Según el Drae, que es el diccionario oficial del idioma que
hablamos en Venezuela - artículo 8 de la Constitución - la palabra
“imbécil” significa “escaso de razón”, lo que traduce a su vez
“incapacitado para el discurrir del entendimiento”, es decir “para reflexionar, pensar, hablar acerca de
algo, aplicar la inteligencia”, actuar con criterio para diferenciar lo
verdadero de lo falso, por ello el afectado cree ciegamente las falsas premisas
que le han sido inoculadas por una figura de autoridad.
Y observando la
terca actitud del gobierno frente a la profunda gravedad de la crisis sistémica
- económica, política, social y moral - que colapsa la república - consecuencia
de la maniática aplicación de erradas políticas públicas - que lo ha llevado a
despreciar la mano que le tendió gallardamente la Mesa de la Unidad, no se me
ocurre otra posibilidad más que presumir que este sufre una infección
generalizada de imbecilidad que le impide el adecuado discernimiento para
asumir las decisiones correctas que enderecen el rumbo, asumiendo de una vez
por todas que es una imbecilidad seguir tomando como ejemplo el modelo cubano
que arruinó a esa nación durante 55 años ininterrumpidos de práctica
socialista, a pesar de los ingentes recursos suministrados por Moscú para
mantener un enclave propagandístico comunista en las inmediaciones de los
Estados Unidos, y un apoyo económico internacional incesante, hasta de los
propios Estados Unidos cuyo embargo no ha sido óbice para la ayuda humanitaria
que han socorrido la inmensa miseria inherente a este sistema.
Sencillamente
porque no sirve. La fórmula no funciona. Para lo único que sirve es para
encumbrar inservibles, que usan el poder para, adivinen, enriquecerse robando a
familia entera. Mientras la pobreza crece exponencialmente. Como está
sucediendo en Venezuela. Parece cosa de la más siniestra imbecilidad que un
inservible comprobado como Fidel Castro sea todavía el líder fundamental de los
izquierdistas del mundo, impermeables a la dantesca realidad de ese sufrido
pueblo, al que utilizan como andrajosa bandera de una supuesta dignidad frente
al imperialismo yanqui, en cuyo suelo han encontrado refugio y progreso cerca
de tres millones de cubanos que han retado al destino.
Pero a esa
monstruosidad ha entregado en ofrenda el socialismo venezolano la cuna de
Bolívar, llevándola inexorablemente por el mismo camino cubano, porque, y se
cansa uno de decirlo, con aguacates no se pueden producir batidos de fresa, y
es una imbecilidad continuar tercamente en su práctica. Y ese es el problema
sustantivo de la ignorancia, que no le permite entender que, por ejemplo, la
economía es una ciencia, inexacta por la interacción humana, pero una ciencia
aplicada, con parámetros universales, que no es adjetivable - ni capitalista ni
socialista - es sencillamente economía… imbécil, cuya definición, en el campo
político, más precisa es arte de administrar bien, eficientemente, los bienes
del Estado.
Y la voz
“administrar” significa, “cuidar de”, es decir que no se los pueden robar ni
usarlos para ganar elecciones fraudulentas ni regalarlos alegremente por
“solidaridad”, que es realizar rifas pro fondos, no dar los de la nación. Y la
economía demanda productividad, es decir que en lugar del verbo “repartir” que
produce salivación en la flojera, debemos hablar de “crear”, pues
ya en esa creación de riqueza está implícita la más justa de las reparticiones:
la que produce el trabajo individual según la capacidad de cada quien, cuya
máxima aspiración es el bien común, traducido seguridad social y jurídica
y servicios públicos eficientes y oportunos.
Pero imbecilandia
comenzó a repartir el flujo petrolero sin preocuparse en mantener, preservar e
invertir, hasta que lo inevitable ha sucedido. Del viejo chorro petrolero solo
queda un prostático chorrito intermitente, repartido ahora entre el mercado
interno y los gringos, que son los únicos que pagan en divisas contantes, por
eso exploran aumentar, inmoralmente, el precio de la gasolina, o vender Citgo,
para tapar el cráter de la regaladera y la corrupción. Y el “hombre nuevo”, tal
como el parásito cubano, estupefacto ante lo que supone “una desviación de la
revolución”, suena las viandas vacías en desesperada demanda de más
almuerzos gratuitos. Que no hay. Porque no los produjo. Pero perdigones y gas
del bueno si hay para garantizarles a los verdaderos usufructuarios de la
repartición “equitativa” de la riqueza su permanencia en la manguangua de
mansión, avioneta y viajes para… disniguor no porque la DEA no los
va a pelar.
Se ha perdido
hasta el honor
En estos dieciséis
años de desgobierno, en lo que hemos perdido todo, hasta el honor, solamente el
más alto grado de imbecilidad puede negar la realidad que nos agobia a todos
los venezolanos, sin distinción, la única igualdad que ha conseguido este gobierno
insensato, es la incertidumbre. Y frente a ella, como respuesta embrutecida por
el virus de la imbecilidad, el discurso falaz para el endoso de la culpa. Uno
de sus más encumbrados “diente roto” acaba de declarar que “la empresa privada
tiene sus días contados”, como si su imbecilismo contara entre los más
exitosos.
Y otra oscura
luminaria confiesa que “el control de cambio es una decisión política”,
concediéndome la razón cuando aseguro que inflación y escasez son políticas de
un Estado imbecilado. Con razón tenemos compatriotas desesperados que ya
no ven la hora de salir de esta maldición bíblica que le ha caído a
Venezuela, causando, para la extensión del mal de la felicidad, el éxodo
de jóvenes talentos que huyen de la hórrida venganza de Fidel. Pero no hay
manera de lograr que el reino de imbecilandia escuche este alarido de la verdad
y continúa, a traspiés batiente, militarismo mediante e in crescendo, como
torpe mastodonte en su destructiva marcha hacia la nada, con una recua de
“pueblo” atada todavía al botalón de la ignorancia, derramando su
resentimiento, como lava ardiente sobre toda posibilidad de progreso. Sale
pa´llá.
Rafael Marrón González
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