La desesperación
suele conducir a no pocas equivocaciones y muchas veces incentiva disparates de
elevado costo. En estos días la república se estremece con el desmesurado
aumento de los precios de los insumos básicos para el desenvolvimiento regular
de la sociedad, por culpa de la torpeza comunista de Nicolás Maduro, para quien
la economía es un asunto de capitalistas y no de esforzados paladines de la
justicia social como él, y por ello culpa de la inflación y de la escasez a
una supuesta “guerra económica”, librada desde los cuatro puntos cardinales del
imperio, contra su extraordinario gobiernillo de pancadas de ahogado, para no
reconocer ante el pueblo el fracaso estrepitoso de la estúpida revolución
pivotada sobre los altos precios del petróleo.
Y para combatir la
deflación que se traga la economía del país, no encontró otra vía que arremeter
contra los medios de comunicación creando el Centro Estratégico de
Seguridad y Protección de la Patria, ¿o del gobierno? – “patria” es el
apelativo del último refugio de los canallas – cuyas siglas borrascosas,
“Cesppa”, pasarán a la historia como tantos otros organismos totalitarios
creados para cercenar la libertad de expresión, cuyo libre ejercicio es la
pesadilla de los tiranos en su afán de dar de baja la verdad. Y espantada la
camarilla “manos en la masa” por el avance indetenible del descontento popular
y el crecimiento vertiginoso del liderazgo opositor, denuncia con
desmesura un fulano golpe de Estado que se estaría fraguando desde los supuestos
cuarteles de la oposición, denuncia que cuenta con el respaldo de la impecable
seriedad bótox de José Vicente Rangel, el de los aviones de guerra estacionados
en Colombia, de los que no ha hablado más, por cierto. Sin embargo en este país
lo únicos golpistas cargan su certificado en el bolsillo y están en el gobierno
desde 1999. La oposición está integrada por políticos que hacen política, y
enfrentan los torpes ditirambos insultantes de Maduro y sus huestes con
acciones políticas. Como he sostenido desde que comenzó este proceso de
destrucción del sistema de libertades en Venezuela, de la mano de la barbarie
militarista, de la ignorancia esperanzada y del estúpido oportunismo
ahistórico, es un proceso pre político, oclocrático, que hay que enfrentar con
un enjundioso ejercicio político. Porque toda revolución es pre política. Y a
confesión de parte relevo de pruebas. Al definirse “revolucionarios”, significa
que no son políticos, que no respetan la ley y que vulnerarán cualquier derecho
ciudadano que obstaculice sus propósitos de enriquecerse y de mantenerse en el
poder indefinidamente. Como consecuencia de esto, Venezuela no tiene gobierno,
tiene una revolución más interesada en la exportación de su quincalla
seudoideológica que en la solución de los problemas del pueblo. Repito, ¡no son
políticos! Me irritan los supuestos analistas que le encontraban al fallecido,
un tipo de las cavernas con una ametralladora en una mano y un saco de dólares
en la otra, para el miedo y el soborno, virtudes políticas. La política no es
vencer, sino el arte de convencer. La palabra “estrategia” en el
mundo civil es método, y se remite a formas civilizadas para convencer; en el
militar significa engaño, mentira para vencer al “enemigo”, porque el
“pensamiento” militarista no admite “adversarios”, tiene enemigos y su misión
es destruirlos.
Los hombres libres
que enfrentaron durante diez años la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, lo
hicieron con la política como arma. Porque sabían que las aventuras
militaristas terminaban en golpes de estado militaristas. Ya lo habían sufrido
en carne propia en 1948 luego de propiciar el golpe contra Medina, un
presidente constitucional.
Los enemigos del
régimen lo enfrentaban formándole sindicatos en sus barbas, con homilías
eclesiásticas, infiltrando sus medios de comunicación, creando células de
difusión del pensamiento democrático, formando al pueblo para que pudiera
comprender el valor de la libertad. Aquellos políticos estaban conscientes del
poder del dictador y apelaron a minar sus estructuras.
Pero por encima de
todo introyectando en el pueblo un discurso común basado en la libertad y la
democracia, diametralmente opuesto al del tarugo asesino y su satrapía
corrupta. Y así el pueblo y los jóvenes oficiales de las fuerzas armadas tomaron
conciencia de esa realidad. Y al final, aunque no fue el pueblo el que derrocó
a Pérez Jiménez sino que el alto mando militar le puso una serie de condiciones
que propiciaron la huída del tirano criminal, pero ese pueblo en la calle
debidamente formado para la libertad, y estimulado por la idea de democracia,
reconoció a sus líderes naturales e impidió que militares ambiciosos se
erigieran en herederos del miserable déspota.
La democracia le debe
mucho a un hombre de aquella hora, el Vicealmirante Wolfgang Larrazábal Ugueto,
el militar de más alto rango del momento que en ejercicio de la presidencia, y
con todo el apoyo militar, y el favor popular, optó por convocar a elecciones
inmediatamente, con lo que se inició la movilidad social más espectacular que ha
tenido la América Hispana en su historia.
Período interrumpido
por la gavilla golpista que la plutocracia financió, la lenidad de Caldera, que
traicionó la constitución, la satanización de los partidos políticos y la
plasticidad de la clase media, llevó al poder en elecciones legítimas para
desgracia de todos ellos y de todos nosotros, incluyendo al hambreado,
abandonado, desempleado y engañado y cada vez más escuálido pueblo chavista.
En conclusión
Al contrario de lo
que practicaron los que hoy están enchufados en el poder, que apelaron sin
rubor al golpe de Estado, que hasta la atroz dictadura cubana rechazó,
nosotros, los demócratas que somos la inmensa mayoría de este país, tenemos
como única arma la política, porque estamos convencidos, tal como lo expresara
Capriles, que un golpe de Estado es lo peor que le puede, le pudo o le podrá
pasar a Venezuela. Sale pa´llá.
Rafael Marrón González
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