La especial diligencia en procurar el bien ajeno aun a costa del propio, se llama altruismo y en esta doctrina se basa toda propuesta colectivista, tanto religiosa como política y nuestras sociedades han sido formadas con la idea paradójica – y contradictoria - del sacrificio propio como herramienta para generar el bienestar general, es decir que ser feliz mientras los otros no lo son es pecado o traición social.
Ha sido tan penetrante esta idea en nuestra psiquis que sentimos vergüenza de manifestar nuestro éxito o felicidad en público, porque puede inferirse que se la hemos quitado a algún descuidado que la olvidó en algún rincón, en lugar de publicitar el logro como consecuencia del esfuerzo sostenido y sistémico frente a la sinvergüenzura del “Dios proveerá” o “mañana es otro día” o “Como vaya viniendo vamos viendo”.
En el caso del socialismo, ésta ha sido la mecha para incendiar la pradera: Pide el sacrificio del individuo – su propia felicidad y bienestar - para favorecer al Estado que se ocupará de repartirle felicidad al pueblo, siempre que ésta coincida con la concepción que del bienestar tiene un Estado colectivista.
Así que el “ser rico es malo” de Chávez en realidad significa “ser individuo soberano es malo”, por lo tanto lo perfecto es ser un obediente no deliberante diluido en la masa aborregada seducida por el indigno refrán “barriga llena corazón contento”, es decir ser “masito”, porque en la realidad el “socialismo” – sustantivo derivado de una apropiación indebida, porque está reñido con su praxis, pues no crea sociedad sino masa – debiera llamarse en puridad sociológica “masalismo”.
Y como el individuo ha sido domesticado con la idea de que reconocerse como individuo es un anatema, pues admite el sacrificio de su yo como algo hermoso que le redituará placer inédito o alguna forma extraterrenal de vida eterna instalado en una nube tocando una lira a juro, aunque no haya sido músico, o de aplauso político como “revolucionario del mes” que parece ser el sueño de los trabajadores seducidos por el discurso igualitarista, que están dispuestos a entregar sus beneficios contractuales a cambio de ese reconocimiento banal y cuyo salario “excedentario” será destinado a cubrir la solidaridad para aliviar la responsabilidad del gobierno en materias de verdadera seguridad de Estado como son la salud y la educación.
Como en Cuba, cuyo sistema de explotación organizada por el terror, llamada comunismo, deduce del exiguo salario del trabajador una elevada cuota por los precarios servicios prestados por el Estado, como la educación, por ejemplo, que no ha sido capaz de evitar “la "pobreza" del lenguaje en la isla, aunque, en verdad, ¿para que quiere hablar bien un pueblo de dos palabras: Tengo hambre?
Justicia social
De esa deformación “políticamente correcta” se ha derivado una actitud social que procura el bienestar sin esfuerzo, sin invertir el tiempo necesario en la formación intelectual y profesional, con la prepotencia del derecho adquirido que coloca la pobreza como emblema de dignidad y somete al escarnio a todo quien se resista a ser usado como pródiga chequera para mantener vagos, indigentes, viciosos, derrochadores, flojos, indiferentes y sinvergüenzas de todo pelaje, porque pondría en peligro la consideración social y moral, cuando lo ético sería que todos fuéramos artesanos o arquitectos de nuestro destino, cabalmente entendida la hombría como ejercicio de la responsabilidad.
Cuando en alguna reunión sostengo que soy individualista, es decir que creo que el individuo es el verdadero núcleo de la sociedad y que en su adecuada formación está el secreto del progreso humano en función colectiva, las miradas de asombro me acribillan. Es tal la contradicción implantada que, para popularizar el altruismo, lo han denominado solidaridad, pero con carácter obligatorio lo que deriva en complicidad automática con las falencias actitudinales de los individuos que conforman la masa amorfa de conciencia colectiva, es decir irresponsables con las consecuencias de sus actos, las cuales adosa – con el beneplácito de los pobrecitistas – a Dios, al azar, al gobierno o a los accidentes, ésta última, una voz abusada para justificar la responsabilidad personal en los eventos ocasionados por errores humanos, que, en el caso de los siniestros de tránsito que arrojan víctimas mortales, no son más que homicidios con dolo eventual o suicidios.
En esa tónica me niego a practicar ni el altruismo ni la solidaridad automática traducida en limosnerismo sentimentaloide, elemento fundacional de la irresponsabilidad. Cuando veo algún anciano en estado de indigencia me pregunto qué hizo durante su juventud para terminar en ese estado. Pero es aquí y con ese anciano donde germina la preponderancia del Estado como dador de bienestar, lo que ha sido aprovechado en América Latina para crear el funesto clientelismo político, integrado por seres humanos de existencia basal, sin ningún compromiso con la patria, cuyo único interés es que el gobierno o el altruismo lo alimente sin ningún esfuerzo ni compromiso a cambio.
La patria es la gente
Sostengo que lo que define el concepto de patria es la gente: Jamás tendremos una patria relacionada con el progreso, si la gente no introyecta la necesidad de superarse como nación a través del trabajo, el conocimiento y el compromiso y considera una ofensa a su dignidad que se le trate como minusválido social coptado por los intereses creados alrededor del poder político, que ha encontrado una inagotable base de sustentación en un pueblo penetrado por la idea de que existe y es obligatoria la justicia social, que ha sido la forma populista de oficializar el parasitismo dependiente de un gobierno munífico que todo lo resuelve a cambio del poder omnímodo segregado por la sumisión por la subsistencia.
Quienes hablan de “justicia social” jamás se han paseado una reflexión sobre el terrible daño que les han ocasionado a sus pueblos, sobre todo los latinoamericanos, con su deplorable asistencialismo. Legiones de limosneros castrados, nacidos con las manos como cuencos para la mendicidad, ha sido su contribución a la humanidad.
El parasitismo social ha sido su engendro. Pero como reditúan votos para quien les prometa el paraíso de mantenerse vivos con el menor esfuerzo, comer sin trabajar, en un rancho miserable de un barrio harapiento, reproduciéndose como acures para multiplicar y perpetuar su improductiva especie, porque en este caso si se genera una forma de especie por imitación cultural.
En todo caso la justicia social debe entenderse como reconocer el derecho a la justicia que tiene todo quien contribuya, a través del trabajo, el estudio y la responsabilidad, con el desarrollo integral de la sociedad. Por eso insito en que se debe actuar como gobierno con racionalidad social, y no con justicia social, pues ésta es ciega y por lo tanto siempre termina favoreciendo a quien no la necesita con lo que no ha pedido.
En conclusión
El altruismo y la justicia social son invocaciones a la pobreza por inercia social. Una escena de la serie Los Símpson ejemplifica este aserto: Homero Simpson pasa por una carretera a cuya orilla un gringo está construyendo una casa de ladrillos a toda prisa, Homero se detiene y el gringo le informe que es para una familia que está esperando que la termine para ocuparla. La familia está compuesta por un grupo de andrajosos latinoamericanos impávidos que ven al gringo trabajar sin mover un dedo para ayudarlo.
Es imperativo que en nuestras naciones latinoamericanas se imponga la verdad sobre la actitud de nuestros pueblos como causa de su pobreza, pues ésta se ha convertido en un discurso que propende a su radicalización, cuando debe ser un estímulo para la superación del individuo, como lo ha sido en naciones avanzadas, que lo son por su gente y no por sus riquezas naturales.
Cada vez que usted por altruismo o el Estado por justicia social, dan limosnas a la pobreza están financiando la miseria física y moral de la gente que es la patria, que nunca saldrá de su subdesarrollo y estará siempre a merced de aventureros sin escrúpulos prestos a sacrificarse por los pobres para eternizarse en el poder.
Hoy Venezuela vive el drama intenso de un pueblo capaz de legitimar, con absoluta indolencia, una tiranía con tal de recibir su ración de miseria sin tener que trabajar. Por ello, si queremos mejor patria es preciso reconocer con toda su crudeza, que no la tendremos sino tenemos mejor gente.
Rafael Marrón González
Ha sido tan penetrante esta idea en nuestra psiquis que sentimos vergüenza de manifestar nuestro éxito o felicidad en público, porque puede inferirse que se la hemos quitado a algún descuidado que la olvidó en algún rincón, en lugar de publicitar el logro como consecuencia del esfuerzo sostenido y sistémico frente a la sinvergüenzura del “Dios proveerá” o “mañana es otro día” o “Como vaya viniendo vamos viendo”.
En el caso del socialismo, ésta ha sido la mecha para incendiar la pradera: Pide el sacrificio del individuo – su propia felicidad y bienestar - para favorecer al Estado que se ocupará de repartirle felicidad al pueblo, siempre que ésta coincida con la concepción que del bienestar tiene un Estado colectivista.
Así que el “ser rico es malo” de Chávez en realidad significa “ser individuo soberano es malo”, por lo tanto lo perfecto es ser un obediente no deliberante diluido en la masa aborregada seducida por el indigno refrán “barriga llena corazón contento”, es decir ser “masito”, porque en la realidad el “socialismo” – sustantivo derivado de una apropiación indebida, porque está reñido con su praxis, pues no crea sociedad sino masa – debiera llamarse en puridad sociológica “masalismo”.
Y como el individuo ha sido domesticado con la idea de que reconocerse como individuo es un anatema, pues admite el sacrificio de su yo como algo hermoso que le redituará placer inédito o alguna forma extraterrenal de vida eterna instalado en una nube tocando una lira a juro, aunque no haya sido músico, o de aplauso político como “revolucionario del mes” que parece ser el sueño de los trabajadores seducidos por el discurso igualitarista, que están dispuestos a entregar sus beneficios contractuales a cambio de ese reconocimiento banal y cuyo salario “excedentario” será destinado a cubrir la solidaridad para aliviar la responsabilidad del gobierno en materias de verdadera seguridad de Estado como son la salud y la educación.
Como en Cuba, cuyo sistema de explotación organizada por el terror, llamada comunismo, deduce del exiguo salario del trabajador una elevada cuota por los precarios servicios prestados por el Estado, como la educación, por ejemplo, que no ha sido capaz de evitar “la "pobreza" del lenguaje en la isla, aunque, en verdad, ¿para que quiere hablar bien un pueblo de dos palabras: Tengo hambre?
Justicia social
De esa deformación “políticamente correcta” se ha derivado una actitud social que procura el bienestar sin esfuerzo, sin invertir el tiempo necesario en la formación intelectual y profesional, con la prepotencia del derecho adquirido que coloca la pobreza como emblema de dignidad y somete al escarnio a todo quien se resista a ser usado como pródiga chequera para mantener vagos, indigentes, viciosos, derrochadores, flojos, indiferentes y sinvergüenzas de todo pelaje, porque pondría en peligro la consideración social y moral, cuando lo ético sería que todos fuéramos artesanos o arquitectos de nuestro destino, cabalmente entendida la hombría como ejercicio de la responsabilidad.
Cuando en alguna reunión sostengo que soy individualista, es decir que creo que el individuo es el verdadero núcleo de la sociedad y que en su adecuada formación está el secreto del progreso humano en función colectiva, las miradas de asombro me acribillan. Es tal la contradicción implantada que, para popularizar el altruismo, lo han denominado solidaridad, pero con carácter obligatorio lo que deriva en complicidad automática con las falencias actitudinales de los individuos que conforman la masa amorfa de conciencia colectiva, es decir irresponsables con las consecuencias de sus actos, las cuales adosa – con el beneplácito de los pobrecitistas – a Dios, al azar, al gobierno o a los accidentes, ésta última, una voz abusada para justificar la responsabilidad personal en los eventos ocasionados por errores humanos, que, en el caso de los siniestros de tránsito que arrojan víctimas mortales, no son más que homicidios con dolo eventual o suicidios.
En esa tónica me niego a practicar ni el altruismo ni la solidaridad automática traducida en limosnerismo sentimentaloide, elemento fundacional de la irresponsabilidad. Cuando veo algún anciano en estado de indigencia me pregunto qué hizo durante su juventud para terminar en ese estado. Pero es aquí y con ese anciano donde germina la preponderancia del Estado como dador de bienestar, lo que ha sido aprovechado en América Latina para crear el funesto clientelismo político, integrado por seres humanos de existencia basal, sin ningún compromiso con la patria, cuyo único interés es que el gobierno o el altruismo lo alimente sin ningún esfuerzo ni compromiso a cambio.
La patria es la gente
Sostengo que lo que define el concepto de patria es la gente: Jamás tendremos una patria relacionada con el progreso, si la gente no introyecta la necesidad de superarse como nación a través del trabajo, el conocimiento y el compromiso y considera una ofensa a su dignidad que se le trate como minusválido social coptado por los intereses creados alrededor del poder político, que ha encontrado una inagotable base de sustentación en un pueblo penetrado por la idea de que existe y es obligatoria la justicia social, que ha sido la forma populista de oficializar el parasitismo dependiente de un gobierno munífico que todo lo resuelve a cambio del poder omnímodo segregado por la sumisión por la subsistencia.
Quienes hablan de “justicia social” jamás se han paseado una reflexión sobre el terrible daño que les han ocasionado a sus pueblos, sobre todo los latinoamericanos, con su deplorable asistencialismo. Legiones de limosneros castrados, nacidos con las manos como cuencos para la mendicidad, ha sido su contribución a la humanidad.
El parasitismo social ha sido su engendro. Pero como reditúan votos para quien les prometa el paraíso de mantenerse vivos con el menor esfuerzo, comer sin trabajar, en un rancho miserable de un barrio harapiento, reproduciéndose como acures para multiplicar y perpetuar su improductiva especie, porque en este caso si se genera una forma de especie por imitación cultural.
En todo caso la justicia social debe entenderse como reconocer el derecho a la justicia que tiene todo quien contribuya, a través del trabajo, el estudio y la responsabilidad, con el desarrollo integral de la sociedad. Por eso insito en que se debe actuar como gobierno con racionalidad social, y no con justicia social, pues ésta es ciega y por lo tanto siempre termina favoreciendo a quien no la necesita con lo que no ha pedido.
En conclusión
El altruismo y la justicia social son invocaciones a la pobreza por inercia social. Una escena de la serie Los Símpson ejemplifica este aserto: Homero Simpson pasa por una carretera a cuya orilla un gringo está construyendo una casa de ladrillos a toda prisa, Homero se detiene y el gringo le informe que es para una familia que está esperando que la termine para ocuparla. La familia está compuesta por un grupo de andrajosos latinoamericanos impávidos que ven al gringo trabajar sin mover un dedo para ayudarlo.
Es imperativo que en nuestras naciones latinoamericanas se imponga la verdad sobre la actitud de nuestros pueblos como causa de su pobreza, pues ésta se ha convertido en un discurso que propende a su radicalización, cuando debe ser un estímulo para la superación del individuo, como lo ha sido en naciones avanzadas, que lo son por su gente y no por sus riquezas naturales.
Cada vez que usted por altruismo o el Estado por justicia social, dan limosnas a la pobreza están financiando la miseria física y moral de la gente que es la patria, que nunca saldrá de su subdesarrollo y estará siempre a merced de aventureros sin escrúpulos prestos a sacrificarse por los pobres para eternizarse en el poder.
Hoy Venezuela vive el drama intenso de un pueblo capaz de legitimar, con absoluta indolencia, una tiranía con tal de recibir su ración de miseria sin tener que trabajar. Por ello, si queremos mejor patria es preciso reconocer con toda su crudeza, que no la tendremos sino tenemos mejor gente.
Rafael Marrón González
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