Cuando denuncio al ladrón y al canalla sólo al canalla y al ladrón señalo

Cuando llamo ladrón al ladrón y canalla al canalla, sólo al ladrón y al canalla aludo. Ladrones y canallas suelen cobijarse bajo la pudibundez moral, la insulsa descalificación y las leyes dictadas ex profeso para acallar la voz tronante que los desnuda como canallas y ladrones. Nada me produce más satisfacción que contemplar los cadáveres insepultos de ladrones y canallas, aullando sus pútridas carnes las huellas de mi látigo, deambular ululantes en los muladares buscando un rincón para cavar sus tumbas con la sordidez de su moral deshilachada. ¡Silencio ladrones y canallas que, aunque los tiempos parecen favorecer a canallas y ladrones, este espacio es un reducto de la decencia y de la integridad!

3 de agosto de 2013

¿BRAVO PUEBLO?, SI OH


Aristóteles calificó la demagogia como la adulación al pueblo. Es una práctica política nefasta que a través de un discurso adobado con promesas imposibles, pero que el pueblo desea creer, logra conquistar y mantener el poder aún en contra del interés general. El asturiano José Tomás Boves fue el primer caudillo en practicar con excelentes resultados la demagogia en estos tierreros conceptuales. Fue un espontáneo surgido de las entrañas de la guerra, erigido en reivindicador de las clases oprimidas, a quienes ofrecía en venganza y fortuna, la eliminación de todos los blancos venezolanos, para crear una nación, bajo su suprema autoridad de blanco europeo, de indios, negros y mestizos, a quienes en el fondo despreciaba:

Cuando Cajigal le reclamó la excesiva pérdida de vidas en su ejército, contestó que no tenían importancia “porque eran venezolanos”. Y en la respuesta no existe contradicción porque todo demagogo en su interior desprecia que su poder emane de la ignorancia.

La consigna ha sido copiada por otros caudillos como el esclavista Ezequiel Zamora, también pulpero como Boves, que reclutaba tropas para la ¨feberación¨ bajo el señuelo de ir a Caracas a matar a todos los blancos, y además, a todos los que supieran leer y escribir, como expedito método de igualdad social, amparados ambos bajo el mito simplista de la propiedad de la tierra como mágico factor de riqueza. Nada más destructivo que la ignorancia convocada, para la que hay que pedir perdón porque no sabe lo que hace.

Lo cierto es que la demagogia ha redituado pingües beneficios a no pocos políticos, y pre políticos como los actuales que detentan el poder. Mientras el pueblo, cuyo lomo exuda poder omnímodo, es mantenido en la ignorancia necesaria para su permanencia en la pobreza estructural que lo hace fácil presa del discurso populista, en un infame ritornelo infinito.

Soy testigo de primera línea del triste desgaste de los dirigentes comunales, en su tránsito incansable por la utopía del vivir sin trabajar – vivir viviendo - aferrados a una mugrienta agenda de hace quince años. Pero, cuánto orgullo les infla el pecho, asumidos por la perversa mentira que les hace creer que en su miseria subsidiada reside la soberanía que mantiene en la opulencia a la nomenklatura revolucionarios. 

Los asesinos eran venezolanos

Es imperativo, en puridad histórica, insistir en que no son extranjeros los que violan, saquean y asesinan salvajemente en esa época, son venezolanos ignorantes, sin conciencia de Patria, acicateados por la codicia que les promete venganza y fortuna, estímulos prodigiosos para las almas viles.

En memoria de sus víctimas un recuerdo para la barcelonesa Carmen Mercie, sacrificada a lanzazos en el Altar Mayor de la Ermita del Carmen, en Barcelona, por un salvaje realista venezolano, para sonrojo de la patria, llamado Pedro Rondón (a) Maruto. La intelectualidad venezolana sucumbió en las infames degollinas de la salvaje horda ignorante de los venezolanos de Boves y Morales y en los campos de batalla; pintores, músicos, como Juan José Landaeta, poetas, cronistas, escritores, juristas, como Miguel José Sanz, jóvenes valores del pensamiento, todos murieron en esta hecatombe insensata, y con ellos trescientos años de civilización.

Venezuela quedó reducida a la miseria moral e intelectual en manos de voluntades primitivas. Por eso no existe presencia del pensamiento venezolano en las expresiones culturales latinoamericanas de entonces. Le costaría doscientos años recuperarse. Y hay todavía, en ciega ignorancia histórica, quien base su discurso político en la estimulación demagógica del resentimiento social.

Bolívar opina al respecto en el Manifiesto de Carúpano, el 7 de septiembre de 1814: ¨Vuestros hermanos y no los españoles han desgarrado vuestro seno, derramando vuestra sangre, incendiando vuestros hogares, y os han condenado a la expatriación. Vuestros clamores deben dirigirse contra esos ciegos esclavos que pretenden ligaros a las cadenas que ellos mismos arrastran; y no os indignéis contra los mártires que fervorosos defensores de vuestra libertad han prodigado su sangre en todos los campos, han arrostrado todos los peligros, y se han olvidado de sí mismos para salvaros de la muerte o de la ignominia. Sed justos en vuestro dolor, como es justa la causa que lo produce¨.

Revival histórico

Y los herederos de aquellos soldados de Boves y Morales, convencidos por la historiografía demagógica de su eminente participación en el triunfo republicano - olvidan los historiadores contarles como tenía Bolívar que amarrarlos en las noches para que no se escaparan o las veces que tuvo que diezmarlos o que se vio obligado a buscar tropas en la Nueva Granada o que Páez solo llevó a Carabobo 1.500 llaneros cuando Boves llegó a comandar 12.000 - son los que integran las huestes devastadoras que pretenden borrar todo vestigio de civilización en la Venezuela del siglo XXI, surgida de las aulas universitarias una vez silenciados los campos de batalla.

Perversamente, para preservar el poder por la riqueza, en manos de una logia de iniciados carcomidos por la codicia más desaforada de la que tengamos noticia, se concede a la ignorancia atrabiliaria la impunidad para destruir los cimientos del derecho que sustenta la democracia. Y lo triste, que a cambio de su sumisión a la barbarie lo mantienen controlado en colas eternas para procurarse los bienes que antes de este proceso, estaban al alcance de su tiempo en cualquier estante de su barrio. Su única satisfacción real es poder vejar impunemente, con felicitaciones del poder, a los causantes de su envidia atávica, cuya superación es asunto de voluntad y esfuerzo individual.

Cada vez que observo esas sumisas colas infames, repletas de hombres y mujeres en edad productiva, a las puertas de los abastos de nombre heroico o por una bombona de gas o a la espera de transporte o para cobrar una “misión”, y la entrega genuflexa de los beneficios contractuales de los obreros del Estado, recuerdo la estrofa “gloria al bravo pueblo” y me dan ganas de reír. Sale pa´llá.

Rafael Marrón González



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LA IRA DE LOS DIOSES



En una de sus imitaciones del caudillo fallecido, experto en inventar atentados de oropel, el señor Maduro amenaza con la “ira de los dioses” “si ellos llegaran a hacerme algo a mi”. De idéntica manera suelen amenazar los malandros a sus víctimas aterrorizadas: “Yo soy tu dios, yo decido si vives o mueres”. Esa sensación de estar ante sus dioses sentiría el cabo Diosny Manuel Guinand cuando era asesinado, nada menos que, supuestamente, por  un teniente coronel, un primer teniente y un sargento primero de la guardia nacional. Dioses todopoderosos ante cuya omnipotencia la vida del humilde soldado no valía nada.

Esa es la ira de los dioses que acabó con la vida de 4.500 venezolanos durante los primeros cien días de gobierno del tronante Nicolás y de su Plan Patria Segura, que por los resultados desastrosos evidencia la intención solapada de militarizar las calles, no vaya a ser cosa. Y es que por toda la república se observan los escombros de la ira de los dioses que se abatió sobre este pueblo ingenuo y esperanzado. La ira de los dioses acabó con el papel tualé, entre muchos rubros de primera necesidad, y dejó los anaqueles de los supermercados, incluyendo los suyos, repletos de peroles plásticos. Y fue la ira de los dioses la que acabó con las posibilidades de empleo digno -estabilidad laboral, salario justo, prestaciones sociales y movilidad social - en el campo y la ciudad.

La ira de los dioses, que entregó la Faja del Orinoco a las transnacionales y PDVSA a los chinos, como también Guayana, si nos dejamos; aventó a los profesionales universitarios a la buhonería para poder subsistir y a los profesores de las universidades a la calle en una huelga indefinida exigiendo salarios acordes con la inflación desatada por la ira de los dioses, que como langostas le cayeron a esta patria cuyos estudiantes han perdido la fe en el futuro y abandonan las aulas del progreso por desarrollo - los dioses de la ira han endeudado de tal manera irresponsable la nación que pasarán generaciones para recuperarse  - para insertarse en la incertidumbre informal de la sumisión por la supervivencia, donde se encuentran estancados los trabajadores, cuyos beneficios laborales y contratos colectivos han sido disueltos en la precariedad por los dioses de la ira, engendros llenos de resentimiento social, odio contra todo quien destaque  y envidia contra la Venezuela que se erguía orgullosa – sin obviar las contradicciones - ocupando un lugar privilegiado en América y el mundo, porque su incompetencia estructural los hacía inservibles para la conducción gerencial de sus instituciones y empresas, como ha quedado demostrado luego de su paso de 15 años por el manejo del Estado, con el resultado que está a la vista de todos:

Fealdad, malos olores, contaminación, delincuencia oficial y privada, crímenes horrendos, secuestros, escasez, deterioro y pobreza. Tome al azar cualquier ciudad de Venezuela y comprobará lo que sostengo: Lo que se respira es miedo. Dígame Caracas. Y tiene Nicolás la desfachatez de amenazar con la ira de los dioses si le pasa algo, cuando es uno de los consentidos dioses de la ira que devastaron, física y moralmente, la nación, pero, gratuitamente, por maldad y estupidez, porque Venezuela nada les hizo para recibir tanto mal, tanta ingratitud.

Es que me parece oír al poeta Andrés Eloy Blanco: “…Los cuatro que aquí estamos nacimos en la pura tierra de Venezuela, la del signo del éxodo, la madre de Bolívar y de Sucre y de Bello y de Urdaneta y de Gual y de Vargas y del millón de grandes, más poblada en la gloria que en la tierra, la que algo tiene y nadie sabe dónde, si en la leche, en la sangre o en la placenta, que el hijo vil se le eterniza adentro y el hijo grande se le muere afuera”.

¿Pero, y esos dioses?

Pero, volviendo a la oración titular - toda palabra que del poder provenga tiene un sentido oculto – pienso, también, en estos momentos extraños por insólitos que vive la política nacional, que Nicolás está enviando señales de radar a todas partes, para curarse en salud y agenciarse lealtades furibundas, por chantaje, de las que hicieron poderoso al extinto, y que cuando habla de “dioses” y su ira se refiere metafóricamente al poder de fuego a su disposición, así como el finado hablaba de “revolución pacífica pero armada”.

Por lo tanto esos “dioses” a cuya ira invoca como amenaza arrasadora, pueden ser, y ojala me equivoque – es un decir - los milicianos cubanos – obedientes so pena de muerte – que en cuantioso número no determinado pero sí imaginable – se habla de decenas de miles - están bajo las órdenes directas de la dictadura cubana que apuesta a la consolidación de su pro cónsul en Venezuela, ocupando posiciones que alarman a las conciencias patriotas auténticas de este país de soberanía en disolución. Y esa es una amenaza cierta, con fusiles y demás aditamentos de matar. Y alto mando en el país con órdenes de estricto cumplimiento.

Y eso explica el súbito valor adquirido  para la campaña “caiga quien caiga” contra la corrupción emprendida por Maduro - luego de 15 años en el cogollito del poder, durante los cuales ni vio ni supo, sí, oh – desde el pasado 24 de junio, en respuesta al desplante sufrido en pleno acto simbólico, que tiene un fuerte tufo a disuasivo de ambiciones camaradas, que están poniendo sus barbas en remojo, según se desprende de la aparición en los medios de comunicación de incondicionalidades “Maduro o muerte” en el establecimiento militar oficialista y de insospechados delfines relegados rasgando sus vestiduras en defensa de la integridad, supuestamente amenazada, de quien les quitó el puesto por una cabeza o por un viaje a La Habana. Y no es para menos. Ya veremos qué pasa cuando Raúl agache el dedo. Sale pa´llá.
Rafael Marrón González



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SIN MUJIQUITAS NO HAY TIRANÍAS



En tiempos de barbarie, que creíamos – ingenuos – superados, cuando el déspota se equivocaba en la aplicación de la ley, se consideraba que la ley había sido cambiada, y para esa infamia, el déspota en cuestión siempre tenía a la mano sumisos leguleyos dispuestos a convertir la arbitrariedad en jurisprudencia. Pero, no solamente se reduce al ámbito jurídico esta perversión del alma humana, miríada de fervorosos verdugos de los derechos civiles y de la Constitución, hacen posible el despotismo en cada rincón del hacer ciudadano.

Deficientes mentales creyendo interpretar los deseos del déspota intensifican el sufrimiento del desvalido. Absurdos burócratas obstaculizando el ejercicio de los derechos. Desde el patán que marca a los usuarios en las colas de productos de primera necesidad, convertidos por el despotismo en insumos de control social, hasta el conspicuo magistrado que declara imperturbable la última denegación de justicia. “Ese muerto es mío”, respondió Guzmán Blanco a quien se atrevió a señalarle que el fusilamiento de Matías Salazar era un asesinato, pues la Constitución prohibía la pena de muerte. Guzmán contó, como hoy, con obedientes descerebrados para cumplir la bárbara orden. Canallas y sicarios mimetizados en un “gobierno” mutado en alzamiento contra el estado de derechos.

Todos estos especímenes han pasado ya por la historia de los pueblos - y pasarán, porque la ignorancia es terca en eso de repetir sus errores - uncidos a la estela de infamia de las más abyectas tiranías. Cuántos de estos títeres voluntarios han creído en su efímero momento de gloria, que la inmortalidad los había tocado con su dardo, para comprobar, si es que sobreviven a su destino manifiesto, que aquello de polvo eres y en polvo te convertirás, también es aplicable, inexorablemente, a su perfil histórico, vergonzoso final para tanta pompa revolucionaria.

Los adulantes del patíbulo – en Venezuela los han tenido todos los aspirantes a dioses que registra el degredo de la historia - que usan la justicia para complacer los caprichos del tirano que premia su incondicionalidad a través de la impunidad, fueron caracterizados por Rómulo Gallegos a través de su arquetipo “Mujiquita”, personajillo indispensable cuya sapiencia del derecho le permite dotar las injusticias de impecable formalismo jurídico. Pero nada pueden contra el maloliente tufo a ilegalidad que acompaña sus acciones. Y la sospecha de intereses subalternos a la justicia flota en el aire cada vez que es acusado un ciudadano de la comisión de alguna ilegalidad, de las que afectan, por cierto, a todo el cuerpo gubernamental – por su ostentación los conoceréis. ¿Es culpable el acusado?, no lo sabemos, pero el ensañamiento público, la sentencia anunciada en boca del temporal amo del billete, la forma abusiva como se conduce el proceso, con la participación entusiasta de cuanto segundón ávido de protagonismo lo desee - incluyendo denunciados por similares delitos - hace suponer que algo turbio se esconde detrás de tanta alharaca justiciera. Sobre todo si el acusado pone en peligro con su liderazgo el puesto de algún espontáneo ineficiente, pero de prontuario comprometedor para el establecimiento.

Al corrupto, al corrupto

Porque en estos momentos, el pueblo venezolano es testigo de la súbita aparición de una moralina contra la corrupción - la de los güevones y caimanes adversos -  y vemos, entonces a eminentes monos sabios, que señalan el norte de la honestidad después de quince años de complicidad emocionada – cuando no avarientos comensales del festín de Pantagruel - con el más asqueroso y multitudinario enriquecimiento ilícito a la sombra del poder del que se haya tenido noticias en estos tierreros latinoamericanos. Pero eso sí, hay que acusar también a los roba gallinas de la oposición para equilibrar las cargas, y hacerle creer a la ignorancia que “caiga quien caiga” – por supuesto que “quien caiga” no caerá ni por asomo - la cosa es en serio, y para ello se cuenta, en el cargo preciso, con desaprensivos especialistas en obedecer órdenes siniestras “si me benefician”, como “métanle 30 años a esa mujer”, “a esos comisarios me los condenan ya”; “me meten preso hasta que se pudra a ese banquero que me despreció la hija”; “fabrícale unas pruebas incriminatorias a ese diputado”; “prohíbanle a ese periodista que me nombre”; “me silencian ya Correo del Caroní que tiene la osadía de develar la asociación para delinquir que se enquistó en Guayana”. “Y me demandan por “difamación e injuria” a su director”. ¡Cómo se atreve a tener integridad en estos tiempos de cobardía por la subsistencia en la que tantos, y por tan poco, chapotean a sus anchas, echándole un tirito al gobierno y otro a la oposición! Como usted diga mi general. Y suenan los tacones mujiquitas como premonitorio golpe de mandarria sobre el ataúd de la libertad.  

Ni en cien años el perdón

Pero lo más triste es, y la historia lo revela, que pasada la bestialidad y recobrada la sindéresis cívica, el perdón – una estupidez que garantiza la repetición del agravio – cubre con su manto a la legión de parásitos serviles sin cuyo concurso hubiera sido imposible la arbitrariedad del despotismo, y que suelen invocar en su defensa, cuando llega la hora de pagar por sus obsecuencias – esa hora siempre llega - el miedo a las consecuencias de una negativa a cumplir las órdenes emanadas del poder. Hay que recordarles a estos prescindibles verdugos de la infamia, el juicio de Nuremberg en el cual se demostró que a aquellos oficiales que se negaron a cumplir las órdenes homicidas de Hitler contra los judíos, les pasó absolutamente nada. Es decir, que los asesinos lo fueron a plena satisfacción personal. Por codicia. Como los mujiquitas criollos que esconden la pequeñez de su alma vil detrás de la prepotencia del dinero mal habido. Si algo detesto en esta vida es la imbecilidad social que legitima la degradada presencia de estos patéticos símbolos del escarnio. Sale pa´llá.


Rafael Marrón González
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