Cada día me convenzo más – si las cosas siguen como van - del triste papel del siglo XXI en la historia universal: Será recordado como el Siglo de la idiotez, sencillamente porque ha ingresado a la toma de posesión de su era prescindiendo de las lecciones precedentes, con la frivolidad como su símbolo más conspicuo y los comerciales de TV sustituyendo la realidad en un universo de coleccionistas de baratijas tecnológicas que les atrofian las neuronas, lo que facilita su organización en domesticados rebaños de plácidas ovejas – crédulas y bocabiertas - que ofrendan su dignidad al supremo bien de dormir comidos y se desvelan por el suicido de las ballenas y el deshielo ártico – convenientemente publicitado con foros mundiales de alto nivel, a pesar de que la masa helada del planeta ha crecido 24% en los últimos años y los crudos inviernos europeos desmienten el fulano calentamiento global - mientras millones de niños sufren las calamidades de la miseria y de la explotación – la niñez debiera ser decretada patrimonio de la humanidad para evitar su deformación por carencia o por exceso - y mil millones de seres humanos expuestos al hambre evidencian la idiotez de un mundo que dilapida fortunas en equipamiento militar – 600 millones de dólares destina Latinoamérica para armarse mientras 54 millones de personas sufren desnutrición crónica - y hasta en desarrollo nuclear para exterminarse y viajes en busca de vida en Marte cuando hay tanta que proteger en la Tierra. Idiotez pura.
El mercantilismo insiste en mantener la obscena preponderancia de su exacerbada codicia en detrimento de la imprescindible racionalidad social que le permitirá sobrevivir en un mundo cada día más necesitado de conciencia inteligente para imponer la única paz posible: La que produce la justicia.
No es posible que el costo del transporte sea un obstáculo para llevar a millones de seres humanos famélicos los excedentes alimentarios que el Primer Mundo incinera en sus basureros. Idiotez pura.
Paraísos fiscales a cielo abierto cuidan celosamente las fortunas provenientes de la corrupción – que debe ser un delito de lesa humanidad porque produce hasta desnutrición infantil – que devasta las posibilidades de desarrollo de los empobrecidos pueblos del Tercer Mundo y carcome los cimientos de la moral pública al constituirse en vitoreado acto de viveza que denosta como pendejos a los honestos. Idiotez pura.
Los liberticidas – vencidos y humillados por el siglo XX – por su astucia financiera y la codicia de gobiernos devenidos comerciantes, vuelven a sus andadas, a sus anchas – diluyendo sus atroces crímenes en los intereses creados - con tribuna en las instancias internacionales, cual rutilantes astros intimidantes – estigmáticos erotizantes - seduciendo multitudes previamente idiotizadas por los vendedores de parcelas en el cielo. Idiotez pura.
La democracia permite que ajusten sus principios a capricho y la adjetiven – feroces tiranías de izquierda como la cubana son etiquetadas como “democracias populares” por la idiotez del izquierdismo europeo - consintiendo que la libertad se subordine a la igualdad por decreto revolucionario y abre las piernas para la violación consentida por los llamados a defender sus bastiones, para complacer al lumpen programado para la reproducción irresponsable - para solaz del populismo - específicamente con la finalidad de legitimar la prostitución del sistema de libertades que, por el esfuerzo individual, era su única posibilidad de dignificarse. Infame paradoja que traduce la idiotez de los pueblos que en verdad creen en la estupidez de que la ignorancia nunca se equivoca - porque lo dijo con sarcasmo un político derrotado - o que “la voz del pueblo es la voz de Dios”, especie de mantra para la voracidad de los autócratas que suele entronizar la equivocación popular.
El pasado como karma
Uno de los elementos fundamentales de la idiotez, que afecta a naciones enteras y a personalidades del supuesto universo de la inteligencia, es no admitir que el pasado es inmodificable e irrepetible. Por mucho que nos moleste la irreversible hazaña de Cristóbal Colón o la trata de esclavos – que hoy subsiste en la miseria emigrante y no por el color de la piel - de nada servirán las lamentaciones, salvo como evidencia de una baja autoestima. Las facturas por cobrar al pasado carecen de taquillas de pago en el presente.
Derribar una estatua de un despistado navegante – cuya rueda de prensa le confirió la propiedad del Descubrimiento - según la cursilería, encuentro de dos mundos - que colocó las tierras ignotas e incultas de lo que hoy es América en el mapamundi, es una estúpida destrucción de una obra de arte sin más consecuencias prácticas que la confesión del complejo de inferioridad de un pueblo idiota que sigue buscando fuera de sí las causas de su atraso y pobreza, obviando que si en lugar de Colón hubiera llegado un vikingo o un inglés, este pueblo no hubiera existido – incluyendo al grupo idiota que derribó la estatua - y que es irreal suponer que sin Europa este Continente se hubiera desarrollado por generación cultural espontánea.
Si esa energía pasadofílica se dedicara al trabajo creativo, a la innovación, al cultivo del conocimiento para el desarrollo de las potencialidades nacionales – gente y naturaleza - otra sería la realidad de estas naciones plagadas de miseria y sed. De una prisión de malhechores en ultramar surgió Australia, .una nación inserta en la modernidad - declarada por la ONU como el segundo mejor país del mundo para vivir, después de Noruega, debido a sus excelentes índices de calidad de vida en general - cuyas principales ciudades son una muestra de desarrollo arquitectónico - el Teatro de la ópera de Sidney es uno de los edificios emblemáticos del siglo XX - posee 800 mil millones de dólares de PIB, una población de 21 millones de habitantes, un ingreso per cápita de 37.500 dólares, 140 mil millones de dólares de ingresos por su diversidad de exportaciones y su moneda es la sexta más fuerte del mundo. Y eran delincuentes los padres de la patria, pero a nadie ocupa esa anécdota del pasado.
La culpa de la miseria latinoamericana - 200 millones de personas viven bajo la línea de pobreza y se considera indigente al 12% de la población - es la idiotez, tanto de sus dirigentes que desprecian las fórmulas económicas exitosas – atadas a la libertad – que han forjado al Primer Mundo y que han sacado en los últimos 50 años a cientos de millones de la pobreza, para especular con recetas esotéricas fracasadas – seducidos por el discurso banalmente justicialista de repartición “proporcional” de un “maná” providencial - como de sus pueblos susceptibles a la tentación del menor esfuerzo, que trabajan lo imprescindible para dejar de trabajar y que reaccionan alborozadamente al clarín del saqueo. Por eso tienen tanto éxito los demagogos del jet set que Oliver Stone eleva al estrellato - que les cambian votos al pueblo por la promesa de mantenerlo ronroneando en la charca de la miseria tradicionalista e inculta – que mientan “popular” - en la cual subsisten ilusiones como lo gratuito, la riqueza fácil y la felicidad. Por eso indigna la posición de la idiotez que exculpa a los pueblos de su cuota de responsabilidad política y moral, apelando al pobrecitismo parasitario que los considera en estado de adolescencia perpetua.
En conclusión
Por esta deplorable verdad, si queremos un mundo distinto hay que denunciar la idiotez, por muy conspicua que sea su procedencia, pues los idiotas – entre ellos los que reciben señales del Más Allá en sus blackberrys – y los pueblos barbarizados por la ignorancia consentida – a los cuales aquellos idiotas dicen lo que pueden hacer - están arrasando con la civilización.
Hay que dirigir toda la energía a construir una sociedad del conocimiento, de la razón, del pensamiento crítico, pero con un paralelo nivel de conciencia inteligente y alto sentido del respeto, de cuyo seno surjan pueblos formados para el progreso por el desarrollo de sus individuos y lideres auténticos – no mercaderes de la ignorancia - capaces y eficaces que sustituyan esta mavita porosa de zapateros, berlusconis, lulas, fideles, amadineyaces, obamas, sarcosies, kadafis, chaveces y demás idioteces que mantienen en vilo el futuro de la humanidad. Sale pa´llá.
Rafael Marrón González
El mercantilismo insiste en mantener la obscena preponderancia de su exacerbada codicia en detrimento de la imprescindible racionalidad social que le permitirá sobrevivir en un mundo cada día más necesitado de conciencia inteligente para imponer la única paz posible: La que produce la justicia.
No es posible que el costo del transporte sea un obstáculo para llevar a millones de seres humanos famélicos los excedentes alimentarios que el Primer Mundo incinera en sus basureros. Idiotez pura.
Paraísos fiscales a cielo abierto cuidan celosamente las fortunas provenientes de la corrupción – que debe ser un delito de lesa humanidad porque produce hasta desnutrición infantil – que devasta las posibilidades de desarrollo de los empobrecidos pueblos del Tercer Mundo y carcome los cimientos de la moral pública al constituirse en vitoreado acto de viveza que denosta como pendejos a los honestos. Idiotez pura.
Los liberticidas – vencidos y humillados por el siglo XX – por su astucia financiera y la codicia de gobiernos devenidos comerciantes, vuelven a sus andadas, a sus anchas – diluyendo sus atroces crímenes en los intereses creados - con tribuna en las instancias internacionales, cual rutilantes astros intimidantes – estigmáticos erotizantes - seduciendo multitudes previamente idiotizadas por los vendedores de parcelas en el cielo. Idiotez pura.
La democracia permite que ajusten sus principios a capricho y la adjetiven – feroces tiranías de izquierda como la cubana son etiquetadas como “democracias populares” por la idiotez del izquierdismo europeo - consintiendo que la libertad se subordine a la igualdad por decreto revolucionario y abre las piernas para la violación consentida por los llamados a defender sus bastiones, para complacer al lumpen programado para la reproducción irresponsable - para solaz del populismo - específicamente con la finalidad de legitimar la prostitución del sistema de libertades que, por el esfuerzo individual, era su única posibilidad de dignificarse. Infame paradoja que traduce la idiotez de los pueblos que en verdad creen en la estupidez de que la ignorancia nunca se equivoca - porque lo dijo con sarcasmo un político derrotado - o que “la voz del pueblo es la voz de Dios”, especie de mantra para la voracidad de los autócratas que suele entronizar la equivocación popular.
El pasado como karma
Uno de los elementos fundamentales de la idiotez, que afecta a naciones enteras y a personalidades del supuesto universo de la inteligencia, es no admitir que el pasado es inmodificable e irrepetible. Por mucho que nos moleste la irreversible hazaña de Cristóbal Colón o la trata de esclavos – que hoy subsiste en la miseria emigrante y no por el color de la piel - de nada servirán las lamentaciones, salvo como evidencia de una baja autoestima. Las facturas por cobrar al pasado carecen de taquillas de pago en el presente.
Derribar una estatua de un despistado navegante – cuya rueda de prensa le confirió la propiedad del Descubrimiento - según la cursilería, encuentro de dos mundos - que colocó las tierras ignotas e incultas de lo que hoy es América en el mapamundi, es una estúpida destrucción de una obra de arte sin más consecuencias prácticas que la confesión del complejo de inferioridad de un pueblo idiota que sigue buscando fuera de sí las causas de su atraso y pobreza, obviando que si en lugar de Colón hubiera llegado un vikingo o un inglés, este pueblo no hubiera existido – incluyendo al grupo idiota que derribó la estatua - y que es irreal suponer que sin Europa este Continente se hubiera desarrollado por generación cultural espontánea.
Si esa energía pasadofílica se dedicara al trabajo creativo, a la innovación, al cultivo del conocimiento para el desarrollo de las potencialidades nacionales – gente y naturaleza - otra sería la realidad de estas naciones plagadas de miseria y sed. De una prisión de malhechores en ultramar surgió Australia, .una nación inserta en la modernidad - declarada por la ONU como el segundo mejor país del mundo para vivir, después de Noruega, debido a sus excelentes índices de calidad de vida en general - cuyas principales ciudades son una muestra de desarrollo arquitectónico - el Teatro de la ópera de Sidney es uno de los edificios emblemáticos del siglo XX - posee 800 mil millones de dólares de PIB, una población de 21 millones de habitantes, un ingreso per cápita de 37.500 dólares, 140 mil millones de dólares de ingresos por su diversidad de exportaciones y su moneda es la sexta más fuerte del mundo. Y eran delincuentes los padres de la patria, pero a nadie ocupa esa anécdota del pasado.
La culpa de la miseria latinoamericana - 200 millones de personas viven bajo la línea de pobreza y se considera indigente al 12% de la población - es la idiotez, tanto de sus dirigentes que desprecian las fórmulas económicas exitosas – atadas a la libertad – que han forjado al Primer Mundo y que han sacado en los últimos 50 años a cientos de millones de la pobreza, para especular con recetas esotéricas fracasadas – seducidos por el discurso banalmente justicialista de repartición “proporcional” de un “maná” providencial - como de sus pueblos susceptibles a la tentación del menor esfuerzo, que trabajan lo imprescindible para dejar de trabajar y que reaccionan alborozadamente al clarín del saqueo. Por eso tienen tanto éxito los demagogos del jet set que Oliver Stone eleva al estrellato - que les cambian votos al pueblo por la promesa de mantenerlo ronroneando en la charca de la miseria tradicionalista e inculta – que mientan “popular” - en la cual subsisten ilusiones como lo gratuito, la riqueza fácil y la felicidad. Por eso indigna la posición de la idiotez que exculpa a los pueblos de su cuota de responsabilidad política y moral, apelando al pobrecitismo parasitario que los considera en estado de adolescencia perpetua.
En conclusión
Por esta deplorable verdad, si queremos un mundo distinto hay que denunciar la idiotez, por muy conspicua que sea su procedencia, pues los idiotas – entre ellos los que reciben señales del Más Allá en sus blackberrys – y los pueblos barbarizados por la ignorancia consentida – a los cuales aquellos idiotas dicen lo que pueden hacer - están arrasando con la civilización.
Hay que dirigir toda la energía a construir una sociedad del conocimiento, de la razón, del pensamiento crítico, pero con un paralelo nivel de conciencia inteligente y alto sentido del respeto, de cuyo seno surjan pueblos formados para el progreso por el desarrollo de sus individuos y lideres auténticos – no mercaderes de la ignorancia - capaces y eficaces que sustituyan esta mavita porosa de zapateros, berlusconis, lulas, fideles, amadineyaces, obamas, sarcosies, kadafis, chaveces y demás idioteces que mantienen en vilo el futuro de la humanidad. Sale pa´llá.
Rafael Marrón González
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