Cuando denuncio al ladrón y al canalla sólo al canalla y al ladrón señalo

Cuando llamo ladrón al ladrón y canalla al canalla, sólo al ladrón y al canalla aludo. Ladrones y canallas suelen cobijarse bajo la pudibundez moral, la insulsa descalificación y las leyes dictadas ex profeso para acallar la voz tronante que los desnuda como canallas y ladrones. Nada me produce más satisfacción que contemplar los cadáveres insepultos de ladrones y canallas, aullando sus pútridas carnes las huellas de mi látigo, deambular ululantes en los muladares buscando un rincón para cavar sus tumbas con la sordidez de su moral deshilachada. ¡Silencio ladrones y canallas que, aunque los tiempos parecen favorecer a canallas y ladrones, este espacio es un reducto de la decencia y de la integridad!

23 de noviembre de 2014

VIOLENCIA INMANENTE



La violencia delictiva que caracteriza estos turbulentos tiempos venezolanos, que ha generado el malestar social de la inseguridad personal, en realidad es el resultado del crecimiento exponencial y descontrolado del segmento poblacional ocupado por los operarios físicos vegetativos y erráticos, individuos elementales, de simple desgaste orgánico, altamente emocionales, predispuestos al resentimiento y a la violencia, sin ética ni moral, siempre al límite de la legalidad, que dependen del Estado para su bienestar, sin ningún aporte individual para su desarrollo, que los sociólogos calculan actualmente en un monstruoso 40%, y que, durante los 40 años de la democracia, se había mantenido bajo control, pero que al arribo de la revolución castrista al poder se le adjudicó patente de corso para satisfacer a la fuerza sus necesidades y deseos de reconocimiento social.

La alarmante cifra de homicidios durante estos quince años de irresponsable gobierno castrista en Venezuela, de los cuales, según el ministro de relaciones interiores, el 90% ocurrieron en  ajustes de cuenta entre delincuentes, nos puede dar una idea del elevado porcentaje de venezolanos que sobreviven en el escenario cotidiano de la violencia, que en estos momentos ha adquirido características bestiales por el salvajismo de sus ejecuciones.

Por eso, si nuestra sociedad no es capaz de entender que los problemas sociales que nos aquejan son producto de la falta de cerebrización – natural o cultural - que San Pablo llamó conciencia – capacidad de distinguir el bien del mal – y no de “la pobreza” o del capitalismo, como aseguran en Imbecilandia, estamos condenados al miedo y a la incertidumbre por generaciones, con el agravante de que si no se le pone coto con determinación, destruirá lo poco de civilización que hemos podido alcanzar, por la reproducción aleatoria y sin compromiso con la sociedad, y la barbarie será el destino inexorable que ya amenaza con devastarnos.

Y aquí la escuela – fracaso colosal y universal como forja del humanismo -  tiene la responsabilidad determinante de reinventarse y corregir su norte - tal como existe no sirve - pues ante la falta de criterio propio de la cerebrización natural, que permita el razonamiento lógico que nos humaniza, es necesaria la intervención cultural de la escuela para introyectarla: por ejemplo, la lógica formal debe ser materia privativa en todas las carreras universitarias, quien no la apruebe no se gradúa. Y punto.

Ya basta de una Universidad egresando tarados morales destinados a la depredación y al delito, bajo el pretexto de la igualdad de oportunidades por justicia social. El abandono escolar en las etapas tempranas de la educación tiene que ser materia de alta preocupación para el Estado, así como la elevada tasa de reproducción irresponsable en los sectores más depauperados de la sociedad, pues, con las excepciones de rigor, coadyuvada por la ignorancia, es el semillero de la violencia y el delito. Es hora de admitir sin rubores pobrecitistas, que la única división de la humanidad es cerebral, por ello no admito la posibilidad de “pensar diferente”, se piensa o no se piensa. Piensa y acertarás.

La violencia del liderazgo estigmático

Quien “cree” por el influjo de una mente astuta, por no poder pensar por si, por seguimiento ciego a la figura que su emocionalidad considera de autoridad,  es susceptible a seguir hombres providenciales y no ideas, a ser manipulado, a obrar por el estímulo salival, a obedecer a rajatabla consignas emotivas – “patria o muerte” teniendo patria - a fundir su individualidad en la masa de conciencia colectiva, a ser usado para denunciar y delatar bajo falsas premisas de lealtad, a caer en la trampa de la impunidad que lo muta reo de las circunstancias; y si quien se erige como líder es un irresponsable que le dice lo que puede hacer – “quien tenga hambre puede robar” -  en lugar de lo que debe hacer – trabajo, estudio, responsabilidad - tendremos un tsunami social de lo más previsible y si, además, insufla en esa masa acerebrizada la falsa superioridad moral del empoderamiento artificial, por ósmosis – “poder popular” - entonces tendremos la explicación de la anormalidad social que sacude las raíces de la nacionalidad, por pérdida del respeto y de la moral pública.

Los delincuentes son exaltados al Salón de la Fama, mientras el mérito es satanizado y debe emigrar – “90% de los emigrantes son universitarios, 40% tienen estudios de maestría y 12% son doctores” – qué país puede resultar de esa perversión, tomando en consideración el porcentaje de ciudadanos realmente productivos que posee la nación.

Un líder político estigmático – que convierte el poder carismático en arma de manipulación - que usa el verbo calculada y desmesuradamente, como lo advertía el filólogo judío Karl Krauss en tiempos de Hitler, para alucinar a la masa “femenina e histérica” que lo endiosa, no puede obtener otro resultado que el crimen y la violencia.

El 24 de junio de 2012, el extinto se atrevió a expresar, durante su discurso conmemorativo del 191 aniversario de la Batalla de Carabobo: “quien no es chavista no es venezolano”, emulando el grito de guerra de los feroces indios caribes, “solo nosotros somos gente”, lo que significó el reconocimiento oficial de la violencia política como arma de imposición ideológica, que hasta entonces se había considerado como la actitud de grupos de fanáticos de bajo nivel.

Sin embargo, ese estado de violencia crónica en la cual viven los hombres y mujeres del gobierno, que se manifiesta en un lenguaje soez, impropio, desconsiderado, insultante, calumniador, se ha convertido en una evidencia de la irracionalidad de su planteamiento político - perdido el cauce incendiario, implosiona - lo que genera, por desesperación, más peligrosa violencia verbal, como la que caracterizó las declaraciones hasta del propio presidente de la república, con motivo del asesinato de uno de sus allegados que había escalado las más altas posiciones dentro de la organización y del Estado, encaramado en la violencia – arma inequívoca de quienes carecen de racionalidad - que lo arrasó de la manera más cruel e impía. Sale pa´llá. 

Rafael Marrón González

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