¿REVOLUCIÓN O
SECTARISMO SALVAJE?
Rafael Marrón
González
Las revoluciones fueron
necesarias para cambiar un sistema de dominación social clasista y esclavista,
pivotado en la ignorancia, como las teocracias, algunas de las cuales todavía
existen en el mundo musulmán, y su misión era reconstituir la sociedad sobre
nuevos principios políticos, económicos, morales, religiosas, opuestos a los
del régimen derrocado, como sucedió con la Revolución de Oliver Cromwell, en
Inglaterra, que impuso la república y la libertad, retornado el país
posteriormente a la monarquía, y cuya Declaración de derechos (1689) precede
el preámbulo de la Declaración de Independencia de los
Estados Unidos (1776), la Declaración de los Derechos del
Hombre y del Ciudadano (1789) y la Declaración Universal de los Derechos
Humanos (1948); la
Revolución de los Estados Unidos, única exitosa, que derivó en un proyecto
evolucionario incluyente y libertario – en su concepción posible dada la
desaparición del anarquismo – y cuya más importante contribución fue ofrecer al
mundo un espacio para el ejercicio impune de la libertad del pensamiento, lo
que ha generado en su historia una especie de “gentilicio universal” que impuso
su idioma como lenguaje alternativo del
planeta. La Revolución francesa, en realidad una dictadura terrorista, una
orgía criminal vengativa que devoró a sus padres en un descabellado desenfreno
pasional de resentidos sociales y del innoble populacho ignorante mutado en
“pueblo” por la demagogia, que llevó a la guillotina, por chismes y acusaciones
aleatorias, a más de quince mil personas, que guarda mucha similitud con el
sistema comunista de la delación y el ascenso de los peores por
incondicionalidad, una farsa sustentada por la publicidad de las suaves maneras
de la “Ciudad luz”, que derivó en otra corte imperial. La Revolución
independentista de Bolívar, que, sin entrar en juicio de valor, destruyó 300 años de instituciones políticas
eficientes, para hundir a sus países liberados en la miseria, sumidos en la más atroz ignorancia que los
somete al imperio de “tiranuelos de todos los colores”. Y la Revolución rusa
(1917), devenida en bolchevique por el asesinato sistemático de los mencheviques
y disidentes, que todos sabemos cuál fue su resultado después de setenta años y
cuarenta millones de muertos por la medida chiquita. Luego de estas cinco
revoluciones que cambiaron en verdad el sistema político, insisto en el tema,
porque las cosas hay que decirlas tantas veces como necesarias para cerciorarse
de haber sido comprendido, en la actualidad se denominan como tales, por
vergüenza, a la toma del poder político por la fuerza o, como sucede
inéditamente en Venezuela, para justificar la pretensión de subvertir el orden
constitucional republicanos desde el gobierno electo por equivocación popular,
que al perder la fuerza de la mayoría electoral, apela a la más eficiente de
las armas corrompidas, el soborno y la coacción. Vulgares golpes de estado
considerados, por toda la humanidad, como degradadas expresiones políticas
pervertidas por las ansias de poder.
En realidad
sectarismo salvaje
Los gobiernos comunistas se caracterizan por imponer
un sectarismo propio de los ejércitos de ocupación, con desprecio y odio al
enemigo vencido al que se niega hasta el agua. Un sectarismo salvaje, sin
cortapisas, que convence a los beneficiarios de su condición de privilegiados
de la magnanimidad del gobierno, sin percibir que su sumisión exacerba la
capacidad de dominio y las exigencias que debe cumplir, si quiere seguir
comiendo, serán cada vez mayores, hasta convertir al pueblo en esclavo de su
hambre. Qué tristeza produce verlo. Por eso la historia nos grafica la
vergonzosa situación de hijos denunciando a sus padres por comentarios adversos
al régimen, que son premiados con alguna bagatela convertida en ansiado deseo,
como una palmada en las espaldas. Maduro & Cia está practicando ese
aplastamiento de la dignidad con el pueblo venezolano más humilde, al que desde
su seno le han brotado operarios intuitivos impiadosos, estimulados por la
falsa sensación de pertenencia al poder, que con saña inaudita aplican a sus
pares de pobreza el sectarismo salvaje que exige rituales y ofrendas y silencio,
para otorgarles la mísera prebenda –una bombona de gas, medicinas, una
bolsa Clap - cuya ausencia suele producir alguna tímida protesta que
evidencia la pérdida de la dignidad - con las que la egregia
omnipotencia los distingue.
Acción sin
reacción
El sectarismo salvaje, aplicado al principio con
agentes armados de fusiles en las colas, dispuestos a matar cualquier reacción,
lentamente se ha ido introyectando como una necesidad de sumisión por la
supervivencia, al extremo de que ya los agentes casi no hacen falta, el pueblo
disfruta el insulto y lo hace suyo para vivir en paz, palabra ya vacía que
solamente representa la falta de reacción del pueblo ante la bota que lo
oprime. Y el discurso oficial no cesa de señalar que la reacción a sus
perversas políticas excluyentes son propias de la clase media y de los ricos
que protestan, porque el pueblo está contento y lo apoya y acudirá a votar en
masa delirante en la sustituyente,
que dará carácter constitucional al sectarismo salvaje que le permitirá a esta
banda de forajidos seguir tan campantes en el usufructo del poder. Ignora esta
masa sumisa por el hambre que el sectarismo salvaje no es solo una práctica excluyente
sino un sistema que conculcará cada asomo de libertad en nombre del hambre, no
solo de comida, sino también de tener una olla arrocera, como el pueblo cubano,
hasta sumir a la nación posible en el más abyecto silencio, como fue en la
Unión Soviética y Polonia y Checoslovaquia y es en Corea del Norte, China y
Cuba. Solo con la reacción furiosa de ese pueblo, que debe comenzar a verse en
su totalidad, ya que tiene representantes voluntarios entre los más de cien
muertos selectivos que lleva la represión, será posible eliminar esa forma de
terrorismo de estado sustentada por la miseria moral, la del hombre sin visión
de su propia historia.
En resumen
El comunismo, no me cansaré de repetirlo, asido de
la historia, es una secta de asesinos, ladrones, pervertidores de menores y
practicantes del sectarismo salvaje. Venezuela, desgraciadamente, se ha
convertido en el último laboratorio de este experimento social, mil veces
fallido, que no entiende que no sirve ni servirá jamás, sin importar cuanto
ensaye el producto siempre será el mismo, por eso la persistencia de sus
cultores es evidencia de su genética disposición al crimen. De allí su
necesidad de asesinar, encarcelar, exiliar a sus adversarios, a los que considera enemigos y traidores a la patria,
porque, además, tiene su propia definición, la patria se reduce a la casa del
partido comunista, en Venezuela se llama PSUV, máxima instancia del poder
militar, y todo quien no esté dentro, de rodillas, es traidor a la patria. Ya
vendrá el himno glorioso del partido a sustituir al Himno nacional en las
escuelas, como ya fue sustituido el culto a Bolívar por el culto a Chávez, el
incorruptible porque su cadáver no se pudre. Y tendremos que cantarlo en las
colas si queremos que nos alcance la munificencia de Maduro & Cia, que
ejerce, como forma de campaña electoral para su sustituyente, la más vil de las coacciones contra los
trabajadores de la nómina del estado - “…aquí o estás a favor del Gobierno o no estás. Si
consideras que tu opción es otra, entonces redacta tu carta de renuncia” - que saben el grosero poder
que, por encima de la ley y de las convenciones colectivas, tiene este gobierno
capaz de dejar sin sus empleos, sin importar calificación, experiencia o años
de servicio, a humildes padres y madres de familia, con la pérdida de sus
prestaciones sociales y sin derecho a reclamo alguno, porque no existe justicia
en Venezuela sino linchamiento político, como fue el caso de los trabajadores
de PDVSA botados por Chávez, si se oponen a sus designios dictatoriales. Veinte
mil trabajadores calificados dejó Chávez en la calle, robándoles sus
prestaciones, que fueron desalojados de sus hogares a punta de fusil en la
madrugada, algunos de los cuales cometieron suicidio por la desesperación. Fueron
sustituidos por otros tantos incondicionales, como sucederá en esta
oportunidad, que no dejarán pasar, para cubrir vacantes forzadas con serviles
fanatizados. Esta gente es perversa y no tiene piedad, que es la definición
ontológica del ser humano, y, además aplica la ley con sádica crueldad. ¿Cómo
puedo yo, en particular, pedir a individualidades coaccionadas por la codicia,
que dependen de un salario del estado para subsistir, que no obedezcan el
mandato del poder que conculca sus derechos, si carezco de medios para
garantizárselos? Sería miserable de mi parte exigir a quienes van a sufrir
consecuencias que hagan lo que no tiene consecuencias para mí. Además, y no es
un deseo, para lo que va a durar esa ridícula degradación moral no vale la pena
el sacrificio.
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