Cuando denuncio al ladrón y al canalla sólo al canalla y al ladrón señalo

Cuando llamo ladrón al ladrón y canalla al canalla, sólo al ladrón y al canalla aludo. Ladrones y canallas suelen cobijarse bajo la pudibundez moral, la insulsa descalificación y las leyes dictadas ex profeso para acallar la voz tronante que los desnuda como canallas y ladrones. Nada me produce más satisfacción que contemplar los cadáveres insepultos de ladrones y canallas, aullando sus pútridas carnes las huellas de mi látigo, deambular ululantes en los muladares buscando un rincón para cavar sus tumbas con la sordidez de su moral deshilachada. ¡Silencio ladrones y canallas que, aunque los tiempos parecen favorecer a canallas y ladrones, este espacio es un reducto de la decencia y de la integridad!

3 de julio de 2011

EL PAÍS PENDE DE UN HUGO

Definitivamente Venezuela es un país triste, en pleno apogeo del portento científico y tecnológico del Siglo XXI, se disuelve en el mismo drama de aquella hora lánguida de 1935 en la cual se mantenía en vilo esperando que orinara Juan Vicente Gómez. Los goteos del lóbrego personaje, infectado de múltiples blenorragias, eran contados con meticulosa preocupación por los médicos de cabecera que hacían circular los rumores, en voz baja, medrosos y esperanzados, por los pasillos y callejones de aquella nación ruralizada para la esclavitud, que se mantenía en vigilia permanente por el moribundo poderoso, dueño de vidas y libertades.

El país dependía de aquella sonda milagrosa pero inútil, que aliviaba la vejiga del carnicero de La Mulera. Setenta y seis años después de aquella hora menguada para la dignidad de la patria, Venezuela vuelve a paralizarse por un cáncer, que mantiene en estado de postración al presidente, que sigue mandando desde territorio extranjero, sin el menor rubor por el desacato a los preceptos constitucionales que obligan al mandatario a depositar la autoridad en el vicepresidente de la República, para impedir el vació de poder que se genera por su prolongada ausencia temporal.

Y lo más graves es que ha acumulado tanta fuerza, y guarda tantos secretos, que nadie se atreve a discutir su santa voluntad, y ante el reclamo constitucional sus adulantes responden – para tapar su inutilidad - que Chávez estará ausente el tiempo que le de la gana, como si se tratara del dueño de una hacienda y no del presidente constitucional de una nación, con lo que se devela además que su liderazgo es imprescindible para el gobierno, donde, repito, no existe ni relevo visible ni sujeto alguno con los redaños suficientes para someterlo al carril de la legalidad en ninguna de las instancias correspondientes a los demás poderes públicos, llamados a velar por la constitucionalidad.

Al contrario, lo que ha evidenciado esta ausencia intempestiva de Chávez es que en Venezuela se está generando el síndrome de la Cenicienta, que a las doce de la noche volvió a ser la cochambrosa fregona que era antes del toque mágico del hada madrina. Aquí el hado padrino convirtió por arte de birlibirloque a un chofer de metrobús en flamante canciller de levita y pumpá y meñique levantado. A una oscura tipista de la PTJ en mandamás de la Asamblea Nacional – donde sigue mandando aunque no sea presidenta.

A guerrilleros analfabetos – que en contradicción con su comunismo militante, piden al pueblo rezar a Dios por la salud del Gran Encomendero, tal su desesperación - en diputados, ministros y contralores. A un maestro de cuarto grado de primaria en ministro de educación. A leguleyos pierde pleitos consuetudinarios, en magistrados y Fiscales. Y a una familia campesina de verbo gangoso en dispendiosa activista del yet set europeo.
Pero a la hora silente de la oscuridad todo vuelve a la normalidad. Desaparecen los disfraces y la cruel luz del mediodía nos muestra sus miserias.

Por eso es imposible esperar otra cosa que no sea el caos ante la ausencia de Chávez, pues el encapuchado tira piedra, que le quemaba el carro al humilde taxista que se aventuraba por su predios de violencia universitaria contra el sistema, nunca dejó de serlo, aunque el poder del hado lo haya encumbrado hasta la segunda instancia del poder ejecutivo, donde tiembla ante la posibilidad de tener obligatoriamente que cumplir con el mandato constitucional de asumir la presidencia de la República - delega poder a un mediocre y conocerás la dimensión de la idiotez.

Y el propio Chávez – solo ahora ante su inminente destino manifiesto - “un tumor abscesado con presencia de células cancerígenas” – debe sentir que el mundo se le vino encima, con su peso multiplicado por la inmensa ineptitud de su séquito de obedientes incondicionales, convocados por la voracidad rapiñosa de su hambre vieja, y una Fuerza Armada dividida, en la cual la institucionalidad puede activarse en su contra con funestas consecuencias para la democracia. Como la activó Gómez contra Castro. O Pinochet contra el bolsiclón de Allende.

Así que el país entero pende de un Hugo. Y no es que Chávez sea ningún dechado de aptitud y eficacia, sino que aprendió, con el doctor Frankestein caribeño, a mover los hilos que mantienen sujetas a sus faltriqueras las ambiciones descontroladas de sus creaciones artificiales, que hoy se desmoñan por el título de “delfín”.

Imagínense ustedes el desastre si Chávez debe permanecer tres meses fuera de Venezuela. Si con apenas unos días se abrió la caja de Pandora: Se agravó la crisis eléctrica y el diente roto de Rodríguez Araque – muy bueno para poner bombas y matar soldados venezolanos – no es capaz ni de hilvanar una frase creíble para paliar la angustia del pueblo afectado del interior de la república - porque en Caracas está prohibido que se vaya la luz, aunque la tierra se abra - por los cada vez más recurrentes apagones, que en los barrios de Ciudad Guayana suceden a diario y por tres y cuatro horas.

Estalló el escándalo de la cabilla en Sidor – que tiene los ingredientes de un pase de factura entre bandas rivales – y ahora menos se consigue cabilla, lo que, unido a la nula producción de la cementera dirigida por la esposa del Jaua, raspa la ilusoria Gran Misión Vivienda; un sangriento enfrentamiento en dos cárceles, una de las cuales sigue en poder de los pranes que se dan el lujo de retar abiertamente, por las redes sociales, al gobierno y a las Fuerza Armada; la violencia chavista en las empresas de Guayana cobra su primer muerto, digan lo que digan los demás; los médicos, cansados de tanto engaño, decretan un paro nacional, mientras se descubre convenientemente en un muelle de San Félix el alijo de droga más grande de los últimos años, el cual se presenta a la prensa y se liquida sin examen previo ni presencia judicial – el pueblo que no es zonzo como Chávez cree, sospecha que es un montaje para tapar los escándalos – y, de ñapa, Estados Unidos amenaza con nuevas sanciones:

La cara de muchacho a punto de llorar del equipo de gobierno, impotente para hacer frente a tan vasta responsabilidad, refleja la realidad de esa pobre gente elevada a los mayores niveles de ¿decisión? estatal por la varita mágica de la incondicionalidad, cuya mejor, muestra de su talante fue incitar a una rebelión armada para evitar una derrota electoral. Un gobierno que pende de un Hugo ni es gobierno ni es na´.

Y la revolución también…

Una esponjosa “parlamentaria” – debe ser repetitaria – del oficialismo declara ante los medios nacionales que “la fortaleza de la revolución está en “la conexión amorosa entre Chávez y el pueblo”: No en la eficiencia del gobierno revolucionario, no en la mejor calidad de vida que debería tener el pueblo después de doce años de mandato revolucionario con los más extraordinarios ingresos que haya tenido gobierno alguno en América y Europa; no en la paz y tranquilidad de la familia venezolana por la derrota del hampa despiadada, la eficacia de los servicios públicos, el pleno empleo y el accesible costo de la vida, no por haber dotado de una vivienda digna a cada venezolanos que la necesitara, no por haber eliminado la corrupción zampando a la cárcel a los corruptos que han saqueado a la nación en estos doce años.

No, por nada tangible: Por el amor. Esa infeliz declaración de devoción a Chávez – que desplaza hacia el pueblo el sentimiento personal de la susodicha - solo denota la imposibilidad cierta de esta revolución, que ha fracasado por dos razones:
La primera, porque la parte del pueblo venezolano que defiende la democracia y la libertad, le ha impedido avanzar, a pesar de sus tiránicos esfuerzos, con su lucha incesante e irrenunciable. Y en segundo lugar, porque nada que dependa de un solo hombre para existir, puede sobrevivir y no sobrevivirá.

El espanto que reflejan los avejentados y lívidos rostros de la nomenclatura oficial señala la verdad: Llegaron las doce de la noche a la Patria de Bolívar y el encantamiento ha desaparecido y lo que queda de la opulenta carroza y la princesa es una auyama destripada, unos ratones corriendo hacia sus ratoneras y una vieja harapienta y moribunda lanzando al aire sus quejidos lastimeros.

En conclusión

Decía el bitle Yon Lennon que llamamos “la vida” a todo lo que nos sucede sin haber sido planificado. Pues a Chávez le llegó “la vida” a cobrarle sus desmanes: Cuando accedió al poder, por equivocación popular, juró que iba a presidir los actos del bicentenario del 5 de Julio y cometió los actos antidemocráticos más repudiables para logarlo, pero llego “la vida” y se lo está dificultando.
Como le está poniendo fin a su revolución tapa amarilla. La que iba a durar por siempre. Porque su megalomanía la puso a pender de un Hugo. Y mientras más ineficaz el seguidor, más alto se elevaba, pues había Hugo para rato y podía permitirse encumbrar inservibles en cuanto incondicionales. Y esa fue su perdición. Nada se mueve si Hugo no lo decide y, por lo tanto, ahora, nada se mueve. Pendemos de un Hugo. Que Dios se apiade de la Patria.


Rafael Marrón González

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