Cuando denuncio al ladrón y al canalla sólo al canalla y al ladrón señalo

Cuando llamo ladrón al ladrón y canalla al canalla, sólo al ladrón y al canalla aludo. Ladrones y canallas suelen cobijarse bajo la pudibundez moral, la insulsa descalificación y las leyes dictadas ex profeso para acallar la voz tronante que los desnuda como canallas y ladrones. Nada me produce más satisfacción que contemplar los cadáveres insepultos de ladrones y canallas, aullando sus pútridas carnes las huellas de mi látigo, deambular ululantes en los muladares buscando un rincón para cavar sus tumbas con la sordidez de su moral deshilachada. ¡Silencio ladrones y canallas que, aunque los tiempos parecen favorecer a canallas y ladrones, este espacio es un reducto de la decencia y de la integridad!

30 de octubre de 2010

REFLEXIÓN Y CONCIENCIA

Reflexionar es, para la sicología, un acto de introspección en el que se revisan la conciencia, las ideas y los juicios. En el ejercicio cotidiano de la vida solemos actuar por reflejo o condicionados por nuestras tradiciones y visiones particulares del mundo, en la mayoría de los casos impulsados por la herencia o por asimilación cultural. De esa manera transitamos repitiendo errores, asumiendo como ciertas especulaciones y habitando el escenario de la equivocación por impulsividad.

Tomando en cuenta que el hombre es él y sus decisiones, y que en tiempos distintos ante circunstancias similares el individuo toma decisiones diferentes, por lo que la experiencia es de poca ayuda, y que en muchas oportunidades tendrá que decidirse, ante lo justo, por lo correcto, se hace necesario que esas decisiones obedezcan a un acto reflexivo, porque de ellas derivarán consecuencias, y si éstas serán negativas es prudente que las esperemos conscientemente como el costo de nuestro compromiso razonado. Porque la reflexión es para evitar el hecho, no para buscar soluciones después de cometido.


Invitar a alguien a “reflexionar sobre lo que hizo” es un disparate. Lo apropiado es decirle que se atenga a las consecuencias. Con un refrán popular marcamos pauta en esto: “Después de ojo sacado no vale Santa Lucía”. Actuar racionalmente, no por emociones y menos por impulsos, es el deber del hombre de pensamiento crítico, y aunque existan situaciones emocionales que nos estimulen a la irracionalidad, debemos estar tan acostumbrados a reflexionar que éste sea un acto reflejo que en segundos dilucide lo conveniente.

Aunque el dominio emocional sucumba ante determinadas circunstancias, serán menores las consecuencias negativas de sus actos derivados si actuamos reflexivamente. Y esto es válido para todas las actividades humanas, porque, además, como ocurre en el campo de la política, por ejemplo, la impulsividad es manipulable por agentes externos y se pueden controlar nuestras reacciones a capricho de terceros. Pero lo más importante de la reflexión como comportamiento es que nos permite conocernos exhaustivamente, anticipando nuestras reacciones ante las situaciones adversas intempestivas y organizando nuestra percepción para la toma de decisiones asertivas, y lo más importante nos impide infligir daños a terceros. Pero también es un instrumento eficaz para juzgar las ajenas pretensiones.

Reflexionar sobre quién o qué es el otro, qué busca, qué tenemos que necesita, qué beneficio nos aporta el intercambio, nos librará de pesares futuros, porque actuaremos siempre bajo riesgos calculados. Y para aquellos que se organizan en gremios en los que se delega la toma de decisiones, la reflexión, que es una condición individualista, permitirá mantener a salvo la responsabilidad cuando la codicia, por ejemplo, que puede ser, como la locura, colectiva, intente dirigir las acciones. ¡Cuántos devorados por propias acciones en la vorágine de las circunstancias! Así que los hombres estamos divididos, no en superiores e inferiores, sino en reflexivos e impulsivos.

Los reflexivos crean y estimulan la creación, es decir avanzan, los impulsivos solamente obedecen a la voz de la destrucción y su existencia se torna circular. Reflexionar es, en fin, la manera más prolija de salvaguardar la decencia, la paz, la libertad y el respeto. Y arrepentirse, amigos, es como perfumar cadáveres. No sirve de nada. Si alguna definición práctica puede darse al arrepentimiento es… reflexionar antes de actuar.

La conciencia: Tribunal personal

El orador latino, Marco Tulio Cicerón, expresó en uno de sus recordados discursos: "Mi conciencia tiene para mí más peso que la opinión de todo el mundo". En la Biblia la palabra conciencia la usa por primera vez San Pablo en una de sus epístolas, pero es San Agustín quien la define: “Si la esencia del hombre es la interioridad, la conciencia es esa interioridad que lo define en su cualidad central: el hombre es su conciencia, se encuentra a sí mismo en su conciencia, que contiene y le dicta la norma del valor moral”.

Llamamos conciencia al juicio práctico por el cual el sujeto, conocedor de su propia existencia, de sus estados, de sus actos y de las cosas, distingue el bien y el mal, y aprecia moralmente sus actos o los de otros. Las personas que tienen bien desarrollada esa capacidad analítica y valorativa que llamamos conciencia, cuando cometen cualquier acto reñido con el bien, sienten profundos remordimientos, se juzgan a sí mismos, así nadie se haya percatado de su acción, porque han puesto en riesgo su individualidad. Pero aquellos que han adquirido la capacidad de acallar la conciencia con justificaciones materiales, la reducen de tal manera que su única preocupación es que sus actos lesivos a la moral no sean descubiertos, es decir, les preocupa exclusivamente la lesión a su reputación y no el daño que causan a terceros, a eso llamo “conciencia modular”.

Hay que distinguir de este grupo a los débiles mentales que son individuos que sufren de un estado permanente, congénito o precoz, de insuficiencia intelectual, en el que, a pesar de una buena memoria y de habilidad verbal, son casi incapaces de razonar. Ese dudar sobre si será bueno o malo el acto que vamos a cometer, es lo que llamamos escrúpulo.

Un hombre escrupuloso, es sencillamente un hombre de buena conciencia. No puedo entender como ha llegado a justificarse la inescrupulosidad, pero como se ha extendido en la actualidad. Inescrupulosos son los políticos mendaces, los comerciantes avarientos, pero también el buen vecino que compra artículos robados porque “lo beneficia”. Es inescrupuloso todo quien pretenda sus fines sin reparar en medios.

La reflexión activa la conciencia

Los nazis aseguraban que la conciencia era un invento judío, y de esa despectiva manera despacharon los escrúpulos que pudieran impedirle el exterminio sistemático de un grupo humano. Muchos de ellos, durante el juicio de Nuremberg, se horrorizaban al asumir que sus actos de “defensa de la raza aria”, eran considerados brutales asesinatos, y por lo tanto no eran más que despreciables homicidas.

Eso ocurre cuando las pasiones subalternas acallan la conciencia, que no es un invento judío, sino que es la diferencia del hombre con los animales, lo que lo separa de ser “especie” y lo unifica en una sola e indivisible raza, expresada en versiones culturales distintas. Esa mutilación de la conciencia, se llama en sociología “anomia”, que es un desorden moral que produce desprecio por las convenciones sociales y leyes establecidas y hasta por la solidaridad entre miembros de una misma comunidad, y que sufren mayoritariamente “los emigrados desarraigados y los campesinos instalados en comunidades suburbanas” que no se integran al resto de la sociedad sino que se enfrentan a ella.

Las religiones han venido llenando un espacio imprescindible para el estímulo de la reflexión, que fortalece la conciencia. Pero es el individuo, en ejercicio de su personalidad, el que debe crear conciencia inteligente, es decir capaz de activarse ante las tentaciones para evitar el acto, y no como simple instrumento de arrepentimiento, que servirá para salvar el alma, pero no el dolor causado.

Es la reflexión sobre quiénes somos, qué queremos y qué vías emplearemos para lograr nuestros fines, sin causar daños a terceros, la que fortalece la conciencia. Un individuo, por ejemplo, que, a cambio de beneficios personales inmediatos, apoye proyectos políticos liberticidas, que atentan contra la democracia y contra el individuo y su derecho a la vida y a la propiedad, es un inconsciente sin el menor sentido de las consecuencias de sus acciones, que ocasionará irreparables daños, incluyéndolo y a su propia su familia.

La profusión de leyes señala el fracaso del hombre como humanidad

¿Cuántos códigos, normas, reglamentos, estatutos y leyes no penden sobre nuestras sociedades? ¿Y han evitado estas reglamentaciones el crimen, el abuso y el desorden? ¿Usted no ignora el semáforo porque la ley se lo prohíbe o porque vio al fiscal en la esquina? Una de las grandes utopías de la humanidad es que el hombre en algún momento de su evolución será pura conciencia y sus actos obedecerán a la previa reflexión. En ese instante el hombre se habrá transmutado en humanidad, no existirán leyes ni tribunales. Enmohecerán las espadas y brillarán los arados. La conciencia inteligente hecha fundamento colectivo emprenderá la era de la paz y del progreso verdadero, bajo un lema universal: “No hagas a otros lo que no deseas que te hagan”. ¿Llegará ese día?
Rafael Marrón González

0 comentarios: