Definitivamente
el chavismo, como sistema de gobierno antidemocrático, sectario, represivo,
corrupto, centralista, militarista, ávido del poder como fin, ruinoso en lo
económico y totalitario en lo político, ha logrado la división del pueblo
venezolano, pero no como lo buscaba el ideal marxista de Fidel Castro, su
creador, horizontalmente entre pobres y ricos, sino entre pueblo y no – pueblo,
lo que en el aspecto económico ha derivado entre cómplices y víctimas.
Pueblo:
los ciegos seguidores acríticos que reciben distintos niveles de beneficio
oficial, constituidos en cómplices, por la supervivencia, de los desmanes y
corruptelas y traiciones de la fascista oligarquía gobernante. Una nueva
categoría nobiliaria, con escudo de armas y privilegios aristocráticos.
No-pueblo,
los ciudadanos caracterizados por su alta criticidad, sometidos a la condición
de víctimas del sectarismo gubernamental, a quienes se niega derechos
constitucionales y humanos, además de beneficios sociales sufragados con el
erario, que conforman la nueva “pobresía” nacional, pero sometida al escarnio
de la injusticia y el vejamen.
Esta
división fue prolijamente diseñada mediante el infame discurso socialcomunista
que propugna la “igualdad” por encima de la libertad, que excluye
cuidadosamente, como antagónico, todo lo que se destaque para la
participación eficiente y productiva que coadyuva el progreso colectivo por el
desarrollo individual. Y de esta manera brutal, el hijo de analfabetos,
nacido en el deshilachado Zanjón Hondo, cuyo destino era doblar el lomo
sobre el improductivo conuco, pero que a fuerza de lucidez y coherencia,
que los militaristas llaman disciplina y orden, y gracias a la movilidad
social generada por la gratuidad de la educación superior, asciende en la
escala de los valores humanos, en lugar del orgullo compatriota, desde ese
momento, para su íntimo dolor, no es pueblo. ¡Es un
“no-pueblo”!
Pueblo somos todos
Fue
de la Revolución Francesa que heredamos la definición de pueblo como lo
correspondiente a los estratos más humildes y desinformados de la urbe, a la
que apelan los demagogos cuando lo invocan. Pero hoy en día, la definición de
pueblo remite a comunidad organizada, valor ascensional para la masa.
Pues,
se es pueblo en la medida en que el individuo, en su función de ciudadano, se
sienta participante de una aspiración positiva colectiva y sea capaz de
asociarse u organizarse con otros para lograrla. Es decir que a partir de la
disgregación de la masa en comunidades debidamente organizadas, integradas por
individuos conscientes de su condición política y social, específicamente
formados, el pueblo será más fuerte y capaz de depositar su soberanía y sus más
sentidas aspiraciones en las manos adecuadas.
Para
el deber ser de la política la lucha a ganar sería que el individuo de alma
colectiva disuelto en la masa, introyecte la necesidad de formarse para
constituirse en pueblo, porque la legalidad del poder tendría como valor
específico la legitimidad concedida por una elección consciente, ya que la masa
elige por estímulos emocionales externos, y, en extremo, como está ocurriendo
hoy, por la manipulación de sus más oscuros sentimientos, cuando debe elegir
para su conveniencia por convicción interna si fuera pueblo.
La lucidez del progreso por el desarrollo
humano
Nosotros,
los excluidos como “no-pueblo”, hemos cumplido siempre con nuestro deber
histórico de alertar sobre las perversiones implícitas en las promesas imposibles
de demagogos y populistas. Nuestra democracia vivió no pocas
confrontaciones sangrientas, a causa de este discurso imposible, que propugna
la repartición equitativa de una riqueza no creada, en lugar de convocar a su
producción equitativa, obviando que si el hombre, como humanidad por supuesto,
no está formado debidamente para la producción, sencillamente no
producirá, aunque se le obsequien todos los recursos de la tierra.
Porque
es ley inexorable que la simple posesión del bien o del dinero no garantiza
prosperidad sino hay cultura, pero como al socialcomunismo le interesa la
precariedad de la pobreza para su subsistencia, entonces financia la
ignorancia, la estimula, encumbra y condecora. Venezuela no puede continuar
dividida entre los que, por carencias culturales, viven de asombro en asombro
rebasados por la inusual y excesiva cotidianidad del futuro, y los que por
dinámica contextual se mantienen inmersos en ese futuro científico y
tecnológico que pertenece por su acceso a la información y su capacidad
perceptiva, a su presente.
Además,
nosotros, los que la estitiquez mental de un gobierno fracasado ha lanzado al
desprecio de lo no-pueblo, portamos en realidad los valores ascensionales
del pueblo venezolano. Por ello,
los injuriados como “no-pueblo” tenemos el deber indeclinable de, en primer
lugar, no permitir que nos derrote el discurso del odio de los
socialcomunistas y negarnos a abandonar el suelo donde hemos nacido y que con
todo derecho nos pertenece, aunque parezca suficientemente justificada la
emigración por la vieja aspiración del chavismo de generar una guerra civil,
para lo cual han creado todo un tinglado de mentiras mediáticas, como las de
Bush para invadir Irak.
Tenemos,
en segundo término, por todos los medios a nuestro alcance, que propiciar que
la Venezuela seducida por
el maligno influjo del nefasto chavismo comprenda
que tiene que asumir estructuralmente el trabajo, el estudio y la
responsabilidad como fórmula del
progreso por el desarrollo de las potencialidades individuales, si en verdad quiere superarse, porque
el hombre es heredero universal del derecho a ser artífice de su propio
destino, y sus herramientas son la vida, la libertad y la propiedad. Y, en
tercer lugar, hacer todo lo conducente para
eliminar del pensamiento del gentilicio la ominosa sombra del tirano
providencial, de cualquier signo, pero que en la izquierda es una especie de luminoso vengador errante
que pretende conducir al pueblo, por la violencia y el saqueo, al
disfrute del esfuerzo de otros. Es decir, a convertirlo en delincuente
inconsciente de su astrosa realidad. Sale pa´llá.
Rafael Marrón González
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