Es
conocida la definición de “patria” como “tierra de los padres” o de los
antepasados, sin embargo en la praxis moderna, dado el profuso intercambio
migratorio, sólo puede significar “tierra de los hijos”, porque nuestra lucha
vital por tener una mejor patria está signada por el deseo de poder influir
para hacerla digna y próspera para el albergue gentil de nuestros
descendientes. Y desde esa perspectiva filosófica, “la patria es la gente” y
por lo tanto, todo aquello que lesione la moral pública o los intereses del
pueblo es traición a la patria.
Si
esta elemental definición
es difundida por los maestros en las escuelas y por los actores políticos,
abarcando todas las capas sociales, la conciencia de participación ciudadana y
de responsabilidad con el gentilicio, que en nuestro caso es la definición de
venezolanidad, se verían fortalecidas exponencialmente, porque sacaríamos el
concepto de patria de ese artificioso espacio exógeno al individuo, determinado
por el simbolismo abstracto de himnos, estatuas y banderas, regularmente
exaltador del pasado militarizado -ni los maestros egregios ni los
pensadores cuentan - que la hace tan vulnerable a las apetencias desmesuradas
de los cíclicos “salvadores” de patrias, aunque ya algunas naciones están,
aparentemente, escapando de esa maldición retrógrada.
Y
yo puedo dar fe de lo rápido que los escolares introyectan esta definición que
los inserta como parte sustantiva de la solución de los problemas sociales al
visualizar conscientemente que si la basura, por ejemplo, se pone en su lugar,
la patria, como entidad urbana, tendrá un rostro aseado. Qué si ellos
desprecian la violencia, la patria será pacífica. Hoy la patria sufre el
insulto de ser considerada una de las más criminales del mundo porque el
gobierno inepto perdió el control sobre el lumpen enloquecido por el dinero
fácil, que se dedica a
matar y a robar en lugar de a trabajar.
Hasta
mediados del siglo XX Venezuela era considerada una nación generosa, porque su
gente lo era, además de servicial, trabajadora y honesta. Y no soy de los que
creen que a Venezuela la corrompió la fiebre petrolera, sino que fuimos
perdiendo las riendas de la sociedad, porque una serie de gobiernos populistas
encontraron un filón electoral en la reproducción irresponsable del lumpen de
supervivencia basal, que hoy alarmantemente, por haber alcanzado un porcentaje
poblacional irracional, amenaza la estabilidad de la república como propuesta
democrática ascensional, y como se refugia en el hábitat de la pobreza como
oficio rentable – cómodo hábitat del vivir a la buena de Dios - se mimetiza con ella, cuando en
realidad es el depredador de su ambiente, de su paz y de su desarrollo.
A
esa práctica miserable es a lo que llamamos impúdicamente clientelismo
político, en realidad electoral, que ha llevado a no pocos inservibles a la
máxima magistratura en estos tierreros latinoamericanos, que parecen
impermeables a las lecciones de la historia, porque sus pueblos salivan ante la
oferta imposible de vivir sin trabajar, por lo que condenan al ostracismo a
todo quien les devele la verdad oculta tras el oropel del discurso
justicialista de los codiciosos enfurecidos que se consideran la alternativa
final de la humanidad.
Si la patria es la gente…
…
La responsabilidad suprema del Estado es con la gente, por lo tanto no es
concebible que la gente, que es la patria, haya llegado al extremo de miseria y
degradación, propiciada perversamente por el gobierno, que observamos en la
actualidad – la infamia de las colas ante la escasez, es un ejemplo - mientras
se despilfarran miles de millones de dólares en la promoción mundial de un
proyecto político históricamente fracasado, inviable y antinatural, como el que
intenta la ignorancia, al servicio del resentimiento social, imponer en
Venezuela por la fuerza del dinero petrolero o de las armas de la corrupción y
del miedo.
Por
ello es imperativo incorporarse a la lucha por el retorno a la vida democrática
plena, sin caudillos ni adjetivaciones seductoras, y convertir la escuela en
una herramienta de transformación cultural – cultura es conciencia de libertad
razonada – porque solamente a través de la cultura, que hoy se reduce a
enseñar medocridades
costumbristas que atan al sujeto al pasado,
es posible decantar las potencialidades del hombre para su conversión en
palanca de progreso por desarrollo.
Esto
significa que la educación per se no basta – miles de depredadores sociales son
egresados universitarios, una evidencia la puede usted encontrar en la bancada
oficialista de nuestra deplorable Asamblea Nacional, para no mencionar la
impudicia de los demás poderes públicos – como tampoco han servido las guerras
para imponer la conciencia de paz, ni las leyes draconianas para alcanzar la
integridad, ni la histeria hipócrita de un presidente para acabar con la
corrupción. Así como de nada sirve la condena al infierno implícita en desear la
mujer de tu prójimo.
En conclusión
Un pueblo que busque la solución a sus
problemas sociales en la munificiencia de una dictadura militarista, es un
inmenso peso muerto colgado al cuello del desarrollo, que imposibilita el
progreso general de cualquier nación, por mucha riqueza que le regale la
naturaleza. Y en este país hay demasiada gente – y lo peor es que sigue
naciendo – sin la menor idea de la importancia de su aporte individual para el
progreso personal, familiar y nacional ni ninguna disposición para entender la
diferencia entre parásito y hombre, a quien importa un carajo derechos,
constituciones y libertades civiles, pues sobreviven bajo el lema “barriga
llena corazón contento”, que es lo traduce el eslógan estúpido “vivir viviendo”
– ven a mí y te doy tu electrodoméstiquito mientras te mantengas tranquilo y
viendo pa´bajo en tu cola, votando por mí y defendiendo la revolución un
bolívar pa´ti, un dólar pa´mí. Sale pa´llá.
Rafael Marrón
González
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