolas, lo que no es cierto, pues lo que había en ese acto, era precisamente trabajadores a montón, y bien
claritos y sin miedo, que regalaron a Capriles su emblemática chaqueta de faena.

Pero fue bien bueno que saliera a relucir este desagradable tópico, porque este cronista está harto de advertirles a estos lacayos del poder - ¡revolucionarios con el gobierno!, ¡vaya pa´la auyama! - que su actitud los definía como jalabolas, sobre todo a los comisarios del régimen disfrazados de sindicalistas - uno de estos llegó a decir  impúdicamente que cuando se paraba frente a Chávez las piernas le temblaban y las lágrimas le brotaban espontáneamente, ¡dígame usted! - que entregaron los beneficios de los trabajadores, HCM, seguros de vehículos, préstamos para viviendas, bonos especiales de productividad, implementos de seguridad, hasta la sagrada puntualidad en el pago de los salarios, en un largo etc. 

Mientras Chávez, un patrono despiadado y mentiroso, que tiene el cinismo de exigir a los empleados públicos, humillados por  las imposiciones politiqueras de su régimen, que “confíen en la revolución”, alegremente regalaba 170 mil millones de dólares a países extranjeros.

Pero también me he referido a los esbirros voluntarios, dizque “revolucionarios” – que confunden con ideales la ignorancia supina de su violenta agresividad y su codicia ratera  -  que le brotaron como hongos al cuerpo laboral guayanés, que, mientras vejan y amedrentan a los humildes trabajadores honestos,  se hacían los locos con las vagabunderías de toda clase que ocurren en sus barbas – allí está el caso de las cabillas de Sidor y de los barcos de Ferrominera como ejemplo, y para nada les importa el  estado de indefensión de las familias de los trabajadores a merced del hampa en los barrios por culpa de Chávez.

Jalabolas les dicen sotto voce las víctimas de sus desmanes adulantes, a quienes espiaban para meterlos en listas “contrarrevolucionarias” y así quitarles el pan de sus hijos. Y es el pueblo el que los señala como jalabolas. A ellos. No a los “trabajadores de Guayana”, sino a los cuatro gatos que se han prestado para disolver su dignidad ante un patrono poderoso que ha dicho hasta el cansancio que “los trabajadores no tienen derecho  a querer vivir como ricos” (22 de septiembre 2006), y el desprecio de la masa trabajadora quedó demostrada al negarse a participar en esa infeliz marcha que convocó Rangel Gómez y que Venezuela entera bautizó como “la marcha de los jalabolas”.

Capriles dijo, y fue aplaudido por ello, que no quiere trabajadores serviles, pues lo que las empresas del Estado requieren son trabajadores comprometidos con la productividad para sacar adelante a sus empresas, y no  mercenarios políticos jalabolas, sapos, sigüices, que, en lugar de trabajar como hombres dignos, anden malponiendo a sus compañeros de trabajo, obligándolos a ponerse una franela colorá a punta de amenazas, y que lo que han hecho en estos catorce años de complicidad canalla con los
hermanos Castro, a quienes Chavez no solo jala sino que se guinda, en su misión de destruir esas empresas – su estado físico produce lástima, su ruina moral angustia y su corrupción indigna - degradando los beneficios contractuales tan duramente ganados, en luchas sindicales de verdad, no por generosidad del patrono, y, por consiguiente, las posibilidades de progreso de sus trabajadores, que vivían aterrorizados por las amenazas, incluso contra sus vidas, como me contara la esposa de un obrero del aluminio para hacerme entender el porqué de la pasividad ante tanta injusticia, abuso y maltrato.

Pero todo tiene su final. Y el miedo - que ahora anda haciendo de las suyas por los predios del jalabolismo - ha dado paso a una posición vertical del movimiento obrero guayanés, que superó a sus supuestos líderes sindicales, desnudando su miseria moral, al asumir personalmente las exigencias por la discusión de su contrato colectivo, postergado porque socialismo no paga prestaciones sociales, que aquellos no tuvieron el coraje de reclamar por su postración al patrono, que les debe los beneficios del contrato vencido, y que ahora pretendió encandilarlos con la discusión de un nuevo contrato de utilería – fotos para la campaña - creyendo que todavía los trabajadores de Guayana siguen comiendo sus embustes.

Un gobierno sin jalabolas Y tiene razón Capriles al decir, también, que en su gobierno no quiere jalabolas, porque esa es una plaga maléfica que altera la capacidad de raciocinio de los gobernantes y Chávez es un ejemplo de ello, un ídolo de arcilla que se creyó su mito fundamentado en la adulancia más procaz – “el dedo de Chávez es el dedo del pueblo” - de que se tenga noticia en esta tierra proclive a la sumisión por la subsistencia, la corrupción o el brillito social temporal. Y la única vacuna contra ese jalabolismo indignante es rodearse de hombres probos, meritorios, éticos, pues un jalabolas incondicional solamente puede ser un ladrón o un hombre inservible colocado en una posición para cuyo ejercicio no está capacitado. Sale pa´llá.

¡Venezolanidad!

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1 de septiembre de 2012

REALIDAD MATA GALÁN



La gestión de Chávez es un inmenso fracaso que ha destruido todo lo que ha administrado, expropiado o simplemente tocado, porque la estupidez pretende producir eficacia con incompetentes. No entiende que si en el pasado estaban excluidos de puestos de dirección o gerencia era porque no servían sino para lo que ejercían y no por racismo, injusticia o cualquier otra zarandaja revolucionaria. Y ahora, después de 14 años de desaciertos los resultados les dan la razón a aquellos líderes.

Las empresas de Guayana son un asco físico, administrativo y gerencial, las plantas desmanteladas, derruidas, sucias, cochambrosas, malolientes, improductivas, con sus alrededores asaltados por basura, maleza y hampa, que lanzan al aire la toxicidad criminal de las excrecencias de sus procesos de reducción, contaminando el medio ambiente de la ciudad exponiendo a sus pobladores y trabajadores a enfermedades de la piel, del sistema respiratorio y de carácter crónico, como el Parkinson, y al nacimiento de niños con autismo cuya morbilidad es alarmante, se han encontrado trazas de alúmina en la caja craneana de algunos de estos niños. Y esto a nadie parece importar.

Sencillamente porque no existe ni ética ni mística ni excelencia profesional alguna y, por lo tanto, responsabilidad. Su gerencia se sortea entre una mediocridad exasperante -cualquier raspiñao adulante y patibulario sirve- en un ascenso vertiginoso de nulidades y maniobreros políticos, de la más excelsa ignorancia, exclusivamente interesados en los privilegios del cargo, por las resultas corruptas, pivotados en un mendaz “control obrero”, imposible por su carácter antagónico con la productividad y la eficiencia. Y Pdvsa, la fuente de ingresos de la nación, se convirtió en un parapeto politiquero “dojodojito”, en manos de ineptos de toda laya que han provocado por su ineficiencia, negligencia, desidia e irresponsabilidad, una seguidilla inusitada de desastres, con víctimas y pérdidas pecuniarias importantes.

En el Complejo Refinador de Paraguaná, acaba de ocurrir otro de estos “accidentes” -los accidentes no existen, ni tampoco fue cosa del destino ni decisiones de Dios, como aseguran los imbéciles- ocasionado por falta de mantenimiento, palabra que parece causar fobia en el oficialismo patronal, enemiga, también, de la voz “productividad”, por considerarla propia del capitalismo, en los cuales no es posible negar la responsabilidad moral de Chávez -“Chávez tiene la culpa de todo” se sacude sarcástico- en esta tragedia -bautizada “evento” por el desprecio oficial- causada por negligencia, imprevisión y desidia, pues es suya la decisión de colocar la incondicionalidad por encima de la eficiencia y de la probidad -los trabajadores son obligados a descuidar sus obligaciones técnicas, utilizados como relleno para actos electorales- “primero el partido y la reelección del presidente que las instalaciones” comentan los petroleros.

Y, el colmo del cinismo oficialista, temeroso del daño electoral que ha producido este crimen, es que están gestando una matriz para culpar a la oposición del siniestro de Amuay: Si la oposición tuviera el poder de lesionar la industria petrolera proveedora de dólares imperiales que financian la revolución, o de derribar aviones, colapsar el sistema eléctrico nacional, hundir plataformas petroleras, encallar súper patrulleras, destruir la vialidad del país, poner a podrir miles de toneladas de alimentos, derribar puentes, desbordar ríos, cargar aviones de cocaína desde los principales aeropuertos de la nación, entre otros muchos desastres producidos por la ineficiencia gubernamental, Chávez y su pésimo gobierno estarían hace años en el degredo de la historia.

Las víctimas exigen justicia

Chávez, con un discurso que pretendió cauterizar el alma del pueblo, se encarama sobre esa pila de dolientes cadáveres humeantes de personas inocentes, que dormían ajenas al peligro que les acechaba, para despachar el drama de las consternadas familias que perdieron a sus seres queridos en ese dantesco escenario producido por falta de probidad gerencial de quienes deben y tienen que ser destituidos y enjuiciados por este crimen, declarando duelo nacional -opacado por las infelices frases “la función debe continuar” y “mi victoria hará eternas estas muertes”, que reflejan tal desprecio por la vida humana que hasta en un funeral nacional hace campaña electoral practicando la más repulsiva demagogia- entregando casas y pensiones vitalicias a los sobrevivientes -¿cómo será tasada cada vida?- declarando a las víctimas “héroes de la patria”, como si su sacrificio hubiera sido producto de una invasión imperial y no de las chapucerías de un patrono obsesionado por el poder como fin. Y, como guinda de la “plasta”, para usar un vocablo del exquisito léxico de Chávez, pretende erigir un monumento a los oficiales y guardias nacionales absurdamente incinerados con sus esposas e hijos, en aquel infierno en el que se convirtió el aire. ¿Cómo será ese monumento? ¿Rafael Ramírez con una caja de fósforos en la mano?

En conclusión

La realidad es la fuente de verificación de la verdad, y Chávez, el presidente saliente, el candidato de los Castro, personalmente se ha encargado de inducir a sus seguidores a un comportamiento irresponsable, violento y antipatriota -la patria es la gente- que coloca lo político, en este caso la conservación del poder, para seguir regalando la plata de los venezolanos, por encima de la vida misma de la nación, tapando, como los gatos, la inmensa corrupción y la irresponsabilidad en el manejo de la cosa pública de sus compinches en el sarao procesal bolivariano, con la ruina de la república y la ranchificación del gentilicio como consecuencia lógica. Sale pa’llá. 7 de octubre ya.
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