Aristóteles
calificó la demagogia como la adulación al pueblo. Es una práctica política
nefasta que a través de un discurso adobado con promesas imposibles, pero que
el pueblo desea creer, logra conquistar y mantener el poder aún en contra del
interés general. El asturiano José Tomás Boves fue el primer caudillo en
practicar con excelentes resultados la demagogia en estos tierreros
conceptuales. Fue un espontáneo surgido de las entrañas de la guerra, erigido
en reivindicador de las clases oprimidas, a quienes ofrecía en venganza y
fortuna, la eliminación de todos los blancos venezolanos, para crear una
nación, bajo su suprema autoridad de blanco europeo, de indios, negros y
mestizos, a quienes en el fondo despreciaba:
Cuando Cajigal
le reclamó la excesiva pérdida de vidas en su ejército, contestó que no tenían
importancia “porque eran venezolanos”. Y en la respuesta no existe
contradicción porque todo demagogo en su interior desprecia que su poder emane
de la ignorancia.
La consigna ha
sido copiada por otros caudillos como el esclavista Ezequiel Zamora, también
pulpero como Boves, que reclutaba tropas para la ¨feberación¨ bajo el señuelo
de ir a Caracas a matar a todos los blancos, y además, a todos los que supieran
leer y escribir, como expedito método de igualdad social, amparados ambos bajo
el mito simplista de la propiedad de la tierra como mágico factor de riqueza.
Nada más destructivo que la ignorancia convocada, para la que hay que pedir
perdón porque no sabe lo que hace.
Lo cierto es que
la demagogia ha redituado pingües beneficios a no pocos políticos, y pre
políticos como los actuales que detentan el poder. Mientras el pueblo, cuyo
lomo exuda poder omnímodo, es mantenido en la ignorancia necesaria para su
permanencia en la pobreza estructural que lo hace fácil presa del discurso
populista, en un infame ritornelo infinito.
Soy testigo de
primera línea del triste desgaste de los dirigentes comunales, en su tránsito
incansable por la utopía del vivir sin trabajar – vivir viviendo - aferrados a
una mugrienta agenda de hace quince años. Pero, cuánto orgullo les infla el
pecho, asumidos por la perversa mentira que les hace creer que en su miseria
subsidiada reside la soberanía que mantiene en la opulencia a la nomenklatura
revolucionarios.
Los asesinos
eran venezolanos
Es imperativo,
en puridad histórica, insistir en que no son extranjeros los que violan,
saquean y asesinan salvajemente en esa época, son venezolanos ignorantes, sin
conciencia de Patria, acicateados por la codicia que les promete venganza y fortuna,
estímulos prodigiosos para las almas viles.
En memoria de
sus víctimas un recuerdo para la barcelonesa Carmen Mercie, sacrificada a
lanzazos en el Altar Mayor de la Ermita del Carmen, en Barcelona, por un
salvaje realista venezolano, para sonrojo de la patria, llamado Pedro Rondón
(a) Maruto. La intelectualidad venezolana sucumbió en las infames degollinas de
la salvaje horda ignorante de los venezolanos de Boves y Morales y en los
campos de batalla; pintores, músicos, como Juan José Landaeta, poetas,
cronistas, escritores, juristas, como Miguel José Sanz, jóvenes valores del
pensamiento, todos murieron en esta hecatombe insensata, y con ellos
trescientos años de civilización.
Venezuela quedó
reducida a la miseria moral e intelectual en manos de voluntades primitivas.
Por eso no existe presencia del pensamiento venezolano en las expresiones
culturales latinoamericanas de entonces. Le costaría doscientos años
recuperarse. Y hay todavía, en ciega ignorancia histórica, quien base su
discurso político en la estimulación demagógica del resentimiento social.
Bolívar opina al
respecto en el Manifiesto de Carúpano, el 7 de septiembre de 1814: ¨Vuestros
hermanos y no los españoles han desgarrado vuestro seno, derramando vuestra
sangre, incendiando vuestros hogares, y os han condenado a la expatriación.
Vuestros clamores deben dirigirse contra esos ciegos esclavos que pretenden
ligaros a las cadenas que ellos mismos arrastran; y no os indignéis contra los
mártires que fervorosos defensores de vuestra libertad han prodigado su sangre
en todos los campos, han arrostrado todos los peligros, y se han olvidado de sí
mismos para salvaros de la muerte o de la ignominia. Sed justos en vuestro
dolor, como es justa la causa que lo produce¨.
Revival histórico
Y los herederos de
aquellos soldados de Boves y Morales, convencidos por la historiografía
demagógica de su eminente participación en el triunfo republicano - olvidan los
historiadores contarles como tenía Bolívar que amarrarlos en las noches para
que no se escaparan o las veces que tuvo que diezmarlos o que se vio obligado a
buscar tropas en la Nueva Granada o que Páez solo llevó a Carabobo 1.500
llaneros cuando Boves llegó a comandar 12.000 - son los que integran las
huestes devastadoras que pretenden borrar todo vestigio de civilización en la
Venezuela del siglo XXI, surgida de las aulas universitarias una vez
silenciados los campos de batalla.
Perversamente,
para preservar el poder por la riqueza, en manos de una logia de iniciados
carcomidos por la codicia más desaforada de la que tengamos noticia, se concede
a la ignorancia atrabiliaria la impunidad para destruir los cimientos del
derecho que sustenta la democracia. Y lo triste, que a cambio de su sumisión a
la barbarie lo mantienen controlado en colas eternas para procurarse los bienes
que antes de este proceso, estaban al alcance de su tiempo en cualquier estante
de su barrio. Su única satisfacción real es poder vejar impunemente, con
felicitaciones del poder, a los causantes de su envidia atávica, cuya
superación es asunto de voluntad y esfuerzo individual.
Cada vez que
observo esas sumisas colas infames, repletas de hombres y mujeres en edad
productiva, a las puertas de los abastos de nombre heroico o por una bombona de
gas o a la espera de transporte o para cobrar una “misión”, y la entrega
genuflexa de los beneficios contractuales de los obreros del Estado, recuerdo
la estrofa “gloria al bravo pueblo” y me dan ganas de reír. Sale pa´llá.
Rafael
Marrón González
0 comentarios:
Publicar un comentario