Anda
por allí un grupo de chavistas en pos del poder, reivindicando un onírico
legado maravilloso del insepulto de la montaña supuestamente traicionado por
Maduro. Y a esta conseja se une cierta corriente de oposición, dando a entender
al pueblo llano que el problema no es el modelo castro comunista que el extinto
intentó imponer a sangre y fuego en el país, con la briosa oposición del pueblo
auténtico, la clase media, en sus tres vertientes, y de la
inteligencia nacional, que lo revocó y le frenó el ímpetu desbocado de su
supina ignorancia, sino Nicolás Maduro, a quien el propio extinto rogó al
pueblo para que lo eligiera, en clara evidencia de su absoluta confianza en las
comprobadas virtudes sucesorales del delfín, pues Nicolás, desde su más
temprana participación política, ha sido un obediente y no deliberante ataché,
por lo que recibió el beneplácito de los ruinosos Castro, directos
beneficiarios del empobrecimiento, planificado por ellos, de la nación
venezolana.
Y otorgarle a Maduro alguna culpa en el
desastre que tiene 16 años desarrollándose, a través de políticas públicas
prolijamente diseñadas para la destrucción de la empresa y propiedad privada, y
de la productividad – palabra ofensiva para el comunismo– mediante experimentos
socialistas destinados al fracaso, porque así es en socialismo, para
retroceder al país a la época pre industrial, de producción artesanal, en lo
que aún insisten personajillos de las primeras horas, es absolutamente
inmerecido, porque Maduro sencillamente no ha hecho nada, no se ha equivocado
tan siquiera, no ha cometido ni un solo error, su gobierno vino precintado al
vacío, todo se lo dieron hecho y funcionando…hacia atrás.
El desabastecimiento, que hoy aterroriza
Caracas, y que en el interior tenemos meses sufriendo, es culpa absoluta de las
políticas del finado, que designó a un maniático comunista literal al frente de
Indepabis y este acabó con los inventarios depositados en los grandes
supermercados para cubrir 90 días de demanda, de acuerdo a los tiempos de
reposición de sus proveedores, por considerarlos “acaparamiento”, y los
expropió para venderlos a precios viles en las “ferias” politiqueras, lo que
resultó en el gran negocio de la reventa buhonera, mayor imbecilidad imposible,
pues es materia de seguridad nacional que en toda ciudad de un millón de
habitantes en adelante se instalen estos megamercados para suplir las
necesidades alimentarias en caso de desastres naturales o eventos de
cualquier naturaleza, y aunado a este disparate de reducir los inventarios a niveles
de suministro basal, se atacó políticamente el aparato productivo con
expropiaciones y confiscaciones y se dificultó el acceso a los dólares
controlados al importador, reduciendo la oferta y alargando los tiempos de
reposición, con lo que fuimos agotando las existencias hasta llegar al colapso
que los caraqueños están descubriendo, generando las protestas multitudinarias
que tienen a los voceros del régimen metiendo la pata a diestra y siniestra,
más embarrados que palo de gallinero.
Y eso lo hizo el difunto, no Maduro. Que
también dilapidó - regaló en el exterior – el inmenso caudal financiero que le
deparó la suerte con los altos precios petroleros, sin que, como sucede con
todo ricachón súbito, tomara la menor previsión para el futuro por si la suerte
cambiaba. Y cambió y los agarró limpios de solemnidad y con su principal
cliente, al que cubrieron de insultos mientras recibían sus dólares, convertido
en el mayor productor de petróleo del orbe, generando el miedo que mandó el
precio del barril hasta el piso.
Por lo tanto hay que decir al pueblo la
verdad: la culpa es de Chávez. El error histórico es el chavismo y punto. Una
loquera con el ingreso petrolero como fin – algún día sabremos cuánto se han
robado estos pillos - dirigida bajo la concepción “como vaya viniendo,
vamos viendo”, imponiendo sandeces destructivas, obviando las experiencias
históricas.
Cada decisión política, social o
económica– la economía es una ciencia - fue errónea. Desconocedor de la
idiosincrasia del pueblo venezolano confundió el fervor que le brindaba su
carisma e inescrupulosidad en el uso de los recursos del Estado con fines
políticos, con el éxito de su revolución por decreto, y en su delirio creyó en
verdad que el pueblo estaba dispuesto a sacrificar su existencia y su modo de
existir, con tal de que triunfara su proyecto personal - ¨qué importa que
andemos desnudos¨. Se peló.
Si estuviera vivo – su muerte es también
error suyo, en Brasil se hubiera curado - estaría cosechando en sus
propias manos las consecuencias de su inconmensurable estupidez. Maduro es el
heredero de las ruinas de un proyecto ilógico, insensato, inviable que no tenía
ni tiene otro resultado que el fracaso que tantas veces anunciamos desde el
mismo 4F. Echarle la culpa a Maduro es, desde el punto de vista político,
suicida para esa oposición que cree – no piensa, si pensara no lo haría – que
de esa manera va a obtener el favor electoral del fundamentalismo chavista que
ronda históricamente el 15% del electorado antidemocrático que vota – antes de
Chávez no llegaba al7 % - y que también está padeciendo los rigores del inmenso
fracaso del irresponsable experimento socio político de Chávez.
Maduro, en todo caso, es culpable de ciega
lealtad. De carecer de visión histórica hacia su propio drama. Atrapado entre
seguir fiel al proyecto imposible de su comandante y terminar confundido entre
sus cenizas o asumir el control de su responsabilidad, enfrentar los cuatro
talibanes retrógrados que les sirven de cancerberos al “proyecto” del “eterno”,
y dar un viraje hacia la lucidez, librando al país de una salida traumática,
deslastrándose de ese fardo que ya pertenece al oscuro pasado de la nación,
comenzando por darle cristiana sepultura, allá en su linda Barinas.
Pero, conociendo su carta astral, y la
desmesura de su conmovedora simpleza mental – ante la brutal escasez solo atina
decir que “la oligarquía parasitaria nos tendió una emboscada” - sabemos
que continuará impertérrito hacia el vació, empujado por la inmensa arrechera
popular in crescendo que no se cala cuentos ni mentiras ni falsas
culpabilidades, frente a la dura realidad de los anaqueles vacíos de Mercal,
los abastos Bicentenario y PDVAL, porque, aunque el extinto le haya dicho lo
contrario, los pobres de este país, si usan papel tualé y pañales desechables.
Y se bañan Nicolás. Sale pa´llá.
Rafael
Marrón González
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