Qué patética es la ignorancia. Uno de los más devastadores
jinetes del Apocalípsis – los otros son la superstición, el fanatismo y el
miedo. Impide a los hombres la adultez que dota de la responsabilidad
imprescindible consigo, con los suyos, con la sociedad, por ello hace descender
en la escala de los valores humanos a quienes el azar permite ascender.
Confunde esperanza con esperar y es de un atrevido singular, aunque ese
atrevimiento es su cadalso.
Cómplice bastardo
de los liberticidas - así como Atila lo era de Dios, la ignorancia
es el azote de la libertad - jura que sus creencias son producto del
pensamiento y sus actitudes primitivas de sus decisiones, lo que deriva en el
fanatismo que confunde con militancia voluntaria, cuando es una forma de
esclavitud, por ello no basta la razón para derrotar sus bestiales preferencias
políticas, pues el poder tiránico captura su afecto como la luz a las polillas.
“Se humilla en las cadenas” y se exalta en el libertinaje tumultuario que
confunde con democracia. Su igualdad está basada en el irrespeto y el desplante
soberbio.
Compensa su baja
autoestima con la violencia y su cobardía innata diluyendo su conciencia en la
masa. Es enemiga irracional de las dos únicas fuentes de progreso sustentable:
la individualidad y la libertad, de ambas por el terror que le produce la independencia.
Atada por el miedo a la incertidumbre al eterno padre munífico, su
transcurso vital es un asunto de Dios, del gobierno, del azar. Y unida
por la miseria y estimulada por la codicia, pugna contra su propia redención,
hasta el extremo de asumirse como clase social, banalizando el valor
ascensional de la cultura. Y lo triste es que cuando la ignorancia logra
percibir todo ha sido consumado, porque su abstracción es tal que cree que la
equivocación está en el comportamiento de la realidad y no en sus acciones,
sencillamente porque siempre ha tenido la simpleza de sus especulaciones
aleatorias como verdades absolutas.
Y existe quien se
llame político porque sigue los caprichos de la ignorancia, con el resultado
degradado del ascenso del más popular sobre el más capaz, obviando que
autoritaria, sectaria, inmoral e inepta, suele ser la conducta de la ignorancia
en el poder. Así que si la voz de
la ignorancia es la voz de Dios, renuncio a la esperanza.
Defender la patria significa librarla de
ignorancia
Para
edificar una nación sobre la cual construir patria es imprescindible comenzar
por liberar la escuela de la ignorancia, porque hay que ver cuánta ignorancia
sale de sus aulas, inclusive universitarias, con la capacidad de razonamiento
mutilada, anulado el pensamiento por carencia de lógica y sentido común.
Legiones de sujetos de derechos sin criterio para discernir lo verdadero de lo
falso. Pero con la posibilidad cierta de acceder a los más elevados cargos de
la autoridad con los resultados más que previsibles. Por eso el triste
espectáculo que la Venezuela actual emite al planeta, pues cayó en manos de la
ignorancia, y eso es catastrófico.
Ignorancia,
que al asumir que su posición relevante es merecida obvia el pensamiento – no
existe tal pensar distinto, se piensa o no se piensa, lo que existe es creer
diferente – por lo que ha hecho metástasis en estupidez, pues no es capaz de
percibir los alertas de la historia ni los ejemplos que a su alcance coloca la
información globalizada, y sigue tercamente – uno de los “atributos” de la
ignorancia – tratando de convertir un fracaso secular y recurrente en
posibilidad.
No
entiende que una nación se desarrolla según el porcentaje de seres pensantes
que posea su población y, por supuesto, con acceso a la toma de decisiones. A
mayor porcentaje de creyentes mayor será la miseria, aunque la naturaleza le
haya sido pródiga. Unos cuantos pensadores edificaron progreso en un desierto
plagado de creyentes.
Por
ello, seguiremos atrapados, sin salida, mientras sea tan minúsculo nuestro
porcentaje de seres pensantes y tan descomunal la masa irredenta con poder de
decisión. Por ello, la batalla a librar es contra la ignorancia en todos los
estamentos de nuestra sociedad, y el arma para combatirla es la cultura, que
decanta la actitud del hombre frente a sus semejantes, lo transforma en
artífice de su propio destino y desarrolla su dignidad ante las adversidades.
La escuela ha fracasado en esta lucha contra la ignorancia, solo nos queda la
cultura, que no debe confundirse con tradicionalismos, porque es cultura todo
lo que hace el hombre desde el pensamiento. Y si la mayoría de nuestra
población carece de neocorteza cerebral y por lo tanto sus acciones y
reacciones son eminentemente emocionales, es nuestro deber usar la escuela para
implantarle conciencia y criterio, elementos básicos del sentido común que
podrá desarrollarle la facultad de reflexionar antes de actuar, además de
fortalecerle la voluntad que es la fuente de energía necesaria para progresar
mediante el uso racional de los talentos naturales, que sin esa fuerza de
voluntad se pierden o desperdician.
Es
decir, transformarlo de operario físico pasivo en operario inteligente. El
pequeño sector desarrollado del país se ha visto arrollado por la fuerza
telúrica del poder omnímodo en manos de creyentes devotos del fracaso, que
copian un modelo imposible cuyos catastróficos resultados están, como en una
virina, a los ojos del mundo, pues se niegan a admitir que la economía es una
ciencia, con principios universales, que no admite adjetivos, y que la pobreza
se combate con trabajo, estudio y responsabilidad.
Es
la ignorancia con poder, a cuyo conjuro se abate el silencio y las sombras
sobre nuestras probabilidades, con el apoyo entusiasta de un “robusto ciego”
sin más horizonte que sus limitadas expectativas. Triste final para una
república con vocación de grandeza y potencialidades económicas para lograrlo.
¡Ignorancia, ignorancia, cuánta nulidad engreída ha elevado tu idiotez!
Rafael Marrón González
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