Fue el poeta civil Andrés Eloy Blanco quien resaltó la cualidad oceánica de Bolívar, pues ha servido su palabra – citada fuera de contexto - hasta para justificar la más vil de las canalladas contra la libertad, que fue su auténtica pasión. Sin embargo, escrutando su epistolario y sus discursos podemos extraer diez postulados, diez mandamientos, en los cuales se define la arteria de su pensamiento universal y el pivote de su estructura filosófica:
1er Mandamiento
“Moral y luces son nuestras primeras necesidades”: Bolívar aseguraba que el primer deber del gobierno era educar al pueblo para fortalecerlo y enrumbarlo hacia el progreso y en Angostura lo declara: ¨... La educación popular debe ser el cuidado primogénito del amor paternal del Congreso. Moral y luces son los polos de una república; moral y luces son nuestras primeras necesidades¨.
Este pensamiento que tiene tremenda vigencia en nuestro tiempo – sobre todo por estar lo suficientemente comprobado que la educación es primordial en el combate a la pobreza - debe actualizarse para ser comprendido a cabalidad por nuestra juventud. Su nuevo planteamiento debe ser “Ética y conocimiento son nuestras primeras necesidades”.
Ética, porque significa y traduce el compromiso del sujeto con la sociedad, la confesión pública de su vocación ciudadana y solidaria. Escucho multitud de voces exigiendo justicia, que es el compromiso de la sociedad con el individuo, pero nadie pide ética, es decir, a nadie parece importarle su contribución particular a la decencia social. Si cada uno de nosotros piensa que su particular actuación ética no es necesaria porque nadie notará su falta, el resultado seguirá siendo el que tenemos: La pérdida de la moral pública. El ascenso de los pillos. Sinvergüenzas de etiqueta representando a la nación.
El segundo componente de esta exigencia vital, es la responsabilidad de acceder al progreso por el desarrollo del individuo, sin intervención de Dios, del Estado o de la suerte. Es decir que en la medida en que cada individuo como integrante solidario de un colectivo, posea los conocimientos necesarios para ejecutar a plenitud determinado trabajo productivo que lo catapulte hacia el progreso – que no necesariamente a la riqueza sino a una mejor calidad de vida - la sociedad, integrada de esta manera por hombres y mujeres con especificidades productivas, progresará en pleno. Porque el progreso sino es colectivo – cada cual con su manera de tener algo - es injusto.
Ya Bolívar lo recalcaba cuando expresara: “Cuán superior es la suma de las luces a la suma de las riquezas”. Por eso al observar la inquietud por alfabetizar, me pregunto si no sería mejor preocuparse por “oficionar”. Por dotar a cada individuo, hombre o mujer, desde la niñez, de un oficio que le permita vivir de un trabajo decente si debe por presiones exógenas abandonar la escuela. Da tristeza mirar a jóvenes bachilleres que luego de once años de estudio carecen del mínimo conocimiento laboral sustentable.
Los emigrantes italianos de la post guerra llegaron a América provistos de un oficio, eran barberos, carpinteros, albañiles, fundidores, mecánicos, panaderos, entre una gama extensa de posibilidades para ganarse la vida honestamente. Y, gracias a esa previsión política, fue menos duro el desarraigo y triunfaron económica y socialmente. Por el trabajo y la responsabilidad y luego sus descendientes incorporaron el estudio a esa dupla ganadora. Basta comparar, sin estereotipos ni antiguallas ideológicas, la actitud activa de los pueblos que han logrado el progreso económico con la resignada espera de los pueblos latinoamericanos para comprender la verdad.
2º Mandamiento
“Mi opinión es, legisladores, que el principio fundamental de nuestro sistema, depende inmediata y exclusivamente de la igualdad establecida y practicada en Venezuela”: Bolívar preconizaba la igualdad como la ley de las leyes, pero haciendo énfasis en la nivelación política constitucional, por la ley, y la superación por el estudio y el trabajo, jamás defendió Bolívar la demagógica presunción de la igualdad por debajo, el igualitarismo, que tanto daño ha hecho a nuestras repúblicas, y que constituye el banal discurso de los populistas: “La verdadera igualdad no existe sino en la formación y delante de la ley que liga y comprende a todos indistintamente; premia y recompensa al virtuoso, al justo, al sabio, al valiente, al honrado, al prudente, al industrioso, al activo y al benéfico; y castiga y reprime al vicioso, al injusto, al inmoral, al cobarde, al temerario, al holgazán y al perezoso”.
(...) “Los ciudadanos de Venezuela gozan todos por la Constitución, intérprete de la naturaleza, de una perfecta igualdad política. Cuando esta igualdad no hubiese sido un dogma en Atenas, en Francia y en América, deberíamos nosotros consagrarlo para corregir la diferencia que aparentemente existe. (…) Que los hombres nacen todos con derechos iguales a los bienes de la sociedad, está sancionado por la pluralidad de los sabios; como también lo está que no todos los hombres nacen igualmente aptos a la obtención de todos los rangos; pues todos deben practicar la virtud y no todos la practican; todos deben ser valerosos, y todos no lo son; todos deben poseer talentos, y todos no lo poseen. De aquí viene la distinción efectiva que se observa entre los individuos de la sociedad más liberalmente establecida.
Si el principio de la igualdad política es generalmente reconocido, no lo es menos el de la desigualdad física y moral. La naturaleza hace a los hombres desiguales, en genio, temperamento, fuerzas y caracteres. Las leyes corrigen esta diferencia porque colocan al individuo en la sociedad para que la educación, la industria, las artes, los servicios, las virtudes, le den una igualdad ficticia, propiamente llamada política y social. Es una inspiración eminentemente benéfica, la reunión de todas las clases en un estado, en que la diversidad se multiplicaba en razón de la propagación de la especie. Por este solo paso se ha arrancado de raíz la cruel discordia. ¡Cuántos celos, rivalidades y odios se han evitado!¨.
Bolívar, como nosotros hoy, estaba convencido de que el bienestar de las naciones no era un asunto de leyes, constituciones o programas sociales, sino de la voluntad general de los ciudadanos, y acotaba: ¨Al proponeros la división de los ciudadanos en activos y pasivos, he pretendido excitar la prosperidad nacional por las dos más grandes palancas de la industria, el trabajo y el saber. Estimulando estos dos poderosos resortes de la sociedad, se alcanza lo más difícil entre los hombres, hacerlos honrados y felices¨. Ser igualitarista es ser anti bolivariano.
3er Mandamiento
“La soberanía del pueblo no es ilimitada, porque la justicia es su base y la utilidad perfecta le pone término”: Este precepto de Bolívar manifestado a Santander el 31 de diciembre de 1822, pertenece en realidad al filósofo francés Henry Benjamín Constant, que estableció los límites de la soberanía popular por la justicia y el bien común, la soberanía del pueblo no puede estar por encima de los derechos fundamentales del ciudadano. Así diga lo contrario el 100% del pueblo, el derecho a la vida es inviolable, los derechos humanos son inalienables, la autonomía de los poderes constituyen la base de la democracia.
Caro están pagando, aunque siempre será barato el precio, los confundidos criminales de pasadas dictaduras sus delitos contra la humanidad. Rousseau proponía que toda la sociedad se rigiera por leyes inexorables que expresaran la voluntad popular, para que no fuera el rey la sola persona que tuviera ese privilegio y poder, por lo tanto debían ser redactadas por el pueblo.
Propugnaba Rousseau un sistema de gobierno en el que la ley estuviera por encima del hombre, un orden jurídico por el que estuvieran sometidos por igual gobernados y gobernantes. Eso es lo que llamamos democracia. Sin embargo, tenía Rousseau una gran preocupación, dada su honestidad intelectual: “¿Cómo una multitud ciega, que a menudo no sabe lo que quiere, porque rara vez sabe lo que es bueno para ella, ejecutaría por sí misma una empresa tan grande, tan difícil como un sistema de legislación?”. Como certificación a esa inquietud vemos como la masa aplaude acciones gubernamentales violatorias de los principios constitucionales, justificados por la repartición proporcional de la riqueza – favorecer al pueblo - sin colegir el efecto descendente de esas medidas sometidas a las leyes precisamente para proteger a los más débiles de la poderosa fuerza del Estado.
Mañana, cuando le toque, esa misma masa seducida por el delito estatal, llorará la pérdida de sus derechos. Es la inexorable condena del estúpido: Con lo que daña para satisfacer sus instintos primitivos, será dañado. Continuará.
1er Mandamiento
“Moral y luces son nuestras primeras necesidades”: Bolívar aseguraba que el primer deber del gobierno era educar al pueblo para fortalecerlo y enrumbarlo hacia el progreso y en Angostura lo declara: ¨... La educación popular debe ser el cuidado primogénito del amor paternal del Congreso. Moral y luces son los polos de una república; moral y luces son nuestras primeras necesidades¨.
Este pensamiento que tiene tremenda vigencia en nuestro tiempo – sobre todo por estar lo suficientemente comprobado que la educación es primordial en el combate a la pobreza - debe actualizarse para ser comprendido a cabalidad por nuestra juventud. Su nuevo planteamiento debe ser “Ética y conocimiento son nuestras primeras necesidades”.
Ética, porque significa y traduce el compromiso del sujeto con la sociedad, la confesión pública de su vocación ciudadana y solidaria. Escucho multitud de voces exigiendo justicia, que es el compromiso de la sociedad con el individuo, pero nadie pide ética, es decir, a nadie parece importarle su contribución particular a la decencia social. Si cada uno de nosotros piensa que su particular actuación ética no es necesaria porque nadie notará su falta, el resultado seguirá siendo el que tenemos: La pérdida de la moral pública. El ascenso de los pillos. Sinvergüenzas de etiqueta representando a la nación.
El segundo componente de esta exigencia vital, es la responsabilidad de acceder al progreso por el desarrollo del individuo, sin intervención de Dios, del Estado o de la suerte. Es decir que en la medida en que cada individuo como integrante solidario de un colectivo, posea los conocimientos necesarios para ejecutar a plenitud determinado trabajo productivo que lo catapulte hacia el progreso – que no necesariamente a la riqueza sino a una mejor calidad de vida - la sociedad, integrada de esta manera por hombres y mujeres con especificidades productivas, progresará en pleno. Porque el progreso sino es colectivo – cada cual con su manera de tener algo - es injusto.
Ya Bolívar lo recalcaba cuando expresara: “Cuán superior es la suma de las luces a la suma de las riquezas”. Por eso al observar la inquietud por alfabetizar, me pregunto si no sería mejor preocuparse por “oficionar”. Por dotar a cada individuo, hombre o mujer, desde la niñez, de un oficio que le permita vivir de un trabajo decente si debe por presiones exógenas abandonar la escuela. Da tristeza mirar a jóvenes bachilleres que luego de once años de estudio carecen del mínimo conocimiento laboral sustentable.
Los emigrantes italianos de la post guerra llegaron a América provistos de un oficio, eran barberos, carpinteros, albañiles, fundidores, mecánicos, panaderos, entre una gama extensa de posibilidades para ganarse la vida honestamente. Y, gracias a esa previsión política, fue menos duro el desarraigo y triunfaron económica y socialmente. Por el trabajo y la responsabilidad y luego sus descendientes incorporaron el estudio a esa dupla ganadora. Basta comparar, sin estereotipos ni antiguallas ideológicas, la actitud activa de los pueblos que han logrado el progreso económico con la resignada espera de los pueblos latinoamericanos para comprender la verdad.
2º Mandamiento
“Mi opinión es, legisladores, que el principio fundamental de nuestro sistema, depende inmediata y exclusivamente de la igualdad establecida y practicada en Venezuela”: Bolívar preconizaba la igualdad como la ley de las leyes, pero haciendo énfasis en la nivelación política constitucional, por la ley, y la superación por el estudio y el trabajo, jamás defendió Bolívar la demagógica presunción de la igualdad por debajo, el igualitarismo, que tanto daño ha hecho a nuestras repúblicas, y que constituye el banal discurso de los populistas: “La verdadera igualdad no existe sino en la formación y delante de la ley que liga y comprende a todos indistintamente; premia y recompensa al virtuoso, al justo, al sabio, al valiente, al honrado, al prudente, al industrioso, al activo y al benéfico; y castiga y reprime al vicioso, al injusto, al inmoral, al cobarde, al temerario, al holgazán y al perezoso”.
(...) “Los ciudadanos de Venezuela gozan todos por la Constitución, intérprete de la naturaleza, de una perfecta igualdad política. Cuando esta igualdad no hubiese sido un dogma en Atenas, en Francia y en América, deberíamos nosotros consagrarlo para corregir la diferencia que aparentemente existe. (…) Que los hombres nacen todos con derechos iguales a los bienes de la sociedad, está sancionado por la pluralidad de los sabios; como también lo está que no todos los hombres nacen igualmente aptos a la obtención de todos los rangos; pues todos deben practicar la virtud y no todos la practican; todos deben ser valerosos, y todos no lo son; todos deben poseer talentos, y todos no lo poseen. De aquí viene la distinción efectiva que se observa entre los individuos de la sociedad más liberalmente establecida.
Si el principio de la igualdad política es generalmente reconocido, no lo es menos el de la desigualdad física y moral. La naturaleza hace a los hombres desiguales, en genio, temperamento, fuerzas y caracteres. Las leyes corrigen esta diferencia porque colocan al individuo en la sociedad para que la educación, la industria, las artes, los servicios, las virtudes, le den una igualdad ficticia, propiamente llamada política y social. Es una inspiración eminentemente benéfica, la reunión de todas las clases en un estado, en que la diversidad se multiplicaba en razón de la propagación de la especie. Por este solo paso se ha arrancado de raíz la cruel discordia. ¡Cuántos celos, rivalidades y odios se han evitado!¨.
Bolívar, como nosotros hoy, estaba convencido de que el bienestar de las naciones no era un asunto de leyes, constituciones o programas sociales, sino de la voluntad general de los ciudadanos, y acotaba: ¨Al proponeros la división de los ciudadanos en activos y pasivos, he pretendido excitar la prosperidad nacional por las dos más grandes palancas de la industria, el trabajo y el saber. Estimulando estos dos poderosos resortes de la sociedad, se alcanza lo más difícil entre los hombres, hacerlos honrados y felices¨. Ser igualitarista es ser anti bolivariano.
3er Mandamiento
“La soberanía del pueblo no es ilimitada, porque la justicia es su base y la utilidad perfecta le pone término”: Este precepto de Bolívar manifestado a Santander el 31 de diciembre de 1822, pertenece en realidad al filósofo francés Henry Benjamín Constant, que estableció los límites de la soberanía popular por la justicia y el bien común, la soberanía del pueblo no puede estar por encima de los derechos fundamentales del ciudadano. Así diga lo contrario el 100% del pueblo, el derecho a la vida es inviolable, los derechos humanos son inalienables, la autonomía de los poderes constituyen la base de la democracia.
Caro están pagando, aunque siempre será barato el precio, los confundidos criminales de pasadas dictaduras sus delitos contra la humanidad. Rousseau proponía que toda la sociedad se rigiera por leyes inexorables que expresaran la voluntad popular, para que no fuera el rey la sola persona que tuviera ese privilegio y poder, por lo tanto debían ser redactadas por el pueblo.
Propugnaba Rousseau un sistema de gobierno en el que la ley estuviera por encima del hombre, un orden jurídico por el que estuvieran sometidos por igual gobernados y gobernantes. Eso es lo que llamamos democracia. Sin embargo, tenía Rousseau una gran preocupación, dada su honestidad intelectual: “¿Cómo una multitud ciega, que a menudo no sabe lo que quiere, porque rara vez sabe lo que es bueno para ella, ejecutaría por sí misma una empresa tan grande, tan difícil como un sistema de legislación?”. Como certificación a esa inquietud vemos como la masa aplaude acciones gubernamentales violatorias de los principios constitucionales, justificados por la repartición proporcional de la riqueza – favorecer al pueblo - sin colegir el efecto descendente de esas medidas sometidas a las leyes precisamente para proteger a los más débiles de la poderosa fuerza del Estado.
Mañana, cuando le toque, esa misma masa seducida por el delito estatal, llorará la pérdida de sus derechos. Es la inexorable condena del estúpido: Con lo que daña para satisfacer sus instintos primitivos, será dañado. Continuará.
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