Uno de los anzuelos de pescar ingenuos que enarbola el socialismo para convencer de lo machete que es ser esclavo es que al ser el Estado el gran poseedor de las riquezas nacionales, su gobierno será como un amoroso padre bienhechor responsable de la mínima necesidad del pueblo.
El propio Bolívar – contradiciendo su axioma que establece, como Adam Smith, que la riqueza de las naciones proviene de la laboriosidad de sus ciudadanos - no escapó a esta tentación de ofrecer la mano bienhechora del gobierno para procurar el progreso del país: En el Discurso al Congreso de Angostura - que no refleja su verdadero pensamiento político porque fue un ejercicio diplomático para los países libres del mundo, especialmente Inglaterra, tal como lo expresa en carta a Santander el 27 de Diciembre de 1825: “El discurso que daré (en Bolivia) para probar su utilidad será muy fuerte. No dudo que será mejor que el otro de Angostura, pues ya no estoy en trance de transigir con nadie”,
Bolívar desliza esta fase que ha servido a todos los dictadores de su América para erigirse herederos de su pensamiento: “¿Quién puede resistir el imperio de un Gobierno Bienhechor, que con una mano hábil, activa y poderosa dirige siempre, y en todas partes, todos sus resortes hacia la perfección social?”. Aquí encontramos la síntesis del poderoso Estado centralista y totalitario que propugna el “bolivarianismo” transcontinental, de Chávez a Mugabe pasando por Tirofijo y Fidel.
Qué contraste con el pensamiento de los fundadores de los Estados Unidos que basaron su Constitución en el precepto filosófico que consagra que “Los gobiernos se instituyen entre los hombres sólo para asegurar sus derechos inalienables a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad!”.
Lo que genera la envidia a los gringos
Suelo recordarles a los furibundos enemigos de los Estados Unidos que esa nación fue construida por colonos que llegaron a un desierto donde todo tuvo que ser construido. No había a quien pedirle ayuda ni a quien comprarle nada. No existía Fondo Monetario Internacional ni Banco Mundial y mucho menos “gobiernos de mano habilidosa y bienhechora”. Tuvieron que domesticar la tierra, producir, fabricar e inventar todo lo que hoy está al alcance de toda la humanidad. Y ese espíritu de trabajo y progreso es el que ha faltado en muchos países penetrados por la pobreza, como los latinoamericanos.
Fueron hombres y mujeres absolutamente comprometidos con la convicción de que es el trabajo, el estudio y la responsabilidad lo que genera progreso. Y, por eso, el Estado es una institución al servicio de la sociedad, y los gobiernos, sin importar el signo político, son herramientas de continuidad administrativa, sucesivas y alternativas, de la sociedad cuya trilogía leyes, dinero y votos constituye la base de su armonía productiva.
Por eso es tan envidiado este país, porque se nota el bulto de sus realizaciones y no se reflexiona sobre una larga historia de trabajo constante y esfuerzo productivo, cuyo desarrollo es atribuido, sin mayor sentido crítico, al asalto a las riquezas naturales de sus vecinos. Este es el manido argumento de Fidel, ahora calcado por Chávez y coreado por los vagos “antiimperialistas” del planeta. Cuba está en la miseria por el embargo yanqui, pero nada dicen de los multimillonarios subsidios en dólares recibidos durante décadas de la Unión Soviética, desviados a cuentas privadas en Suiza por la nomenclatura cubana.
Latinoamérica no surge económicamente porque los Estados Unidos, que le compra el 50% de todo lo que produce, es rico: En Venezuela, con un ingreso petrolero y fiscal superior a los 900.000 millones de dólares durante los casi doce años de revolución personalista y autoritaria de Chávez, ha aumentado la miseria y la marginalidad porque los Estados Unidos existen. Argumentos de sinvergüenzas.
Miranda en los Estados Unidos
El 9 de Junio de 1783 (46 días antes de nacer Bolívar) llega Miranda a los Estados Unidos donde va a viajar extensamente desde Carolina del Sur hasta Nueva Inglaterra, y donde permanecerá año y medio, hasta diciembre de 1784 y en su Diario asienta que desde su primer contacto con los norteamericanos, viajando de Filadelfia a Nueva York, se admira de la prosperidad de Nueva Jersey, “la complexión y robustez de sus habitantes, lo cual atribuye sin ambages a la buena alimentación, “y la población y agricultura del país, pues apenas se descubre un rincón o quebrada donde no haya plantada una casa... puedo asegurar que... jamás encontré un individuo que demostrara estar desnudo, hambriento, enfermo u ocioso. (...) El territorio, a lo que se ve, está dividido... en pequeñas porciones que llaman farms (granjas), de que resulta que la tierra está mucho más bien cultivada, y el número de casas es mucho mayor (bien que no de suntuosa apariencia) como en otros países (por ejemplo las esclavistas Cuba y Carolina del Sur).
Y eso que “el terreno más bien puede llamarse indiferente que bueno, y sobre las costas del mar es sumamente pobre y arenisco, pero la circunstancia de estar regado por todas partes, en las manos de un pueblo industrioso, y sobre todo bajo el influjo de un gobierno libre, le hacen prosperar a pesar de todos estos inconvenientes”.
Un gobierno totalmente sometido a la soberanía del pueblo
Ha sido tan celoso el pueblo estadounidense del producto de su persistencia y sacrificio generacional, que, como su Constitución comienza con ese soberbio “Nosotros, el pueblo…”, ninguna legislación ni gobierno ha podido lograr el desarme de los ciudadanos, que tienen derecho y libertad para adquirir cualquier tipo de armamento de guerra, aunque de vez en cuando un loco justifique la crítica a esa permisividad, pero eso ocurre porque el Estado no puede ser más poderoso que el pueblo. Y si algún gobernante se desquicia y pretende usar la fuerza del ejército para conculcar los derechos civiles y políticos del pueblo, se va a enfrentar con 300 millones de ciudadanos armados.
El Estado es un instrumento de la ciudadanía para lograr la felicidad general. En cambio en esto eriales conceptuales, sin el menor sentido del significado de la libertad, es el Estado todopoderoso el que determina el rumbo de la sociedad. Cada cierto tiempo un maldito loco decide por cual despeñadero va a lanzar al país y tenemos que obedecerle porque sino el ejército del “gobierno habilidoso de mano bienhechora”, se encargará de acallar la protesta con el crimen.
Esa premisa hay que sustituirla por el concepto de productividad
En lugar de continuar con el fracaso histórico del “gobierno bienhechor”, sustento de caudillos y déspotas en América Latina, que no ha entendido todavía que el problema es precisamente la cultura parasitaria, la corrupción, el estatismo exagerado y la improductividad, es necesario hablar de sujeto productivo, adjetivo éste que ofende la sensibilidad de los comunistas, para generar una sociedad de bienestar - en producir riqueza está el secreto de su repartición equitativa - de la que dependa el Estado, pues la pobreza no es un problema ideológico sino económico, de productividad, pero si los pueblos insisten en elegir gobernantes cavernícolas que exudan “amor por los pobres”, por lo que la pobreza es su pedestal que debe crecer para poder ellos empinarse, no hay escape posible para esta región.
Conclusión
Como lo demuestra la historia a lo largo del portentoso siglo XX, esos “gobierno habilidosos de mano bienhechora” cuando no han derivado en populismo empobrecedores y castradores de la potencialidad productiva individual, deformando la definición de democracia y atándola a las perversiones de sus gobiernos demagogos, han sido feroces dictaduras estatistas que han sepultado las esperanzas de estos pueblos latinoamericanos en la indigencia.
La única salida posible a la pobreza es el progreso derivado del desarrollo de la productividad del individuo. Trabajo, estudio y responsabilidad de parte de la sociedad, y estímulo a la inversión nacional e internacional, reglas de juego claras, descentralización y respeto total a la propiedad privada por parte del Estado cuyos gobiernos deben estar sometidos tajantemente a la Constitución sin posibilidad de cambiarla mientras estén en ejercicio del poder. Lo demás es ruinoso canto de sirenas.
Rafael Marrón González
El propio Bolívar – contradiciendo su axioma que establece, como Adam Smith, que la riqueza de las naciones proviene de la laboriosidad de sus ciudadanos - no escapó a esta tentación de ofrecer la mano bienhechora del gobierno para procurar el progreso del país: En el Discurso al Congreso de Angostura - que no refleja su verdadero pensamiento político porque fue un ejercicio diplomático para los países libres del mundo, especialmente Inglaterra, tal como lo expresa en carta a Santander el 27 de Diciembre de 1825: “El discurso que daré (en Bolivia) para probar su utilidad será muy fuerte. No dudo que será mejor que el otro de Angostura, pues ya no estoy en trance de transigir con nadie”,
Bolívar desliza esta fase que ha servido a todos los dictadores de su América para erigirse herederos de su pensamiento: “¿Quién puede resistir el imperio de un Gobierno Bienhechor, que con una mano hábil, activa y poderosa dirige siempre, y en todas partes, todos sus resortes hacia la perfección social?”. Aquí encontramos la síntesis del poderoso Estado centralista y totalitario que propugna el “bolivarianismo” transcontinental, de Chávez a Mugabe pasando por Tirofijo y Fidel.
Qué contraste con el pensamiento de los fundadores de los Estados Unidos que basaron su Constitución en el precepto filosófico que consagra que “Los gobiernos se instituyen entre los hombres sólo para asegurar sus derechos inalienables a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad!”.
Lo que genera la envidia a los gringos
Suelo recordarles a los furibundos enemigos de los Estados Unidos que esa nación fue construida por colonos que llegaron a un desierto donde todo tuvo que ser construido. No había a quien pedirle ayuda ni a quien comprarle nada. No existía Fondo Monetario Internacional ni Banco Mundial y mucho menos “gobiernos de mano habilidosa y bienhechora”. Tuvieron que domesticar la tierra, producir, fabricar e inventar todo lo que hoy está al alcance de toda la humanidad. Y ese espíritu de trabajo y progreso es el que ha faltado en muchos países penetrados por la pobreza, como los latinoamericanos.
Fueron hombres y mujeres absolutamente comprometidos con la convicción de que es el trabajo, el estudio y la responsabilidad lo que genera progreso. Y, por eso, el Estado es una institución al servicio de la sociedad, y los gobiernos, sin importar el signo político, son herramientas de continuidad administrativa, sucesivas y alternativas, de la sociedad cuya trilogía leyes, dinero y votos constituye la base de su armonía productiva.
Por eso es tan envidiado este país, porque se nota el bulto de sus realizaciones y no se reflexiona sobre una larga historia de trabajo constante y esfuerzo productivo, cuyo desarrollo es atribuido, sin mayor sentido crítico, al asalto a las riquezas naturales de sus vecinos. Este es el manido argumento de Fidel, ahora calcado por Chávez y coreado por los vagos “antiimperialistas” del planeta. Cuba está en la miseria por el embargo yanqui, pero nada dicen de los multimillonarios subsidios en dólares recibidos durante décadas de la Unión Soviética, desviados a cuentas privadas en Suiza por la nomenclatura cubana.
Latinoamérica no surge económicamente porque los Estados Unidos, que le compra el 50% de todo lo que produce, es rico: En Venezuela, con un ingreso petrolero y fiscal superior a los 900.000 millones de dólares durante los casi doce años de revolución personalista y autoritaria de Chávez, ha aumentado la miseria y la marginalidad porque los Estados Unidos existen. Argumentos de sinvergüenzas.
Miranda en los Estados Unidos
El 9 de Junio de 1783 (46 días antes de nacer Bolívar) llega Miranda a los Estados Unidos donde va a viajar extensamente desde Carolina del Sur hasta Nueva Inglaterra, y donde permanecerá año y medio, hasta diciembre de 1784 y en su Diario asienta que desde su primer contacto con los norteamericanos, viajando de Filadelfia a Nueva York, se admira de la prosperidad de Nueva Jersey, “la complexión y robustez de sus habitantes, lo cual atribuye sin ambages a la buena alimentación, “y la población y agricultura del país, pues apenas se descubre un rincón o quebrada donde no haya plantada una casa... puedo asegurar que... jamás encontré un individuo que demostrara estar desnudo, hambriento, enfermo u ocioso. (...) El territorio, a lo que se ve, está dividido... en pequeñas porciones que llaman farms (granjas), de que resulta que la tierra está mucho más bien cultivada, y el número de casas es mucho mayor (bien que no de suntuosa apariencia) como en otros países (por ejemplo las esclavistas Cuba y Carolina del Sur).
Y eso que “el terreno más bien puede llamarse indiferente que bueno, y sobre las costas del mar es sumamente pobre y arenisco, pero la circunstancia de estar regado por todas partes, en las manos de un pueblo industrioso, y sobre todo bajo el influjo de un gobierno libre, le hacen prosperar a pesar de todos estos inconvenientes”.
Un gobierno totalmente sometido a la soberanía del pueblo
Ha sido tan celoso el pueblo estadounidense del producto de su persistencia y sacrificio generacional, que, como su Constitución comienza con ese soberbio “Nosotros, el pueblo…”, ninguna legislación ni gobierno ha podido lograr el desarme de los ciudadanos, que tienen derecho y libertad para adquirir cualquier tipo de armamento de guerra, aunque de vez en cuando un loco justifique la crítica a esa permisividad, pero eso ocurre porque el Estado no puede ser más poderoso que el pueblo. Y si algún gobernante se desquicia y pretende usar la fuerza del ejército para conculcar los derechos civiles y políticos del pueblo, se va a enfrentar con 300 millones de ciudadanos armados.
El Estado es un instrumento de la ciudadanía para lograr la felicidad general. En cambio en esto eriales conceptuales, sin el menor sentido del significado de la libertad, es el Estado todopoderoso el que determina el rumbo de la sociedad. Cada cierto tiempo un maldito loco decide por cual despeñadero va a lanzar al país y tenemos que obedecerle porque sino el ejército del “gobierno habilidoso de mano bienhechora”, se encargará de acallar la protesta con el crimen.
Esa premisa hay que sustituirla por el concepto de productividad
En lugar de continuar con el fracaso histórico del “gobierno bienhechor”, sustento de caudillos y déspotas en América Latina, que no ha entendido todavía que el problema es precisamente la cultura parasitaria, la corrupción, el estatismo exagerado y la improductividad, es necesario hablar de sujeto productivo, adjetivo éste que ofende la sensibilidad de los comunistas, para generar una sociedad de bienestar - en producir riqueza está el secreto de su repartición equitativa - de la que dependa el Estado, pues la pobreza no es un problema ideológico sino económico, de productividad, pero si los pueblos insisten en elegir gobernantes cavernícolas que exudan “amor por los pobres”, por lo que la pobreza es su pedestal que debe crecer para poder ellos empinarse, no hay escape posible para esta región.
Conclusión
Como lo demuestra la historia a lo largo del portentoso siglo XX, esos “gobierno habilidosos de mano bienhechora” cuando no han derivado en populismo empobrecedores y castradores de la potencialidad productiva individual, deformando la definición de democracia y atándola a las perversiones de sus gobiernos demagogos, han sido feroces dictaduras estatistas que han sepultado las esperanzas de estos pueblos latinoamericanos en la indigencia.
La única salida posible a la pobreza es el progreso derivado del desarrollo de la productividad del individuo. Trabajo, estudio y responsabilidad de parte de la sociedad, y estímulo a la inversión nacional e internacional, reglas de juego claras, descentralización y respeto total a la propiedad privada por parte del Estado cuyos gobiernos deben estar sometidos tajantemente a la Constitución sin posibilidad de cambiarla mientras estén en ejercicio del poder. Lo demás es ruinoso canto de sirenas.
Rafael Marrón González
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