Escucho decir a una señora, de edad respetable, que había
que hacer una colita – de cinco horas – pero sí se conseguía aceite. Si se
hubiera tratado de una adolescente no tendría mayor importancia, pero
tratándose de una persona que atravesó como adulto por lo menos la mitad del
siglo XX, es inexcusable, porque esta persona fue testigo del abastecimiento
hasta con exceso y la pluralidad de marcas de los productos de primera
necesidad como el aceite – antes de la llegada al poder de esta plaga perniciosa,
infectada de la imbecilidad socialista, que somete al pueblo a la sumisión por
la subsistencia, mediante la aplicación de controles en el suministro de
alimentos, porque pueblo en cola no reclama derechos.
Es incierto que
sean ineficientes, son sencillamente hijos de puta. Crean inflación y
desabastecimiento por reacción. El pueblo que hace cola no las sufre, y, al
contrario, se beneficia pecuniariamente, pero la ciudadanía independiente, que
trabaja y se rebela contra sus delirios comunistas, pues conoce los peligros
contra la libertad que ese modelo antinatural y esencialmente criminal
representa, es puesta en la disyuntiva de ceder su dignidad y
entrar por el aro o sufrir las consecuencias.
Ellos cuentan con
que la ignorancia tiene como falencia adicional la incapacidad mnemotécnica. El
ignorante vive al día, sin recuerdos ni historia. Es una especie de concha de
aguacate flotando en una laguna. Por eso les es tan fácil a los demagogos
socialcomunistas, como estos, meterlos en una cola por una bombona de gas que
en años recientemente anteriores eran llevadas a sus casas, luego de pedirlas
por teléfono.
La memoria
histórica es un valioso recurso que nos permite valorar nuestro pasado y hacer
comparaciones que permitan un juicio crítico. Por ello, y ante su obvia
ausencia, es imperativa una gran cruzada nacional para restablecerla, mostrando
a viva voz el pasado reciente de la nación en materias tan sensibles como
servicios públicos, educación salud, seguridad y abastecimiento.
No basta con
señalar precariedad y carencia, hay que enfrentar el discurso gubernamental
negador del pasado, que muestra como grandes logros el abastecimiento regulado,
ahora con captahuellas que traducen “libreta de racionamiento digital”; que
ahora sí “tenemos patria” – quien repita esto y se llame bolivariano es un
idiota sin remedio – la guerra al contrabando – el tráfico ilegal de
mercaderías entre Colombia y Venezuela es histórico, el problema es que ahora
no hay producción de este lado y hay más dólares del otro – que han reducido la
pobreza, mentira de tamaño oceánica, ya que sus propios dirigentes se han
encargado de aclarar que la pobreza es la base fundacional del proceso
revolucionario, y que no les conviene combatirla porque al convertirse en clase
media, los pobres se meten a “escuálidos”, es decir recobran su capacidad de
pensar, anulada por el virus del parasitismo social que a demasiados
venezolanos, de los catalogados en pobreza, disfrutan a flojera batiente.
A recordar se
ha dicho
Desde el comienzo
de esta pesadilla la dirigencia opositora ha asumido la cómplice posición
suicida de acompañar al gobierno en su complejo de Adán. Se prohíbe hablar del
pasado. Sin embargo nuestra única arma contra el verbo conjugado en promesas a
futuro de esta imbecilidad decadente, es mostrar los logros de los cuarenta
años de democracia, porque el pasado es…
la represa de
Guri, que permitió energizar todo nuestro territorio con el ahorro de millones
de barriles de petróleo, o la construcción de Ciudad Guayana, que costó
25.000 millones de dólares, cifra similar a la extraída ilegalmente de Cadivi.
El pasado es…
ochenta mil
kilómetros de carreteras clase A y autopistas y puentes y el asfaltado de miles
de kilómetros de vías de penetración rurales, que sistemáticamente está destruyendo
esta inservible administración de la infraestructura nacional.
El pasado es…
la formidable red
de hospitales y ambulatorios eficientes que atendían las necesidades de salud
de la población frente al engaño político de Barrio Adentro que consume el presupuesto
de la institucionalidad formal, generando el grave deterioro en la materia que
hoy sufrimos los venezolanos.
El pasado es…
Tres mil
seiscientas escuelas creadas por el gobierno del Rómulo Betancourt en sus
primeros dos años de gobierno, que le merecieron un reconocimiento de la
Unesco. ¿Cuántas ha hecho “el proceso” en estos dieciséis años de
despilfarro, corrupción y destrucción de lo construido, por envidia?
Así que sí, hay
que hablar del pasado claro y alto, porque fue ese pasado el generador de la
clase media – incluyendo su versión deformada, sustantivada en una
contradicción de términos “clase media socialista” – y la clase media
profesional con decenas de miles de egresados universitarios – de Universidades
de verdad - en distintas áreas del conocimiento científico, tecnológico y
humanista, que ahora, gracias al milagro al revés de la idiotez socialcomunista
se ven obligados a emigrar.
Y hay que hablar
del pasado en materia de seguridad, sobre todo porque el propio gobierno
declara que el 76% de los homicidios son por enfrentamiento entre bandas de
delincuentes, cuyos integrantes son jóvenes que tenían entre 5 y diez años
cuando este elefante penetró a la cristalería de la república causando los
destrozos morales, éticos y sociales que su ignorancia y barbarie anunciaban.
Los errores del
pasado
Fueron muchos los
errores y las perversiones cometidas por el estamento político en ese pasado,
que con sus bemoles es inmodificable, pero esa no fue la causa de la caída de
la república liberal, sino la baja de los precios del petróleo que impidió que
los subsidios en blanco continuaran alimentando el clientelismo político
llamado “pueblo”. Y eso mismito está por sucederle al proceso, pues ya la OPEP
anuncia una baja en los precios petroleros, que aunado al despilfarro que
generó esta crisis, se llevará por los aires el espejismo revolucionario que
devastó la Venezuela desarrollada que comenzaba a descollar en el mundo
civilizado. El retroceso ha sido tan brutal, que ya el paisaje venezolano
promociona desolación. Sale pa´llá.
Rafael
Marrón González
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