Cuando denuncio al ladrón y al canalla sólo al canalla y al ladrón señalo

Cuando llamo ladrón al ladrón y canalla al canalla, sólo al ladrón y al canalla aludo. Ladrones y canallas suelen cobijarse bajo la pudibundez moral, la insulsa descalificación y las leyes dictadas ex profeso para acallar la voz tronante que los desnuda como canallas y ladrones. Nada me produce más satisfacción que contemplar los cadáveres insepultos de ladrones y canallas, aullando sus pútridas carnes las huellas de mi látigo, deambular ululantes en los muladares buscando un rincón para cavar sus tumbas con la sordidez de su moral deshilachada. ¡Silencio ladrones y canallas que, aunque los tiempos parecen favorecer a canallas y ladrones, este espacio es un reducto de la decencia y de la integridad!

14 de octubre de 2012

Carta a Ronald Caraballo



Con cuánto placer me enteré de la victoria de Henrique Capriles en los dos estados occidentales de tu influencia intelectual. Es sumamente interesante el asunto pues no se trata precisamente de poblaciones de holgura económica, al contrario su precariedad es proverbial, pero cuánto orgullo exhiben hoy frente al parasitismo transportado de emergencia, por tierra, agua y aire, a partir de las tres de la tarde del domingo, que le dio el triunfo al candidato continuista que ha sumido al país en la miseria y en el atraso, en los apagones y en la inflación, en los siniestros petroleros y en los crímenes del hampa -que, por cierto amenazó salir a asesinar si perdía Chávez, lo que certifica que su impunidad es política de Estado- y eso nos permite reflexionar desde la realidad sobre la pobreza producida por la ignorancia que le permite a propuestas confiscatorias de las posibilidades individuales de desarrollo, en función del progreso colectivo, elevarse por encima de la racionalidad y hasta del más elemental sentido común, pues no es lógicamente posible, ni siquiera considerar, que un pueblo que, en estos catorce años de gobierno chavista, ha visto a sus hijos convertirse en víctimas o asesinos, que se ha empobrecido y hasta indigentizado, que se ha visto impelido a convertirse en delincuente para poder obtener una vivienda, cuya fuerza de trabajo ha perdido todos los beneficios obtenidos en la democracia, en un etcétera angustioso, siga votando por el culpable de su tragedia vital.

Solo un pueblo de seres cuyo resentimiento social supera cualquier parámetro psiquiátrico o cuya flojera lo hace pera fácil de la demagogia, es capaz de atentar contra sí. Y de primera mano puedo certificar la dimensión del odio inculcado por Chávez: un humilde obrero del Supermercado Santa María de La Churuata, de Puerto Ordaz, en uso de su ignorancia supina -esa que se cree superior a su lamentable realidad- me aseguraba que “la guerra civil hubiera sido un hecho si Chávez hubiera perdido”. A ese diminuto cerebro nadie le ha informado que su humanidad es carne de cañón en una guerra. Un pobre desechable defendiendo los intereses de la más poderosa oligarquía que haya sentado raíces desde el poder en América Latina.

Exactamente la función del cucharón, servir la sopa sin sentir jamás el sabor de la sopa. Pero esa estupidez derivada de la ingenuidad de la ignorancia que cree en los poderes taumatúrgicos de la penca de zábila, es abusada por Chávez para usar sus votos como mandato incontrovertible para usar los recursos de la nación venezolana para imponer el castrocomunismo en cada país latinoamericano, y para ello ha sustituido los ideales de superación social del pueblo ingenuo por una supuesta participación heroica en una gesta antiimperialista que solo existe en el discurso de un líder estigmático que depende del imperio hasta para respirar, por lo cual la pobreza deja de ser un asunto a resolver para convertirse en el sustrato imprescindible de su permanencia en el poder y de la inmensa corruptocracia militarista que comparte su charca.

Capriles vs el Estado

También estamos en perfecta sintonía con el análisis sobre nuestra participación en este reto electoral, de suyo injusto y antinatural, pero lo aceptamos, y en desventaja absoluta concurrimos a la campaña electoral, pues nuestro candidato y los factores políticos -y hay que enfatizar lo de político por referente democrático- se enfrentaron a toda la poderosa institucionalidad del Estado, con recursos económicos inimaginables e inagotables, usados a discreción, sin medida ni cortapisa -me gustaría saber si los chulos de Unasur se calarían el brutal ventajismo de Chávez en sus elecciones particulares- y, con todo y eso, su patético candidato y su inmenso aparato electo, gubernamental que tiene en la nómina del Estado diez millones de asalariados, solo pudo obtener unos cuantos votos por encima de su más alta votación histórica, y nosotros obtuvimos dos millones de votos por encima de la nuestra con solo tres meses de campaña. Y esa es nuestra victoria y nuestro orgullo.

Que el sarampión le haya ganado la batalla a sanidad, no es una buena noticia para el país. Pero ahora este adiposo “ganador” debe enfrentar -si la muerte no dispone otra cosa- el inmenso desastre que su fracasado gobierno añoso ha ocasionado en el país. Así que hasta bueno será para nosotros que haya ganado y cumpla su inexorable destino histórico, porque seis años más o menos no significan mayor cosa para la vida de un pueblo, pero son determinantes para la existencia histórica de un hombre acabado como Chávez y su decadente proyecto parasitario.

En conclusión

Amigo, es regocijante saber que en cada rincón de Venezuela, por humilde y apartado que esté, existen venezolanos que apuestan por el progreso, y que somos siete millones esos habitantes de la Venezuela altiva la que lucha a diario por progresar por el trabajo, el estudio y la responsabilidad, que ve con mucha vergüenza cómo un elevado número de compatriotas se han convertido en sumisos dependientes, castrados por la subsistencia basal, sosteniendo sobre los descalcificados huesos de sus espaldas la formidable estructura de la multimillonaria nomenklatura oficial.

Ciegos a su lastimosa realidad, son instrumentos propicios de su propia destrucción. Y lo triste es que nada podremos hacer para convencerlos de su error, mientras en esa masa prive el criterio de “la gran barriga”, cuya elemental saciedad empeña su futuro. Pero es nuestro deber continuar intentándolo, por eso no nos es dado flaquear ni rendirnos ni sucumbir al duelo por la derrota infligida por el Estado a nuestra opción de progreso por el desarrollo del individuo.

Hay que limpiarse la tinta del meñique y continuar la lucha que ha impedido que Fidel Castro se apodere de nuestra patria aunque sí de nuestras riquezas. Hoy hay un camino despejado hacia el horizonte, porque aunque por ahora seamos menos, somos mejores y tenemos razón.

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