Para
eliminar esa vulgar contradicción entre su ser y su apariencia, el chavismo
tiene que asumir, sin la vergüenza que se le escurre por las costuras y que
tratan de ocultar con su actitud vociferante, que son golpistas de origen y
fascistas por definición:
El presidente
muerto – todavía es presidente hasta que se auditen los votos – salió la
madrugada del 4F a dar un golpe de Estado contra un gobierno de origen
constitucional, y fue derrotado y encarcelado hasta que Caldera lo indultó en
bien de la popularidad de su gobierno. Pero para asombro de la historia,
en un acto de prestidigitación – Fidel mediante – trucó aquel golpe chambón,
pero costoso en vidas y pérdidas materiales, en nada menos que en una
“revolución” y cabalgando en ella, cual Atila redivivo – por donde pasa mi
caballo no vuelve a nacer la legalidad - cometiendo tropelías, abusos y
violaciones, con el mayor desparpajo y sin asomo de escrúpulos, ingresó a la
práctica fascista que le es consustancial y a la que debe su éxito electoral
sin precedentes en la historia democrática, pues todo quien pretenda
rivalizarlo se debe enfrentar al formidable aparato del Estado, puesto al
servicio, sin rubor ni cortapisas, de los supremos intereses del partido,
gloriosa síntesis de la verdad revelada y única fuente de felicidad posible
para las masas irredentas, que desconocían la existencia del hielo hasta que su
magnificencia se los señaló en una de sus iluministas cadenas noveladas, pero
también, y la más seriamente importante, para miríada de enchufados de cuentas
bancarias mágicas, a las que les brotan los ceros a la derecha por reproducción
espontánea.
Esta es la
explicación sencilla del porqué la furia que embarga a los herederos del
difunto señor de los anillos – de seguridad – ante la sospecha de quiquirigüiqui
ceneista en las últimas elecciones, supuestamente ganadas también por el
presidente muerto, por interpósita persona, que exige prepotentemente ser
“reconocida” por la parte que, apegada a la legalidad, exige que se auditen los
cuadernos de votación primero, sencillamente porque el árbitro se encargó
personal y eficientemente de cubrir sus actuaciones con un espeso manto de
sospechas, obviando que el poder electoral además de ser imparcial debe
parecerlo, porque la gente maliciosa suele creer que todo lo que parece es, y
la vista gorda con el ventajismo insolente de la campaña electoral del gobierno
señala con demasiada certeza de cual pie cojea este árbitro, lo que es causal
de ilegitimidad para el ganador anunciado. Y cada hora que pasa, peor se pone
la cosa para la credibilidad de los involucrados, al grado de que el candidato
dado como perdedor, se atreve a sostener, con todas las implicaciones del caso,
en cadena nacional “ustedes se robaron las elecciones y las voy a impugnar”,
declaración que en segundos recorrió el mundo físico y virtual de la
información.
Fascista sin poder es inocuo
El
tercer “atributo” del fascismo de la godarria es la ignorancia supina –
“Capriles representa a la derecha reaccionaria”, ¡híjole! - de allí la oceánica
ineficiencia que ha caracterizado estos casi 15 años de desgobierno, y
esta ignorancia vital los lleva a descalificar como “fascistas” los reclamos y
protestas realizados por siete millones y pico de garza de ciudadanos
venezolanos que están convencidos de la comisión de ilícitos electorales que
dieron la victoria al candidato auténticamente fascista de esta contienda
electoral.
Y la respuesta
de los acusados es el escudo institucional y la grosera acusación de
actos de violencia, que, coincidencialmente, son un reflejo fiel de la conducta
histórica del chavismo, por lo que es justo suponer que han sido planificados
para desviar la atención de lo verdaderamente importante como es la repetición
de las elecciones por virosis en la fe pública.
Por esto hay que
aclararles a los señores del alto condumio que el fascismo es una forma de
ejercer el gobierno, no de oponerse a un gobierno malo. El fascismo ni siquiera
puede ser una propuesta política, pues sería inaceptable. Así que un fascista
en oposición es inocuo. Fascismo es la agresividad virulenta del presidente de
la Asamblea Nacional, a quien en el colmo del cinismo fascista se designa
“comisionado de paz”. Las amenazas de construir celdas especiales para los
líderes de la oposición democrática. Dejar sin su trabajo a padres y madres de
familia porque adversan al gobierno. Silenciar a la bancada opositora en el
Parlamento y negarles el salario. Aplicar cognomentos infamantes para despojar
de su condición humana al adversario político, es fascismo. El militarismo es
fascismo. El patrioterismo es fascismo. La coacción es fascismo.
Organizar grupos
violentos de amedrentamiento, perseguir por razones ideológicas, imponer
el sapeo en las relaciones laborales, crear un enemigo imaginario, “el
imperio”, para, a falta de eficacia, galvanizar a sus ingenuos seguidores en la
trampa de “la soberanía”, crear una situación de desestabilización artificial
para, con mentiras descaradas acusar a opositores, es fascismo. Ustedes,
machete, son fascistas. Y lo son porque están en el poder y lo ejercen de
manera sectaria, considerando a la mitad de la nación sus enemigos, sin
preguntarse por qué lo son.
Es una
volumétrica idiotez llamar fascistas a millones de ciudadanos que usan los
recursos constitucionales para reclamar, con marchas y cacerolazos, sus
derechos vulnerados. La violencia en sí es fascista cuando la organiza el poder
contra los derechos civiles. La violencia como expresión de la indignación del
pueblo contra un gobierno inservible que viola sus responsabilidades constitucionales,
no es fascismo, es arrechera. Y ustedes fascistas, no han sufrido todavía las
consecuencias de una arrechera popular. Y ese es su terror. Porque la temen.
Porque la deben. Le han mentido demasiado a este pueblo que votó para cumplir
una promesa a un muerto, pero eso no significa que apoye vagabunderías
fascistas, como robarse las elecciones. Y si no se las robaron,
pruébenlo.
Rafael Marrón González
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