Pocos de los aduldolecentes socialistas –
ojo, hay que distinguir de los socialdemócratas o demócratas sociales,
que, a pesar de las evidencias. siguen tozudos, para no confesar su
equivocación - seguidores incondicionales de una ilusión conjugada en un idílico
futuro que jamás se concreta, conocen en realidad las características opresivas
de este tipo de regímenes que sólo pueden sostenerse por la fuerza colosal de
las armas, pues ningún hombre de verdad está dispuesto a rescindir su derecho a
la libertad sino es por la aplicación de una fuerza superior que domine su
naturaleza, y ésta es el terror psicológico como consecuencia de la aplicación
sistemática de técnicas de control de la población cuya subsistencia deriva de
la sumisión – sin carnet del PSUV no hay paraíso.
A nuestra juventud encandilada por el
discurso redentor que ofrece un cielo, al que para entrar hay que morir
políticamente primero, hay que decirle que para ser un rebelde social e
indignarse con la exclusión, no es preciso ser comunista sino justo –
demasiados socialistas juveniles se convierten en adultos explotadores - pues
es la justicia- con énfasis en la equidad – la que al dar a cada quien lo que
le corresponde obliga al individuo a convertirse en herramienta de su progreso,
y la sociedad otorgará su sitio a cada cual según sus capacidades, por
reconocimiento del mérito, y esa es la lucha que se debe librar.
De la solidaridad comunista
El disparate socialista pretende ascender
por “solidaridad” lo que explica la dimensión de su fracaso histórico, pues la
solidaridad es, por imperativos de la cohesión social, una relación entre
iguales y, hágalo quien lo haga, ente público o privado, si la relación es
entre desiguales se llama filantropía, que en el caso privado es loable, además
es una acción moral, pues se ocupa de mitigar el sufrimiento de los más
débiles, pero es grave cuando se usa como política de Estado, que es al fin y
al cabo lo que hace Chávez, porque convierte en parásitos a individuos cuya
trayectoria apuntaba hacia lo productivo – Raúl Castro declaró indignado, al
encargarse del poder en Cuba, que los cubanos no podían seguir siendo los
únicos seres del planeta que vivían sin trabajar, es decir como parásitos.
Así que la fulana “solidaridad” comunista
es un mito que se aprovecha de la natural generosidad de los pueblos con sus
pares, para convertirla en una acción política parasitaria que le reditúa
incondicionalidad, y, en el caso de Chávez, votos a granel para seguir, como
garrapata, aferrado al poder como fin.
En otros términos, para el comunismo, y
para la ignorancia supina que anda a gatas tras las monedas que Chávez lanza al
voleo desde su totuma petrolera – Chávez con petróleo a $10 será historia -
“solidaridad” es igualdad por debajo y eliminación de la división del trabajo,
que es otro de los anzuelos “socialistas” para engatusar resentidos sociales –
“al gerente le toca el viernes lavar los baños”- que atrapa demasiada gente con
aspiraciones pero sin la voluntad necesaria para lograr sus metas.
Puro blabla
El socialismo, como discurso de un
disparate que enamora jóvenes románticos - y ancianos espinilludos - llenos de
aspiraciones justicieras insufladas por el manual de Robin Hood – “quien roba a
Pedro para darle a Juan, tiene el amor de Juan” - en la realidad es un sistema
empobrecedor, indefectiblemente vinculado a gobiernos dictatoriales, definidos
como “democracias populares” por la prensa de izquierda - en una absurda
contradicción – que imponen militarmente, a sangre y fuego, el personalismo, el
estatismo, el partido único, el sindicato único (en realidad un comisariado del
partido), el líder único, infalible y eterno, así tenga cáncer; el
igualitarismo (igualdad por debajo) y el colectivismo (lo que es de todos es de
nadie), lo que los lleva irremediablemente al fracaso, sencillamente porque
todo eso es antinatural.
Y ese es uno de los problemas que
confrontamos los liberales: Que el discurso romántico y pobrecitista del
socialismo flota incontaminado por encima de la ruina económica hambreadora y
los cien millones de homicidios que los socialistas, en busca de su utopía
comunista, han cometido antes de fracasar estrepitosamente y convertirse en
obesos capitalistas salvajes - China vaya adelante.
Y es que ese discurso atrapa especialmente
a la juventud - aunque hay mucho inmaduro que sigue aferrado a sus espinillas
juveniles - que no ha incursionado críticamente en la historia. Por eso es tan
importante llevar a nuestros estudiantes la verdad resultante de comparar el
discurso romántico socialista con la realidad de un siglo de crueldad de este
perverso sistema esquizofrénico enemigo de la libertad, del individuo, de la
propiedad privada y de la democracia.
La base del discurso socialista
El basamento de la engañifa socialista la
constituye, además de la explicitada “solidaridad” y la igualdad por encima de
la libertad, la repartición proporcional de la riqueza, un mito muy productivo
entre la ingenuidad popular, por el atractivo de la palabra “riqueza”: Pablo de
Tarso hizo doctrina que para poder repartir primero hay que producir, y no hay
nada que odie más un socialista que la palabra “producción”.
Pero su mayor mito es la llamada
“plusvalía del trabajo”, que le hace la boca agua a los ingenuos, pues predica
que la mano de obra tiene un valor superior en la relaciones de
producción y es la que fija el precio del producto, lo que es un soberano
embuste, pues es la utilidad, su necesidad, la que fija el valor, reflexione y
lo descubrirá, Todo eso bajo una economía planificada por el Estado,
propietario del aparato productivo, comercial y financiero y, por lo tanto,
todos los ciudadanos comen si el Estado quiere lo que el Estado desee a través
del paternalismo oficial – estupidez que arruinó la democracia venezolana,
incapaz de generar un proyecto económico de nación adulta por el perverso
clientelismo político - ejercida por un poderoso gobierno central, controlador,
confiscador, interventor y, por supuesto, necesariamente represivo.
Sale pa´llá.
Rafael Marrón González
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