Con cuánto
placer me enteré de la victoria de Henrique Capriles en los dos estados
occidentales de tu influencia intelectual. Es sumamente interesante el asunto
pues no se trata precisamente de poblaciones de holgura económica, al contrario
su precariedad es proverbial, pero cuánto orgullo exhiben hoy frente al
parasitismo transportado de emergencia, por tierra, agua y aire, a partir de
las tres de la tarde del domingo, que le dio el triunfo al candidato
continuista que ha sumido al país en la miseria y en el atraso, en los apagones
y en la inflación, en los siniestros petroleros y en los crímenes del hampa
-que, por cierto amenazó salir a asesinar si perdía Chávez, lo que certifica
que su impunidad es política de Estado- y eso nos permite reflexionar desde la
realidad sobre la pobreza producida por la ignorancia que le permite a
propuestas confiscatorias de las posibilidades individuales de desarrollo, en
función del progreso colectivo, elevarse por encima de la racionalidad y hasta
del más elemental sentido común, pues no es lógicamente posible, ni siquiera
considerar, que un pueblo que, en estos catorce años de gobierno chavista, ha
visto a sus hijos convertirse en víctimas o asesinos, que se ha empobrecido y
hasta indigentizado, que se ha visto impelido a convertirse en delincuente para
poder obtener una vivienda, cuya fuerza de trabajo ha perdido todos los
beneficios obtenidos en la democracia, en un etcétera angustioso, siga votando
por el culpable de su tragedia vital.
Solo un
pueblo de seres cuyo resentimiento social supera cualquier parámetro
psiquiátrico o cuya flojera lo hace pera fácil de la demagogia, es capaz de
atentar contra sí. Y de primera mano puedo certificar la dimensión del odio
inculcado por Chávez: un humilde obrero del Supermercado Santa María de La
Churuata, de Puerto Ordaz, en uso de su ignorancia supina -esa que se cree
superior a su lamentable realidad- me aseguraba que “la guerra civil hubiera
sido un hecho si Chávez hubiera perdido”. A ese diminuto cerebro nadie le ha
informado que su humanidad es carne de cañón en una guerra. Un pobre desechable
defendiendo los intereses de la más poderosa oligarquía que haya sentado raíces
desde el poder en América Latina.
Exactamente
la función del cucharón, servir la sopa sin sentir jamás el sabor de la sopa.
Pero esa estupidez derivada de la ingenuidad de la ignorancia que cree en los
poderes taumatúrgicos de la penca de zábila, es abusada por Chávez para usar
sus votos como mandato incontrovertible para usar los recursos de la nación
venezolana para imponer el castrocomunismo en cada país latinoamericano, y para
ello ha sustituido los ideales de superación social del pueblo ingenuo por una
supuesta participación heroica en una gesta antiimperialista que solo existe en
el discurso de un líder estigmático que depende del imperio hasta para
respirar, por lo cual la pobreza deja de ser un asunto a resolver para
convertirse en el sustrato imprescindible de su permanencia en el poder y de la
inmensa corruptocracia militarista que comparte su charca.
Capriles vs el Estado
También
estamos en perfecta sintonía con el análisis sobre nuestra participación en
este reto electoral, de suyo injusto y antinatural, pero lo aceptamos, y en
desventaja absoluta concurrimos a la campaña electoral, pues nuestro candidato
y los factores políticos -y hay que enfatizar lo de político por referente
democrático- se enfrentaron a toda la poderosa institucionalidad del Estado,
con recursos económicos inimaginables e inagotables, usados a discreción, sin
medida ni cortapisa -me gustaría saber si los chulos de Unasur se calarían el
brutal ventajismo de Chávez en sus elecciones particulares- y, con todo y eso,
su patético candidato y su inmenso aparato electo, gubernamental que tiene en
la nómina del Estado diez millones de asalariados, solo pudo obtener unos
cuantos votos por encima de su más alta votación histórica, y nosotros
obtuvimos dos millones de votos por encima de la nuestra con solo tres meses de
campaña. Y esa es nuestra victoria y nuestro orgullo.
Que el
sarampión le haya ganado la batalla a sanidad, no es una buena noticia para el
país. Pero ahora este adiposo “ganador” debe enfrentar -si la muerte no dispone
otra cosa- el inmenso desastre que su fracasado gobierno añoso ha ocasionado en
el país. Así que hasta bueno será para nosotros que haya ganado y cumpla su
inexorable destino histórico, porque seis años más o menos no significan mayor
cosa para la vida de un pueblo, pero son determinantes para la existencia
histórica de un hombre acabado como Chávez y su decadente proyecto parasitario.
En conclusión
Amigo, es
regocijante saber que en cada rincón de Venezuela, por humilde y apartado que
esté, existen venezolanos que apuestan por el progreso, y que somos siete
millones esos habitantes de la Venezuela altiva la que lucha a diario por
progresar por el trabajo, el estudio y la responsabilidad, que ve con mucha
vergüenza cómo un elevado número de compatriotas se han convertido en sumisos
dependientes, castrados por la subsistencia basal, sosteniendo sobre los
descalcificados huesos de sus espaldas la formidable estructura de la
multimillonaria nomenklatura oficial.
Ciegos a su
lastimosa realidad, son instrumentos propicios de su propia destrucción. Y lo
triste es que nada podremos hacer para convencerlos de su error, mientras en
esa masa prive el criterio de “la gran barriga”, cuya elemental saciedad empeña
su futuro. Pero es nuestro deber continuar intentándolo, por eso no nos es dado
flaquear ni rendirnos ni sucumbir al duelo por la derrota infligida por el
Estado a nuestra opción de progreso por el desarrollo del individuo.
Hay que
limpiarse la tinta del meñique y continuar la lucha que ha impedido que Fidel
Castro se apodere de nuestra patria aunque sí de nuestras riquezas. Hoy hay un
camino despejado hacia el horizonte, porque aunque por ahora seamos menos,
somos mejores y tenemos razón.
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