Cuando denuncio al ladrón y al canalla sólo al canalla y al ladrón señalo

Cuando llamo ladrón al ladrón y canalla al canalla, sólo al ladrón y al canalla aludo. Ladrones y canallas suelen cobijarse bajo la pudibundez moral, la insulsa descalificación y las leyes dictadas ex profeso para acallar la voz tronante que los desnuda como canallas y ladrones. Nada me produce más satisfacción que contemplar los cadáveres insepultos de ladrones y canallas, aullando sus pútridas carnes las huellas de mi látigo, deambular ululantes en los muladares buscando un rincón para cavar sus tumbas con la sordidez de su moral deshilachada. ¡Silencio ladrones y canallas que, aunque los tiempos parecen favorecer a canallas y ladrones, este espacio es un reducto de la decencia y de la integridad!

5 de octubre de 2014

ATRAPADOS, SIN SALIDA



Qué patética es la ignorancia. Uno de los más devastadores jinetes del Apocalípsis – los otros son la superstición, el fanatismo y el miedo. Impide a los hombres la adultez que dota de la responsabilidad imprescindible consigo, con los suyos, con la sociedad, por ello hace descender en la escala de los valores humanos a quienes el azar permite ascender. Confunde esperanza con esperar y es de un atrevido singular, aunque ese atrevimiento es su cadalso.

Cómplice bastardo de los liberticidas -   así como Atila lo era de Dios, la ignorancia es el azote de la libertad -  jura que sus creencias son producto del pensamiento y sus actitudes primitivas de sus decisiones, lo que deriva en el fanatismo que confunde con militancia voluntaria, cuando es una forma de esclavitud, por ello no basta la razón para derrotar sus bestiales preferencias políticas, pues el poder tiránico captura su afecto como la luz a las polillas. “Se humilla en las cadenas” y se exalta en el libertinaje tumultuario que confunde con democracia. Su igualdad está basada en el irrespeto y el desplante soberbio.

Compensa su baja autoestima con la violencia y su cobardía innata diluyendo su conciencia en la masa. Es enemiga irracional de las dos únicas fuentes de progreso sustentable: la individualidad y la libertad, de ambas por el terror que le produce la independencia. Atada por el miedo a la incertidumbre al eterno padre munífico, su  transcurso vital es un asunto de Dios, del gobierno, del azar. Y unida por la miseria y estimulada por la codicia, pugna contra su propia redención, hasta el extremo de asumirse como clase social, banalizando el valor ascensional de la cultura. Y lo triste es que cuando la ignorancia logra percibir todo ha sido consumado, porque su abstracción es tal que cree que la equivocación está en el comportamiento de la realidad y no en sus acciones, sencillamente porque siempre ha tenido la simpleza de sus especulaciones aleatorias como verdades absolutas.

Y existe quien se llame político porque sigue los caprichos de la ignorancia, con el resultado degradado del ascenso del más popular sobre el más capaz, obviando que autoritaria, sectaria, inmoral e inepta, suele ser la conducta de la ignorancia en el poder. Así que si la voz de la ignorancia es la voz de Dios, renuncio a la esperanza.

Defender la patria significa librarla de ignorancia

Para edificar una nación sobre la cual construir patria es imprescindible comenzar por liberar la escuela de la ignorancia, porque hay que ver cuánta ignorancia sale de sus aulas, inclusive universitarias, con la capacidad de razonamiento mutilada, anulado el pensamiento por carencia de lógica y sentido común. Legiones de sujetos de derechos sin criterio para discernir lo verdadero de lo falso. Pero con la posibilidad cierta de acceder a los más elevados cargos de la autoridad con los resultados más que previsibles. Por eso el triste espectáculo que la Venezuela actual emite al planeta, pues cayó en manos de la ignorancia, y eso es catastrófico.

Ignorancia, que al asumir que su posición relevante es merecida obvia el pensamiento – no existe tal pensar distinto, se piensa o no se piensa, lo que existe es creer diferente – por lo que ha hecho metástasis en estupidez, pues no es capaz de percibir los alertas de la historia ni los ejemplos que a su alcance coloca la información globalizada, y sigue tercamente – uno de los “atributos” de la ignorancia – tratando de convertir un fracaso secular y recurrente en posibilidad.

No entiende que una nación se desarrolla según el porcentaje de seres pensantes que posea su población y, por supuesto, con acceso a la toma de decisiones. A mayor porcentaje de creyentes mayor será la miseria, aunque la naturaleza le haya sido pródiga. Unos cuantos pensadores edificaron progreso en un desierto plagado de creyentes.

Por ello, seguiremos atrapados, sin salida, mientras sea tan minúsculo nuestro porcentaje de seres pensantes y tan descomunal la masa irredenta con poder de decisión. Por ello, la batalla a librar es contra la ignorancia en todos los estamentos de nuestra sociedad, y el arma para combatirla es la cultura, que decanta la actitud del hombre frente a sus semejantes, lo transforma en artífice de su propio destino y desarrolla su dignidad ante las adversidades. La escuela ha fracasado en esta lucha contra la ignorancia, solo nos queda la cultura, que no debe confundirse con tradicionalismos, porque es cultura todo lo que hace el hombre desde el pensamiento. Y si la mayoría de nuestra población carece de neocorteza cerebral y por lo tanto sus acciones y reacciones son eminentemente emocionales, es nuestro deber usar la escuela para implantarle conciencia y criterio, elementos básicos del sentido común que podrá desarrollarle la facultad de reflexionar antes de actuar, además de fortalecerle la voluntad que es la fuente de energía necesaria para progresar mediante el uso racional de los talentos naturales, que sin esa fuerza de voluntad se pierden o desperdician.

Es decir, transformarlo de operario físico pasivo en operario inteligente. El pequeño sector desarrollado del país se ha visto arrollado por la fuerza telúrica del poder omnímodo en manos de creyentes devotos del fracaso, que copian un modelo imposible cuyos catastróficos resultados están, como en una virina, a los ojos del mundo, pues se niegan a admitir que la economía es una ciencia, con principios universales, que no admite adjetivos, y que la pobreza se combate con trabajo, estudio y responsabilidad.

Es la ignorancia con poder, a cuyo conjuro se abate el silencio y las sombras sobre nuestras probabilidades, con el apoyo entusiasta de un “robusto ciego” sin más horizonte que sus limitadas expectativas. Triste final para una república con vocación de grandeza y potencialidades económicas para lograrlo. ¡Ignorancia, ignorancia, cuánta nulidad engreída ha elevado tu idiotez!


Rafael Marrón González

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