A sus veintitantos años mi tío Poli fue
prisionero de la Seguridad Nacional, la policía política del tarugo ladrón
Marcos Pérez Jiménez, porque en una alcabala encontraron unos panfletos
sindicales que había dejado, entre los asientos traseros de su carro, algún
amigo beneficiado con la “cola” de ocasión en aquellos tiempos de insuficiencia
de transporte público. Ya en la sede de la tétrica policía política, un esbirro
a tiempo completo le propinó una formidable patada en el estómago que mi tío
acusó con la extrañeza por la injusticia.
Y
cayó el tirano imbécil y con su huída vergonzosa se desplomó todo el andamiaje
de terror que sustentaba su estúpida tiranía. Y en una calle del centro de
Barcelona se encontró mi tío con aquel esbirro, que al momento de tenerlo en
igualdad de condiciones, despojado de su autoridad espuria, se le reveló como un
pequeño guiñapo, remedo de hombre, a quien mi tío levantó con una mano y guindó
de una reja de una ventana dejándolo colgado gimiendo por el perdón, venciendo
el deseo de desmotarle la precaria humanidad de un formidable vergajazo, de los
que mi tío propinaba en la frente a un becerro allá en el llano, para sentarlo
de ancas, sencillamente porque comprendió en aquel momento, ante las pataletas
de aquel cobarde, que las tiranías son solamente el escenario de hombres
inservibles, incapaces de ser algo sin el concurso del poder.
Sin
embargo la culpa histórica recae en la cabeza del régimen y escapan, salvo en
el caso del nazismo, la inmensa legión de serviles desalmados e inescrupulosos
sin cuyo concurso entusiasta no hubiera subsistido el tirano, un pobre tipo
asustado, rodeado de guardaespaldas - enfermo mental que se cree inmortal - al
que miríada de canallas de toda condición segregan privilegios.
Qué
tiranía puede sustentarse sin la complicidad de estas bestezuelas que escupen
sobre su historia por codicia. Y es un eje transversal que afecta desde la
intimidad familiar del déspota hasta el último portero de la más remota
institución del estado fusionado, en apretada síntesis, con la nómina del
gobierno. Jueces miserables. Fiscales que satisfacen sus bajos instintos
presenciando las sesiones de tortura para afianzar la ausencia de derechos de
la víctima. Militares mutados torturadores y asesinos. Funcionarios viles en
todas las instancias de poder.
Pero
también gente del pueblo como en Alemania o Cuba, donde bandas de descerebrados
sacaban a flote lo más perverso de su naturaleza ambivalente para agredir y
asesinar adversarios o perseguidos de la tiranía. Fue el pueblo alemán el
encargado de señalar a los judíos para que fueran exterminados. En contraposición,
la aristocracia alemana salvó miles de vidas.
En
Cuba, entre muchos casos contra intelectuales que alertaban el peligro de la
revolución, el admirado cantante Benny Moré fue víctima de una salvaje paliza
propinada por gente “del pueblo”, ebria del libertinaje prometido por Fidel
para someterlo. ¿Cómo se les ocurre a esos intelectuales estar en contra de mi
comandante? Y las babas les escurrían por los intersticios del odio por todo
aquello que les era inaccesible. Toda esa masa, sin principios éticos ni morales,
copa las estructuras del poder para complacer al tirano y hacer posible su
dominio sobre la libertad.
¡Así,
así, así es que se gobierna! Y cómo florece el espionaje voluntario y el sapeo
de amigos y familiares para lograr alguna prebenda que su falta de hombría les
impide obtener por su propio esfuerzo. Aquí en Guayana, en las empresas
básicas, decenas de inservibles se ocupaban de elaborar listas con los nombres
de los disidentes para hacer botar de su trabajo a honestos padres de familia,
que tenían la lucidez para vislumbrar la miseria que se cernía sobre esas
empresas que hoy son un lamento. Y de esa manera aquellos lastres sociales
encontraron el camino que los encumbró a posiciones jamás soñadas.
Malditos
inservibles que han llenado las páginas de la historia del más feroz
salvajismo. Basta que el tirano brame alguna miseria inhumana como “métanmele
30 años a esa mujer” para que implosione el estado de derecho. Las tres
hermanas Mirabal, asesinadas a garrotazos y sus cadáveres lanzados a un profundo
barranco, cumpliendo la interpretación de una supuesta orden del dictador
Trujillo, de República Dominicana, deberían tener una estatua en cada país
latinoamericano como evidencia de la barbarie de la que es capaz un inservible
con tal de hacer sonreír al tirano.
Pero si hay ejemplos de dignidad
Un
ejemplo de que sí es posible impedir la legitimación de un tirano, por mucho
miedo que se tenga, lo encontramos en el Consejo Supremo Electoral de 1952,
presidido por Vicente Grisanti, a quien Pérez Jiménez y los felones del
momento, quisieron obligar a firmar actas amañadas para dar visos de
legitimidad al fraude que arrebató el triunfo a URD, sin embargo, y a pesar del
poder omnímodo de los militares y la amenaza cierta de encarcelarlos si se
negaban – de hecho el rector Juan Saturno Canelón fue hecho prisionero - este
funcionario, que prefirió la clandestinidad, se niega y renuncia al cargo,
acompañado de la mayoría de la directiva, pero nunca falta un inservible, en
este caso fue elegido para aprobar la falsificación un fulano que la historia
de la infamia recoge con el nombre de Héctor Parra Márquez.
Sin
embargo esta estratagema debió ser acompañada de un estado de sitio en todo el
país y una brutal represión que desde ese momento pautó el destino del régimen
- ilegítimo a pesar de la falsificación autentificada por el inservible
necesario - que sucumbió cinco años después, gracias a la valentía de Vicente
Grisanti, solapada en la historia por los intereses creados alrededor del
poder, la cual debería ser tomada como ejemplo en estos tiempos de nulidades
encumbradas, para evidenciar el contraste. Por eso mi profundo desprecio por
toda esa canalla envilecida, por codicia o ignorancia, que sustenta
liberticidas. Sale pa´llá.
Rafael
Marrón González
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