Lo primero que hay que remarcar es que el
liberalismo - que la ignorancia moderna confunde con ser “conservador” - cuya
base es la libertad, es una de las creaciones políticas más portentosas de la
humanidad, que permitió a cualquier persona, sin distinción de raza, credo o
posición social ir al dentista, comprar un carro o inscribirse en la
universidad, y que colocó la igualdad – engañosa promesa comunista - en el
plano del acceso al conocimiento y ante la ley.
El capitalismo, por su parte, es su derivado económico,
solo posible por el ejercicio de la libertad – libre mercado, libre
concurrencia - cuya práctica codiciosa, que deriva en excesos especulativos
genera exclusión, pero es el único modelo capaz – demostrado hasta la
saciedad - de derrotar la pobreza y además es perfectible.
Sin embargo en este desolado país seguimos con
gobiernos que compran caro – usando los recursos de la educación, la salud y
los servicios públicos - para vender barato, destruyendo las posibilidades
productivas de la nación. No dudo que la repartición alegre y bonchona del
producto mágico de las riquezas del subsuelo, generen muchos votos
irresponsables al demagogo, pero el espectro de la miseria será siempre una
espada colgada de un hilo sobre esa masa deformada por el populismo.
Pensar que pueda existir un país sin pobreza es
utópico, porque siempre existirán individuos ganados para la inacción, la
improductividad y los vicios, cuyo génesis es la ignorancia, sin embargo, lo
deseable, es que esa porción sea reducida. Si a algo podemos aspirar, es a
pertenecer por derecho participativo, a una nación con gobiernos
alternativos, decentes, inteligentes, que castiguen la corrupción, inviertan en
servicios públicos esenciales y en seguridad interna y externa, y cuyos
habitantes, ascendidos en la escala del progreso por la cultura del trabajo –
no por el denigrante servilismo político - practiquen el cumplimiento de la
ley, el respeto al derecho ajeno y sean responsables de sus actos, porque esa
sería una nación próspera, bien alejada de caer en la tentación de escuchar los
cantos de sirena de la esquizofrenia ideológica socialista, cuya práctica ha
dejado la evidencia de su carácter destructivo de toda posibilidad de progreso
y así se lo hizo saber Fidel a Chávez, cuando este le anunció su disposición de
embarrar a Venezuela de socialismo:
¿Tú sabes que eso significa miseria para todo el
mundo? Solo un descerebrado puede creer que un sistema que niega la
productividad y la recompensa y persigue como delito la propiedad privada - una
herramienta sustantiva de la libertad y, sobre todo, elimina la condición
de individuo al ser humano para empotrarlo en la masa de conciencia colectiva –
dentro de la cual descollar es evidencia burguesa “porque todos “semos”
iguales” puede servir para erradicar la pobreza, a menos que sea uno de
esos perversos especímenes inservibles, que se sienten felices con la desgracia
ajena, así signifique su propia condena.
Frente a ese error intelectual solo existe el
camino del capitalismo sin ambages, que hoy en día, y a escala mundial, por
interés propio, pues necesita consumidores – esa es la razón de la integración
racial en USA - ha entendido la necesidad de integrarse en la lucha
contra la pobreza, con resultados sorprendentes.
Test para políticos Usted como político
con ambiciones de poder, ¿cree en la sociedad, producto liberal como conjunto
de individualidades con especificidades particulares responsable de su
subsistencia, o en la masa uniformada, de conciencia grupal mantenida en el
potrero del gobierno? ¿Considera la propiedad, así como la vida y la libertad,
derecho humano fundamental? Responda y ubíquese, porque las medias tintas
demagógicas han llenado el espectro político latinoamericano de una imposible
variedad de oportunistas que no reconocen que si en verdad quieren tener
éxito en el combate a la pobreza deben asumir prácticas capitalistas por el
medio de la calle, como incentivar la inversión privada, nacional y extranjera,
para aumentar la oferta de empleos y acceder a nuevas tecnologías, crear
alianzas comerciales estratégicas despojadas de tinte político, aumentar los
procesos productivos nacionales para aumentar las exportaciones, entre otras
variables.
Eso fue lo que hicieron Lula y Bachelet, que
emprendieron, sin ambages, programas capitalistas que permitieron a millones
salir de la pobreza hacia la clase media, como en China. Entendieron estos
gobernante que la izquierda es un sentimiento muerto: Muy buena para tirar
pinta y levantar carajitas, pero nefasta para gobernar un país.
En conclusión
El Estado no tiene porque ser el restaurante de la gran barriga nacional, sino un ente normativo y vigilante para que el pez grande no se coma al chico. Ninguno de estos socialistas se para ante la espantosa realidad a la que han llevado a los pueblos latinoamericanos estas idioteces repartidoras de dádivas públicas - forma socialista de “repartir la riqueza” rentista – que también se traduce en miríada de empleados públicos inoficiosos e ineficientes - que ha ocasionado la eclosión del parasitismo social, que también se ha creado en Europa, por las prácticas socialistas – cuando las depresiones económicas del siglo pasado sacudieron a España, millones de españoles buscaron trabajo en el resto del planeta, y con sus aportes rescataron la economía de su país, ahora se tiran de espaldas en la Gran Vía a exigirle a papá gobierno que los mantenga.
Chávez arranca su nuevo período convencido – sin
analizar violaciones, sobornos ni seducciones - de haber recibido el sagrado
mandato de continuar imponiendo su modelo comunista, y lo más sensato es
enfrentar esa estúpida magalla embustera, criminal y pervertidora de menores
con su antípoda, el liberalismo, pues, si al socialismo de Chávez, malo porque
es chavista, le anteponemos el socialismo de la oposición, buenecito porque no
es chavista, si es verdad que se acabó el pan de piquito. Por no decir una
barbaridad. Sale pa´llá.
Rafael Marrón González
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