Cuando denuncio al ladrón y al canalla sólo al canalla y al ladrón señalo

Cuando llamo ladrón al ladrón y canalla al canalla, sólo al ladrón y al canalla aludo. Ladrones y canallas suelen cobijarse bajo la pudibundez moral, la insulsa descalificación y las leyes dictadas ex profeso para acallar la voz tronante que los desnuda como canallas y ladrones. Nada me produce más satisfacción que contemplar los cadáveres insepultos de ladrones y canallas, aullando sus pútridas carnes las huellas de mi látigo, deambular ululantes en los muladares buscando un rincón para cavar sus tumbas con la sordidez de su moral deshilachada. ¡Silencio ladrones y canallas que, aunque los tiempos parecen favorecer a canallas y ladrones, este espacio es un reducto de la decencia y de la integridad!

5 de octubre de 2014

“EL TRABAJO LO HIZO DIOS COMO CASTIGO”



Me contaba un amigo portugués el caso de su abuelo materno, quien, viudo, al cumplir 60 años, decidió emigrar, de su humilde pueblo del Tras os Montes, para Brasil. Luego de un silencio de veinte años recibieron una efusiva carta del abuelo que al cumplir 80 años, en unión de sus hijos habidos en una nueva pareja, les invitaba a pasar unos días en Brasil, y les anexaba los pasajes y dinero para gastos.

En 20 años, este anciano había logrado el sueño americano con su trabajo y su responsabilidad. En cambio, en cualquier conversación entre jóvenes trabajadores nuestros, usted escuchará el deseo de dejar de trabajar a los 50. Se trabaja para dejar de trabajar y, lo más grave, se comete, según San Agustín, el pecado de amar el dinero sin el trabajo, es decir la parte sin el todo. Y en la letra de una canción venezolana, inmortalizada por nuestro Alfredo Sadel, se asegura que el trabajo, que es la esencia de la afirmación, de la liberación, de la promoción y del crecimiento del hombre, “lo hizo Dios como castigo”, concepción bíblica del trabajo como la sanción penal que Dios impuso a Adán al expulsarlo del paraíso terrenal y maldecirlo por su pecado original:

“Maldito sea el suelo por tu culpa. A fuerza de fatiga sacarás de él tu subsistencia todos los días de tu vida” (Génesis, 3, 17). Recordemos que el paraíso terrenal estaba a orillas del Tigris y del Eúfrates, única zona feraz en esa inmensa extensión de infertilidad y soledad. Al ser expulsado Adán de ese lugar donde todo nace y produce con facilidad, sus descendientes tuvieron que hacer prodigios para subsistir, ganarse el pan a fuerza de sudor.

Fue Adám Smith (1723 – 1790) quien utiliza la palabra como la idea central de la economía política, al sostener que la riqueza de una nación no está en el oro ni en la plata que posee, sino en el trabajo de sus habitantes. Eso explica por qué un país rico en productos naturales, como Venezuela, tiene tan alarmante índice de pobreza, pues el Estado, como sustituto del Paraíso bíblico, está constitucionalmente obligado a mantener al pueblo, regalándole comida, vivienda y vacaciones, pero… como escribió León Trostky, con la perversión que sufre hoy Venezuela, “el viejo principio quien no trabaje no comerá, ha sido reemplazado por quien no obedezca no comerá”.

Para Carlos Marx, el trabajo es, “…en tanto que produce valores de uso, en tanto que es útil, la condición indispensable de la existencia del hombre, una necesidad eterna, el mediador de la circulación material entre el hombre y la naturaleza”, razonamiento que Raúl Castro entendió demasiado tarde y que lo hizo confesar que “el pueblo cubano no podía seguir siendo el único pueblo del planeta que vivía sin trabajar”. Ahora no lo hace trabajar ni Dios. Que ser parásito es una de las virtudes del socialismo real.      

Juan Pablo II y el trabajo

“El trabajo es una de las características que distinguen al hombre del resto de las criaturas, cuya actividad, relacionada con el mantenimiento de la vida, no puede llamarse trabajo; solamente el hombre es capaz de trabajar, solamente él puede llevarlo a cabo, llenando a la vez con el trabajo su existencia sobre la tierra. De este modo el trabajo lleva en sí un signo particular del hombre y de la humanidad, el signo de la persona activa en medio de una comunidad de personas; este signo determina su característica interior y constituye en cierto sentido su misma naturaleza”.

Trabajo y sindicato

Soy un crítico del sindicalismo venezolano por su obsesión simplista hacia lo salarial y centrarse en el bienestar del propio trabajador, obviando la familia y el entorno social. Esa indiferencia ha creado una de las mayores perversiones históricas de nuestra sociedad, que el trabajo estable, llamado “empleo” porque debería producir movilidad social, produzca miseria y miserables.

La concepción marxista de las relaciones obrero patronales, se ha calcificado en la estructura sindical, impidiendo la generación de nuevas ideas y nuevas formas de relacionarse, en una moderna visión corresponsable, sindicato, patrono, trabajador, familia, entorno, que  en realidad produzca desarrollo. Si un trabajador es vicioso y dilapida su salario, el sindicato debe pedir a un tribunal declararlo menor de edad y judicialmente llevar el salario, o la mitad como contempla la ley, a su familia.

El sindicato debe tener una secretaría de asuntos sociales que se ocupe de la supervisión de la educación de los hijos de los trabajadores y de conseguirles becas a los mejores estudiantes. El sindicato no solo debe lograr mejoras salariales para el trabajador, sino que es su responsabilidad, delegada en el momento de su elección, el bienestar integral del trabajador, no como masa, que es como les gusta, sino como individuo que es como progresa la sociedad. Porque el fin último del trabajo es la familia.


El sindicalismo venezolano, que es el que conozco, se ha constituido, con las excepciones de rigor,  en una forma de vivir sin trabajar. Sempiternos dependientes del sistema, indiferentes al conmovedor drama humano que se escenifica a sus espaldas y que crece como hiedra venenosa amenazando destruir la sociedad: vicios, violencia intrafamiliar, abandono, miseria, ignorancia, delincuencia, miedo, todo mantenido con el trabajo. No se han percatado todavía, o les interesa que así continúe, que en buena medida el pueblo adulto venezolano es aduldolescente (adultos físicos pero adolescentes mentales) por sus carencias e irresponsabilidad.

La cultura del trabajo

Sorpresivamente para muchos, por su populismo ruinoso, Juan Domingo Perón sostenía: “solamente hay una clase de hombres, los que trabajan”, con lo que definía contundentemente la cola de parásitos que amanecían a las puertas del despacho de Eva Duarte para recibir una limosna estatal.

La fracasada escuela venezolana tiene el deber histórico de reinventarse, comenzando por imponer la cultura del trabajo como elemento esencial de su pedagogía, de la que derivará la cultura de la dignidad, del orgullo personal por la productividad y el respeto inmanente por el producto del esfuerzo personal: la propiedad privada. 


Rafael Marrón González

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