Suele
encontrarse por allí al garete algún fulano que sostenga que el tarugo Pérez
Jiménez “ha sido el mejor presidente que ha tenido Venezuela”, basándose en la
obras de infraestructura que hizo en Caracas. ¿Esta aseveración es producto de
un análisis histórico o es simplemente una “opinión” contaminada por la
subjetividad? ¿Considerar a un monstruo liberticida “buen presidente”, es
pensar diferente a quienes con pruebas fehacientes lo consideramos un feroz
dictador y ladrón, o la confesión de alguien que siente vértigo ante la
libertad y prefiere resignar sus derechos a vivir en situación de riesgo? Un
ejemplo pueril puede graficar mejor el asunto:
¿Agregar salsa
de tomate a un lomito strogonoff, es pensar diferente o falta de cultura
gastronómica? ¿Un empresario que apoya al comunismo, piensa diferente o es un
estúpido codicioso que vende a sus verdugos el mecate con el que lo ahorcarán?
¿Una religión que considera a la mujer materia impura sin derechos humanos, y,
en general, a quienes no profesamos sus creencias, “excremento de camello que
ha comido excremento”, piensa diferente o es una peligrosa secta misógina
y criminal? ¿No será que estamos confundiendo “creer” con “pensar? Creer
diferente no es lo mismo que pensar diferente.
Pensar es un
acto reflexivo individual, creer es una acción inducida, masificada. Si creo no
necesito pensar. Y mientras más firme mi creencia, más tiempo tengo para no
pensar, pues hacerlo me pudiera producir una situación conflictiva al
encontrarme con la verdad desnuda, que es más fea de lo que se cree. Y, además,
miles de vacas no pueden estar equivocadas.
Por ello
teorizar sobre una creencia genera volúmenes de instructivos para aliviar el
dolor de la vida consciente o tener que llegar a conclusiones contradictorias
con la irresponsable manera de actuar. Por ejemplo, el caso de la pobreza
estructural: El pensamiento universal coincide que es una injusticia que hay
que eliminar, sin embargo existen varias propuestas diferentes para combatirla,
hasta aquella inhumana que sentencia a todos a ser pobres para eliminarla por
medio de la igualdad por debajo impuesta por las armas. Esa es una creencia
antinatural. No un pensar diferente.
Este tipo de
situaciones me hacen considerar que no existe tal “pensar diferente”, pues si
pensar es concebir, juzgar, razonar, para valorar y poder apreciar entonces no
es posible pensar excluyendo los principios de la lógica. Y, además, ¿“pensar
diferente a qué? A la razón, a la experiencia histórica, a la evidencia de la
modernidad y posmodernidad, que ambas conviven todavía.
El resultado de
pensar es la evolución, el desarrollo, el bienestar general, la ciencia y la
tecnología, las artes y la literatura. Si alguien dotado con el equipo de
pensar – es falso que sea dotación general – lo usa para delinquir, para
acceder al poder como fin totalitario, para la deshonestidad, es un enemigo de
la humanidad, infiltrado entre la gente. El pensamiento es libre y universal o
no es pensamiento sino dogma o ideología esquizofrénica impuestas desde el
miedo.
El infierno, el
hambre o un fusil son poderosos instrumentos de dominación estratégica, que
eliminan el peligroso factor pensar del comportamiento del hato humano a
dominar. Es por medio del pensar que se dilucida el bien y el mal, y si
existiera ese “pensar diferente”, el mal sería aceptado tal como el bien. Y es
que hasta se usa la palabra pensar fuera de contexto: “Piensa mal y acertarás
en lugar de “duda…”. Y ese mal uso del lenguaje induce estos errores.
Condenar a quien piensa
Así que no es
cierto que se persiga a quien “piensa diferente” a la ortodoxia de un régimen,
se condena sencillamente a quien piensa. Porque los regímenes autoritarios,
como el que sufre Venezuela, tienen creencias que asumen inmutables y
criminalizan el pensamiento libre que los juzga y les evidencia la verdad.
Porque, en el caso interno, ellos creen que su “revolución” es la alternativa
deseable y quien esté en contra es un enemigo del pueblo y de la patria. Y
están tan convencidos de que les asiste la razón – nunca razonada - que ni
siquiera con la evidente prueba del contraste de la realidad con su discurso,
rectifican.
Creer que es
posible desarrollar una nación castrando la individualidad y eliminando la
recompensa, no es pensar diferente, es no pensar en absoluto, pues con la más
ligera reflexión el resultado será negativo. Por eso el militarismo que les es
inmanente y que tampoco piensa diferente. Actúa diferente. A contrapelo de la
razón. El militarismo cree que por la fuerza de prohibir y obligar se convence.
De allí su estruendoso fracaso histórico. Y no logra entender cómo, por mucho
crimen que cometa contra la rebeldía esta sigue rebelándose.
Si el
militarismo pensara no lo sería. Jamás. Aunque la estupidez insista en creer
que es una opción. En ese mundo de orden y disciplina – en el del
pensamiento es lucidez y coherencia - pensar está prohibido, se obedece sin
cuestionar, por responsabilidad delegada. Y punto.
Por ello todos
los regímenes providenciales, que supuestamente tienen todas las respuestas al
sufrimiento humano, se sustentan en la coacción y el terror de un aparato
militar. El represor obedece órdenes. Dispara perdigones o balas a quema ropa
contra la disidencia. No piensa ni tiene conciencia. A él lo mandaron:
Obedezco, ergo existo. Y como el pensamiento es el espacio impune de la
libertad, no conviene permitir pensadores. Hay que liquidarlos. No porque
piensen diferente, sino porque enfrentan el credo universal que sustenta esa
barbarie, con el pensamiento, que es el auténtico partero de la historia, no la
violencia como sostenía el cretino de Marx, pues la violencia como medio
de edificar un orden nuevo es muy mal negocio y dura muy poco. Aunque
dure mucho.
La democracia producto de la razón
Y en el caso de
la democracia – en la cual se elige por creencias pero se debe gobernar
pensando - es un sistema – su praxis es sistémica - de gobierno perfectible,
producido por un ejercicio intelectual que no admite “pensar diferente” a sus
postulados, pues dejaría de ser democracia, por ello los adjetivos con la que la
personalizan los dictadores avergonzados no logran esconder su negación. Y es
precisamente a pensar, aunque sea para juzgar el orden interno de su realidad,
que la democracia tiene que enseñar al pueblo llano que conforma su capital
electoral, para cerrarles el paso a los flautistas del desastre que en su
oceánica ignorancia creen que “piensan diferente”. Sale p allá.
Rafael Marrón González
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