4º Mandamiento
“...El sistema de gobierno más perfecto es aquel que produce mayor suma de felicidad posible, mayor suma de seguridad social y mayor suma de estabilidad política”:
Muchos creen ver en este pensamiento de Bolívar una posición utilitarista, en la que lo que priva es el resultado sin importar la vía, y por lo tanto una aceptación de las dictaduras, si eficientes, cuando es sabido que el costo en derechos y en atraso, sin mencionar al elevado costo de la recuperación del humanismo, que produce esta infame forma de gobierno hoy sometida al escarnio mundial, no compensa jamás los pírricos resultados económicos que preconizan sus reaccionarios seguidores.
Lo que Bolívar quiso decir en Angostura con “sistema de gobierno” fue precisamente “gobierno sistémico”, es decir, gobierno dependiente de un conjunto de normas que garanticen su eficiencia social, política y económica, para que tuviera como resultado las premisas mencionadas. Y el único sistema político capaz de producir la organización necesaria referida por Bolívar, es la democracia.
Lo que sucede es que la democracia se ha definido tradicional y simplistamente, por una premisa de Montesquieu, y sin mayor revisión ni adecuación posterior a las dinámicas políticas actuales, como “gobierno del pueblo”, con lo que sirve como fachada para cualquier andamiaje tiránico sustentado en la seducción y el soborno a una muchedumbre desclasada sin conciencia de nación, de libertad ni de progreso a la que se le ofrece la “igualdad” como señuelo.
La definición académica no se aleja mucho de esta primera referencia y sostiene que la democracia es un “régimen político en el cual la soberanía pertenece al conjunto de los ciudadanos sin distinción, es decir, al pueblo”, y la divide en representativa – que es la única posible - autoritaria - para incluir los regimenes despóticos que guardan las apariencias - y social - la que es llamada también “popular”, adjetivación que pretende conceder estatus democrático a dictaduras infames como la de los hermanos Castro en Cuba, porque realizan elecciones - a las que se suma ahora otra adjetivación divisoria imposible, la “participativa” – en la que el tirano de turno “participa” al pueblo sus decisiones de obligatorio cumplimiento.
La frase “régimen político” con la que se inicia esta última definición refiere a “conjunto de reglas o normas” es decir “sistema”. Y desde este punto sugiero una definición acorde con nuestras realidades y esperanzas, y sustentada en el enunciado de Bolívar: Democracia es el sistema político cuyos atributos son el Estado de Derecho, la celebración de elecciones libres, periódicas y justas, un régimen plural de partidos políticos, el respeto a los derechos humanos y a las libertades civiles, especialmente la libertad de expresión, y cuyos gobiernos están sujetos a las normas constitucionales establecidas por la ciudadanía en el libre ejercicio de su soberanía, regido por los principios capitales de la división de poderes, la alternabilidad y el equilibrio de las autoridades y consagrado a producir la mayor suma de felicidad posible, la mayor suma de seguridad social y la mayor suma de estabilidad política.
Esta definición elimina adjetivaciones a la democracia – democracia y punto - y le impide a las tiranías que violan estos preceptos, cobijarse bajo su férula, sobre todo bajo la denominada “democracia autoritaria”, en la que supuestamente “el pueblo” delega; para siempre, en un solo hombre providencial todos los poderes y asume la servidumbre por la subsistencia de manera supuestamente voluntaria, pero, por si acaso, apuntada por los fusiles de “su ejército”, concepto que alcanza también a la llamada “democracia popular”, denominación que encubre el estatismo criminal del comunismo que confunde adrede “espacio público” con espacio del gobierno para liquidar las libertades y derechos ciudadanos, considerando que su perverso sistema es el único posible y por lo tanto toda disidencia o protesta debe ser reprimida con violencia extrema porque conspira contra los sagrados postulados del Estado – erigido en religión - corporificado en el líder supremo, tenedor de todas las acciones y valores.
5º Mandamiento
“Los hombres de luces y honrados son los que debieran fijar la opinión pública”: Este pensamiento lo plasma Bolívar en su correspondencia al general Francisco Carabaño, el 8 de octubre de 1828. En ella le expresa: “Los hombres de luces y honrados son los que debieran fijar la opinión pública. El talento sin probidad es un azote. Los intrigantes corrompen los pueblos, desprestigiando la autoridad. Ellos buscan la anarquía, la confusión, el caos, y se gozan en hacer perder a los pueblos la inocencia de sus costumbres honestas y pacificas”.
Según Kant, “opinión”, que deriva del latín “opinio” que significa creencia, conjetura, “es el hecho de tener algo por verdadero con la conciencia de una insuficiencia subjetiva tanto como objetiva del juicio que así lo expresa”. Es decir, que la opinión es la creencia o toma de posición por la que el sujeto pasa de la simple impresión a la afirmación decidida pero no sometida a examen crítico.
Por las características populares de la democracia en cuanto a la cuestión electoral, los demagogos han llevado al paroxismo la importancia de la “opinión pública”, al grado de considerarse el pensamiento social dominante para todas las decisiones en materia políticas, económicas, sociales, morales y hasta filosóficas, obviando el carácter emocional de la opinión pública, que suele estar influenciada por el medio ambiente, el entorno social, cultural y familiar, el carisma, el afecto, entre muchas influencias externas, como las modernas campañas mediáticas.
Cuando Bolívar expresa que deben ser los hombres de luces los que debieran fijar la opinión pública, se está refiriendo al pensamiento, a que la opinión de los ciudadanos debe ser el producto de un ejercicio intelectual y no de la emoción contaminante. Es necesario que la “opinión pública” se nutra del pensamiento de los “hombres de luces” porque ellos, según la definición de Kant, forman los conceptos a través del juicio, es decir, del acto del pensamiento por el cual tomamos conciencia de la relación entre las cosas o las ideas y afirmamos la verdad de dicha relación.
Y el segundo requisito que exige Bolívar para un formador de opinión pública, es la honradez. ¡Cuántos “líderes” políticos son simples enunciadores de valores! Usted los oye afirmar que la familia es la “célula fundamental de la sociedad”, cuando, en su vida privada, se caracterizan por el desprecio a la familia. Tienen decenas de hijos adosados al destino de la manera más irresponsable, en múltiples uniones infelices. “La verdad es la ausencia de contradicciones”, y un líder debe ser paradigmático para que su ejemplo sirva de contraste a lo pervertido de la sociedad.
Un líder que lo sea porque “se parece al pueblo”, cuando la realidad de ese pueblo es su desequilibrio ético, es una contradicción que revierte al “líder” en jefe de pandillas. Hay que recordar que cuando el pueblo trasciende éticamente, no necesita líderes. Y menos héroes. La voz honrado, en boca de Bolívar, es decir, de un hombre del siglo XIX, significa para nosotros “integridad”, que traduce a su vez recto, probo, intachable. Y así debe ser el político, una persona de elevados valores, honrado por definición, no porque no haya tenido oportunidad de robar, sin tacha pública ni privada.
Conozco muchos hombres así, pero se niegan a participar en la política precisamente por lo escatológico de su ejercicio actual. Venezuela ofrece hoy una insuperable oportunidad para los jóvenes talentos con inclinación social, para realizar una depuración del ejercicio de la política para llevarla a su exacta dimensión como ciencia del gobierno o teoría del Estado, que los impulse a conquistar el poder para el auténtico beneficio colectivo y no clientelar. Serán estos hombres y mujeres, provistos de conciencia inteligente, ética a prueba de tentaciones y compromiso decantado con la venezolanidad, los que guiarán la opinión pública de la Venezuela del mañana.
Hoy en día la juventud venezolana tiene el privilegio de poder generar una opción política que rompa con un pasado denigrante y con un presente oprobioso, cuyo eslabón es la corrupción, dando paso a la decencia y a la civilidad como doctrina para rescatar la política como herramienta de transformación social. No se trata de revolucionar sino de evolucionar a través de la justicia, el conocimiento y la generosidad. Continuará.
Rafael Marrón González
“...El sistema de gobierno más perfecto es aquel que produce mayor suma de felicidad posible, mayor suma de seguridad social y mayor suma de estabilidad política”:
Muchos creen ver en este pensamiento de Bolívar una posición utilitarista, en la que lo que priva es el resultado sin importar la vía, y por lo tanto una aceptación de las dictaduras, si eficientes, cuando es sabido que el costo en derechos y en atraso, sin mencionar al elevado costo de la recuperación del humanismo, que produce esta infame forma de gobierno hoy sometida al escarnio mundial, no compensa jamás los pírricos resultados económicos que preconizan sus reaccionarios seguidores.
Lo que Bolívar quiso decir en Angostura con “sistema de gobierno” fue precisamente “gobierno sistémico”, es decir, gobierno dependiente de un conjunto de normas que garanticen su eficiencia social, política y económica, para que tuviera como resultado las premisas mencionadas. Y el único sistema político capaz de producir la organización necesaria referida por Bolívar, es la democracia.
Lo que sucede es que la democracia se ha definido tradicional y simplistamente, por una premisa de Montesquieu, y sin mayor revisión ni adecuación posterior a las dinámicas políticas actuales, como “gobierno del pueblo”, con lo que sirve como fachada para cualquier andamiaje tiránico sustentado en la seducción y el soborno a una muchedumbre desclasada sin conciencia de nación, de libertad ni de progreso a la que se le ofrece la “igualdad” como señuelo.
La definición académica no se aleja mucho de esta primera referencia y sostiene que la democracia es un “régimen político en el cual la soberanía pertenece al conjunto de los ciudadanos sin distinción, es decir, al pueblo”, y la divide en representativa – que es la única posible - autoritaria - para incluir los regimenes despóticos que guardan las apariencias - y social - la que es llamada también “popular”, adjetivación que pretende conceder estatus democrático a dictaduras infames como la de los hermanos Castro en Cuba, porque realizan elecciones - a las que se suma ahora otra adjetivación divisoria imposible, la “participativa” – en la que el tirano de turno “participa” al pueblo sus decisiones de obligatorio cumplimiento.
La frase “régimen político” con la que se inicia esta última definición refiere a “conjunto de reglas o normas” es decir “sistema”. Y desde este punto sugiero una definición acorde con nuestras realidades y esperanzas, y sustentada en el enunciado de Bolívar: Democracia es el sistema político cuyos atributos son el Estado de Derecho, la celebración de elecciones libres, periódicas y justas, un régimen plural de partidos políticos, el respeto a los derechos humanos y a las libertades civiles, especialmente la libertad de expresión, y cuyos gobiernos están sujetos a las normas constitucionales establecidas por la ciudadanía en el libre ejercicio de su soberanía, regido por los principios capitales de la división de poderes, la alternabilidad y el equilibrio de las autoridades y consagrado a producir la mayor suma de felicidad posible, la mayor suma de seguridad social y la mayor suma de estabilidad política.
Esta definición elimina adjetivaciones a la democracia – democracia y punto - y le impide a las tiranías que violan estos preceptos, cobijarse bajo su férula, sobre todo bajo la denominada “democracia autoritaria”, en la que supuestamente “el pueblo” delega; para siempre, en un solo hombre providencial todos los poderes y asume la servidumbre por la subsistencia de manera supuestamente voluntaria, pero, por si acaso, apuntada por los fusiles de “su ejército”, concepto que alcanza también a la llamada “democracia popular”, denominación que encubre el estatismo criminal del comunismo que confunde adrede “espacio público” con espacio del gobierno para liquidar las libertades y derechos ciudadanos, considerando que su perverso sistema es el único posible y por lo tanto toda disidencia o protesta debe ser reprimida con violencia extrema porque conspira contra los sagrados postulados del Estado – erigido en religión - corporificado en el líder supremo, tenedor de todas las acciones y valores.
5º Mandamiento
“Los hombres de luces y honrados son los que debieran fijar la opinión pública”: Este pensamiento lo plasma Bolívar en su correspondencia al general Francisco Carabaño, el 8 de octubre de 1828. En ella le expresa: “Los hombres de luces y honrados son los que debieran fijar la opinión pública. El talento sin probidad es un azote. Los intrigantes corrompen los pueblos, desprestigiando la autoridad. Ellos buscan la anarquía, la confusión, el caos, y se gozan en hacer perder a los pueblos la inocencia de sus costumbres honestas y pacificas”.
Según Kant, “opinión”, que deriva del latín “opinio” que significa creencia, conjetura, “es el hecho de tener algo por verdadero con la conciencia de una insuficiencia subjetiva tanto como objetiva del juicio que así lo expresa”. Es decir, que la opinión es la creencia o toma de posición por la que el sujeto pasa de la simple impresión a la afirmación decidida pero no sometida a examen crítico.
Por las características populares de la democracia en cuanto a la cuestión electoral, los demagogos han llevado al paroxismo la importancia de la “opinión pública”, al grado de considerarse el pensamiento social dominante para todas las decisiones en materia políticas, económicas, sociales, morales y hasta filosóficas, obviando el carácter emocional de la opinión pública, que suele estar influenciada por el medio ambiente, el entorno social, cultural y familiar, el carisma, el afecto, entre muchas influencias externas, como las modernas campañas mediáticas.
Cuando Bolívar expresa que deben ser los hombres de luces los que debieran fijar la opinión pública, se está refiriendo al pensamiento, a que la opinión de los ciudadanos debe ser el producto de un ejercicio intelectual y no de la emoción contaminante. Es necesario que la “opinión pública” se nutra del pensamiento de los “hombres de luces” porque ellos, según la definición de Kant, forman los conceptos a través del juicio, es decir, del acto del pensamiento por el cual tomamos conciencia de la relación entre las cosas o las ideas y afirmamos la verdad de dicha relación.
Y el segundo requisito que exige Bolívar para un formador de opinión pública, es la honradez. ¡Cuántos “líderes” políticos son simples enunciadores de valores! Usted los oye afirmar que la familia es la “célula fundamental de la sociedad”, cuando, en su vida privada, se caracterizan por el desprecio a la familia. Tienen decenas de hijos adosados al destino de la manera más irresponsable, en múltiples uniones infelices. “La verdad es la ausencia de contradicciones”, y un líder debe ser paradigmático para que su ejemplo sirva de contraste a lo pervertido de la sociedad.
Un líder que lo sea porque “se parece al pueblo”, cuando la realidad de ese pueblo es su desequilibrio ético, es una contradicción que revierte al “líder” en jefe de pandillas. Hay que recordar que cuando el pueblo trasciende éticamente, no necesita líderes. Y menos héroes. La voz honrado, en boca de Bolívar, es decir, de un hombre del siglo XIX, significa para nosotros “integridad”, que traduce a su vez recto, probo, intachable. Y así debe ser el político, una persona de elevados valores, honrado por definición, no porque no haya tenido oportunidad de robar, sin tacha pública ni privada.
Conozco muchos hombres así, pero se niegan a participar en la política precisamente por lo escatológico de su ejercicio actual. Venezuela ofrece hoy una insuperable oportunidad para los jóvenes talentos con inclinación social, para realizar una depuración del ejercicio de la política para llevarla a su exacta dimensión como ciencia del gobierno o teoría del Estado, que los impulse a conquistar el poder para el auténtico beneficio colectivo y no clientelar. Serán estos hombres y mujeres, provistos de conciencia inteligente, ética a prueba de tentaciones y compromiso decantado con la venezolanidad, los que guiarán la opinión pública de la Venezuela del mañana.
Hoy en día la juventud venezolana tiene el privilegio de poder generar una opción política que rompa con un pasado denigrante y con un presente oprobioso, cuyo eslabón es la corrupción, dando paso a la decencia y a la civilidad como doctrina para rescatar la política como herramienta de transformación social. No se trata de revolucionar sino de evolucionar a través de la justicia, el conocimiento y la generosidad. Continuará.
Rafael Marrón González
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