Cuando denuncio al ladrón y al canalla sólo al canalla y al ladrón señalo

Cuando llamo ladrón al ladrón y canalla al canalla, sólo al ladrón y al canalla aludo. Ladrones y canallas suelen cobijarse bajo la pudibundez moral, la insulsa descalificación y las leyes dictadas ex profeso para acallar la voz tronante que los desnuda como canallas y ladrones. Nada me produce más satisfacción que contemplar los cadáveres insepultos de ladrones y canallas, aullando sus pútridas carnes las huellas de mi látigo, deambular ululantes en los muladares buscando un rincón para cavar sus tumbas con la sordidez de su moral deshilachada. ¡Silencio ladrones y canallas que, aunque los tiempos parecen favorecer a canallas y ladrones, este espacio es un reducto de la decencia y de la integridad!

3 de abril de 2010

¡¡ Hay vida antes de la muerte !!!

Sí, leyeron bien, no es una perogrullada, ¡¡¡hay vida antes de la muerte!!!, pero hay tanta gente confundida buscando desesperadamente la vida ¡después! de la muerte – cosa que esperamos sea cierto aunque yo preferiría seguir aquí donde conozco - que se olvida completamente de vivir su vida y se llena de prohibiciones, complejos y tabúes que les impide disfrutar a plenitud esos momentos fugaces – algunos más o menos prolongados – de alegría que en nuestra hipérbole semiótica llamamos felicidad, como bien acota Fernando Savater.

Y es que, en esa extraña actitud ante el esplendor de posibilidades que traduce estar vivo – complicadas por el sofisma rico-pobre - nos hemos convertido en exégetas de la muerte – contradicción fundamental de quienes preconizan la inmortalidad del alma - llegando al colmo de gastar cifras escandalosas en entierros de cadáveres de familiares que jamás pudieron disfrutar en vida ni una mínima porción de ese derroche.

Urnas con acabado de piano y curvas lujuriosas, con playstation, teléfono celular, bar y aire acondicionado para albergar el saldo de una vida de privaciones, que será inhumado en un hoyo que se cotiza en Wall Street, porque él o ella “se lo merece”, sin embargo, que agradecido hubiera partido ese difunto si ese dineral se le hubiera ofrecido en vida para darse una vueltecita por Europa, que ya de su cadáver se encargará salubridad, por imperativos de la realidad.


Así que es necesario, muy necesario, que comencemos a pensar seriamente en que hay vida antes de la muerte y actuemos debidamente según esa certeza.

Podríamos comenzar por amarnos un poco a nosotros mismos, sin caer en el narcisismo, por supuesto, para frenar la banalización de la vida que tantas desgracias ha traído a la familia, imponiéndonos como disciplina derrotar nuestra ignorancia en materias tan sensibles como el arte de vivir, de compartir y de amar sin condición.

Sí lográramos ese propósito nos sorprendería encontrar lo que llamamos justicia, en un mandamiento sencillo, como su vida misma, del carpintero de Galilea: “Ama a tu próximo como a ti mismo”, pues nadie que no se ame adecuadamente puede amar al otro por cercano que sea.

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