6º Mandamiento
“La impunidad de los delitos hace que estos se cometan con más frecuencia, y al fin llega el caso de que el castigo no basta para reprimirlos”: En su Discurso a la Convención de Ocaña, el 29 de febrero de 1828, Bolívar insiste en atribuir a la lenidad en la aplicación de la justicia, la perversión de los pueblos: “La corrupción de los pueblos nace de la indulgencia de los Tribunales y de la impunidad de los delitos. Mirad que sin fuerza no hay virtud y sin virtud perece la República. Mirad, en fin, que la anarquía destruye la libertad…”.
Estos mensajes de Bolívar cobran inusual vigencia en estos tiempos de turbulencia política en los que parece haberse desdibujado su frontera con la decencia y el “vale todo” se inclina por la corrupción superlativa. Ya es normal en esta Venezuela de gobierno revolucionario – “robolucionario” lo bautizó el pueblo – la figura del delito sin delincuente: Una ligera visita a una hemeroteca de los últimos doce años nos refleja la comisión in crescendo de multimillonarias estafas al tesoro público que gozan de total impunidad, con el agravante de que los denunciantes se convierten en perseguidos políticos, así sean de la tolda gobernante.
Un escándalo delictivo tapa al otro a velocidad de vértigo: Desde el cobro de comisiones - que ha llegado al paroxismo con las compras innecesarias o excedentarias de artículos perecederos o chatarra militar - pasando por la directa apropiación indebida de fondos, como el extravío de millones de dólares en efectivo en actos de prestidigitación, hasta tráfico de narcóticos y armas, que generan una riqueza que se exhibe groseramente desatando una ola criminal – por imitación – que incorpora alarmante porcentaje de la fuerza de orden público, sin precedentes en la historia nacional, que disfruta también de absoluta impunidad.
Un ejemplo es que Venezuela ha sido declarada en instancias internacionales como la capital mundial del secuestro, lucrativa empresa delictiva que solo puede florecer ante la ausencia de gobierno o con su complicidad. La lucha contra la impunidad, invocando este pensamiento de Bolívar, debe ser la primera de nuestras preocupaciones ciudadanas ya que para el gobierno es una aliada que le procura la incondicionalidad lacaya que le es indispensable para sobrevivir en el poder.
7º Mandamiento
“La instrucción es la felicidad de la vida; y el ignorante que siempre está próximo a revolverse en el lodo de la corrupción, se precipita luego infaliblemente en las tinieblas de la servidumbre”: En abril de 1825, Bolívar escribe a su hermana María Antonia: “Escribe tú de mi parte, a los encargados en el Norte de la educación del joven Fernando Bolívar, encareciéndoles el esmero con que yo quiero que se eduque a mi sobrino. (…) Un hombre sin estudios es un ser incompleto...”.
De allí la importancia que Bolívar siempre concedió a la educación para crear republicanos, afirmando repetidas veces, como en octubre de 1825: “La Nación será sabia, virtuosa, guerrera si los principios de su educación son sabios virtuosos y militares: ella será imbécil, supersticiosa, afeminada y fanática si se la cría en la escuela de estos errores.
Por esto es que las sociedades ilustradas, han puesto siempre la educación entre las bases de sus instituciones políticas. (...) Las naciones marchan hacia el término de su grandeza, con el mismo paso con que camina la educación. Ellas vuelan, si esta vuela, retrogradan, si retrograda, se precipitan y hunden en la oscuridad si se corrompe o absolutamente se abandona”. O como en diciembre de ese mismo año, cuando expresa que “la salud de una República depende de la moral que por la educación adquieren los ciudadanos en su infancia”. Y previamente, en su Discurso al Congreso de Angostura, el 15 de febrero de 1819, alertó a los padres sobre su responsabilidad con la educación de sus hijos: “No puede ser buen ciudadano ni hombre honrado el que, olvidando que su familia pertenece más a la Patria que a sí mismo, descuida la educación de sus hijos. Todo padre de familia está obligado a inspirar a la suya amor a la Patria, a la libertad, a la virtud y al trabajo”.
Sin embargo es importante destacar que no se refería Bolívar, exclusivamente, al campo del conocimiento sino que planteaba la instrucción general del pueblo para hacerlo ciudadano, lo que traduciríamos hoy como educar al hombre y a la mujer en la convivencia pacífica y la tolerancia, en el uso consciente de su libertad con el debido respeto al derecho de los demás, en el compromiso ético que define su relación con la sociedad y sus instituciones. El fracaso de la educación, que tanta gente deplora hoy, no estriba en falencias del conocimiento sino en el ejercicio ciudadano.
No es posible que cada ladrón del erario sea egresado de nuestro sistema educativo. Cada violador de los derechos humanos haya sido formado académicamente en escuelas, liceos o universidades. ¿Ningún educador fue capaz de detectar las tendencias corruptas de estos individuos? Por ello este pensamiento de Bolívar no podemos limitarlo a la ignorancia como falta de información o desconocimiento, sino a la peor de las ignorancias que es la del que no es capaz de entender su rol en la sociedad.
Abogados expertos en bucear intersticios leguleyos para procurarles impunidad a los delincuentes. Médicos que dejan morir pacientes porque no tienen dinero. Políticos que aspiran ser elegidos por el pueblo para depredar el erario. Ningún político puede enriquecerse en sus actividades gubernamentales, sino es robando. Por eso el ignorante no entiende la democracia, no es capaz de discernir sus alcances ni de vislumbrar sus oportunidades.
Acostumbrado a depender de alguien o de algo, necesita la fuerza de la opresión para evitar sus propios desmanes. Es el que exige censura, porque no puede dominar sus instintos. Hay que prohibir la minifalda para protegerlo de su propia morbosidad. Roba porque no tiene razones para no hacerlo. Necesita un policía en cada esquina para que le impidan violar la ley. Incapacitado para tomar decisiones necesita quien las tome en su lugar. Este es el tipo de gente que se vuelca en turba violenta para expresar sus preferencias, que en su caso son elementales apetitos.
Es el que dice que “la revolución está por encima de las instituciones”, o que “prefiere la igualdad a la libertad”. Y volviendo a Bolívar, no olvidemos jamás, si en verdad somos bolivarianos históricos, no políticos porque es una aberración, “que un pueblo pervertido si alcanza su libertad, muy pronto vuelve a perderla, porque en vano se esforzarán en mostrarle que la felicidad consiste en la práctica de la virtud”.
8º Mandamiento
“El derecho de expresar sus pensamientos y opiniones de palabra, por escrito, o de cualquier otro modo, es el primero y más inestimable don de la naturaleza”: Esta convicción, como artículo de Fe, la expresa Bolívar en su Discurso al Congreso de Angostura el 15 de febrero de 1819, con la idea de que fuera incorporado a la Constitución que se aprobaría en esa instancia constituyente. Y como podemos apreciar, Bolívar no le confiere solamente valor constitucional a este derecho, sino que lo percibe como un fundamento del derecho natural, como un derecho fundamental, y establece que “es el primero y más inestimable don de la naturaleza”.
Es decir, que para Bolívar la libertad de expresión era supra constitucional y por lo tanto la violación de este precepto es un acto antibolivariano. Este pensamiento de Bolívar, profundamente democrático, se suscribe a la Carta Interamericana de la OEA, que establece en su artículo 4: “Son componentes fundamentales del ejercicio de la democracia la transparencia de las actividades gubernamentales, la probidad, la responsabilidad de los gobiernos en la gestión pública, el respeto por los derechos sociales y la libertad de expresión y de prensa.
La subordinación constitucional de todas las instituciones del Estado a la autoridad civil legalmente constituida y el respeto al estado de derecho de todas las entidades y sectores de la sociedad son igualmente fundamentales para la democracia”. En Venezuela, la resolución del veedor de la OEA, en su única visita de inspección en el país, pues el gobierno prohibió luego su acceso bajo subterfugios pueriles, determinó que la “libertad de expresión existe en Venezuela por el coraje de los periodistas”. Continuará.
Rafael Marrón González
“La impunidad de los delitos hace que estos se cometan con más frecuencia, y al fin llega el caso de que el castigo no basta para reprimirlos”: En su Discurso a la Convención de Ocaña, el 29 de febrero de 1828, Bolívar insiste en atribuir a la lenidad en la aplicación de la justicia, la perversión de los pueblos: “La corrupción de los pueblos nace de la indulgencia de los Tribunales y de la impunidad de los delitos. Mirad que sin fuerza no hay virtud y sin virtud perece la República. Mirad, en fin, que la anarquía destruye la libertad…”.
Estos mensajes de Bolívar cobran inusual vigencia en estos tiempos de turbulencia política en los que parece haberse desdibujado su frontera con la decencia y el “vale todo” se inclina por la corrupción superlativa. Ya es normal en esta Venezuela de gobierno revolucionario – “robolucionario” lo bautizó el pueblo – la figura del delito sin delincuente: Una ligera visita a una hemeroteca de los últimos doce años nos refleja la comisión in crescendo de multimillonarias estafas al tesoro público que gozan de total impunidad, con el agravante de que los denunciantes se convierten en perseguidos políticos, así sean de la tolda gobernante.
Un escándalo delictivo tapa al otro a velocidad de vértigo: Desde el cobro de comisiones - que ha llegado al paroxismo con las compras innecesarias o excedentarias de artículos perecederos o chatarra militar - pasando por la directa apropiación indebida de fondos, como el extravío de millones de dólares en efectivo en actos de prestidigitación, hasta tráfico de narcóticos y armas, que generan una riqueza que se exhibe groseramente desatando una ola criminal – por imitación – que incorpora alarmante porcentaje de la fuerza de orden público, sin precedentes en la historia nacional, que disfruta también de absoluta impunidad.
Un ejemplo es que Venezuela ha sido declarada en instancias internacionales como la capital mundial del secuestro, lucrativa empresa delictiva que solo puede florecer ante la ausencia de gobierno o con su complicidad. La lucha contra la impunidad, invocando este pensamiento de Bolívar, debe ser la primera de nuestras preocupaciones ciudadanas ya que para el gobierno es una aliada que le procura la incondicionalidad lacaya que le es indispensable para sobrevivir en el poder.
7º Mandamiento
“La instrucción es la felicidad de la vida; y el ignorante que siempre está próximo a revolverse en el lodo de la corrupción, se precipita luego infaliblemente en las tinieblas de la servidumbre”: En abril de 1825, Bolívar escribe a su hermana María Antonia: “Escribe tú de mi parte, a los encargados en el Norte de la educación del joven Fernando Bolívar, encareciéndoles el esmero con que yo quiero que se eduque a mi sobrino. (…) Un hombre sin estudios es un ser incompleto...”.
De allí la importancia que Bolívar siempre concedió a la educación para crear republicanos, afirmando repetidas veces, como en octubre de 1825: “La Nación será sabia, virtuosa, guerrera si los principios de su educación son sabios virtuosos y militares: ella será imbécil, supersticiosa, afeminada y fanática si se la cría en la escuela de estos errores.
Por esto es que las sociedades ilustradas, han puesto siempre la educación entre las bases de sus instituciones políticas. (...) Las naciones marchan hacia el término de su grandeza, con el mismo paso con que camina la educación. Ellas vuelan, si esta vuela, retrogradan, si retrograda, se precipitan y hunden en la oscuridad si se corrompe o absolutamente se abandona”. O como en diciembre de ese mismo año, cuando expresa que “la salud de una República depende de la moral que por la educación adquieren los ciudadanos en su infancia”. Y previamente, en su Discurso al Congreso de Angostura, el 15 de febrero de 1819, alertó a los padres sobre su responsabilidad con la educación de sus hijos: “No puede ser buen ciudadano ni hombre honrado el que, olvidando que su familia pertenece más a la Patria que a sí mismo, descuida la educación de sus hijos. Todo padre de familia está obligado a inspirar a la suya amor a la Patria, a la libertad, a la virtud y al trabajo”.
Sin embargo es importante destacar que no se refería Bolívar, exclusivamente, al campo del conocimiento sino que planteaba la instrucción general del pueblo para hacerlo ciudadano, lo que traduciríamos hoy como educar al hombre y a la mujer en la convivencia pacífica y la tolerancia, en el uso consciente de su libertad con el debido respeto al derecho de los demás, en el compromiso ético que define su relación con la sociedad y sus instituciones. El fracaso de la educación, que tanta gente deplora hoy, no estriba en falencias del conocimiento sino en el ejercicio ciudadano.
No es posible que cada ladrón del erario sea egresado de nuestro sistema educativo. Cada violador de los derechos humanos haya sido formado académicamente en escuelas, liceos o universidades. ¿Ningún educador fue capaz de detectar las tendencias corruptas de estos individuos? Por ello este pensamiento de Bolívar no podemos limitarlo a la ignorancia como falta de información o desconocimiento, sino a la peor de las ignorancias que es la del que no es capaz de entender su rol en la sociedad.
Abogados expertos en bucear intersticios leguleyos para procurarles impunidad a los delincuentes. Médicos que dejan morir pacientes porque no tienen dinero. Políticos que aspiran ser elegidos por el pueblo para depredar el erario. Ningún político puede enriquecerse en sus actividades gubernamentales, sino es robando. Por eso el ignorante no entiende la democracia, no es capaz de discernir sus alcances ni de vislumbrar sus oportunidades.
Acostumbrado a depender de alguien o de algo, necesita la fuerza de la opresión para evitar sus propios desmanes. Es el que exige censura, porque no puede dominar sus instintos. Hay que prohibir la minifalda para protegerlo de su propia morbosidad. Roba porque no tiene razones para no hacerlo. Necesita un policía en cada esquina para que le impidan violar la ley. Incapacitado para tomar decisiones necesita quien las tome en su lugar. Este es el tipo de gente que se vuelca en turba violenta para expresar sus preferencias, que en su caso son elementales apetitos.
Es el que dice que “la revolución está por encima de las instituciones”, o que “prefiere la igualdad a la libertad”. Y volviendo a Bolívar, no olvidemos jamás, si en verdad somos bolivarianos históricos, no políticos porque es una aberración, “que un pueblo pervertido si alcanza su libertad, muy pronto vuelve a perderla, porque en vano se esforzarán en mostrarle que la felicidad consiste en la práctica de la virtud”.
8º Mandamiento
“El derecho de expresar sus pensamientos y opiniones de palabra, por escrito, o de cualquier otro modo, es el primero y más inestimable don de la naturaleza”: Esta convicción, como artículo de Fe, la expresa Bolívar en su Discurso al Congreso de Angostura el 15 de febrero de 1819, con la idea de que fuera incorporado a la Constitución que se aprobaría en esa instancia constituyente. Y como podemos apreciar, Bolívar no le confiere solamente valor constitucional a este derecho, sino que lo percibe como un fundamento del derecho natural, como un derecho fundamental, y establece que “es el primero y más inestimable don de la naturaleza”.
Es decir, que para Bolívar la libertad de expresión era supra constitucional y por lo tanto la violación de este precepto es un acto antibolivariano. Este pensamiento de Bolívar, profundamente democrático, se suscribe a la Carta Interamericana de la OEA, que establece en su artículo 4: “Son componentes fundamentales del ejercicio de la democracia la transparencia de las actividades gubernamentales, la probidad, la responsabilidad de los gobiernos en la gestión pública, el respeto por los derechos sociales y la libertad de expresión y de prensa.
La subordinación constitucional de todas las instituciones del Estado a la autoridad civil legalmente constituida y el respeto al estado de derecho de todas las entidades y sectores de la sociedad son igualmente fundamentales para la democracia”. En Venezuela, la resolución del veedor de la OEA, en su única visita de inspección en el país, pues el gobierno prohibió luego su acceso bajo subterfugios pueriles, determinó que la “libertad de expresión existe en Venezuela por el coraje de los periodistas”. Continuará.
Rafael Marrón González
0 comentarios:
Publicar un comentario