Así como Bolívar es asumido como conspicuo símbolo de las
lealtades comunes del pueblo venezolano, porque según su percepción básica,
Bolívar solo puede querer el bien para Venezuela, así el 23 de Enero de 1958 se
transmutó en el tiempo, por la profunda introyeccion de la libertad como valor
ascensional, en el símbolo de su vocación democrática, porque la democracia,
por su natural característica participativa, en cuanto cada quien según sus
capacidades, no puede querer sino el bien para Venezuela.
Se
desplazaba el coronel Marcos Pérez Jiménez con su caravana de escoltas y
ministros, iba sumido en reflexiones sobre los acontecimientos de ese mes de
enero en el escenario militar y político, cuando lo sobresaltó el grito de un
buhonero que a esa hora armaba su tarantín: ¡Ese va cagao! Y las carcajadas de
los transeúntes, celebrando la osadía, obligaron a la caravana anochecida a
acelerar la marcha ignorando la orden de apresar al agresor.
En ese
instante comprendió el dictador que todo había concluido. El irrespeto del
pueblo ponía punto final a una aventura militarista que comenzó con el
derrocamiento del gobierno democrático de Rómulo Gallegos, a apenas nueve meses
de su toma de posesión, el 24 de noviembre de 1948, y lo llevó al poder
omnímodo el 2 de diciembre de 1950, tras el magnicidio del traidor a Gallegos –
era su ministro de la defensa – el golpista Carlos Delgado Gómez – Chalbaud era
el segundo apellido de su padre.
Para
graficar lo grotesco de todo dictador, a “Tarugo” como lo llamaba la disidencia,
un jalabolas le compuso un porro, que enmudeció la dignidad nacional durante
ocho años: “Coronel Marcos Pérez Jiménez/ presidente constitucional/ elegido
por el pueblo/ para gloria nacional”. No había rocola de pueblo en la que no
sonara religiosamente, día y noche, el porro de la adulancia, transmutado en el
himno del miedo. Y en todas las paredes de la patria, el gran retrato de
“Tarugo” en uniforme de gala. También en aquella época oscura ser sapo, soplón,
como hoy, daba estátus, y en cualquier partido de dominó estaba presente un
delator listo para acusar a un cristiano por cualquier nimiedad, lo que lo
condenaría al calvario de la cárcel, la tortura o la muerte.
Quien
quisiera quitarse de encima un vecino molesto, lo acusaba de adeco y ya.
Durante esos años, ningún hogar venezolano estuvo libre del miedo. Por eso
cuando oigo a alguien hablar de las bondades de esa dictadura suelo preguntar
qué actividades realizaba el afortunado. ¿Fundó un sindicato, pertenecía a un
partido político de oposición? ¿Tenía un programa crítico en la radio? O simplemente
dejaba hacer, dejaba pasar, mirando para el otro lado, respirando poquito, como
les gusta a los dictadores que sean los pueblos.
Diez años de absolutismo
Durante
esos diez años de dictadura se abrieron 136,000 expedientes, centralizados en
la Seguridad Nacional, contra ciudadanos que se atrevieron a disentir,
protestar o simplemente opinar. De la búsqueda inicial de los cabecillas de la
resistencia, se pasó lego, maniáticamente, a la persecución en masa. Con
violencia institucional. Se allanan los hogares a media noche. Lo rompen todo.
Nada importa el terror de los niños, lo disfrutan. Buscan armas, documentos,
imprentas, se veja a hombres y mujeres, civiles y militares, jóvenes y
ancianos. Saquean bibliotecas, queman los libros. Se injuria a las mujeres
levantadas en bata de dormir.
Lo
importante es mantener al pueblo bajo el terror, desequilibrado económicamente.
Más de medio millón de venezolanos, de los siete que tenía el joven país,
fueron allanados y perseguidos. Nuestro recuerdo
para los cientos de héroes anónimos que dieron su vida y sufrieron torturas y
cárceles en su lucha incansable por la democracia, durante la feroz dictadura militar de Marcos Pérez Jiménez.
Y parodiando al poeta Andrés Eloy Blanco: Maldito el hombre que, en nombre del hambre, del
progreso, de la igualdad o de los que sea su excusa, intente aherrojar de nuevo
a un hijo de Venezuela.
¿Cuál fue la obra de este dictador?
¿Qué hizo
Pérez Jiménez como gobernante?: Obras materiales, perdurables, suntuosas
algunas, pero solo en Caracas, para acceder al grosero peculado que le permitió
vivir 42 años de exilio dorado en Madrid, sin trabajar. Sus construcciones, en
su totalidad, no alcanzan para cubrir el sufrimiento y la indignidad causadas a
una sola de sus víctimas.
Durante su
gobierno olvidó la provincia y la hundió en la desolación. Todo ese cordón
miserable que rodea Caracas y las grades ciudades, es consecuencia directa de
las políticas de aparthaid practicadas por Pérez Jiménez, pues al llegar la
libertad individual de mano de la democracia, el empobrecido interior enfiló
sus esperanzas hacia las zonas urbanas, que fueron prácticamente invadidas por
personas sin la menor preparación para sobrevivir dignamente en ellas. Y en
cuanto a su supuesto nacionalismo, se entregó en cuerpo y alma a los gringos,
mejor dicho a las transnacionales del petróleo, por lo que fue condecorado por
el gobierno estadounidense, al entregar 800.000 hectáreas en concesión, lo que
significa más de la cuarta parte de los recursos de petróleo crudo del Lago de
Maracaibo,
Pero, a todo cochino le llega su 23 de enero
Ese mes de
enero amaneció de golpe el propio 1º, cuando Caracas todavía dormía el ratón de
la celebración de fin de año, con un alzamiento de jóvenes
oficiales de la Fuerza Aérea, de la Base de Boca del Río, y de oficiales y
tropa de la guarnición de Maracay, secundados por el cuerpo de blindados del
cuartel Urdaneta, al mando del coronel Hugo Trejo.
Esta
intentona fracasó, pero estremeció los cimientos militares del régimen,
develando una profunda crisis que el dictador intentó aplacar cediendo a las
peticiones de la alta oficialidad que lo obligó a deshacerse de personajes de
mucha importancia para el mantenimiento del poder, como fueron Laureano
Vallenilla Lanz, ministro de Relaciones Interiores, además de ideólogo del
Nuevo Ideal Nacional, y Pedro Estrada, tétrico jefe de la Seguridad Nacional,
la policía política que mantuvo el control sobre las organizaciones políticas,
obligando a los líderes democráticos a escapar hacia el exterior por el terror
de sus torturas y crímenes, como los asesinatos, en plena vía pública, del líder
adeco Leonardo Ruiz Pineda y del teniente Droz Blanco, emblemáticos por su
vileza.
Pero ya
toda la sociedad civil venezolana, la iglesia - la Carta Pastoral de monseñor
Arias Blanco, prácticamente una incitación a la rebelión, se leyó en todos los
púlpitos de la nación - los distintos gremios profesionales, los sindicatos que
operaban, como los partidos políticos, en la clandestinidad, estaban
comprometidos en acciones de calle que cada día tenían mayor fuerza popular, y
el momento cumbre de esas acciones cívicas fue la huelga nacional del 21 de
enero: No hubo prensa ese día.
El silencio
del periodismo fue el más formidable grito de libertad que se hubiera escuchado
hasta ese momento en toda América. Y en la madrugada del 23 de Enero de 1958,
el avión presidencial – la Vaca Sagrada, la llamaba el pueblo - surcaba los
cielos de Caracas transportado al asustado Pérez Jiménez y familia, a
refugiarse en República Dominicana, la casa de otro infame asesino, el dictador
Rafael Leonidas Trujillo; y, en sentido contrario, la nación venezolana
despegaba hacia 40 años de progreso republicano. Hasta tropezar de nuevo con piedra
similar.
Rafael Marrón González
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