Cuando denuncio al ladrón y al canalla sólo al canalla y al ladrón señalo

Cuando llamo ladrón al ladrón y canalla al canalla, sólo al ladrón y al canalla aludo. Ladrones y canallas suelen cobijarse bajo la pudibundez moral, la insulsa descalificación y las leyes dictadas ex profeso para acallar la voz tronante que los desnuda como canallas y ladrones. Nada me produce más satisfacción que contemplar los cadáveres insepultos de ladrones y canallas, aullando sus pútridas carnes las huellas de mi látigo, deambular ululantes en los muladares buscando un rincón para cavar sus tumbas con la sordidez de su moral deshilachada. ¡Silencio ladrones y canallas que, aunque los tiempos parecen favorecer a canallas y ladrones, este espacio es un reducto de la decencia y de la integridad!

24 de abril de 2010

¿Gobiernos merecidos?

Una antigua conseja descalificadora expresa que los pueblos tienen los gobiernos que se merecen, yo no puedo compartir es infamia, aunque estoy convencido del importante papel de la ignorancia en la elección de sujetos inmorales – que no tienen currículo sino prontuario - de quienes estúpidamente se espera gobiernos morales.

El caso más reciente es el de Uruguay donde el pueblo entregó el poder a un sujeto – perteneciente a esa secta de asesinos que mientan “comunismo” - que ordenaba crímenes desde la cárcel, como fue demostrado en el caso del policía José Leandro Villalba, “el funcionario policial, que descubrió a José Mujica, prófugo de la Justicia, tomando copas en un bar y avisó a un comando que detuvo al guerrillero.

Más tarde, Mujica ordenó la muerte del policía, que fue asesinado a balazos por la espalda por un comando tupamaro, el 10 de enero de 1971, dejando los subversivos unos volantes, que decían: “Así pagan los traidores”. La pregunta es: ¿Qué traidores? Si Villalba era policía, y cumplía con su deber de luchar contra quienes asesinaban, robaban y secuestraban en plena democracia”. Mujica fue sentenciado por ese homicidio.

Otro crimen de Mujica, ordenado desde la cárcel, “fue el asesinato del jefe de seguridad del penal de Punta Carretas, Inspector Rodolfo Leoncino, por el hecho de no transar acuerdos con los tupamaros presos en esa cárcel. El encargado de asesinarlo, como bien lo ha reconocido públicamente, fue, entre otros, el ex ministro de Trabajo del gobierno de Tabaré Vásquez, Eduardo Bonomi – designado por Mujica Ministro del Interior - quien disparó cobardemente por la espalda al policía, el 27 de enero de 1972, mientras éste aguardaba un autobús en una parada cercana a su domicilio”. Pero esos casos puntuales son apenas una muestra, pues, como escribe un periodista uruguayo, “la lista de inocentes muertos por la guerrilla es extensa”.

Sin embargo el pueblo uruguayo lo eligió presidente de su nación y los izquierdistas del planeta celebran la conversión de este alacrán sanguinario que llenó de miedo, dolor y luto a la sociedad uruguaya, en oveja de paz y concordia, echando al peligro del olvido que este sujeto participó en 58 secuestros, allanó casas de familias, asaltó farmacias, bancos, fábricas, tiendas y fue encarcelado por 14 años para salir en libertad a hacer política luego de haber apaciguado – según esperan los bocabiertas – su naturaleza criminal.

¿Qué moral puede tener un pueblo sin sentido común, que elige a un sujeto de estas características para guiar los destinos de su nación, cuyo gabinete está integrado por posesos sanguinarios convencidos de que ningún ser humanos que piense diferente a ellos es digno de vivir? ¿Eso no es similar a colocar pederastas a cuidar niños? La justificación para elegir a este inescrupuloso que propició una reacción militar desmedida y también criminal, fue “que pidió perdón al país” reconociendo que se había equivocado al elegir el crimen como vía alterna a la política - ¿y el montón de muertos? - y el pueblo lo perdonó y acogió en su regazo para sacarle los gases.

¿Tiene capacidad ese pueblo para certificar – como Dios – la sinceridad de este liberticida? Sólo Dios tiene la capacidad de escudriñar el corazón del hombre, por lo tanto es el único con facultad para perdonar.

El patético caso Venezuela

Y es que el estamento democrático continental ha establecido que basta que los delitos cometidos por una naturaleza asesina se cubran como actos políticos para que la democracia se espernanque y permita que le socaven la integridad propiciando que los criminales logren por el engaño seductor lo que no pudieron por las armas: Destruir la democracia y eternizar su ideología en el poder.

Ninguna legislación contempla tal lenidad, que se acomete invocando la “reconciliación nacional” – como fue el caso del gobierno de Caldera con Chávez - lo que siempre finaliza con la democracia entregándoles el poder a sus enemigos con la esperanza de que el arrepentimiento del salvaje sea sincero – “Chávez no es así” - y no destruya a patadas el orden republicano, lo que siempre, al final, ocurre, como está ocurriendo con la edificación del Poder Popular en Venezuela para derogar la democracia liberal representada en la Asamblea Nacional, que será sustituida en días por una Asamblea Comunal dependiente de Miraflores, ahora de manera oficial.

Con la actitud del pueblo uruguayo o argentino, con ese par de rufianes que han sido siempre los Kirchner, o paraguayo, con el sinvergüenza de Lugo, o el nicaragüense – que eligió a un sádico y “ladrón” según la oposición de su país – o el deplorable caso de El Salvador que prefirió al candidato de una feroz organización criminal como el FMLN que sembró el terror en esa empobrecida nación con el apoyo de Fidel Castro.

El pueblo venezolano elevó – contra toda advertencia - a la dignidad presidencial a un enemigo furibundo de las instituciones del Estado democrático – las que suprime por el paralelismo gubernamental – porque buscaba desesperadamente un vengador de agravios, quien desde su llegada al poder informó claramente al país de sus intenciones totalitarias – “hasta el 2021” y ahora hasta el 2030 - que posteriormente fueron amparadas bajo la ideología castrocomunista, pero la sociedad de intereses creados se negó a escuchar el mensaje claro y fuerte que emitía contra los derechos ciudadanos, como la libertad de prensa (constreñida por métodos de apariencia legal); la propiedad privada – que para existir debe subordinarse a la revolución – el empresariado, los sindicatos, todo bajo el eufemismo de un Estado de legalidad ad hoc subordinado a la voluntad del caudillo que conforma hordas de débiles mentales uniformados para acallar toda expresión que choque con su proclama igualitarista demagógica, que esconde su obsesión enfermiza por el disfrute orgiástico del poder sustentado en la masa seducida por la venganza impune, la repartición de limosnas infamantes y su íntima asociación con la tenebrosa banda de los Castro que han sumido a Cuba en 51 años de ignominia.

Venezuela debe rescatar su dignidad

Pero a pesar de estar a la vista del mundo que este un gobierno inepto y corrupto – “un caudillismo rural militar con una manguera de petróleo”, según Felipe González - que ha degradado la productividad del país en un 47 % durante sus once años de disparates oficializados – “el mapa genético del gusano es idéntico al mío y el de la mosca al de ustedes” - colocándolo por debajo de países mucho más pobres como Argelia, Uganda y Kenia – que la economía venezolana es la única que retrocede en el subcontinente y su deuda es considerada como la más riesgosa del mundo y que ha sido absolutamente ineficaz en la solución y prevención de los graves problemas nacionales, entre ellos la brutal inseguridad, la precariedad de los servicios públicos, la inflación más alta del continente y una de las mayores del mundo, escasez de muchos productos básicos, aunado al desempleo – seis millones de venezolanos están desempleados o subempleados, lo que ha aumentado la pobreza exponencialmente - producido por el miedo de los inversionistas nacionales y extranjeros, todavía Chávez sigue contando con un elevado porcentaje de popularidad que solamente puede explicarse desde la perspectiva de un pueblo sin horizontes que se niega a enfrentar el porvenir y necesita al insultante “padrecito Stalin” para sobrevivir en la indignidad.

En conclusión

Si en Colombia no llega a la presidencia un estadista con el coraje de Álvaro Uribe, para defender la democracia y el Estado de derechos, los criminales y narcos de las FARC ya estarían disponiendo del Estado colombiano, con el aplauso del pueblo deglutidor de miserias.

Por esa misma causa la historia reconocerá el temple de los hondureños que sacaron a trompadas a quien quiso violar su constitución para enjalmar el país al castrocomunismo internacional, viudo inconsolable de la dantesca Unión Soviética, que solamente puede destruir, pues esa canalla está impedida genéticamente para construir y allí están las ruinas que ha dejado por donde ha tenido la desgracia de transitar.

Esto nos indica que América Latina – con algunas excepciones – sufre de una grave deficiencia de moral pública que la arrastra hacia su perdición si las fuerzas democráticas continentales no se unen en un solo bloque para combatir la ignorancia y propiciar el progreso colectivo por el desarrollo de sus individuos.

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