En una de sus imitaciones del caudillo
fallecido, experto en inventar atentados de oropel, el señor Maduro amenaza con
la “ira de los dioses” “si ellos llegaran a hacerme algo a mi”. De idéntica
manera suelen amenazar los malandros a sus víctimas aterrorizadas: “Yo soy tu
dios, yo decido si vives o mueres”. Esa sensación de estar ante sus dioses
sentiría el cabo Diosny Manuel Guinand cuando era asesinado, nada menos que,
supuestamente, por un
teniente coronel, un primer teniente y un sargento primero de la guardia
nacional. Dioses todopoderosos ante cuya omnipotencia la vida del humilde
soldado no valía nada.
Esa es la ira de los dioses que acabó
con la vida de 4.500 venezolanos durante los primeros cien días de gobierno del
tronante Nicolás y de su Plan Patria Segura, que por los resultados desastrosos
evidencia la intención solapada de militarizar las calles, no vaya a ser cosa.
Y es que por toda la república se observan los escombros de la ira de los
dioses que se abatió sobre este pueblo ingenuo y esperanzado. La ira de los
dioses acabó con el papel tualé, entre muchos rubros de primera necesidad, y
dejó los anaqueles de los supermercados, incluyendo los suyos, repletos de
peroles plásticos. Y fue la ira de los dioses la que acabó con las
posibilidades de empleo digno -estabilidad laboral, salario justo, prestaciones
sociales y movilidad social - en el campo y la ciudad.
La ira de los dioses, que entregó la
Faja del Orinoco a las transnacionales y PDVSA a los chinos, como también
Guayana, si nos dejamos; aventó a los profesionales universitarios a la
buhonería para poder subsistir y a los profesores de las universidades a la
calle en una huelga indefinida exigiendo salarios acordes con la inflación
desatada por la ira de los dioses, que como langostas le cayeron a esta patria
cuyos estudiantes han perdido la fe en el futuro y abandonan las aulas del
progreso por desarrollo - los dioses de la ira han endeudado de tal manera
irresponsable la nación que pasarán generaciones para recuperarse - para insertarse en la incertidumbre
informal de la sumisión por la supervivencia, donde se encuentran estancados
los trabajadores, cuyos beneficios laborales y contratos colectivos han sido
disueltos en la precariedad por los dioses de la ira, engendros llenos de
resentimiento social, odio contra todo quien destaque y envidia contra la Venezuela
que se erguía orgullosa – sin obviar las contradicciones - ocupando un lugar
privilegiado en América y el mundo, porque su incompetencia estructural los
hacía inservibles para la conducción gerencial de sus instituciones y empresas,
como ha quedado demostrado luego de su paso de 15 años por el manejo del
Estado, con el resultado que está a la vista de todos:
Fealdad, malos olores, contaminación,
delincuencia oficial y privada, crímenes horrendos, secuestros, escasez,
deterioro y pobreza. Tome al azar cualquier ciudad de Venezuela y comprobará lo
que sostengo: Lo que se respira es miedo. Dígame Caracas. Y tiene Nicolás la
desfachatez de amenazar con la ira de los dioses si le pasa algo, cuando es uno
de los consentidos dioses de la ira que devastaron, física y moralmente, la
nación, pero, gratuitamente, por maldad y estupidez, porque Venezuela nada les
hizo para recibir tanto mal, tanta ingratitud.
Es que me parece oír al poeta Andrés
Eloy Blanco: “…Los cuatro que aquí estamos nacimos en
la pura tierra de Venezuela, la del signo del éxodo, la madre de Bolívar y de
Sucre y de Bello y de Urdaneta y de Gual y de Vargas y del millón de grandes,
más poblada en la gloria que en la tierra, la que algo tiene y nadie sabe
dónde, si en la leche, en la sangre o en la placenta, que el hijo vil se le
eterniza adentro y el hijo grande se le muere afuera”.
¿Pero, y esos dioses?
Pero, volviendo a la oración titular -
toda palabra que del poder provenga tiene un sentido oculto – pienso, también,
en estos momentos extraños por insólitos que vive la política nacional, que
Nicolás está enviando señales de radar a todas partes, para curarse en salud y
agenciarse lealtades furibundas, por chantaje, de las que hicieron poderoso al
extinto, y que cuando habla de “dioses” y su ira se refiere metafóricamente al
poder de fuego a su disposición, así como el finado hablaba de “revolución pacífica
pero armada”.
Por lo tanto esos “dioses” a cuya ira
invoca como amenaza arrasadora, pueden ser, y ojala me equivoque – es un decir
- los milicianos cubanos – obedientes so pena de muerte – que en cuantioso
número no determinado pero sí imaginable – se habla de decenas de miles - están
bajo las órdenes directas de la dictadura cubana que apuesta a la consolidación
de su pro cónsul en Venezuela, ocupando posiciones que alarman a las
conciencias patriotas auténticas de este país de soberanía en disolución. Y esa
es una amenaza cierta, con fusiles y demás aditamentos de matar. Y alto mando
en el país con órdenes de estricto cumplimiento.
Y eso explica el súbito valor adquirido para la campaña “caiga quien
caiga” contra la corrupción emprendida por Maduro - luego de 15 años en el
cogollito del poder, durante los cuales ni vio ni supo, sí, oh – desde el
pasado 24 de junio, en respuesta al desplante sufrido en pleno acto simbólico,
que tiene un fuerte tufo a disuasivo de ambiciones camaradas, que están poniendo
sus barbas en remojo, según se desprende de la aparición en los medios de
comunicación de incondicionalidades “Maduro o muerte” en el establecimiento
militar oficialista y de insospechados delfines relegados rasgando sus
vestiduras en defensa de la integridad, supuestamente amenazada, de quien les
quitó el puesto por una cabeza o por un viaje a La Habana. Y no es para menos.
Ya veremos qué pasa cuando Raúl agache el dedo. Sale pa´llá.
Rafael
Marrón González
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