Cuando denuncio al ladrón y al canalla sólo al canalla y al ladrón señalo

Cuando llamo ladrón al ladrón y canalla al canalla, sólo al ladrón y al canalla aludo. Ladrones y canallas suelen cobijarse bajo la pudibundez moral, la insulsa descalificación y las leyes dictadas ex profeso para acallar la voz tronante que los desnuda como canallas y ladrones. Nada me produce más satisfacción que contemplar los cadáveres insepultos de ladrones y canallas, aullando sus pútridas carnes las huellas de mi látigo, deambular ululantes en los muladares buscando un rincón para cavar sus tumbas con la sordidez de su moral deshilachada. ¡Silencio ladrones y canallas que, aunque los tiempos parecen favorecer a canallas y ladrones, este espacio es un reducto de la decencia y de la integridad!

1 de noviembre de 2009

Inepto de revolucionario viene

El espíritu heroico de las grandes revoluciones - como la que creó la república en Inglaterra, libertó y unificó a los Estados Unidos – única revolución exitosa de la historia - dio al traste con la monarquía en Francia – para instaurar otro imperio pero más ridículo - y separó América de Europa – destruyendo, sin proyectos sustitutivos, 300 años de experiencia administrativa - ha sido usurpado por cuanto disparate criminal como Lenin, Fidel o Marulanda o Mugabe quiera hacerse con el poder por el terror en cualquier lugar incivilizado del mundo.

Lo cierto es que la palabra “revolucionario” – capitalizada por las izquierdas, así en plural - degradó a piltrafa prehistórica, retrógrada y sanguinaria sin honor y sin causa. Un “revolucionario” es cualquier idiota con la genética maltrecha que traduzca a violencia su resentimiento social, su flojera congénita o su débil honestidad bajo la consigna “ser rico es malo” mientras usurpa con su mediocridad los espacios del mérito y se enriquece con el discurso de la mentira y que a falta de talento y ante su probada ineficacia, necesita paradigmas publicitarios para convencer, así sea con la imagen de nulidades importadas como el sanguinario Che Guevara a quien Fidel designó ministro de economía y arrasó con la productividad nacional, por lo que lo mandó a revolucionar a Bolivia donde le aquietaron la loquera.

Que entre revoluciones te veas

La tragedia de Venezuela es que, luego de su única revolución con una propuesta digna y mientras el mundo enfilaba hacia el futuro, ha sufrido la sangría impenitente de 22 revoluciones intrascendentes:

“revolución de la cosiata”, “revolución de las reformas”, “revolución popular”, “revolución de marzo”, “revolución federal” – la más idiota de todas, pues luego de 4 años de matazón terminó en un feroz centralismo - “revolución la genuina”, “revolución azul o reconquistadora” – que produjo “el más débil de todos los gobiernos” - “revolución liberal o de abril de 1870” – cuyo término se produjo cuando “las gallinas empezaron a cantar como gallos” - “revolución de Coro”, “revolución liberal restauradora” – que se la cogió Gómez convirtiendo a Venezuela en su hacienda personal - “revolución libertadora” – que sucumbió en Ciudad Bolívar derribando media ciudad - “revolución de la nueva democracia”, “revolución de octubre” - que parió a Pérez Jiménez y su “revolución" del nuevo ideal nacional” - “revolución del 23 de enero” – que instauró la democracia para luego corromperse con su clientelismo político y engendrar a Hugo Chávez - “revolución" de Castro León”, “revolución" de Ely Mendoza”, “revolución" del barcelonazo”, "revolución" del carupanazo”, “revolución" del porteñazo”, “revolución" de las guerrillas”, “revolución de los comandantes o del 4F ” – las últimas siete “alzamientos” porque fracasaron - cada cual más idiota, criminal y torpe, salvo la del 23 de Enero que condujo al país por algunos 25 años de desarrollo antes de ser devorada por la codicia - en realidad todas fueron golpes de Estado, pues el fin último fue la toma del poder de facto, y, para remate insólito, luego de ganar las elecciones de 1998, el gobierno surgido de la urnas por mandato constitucional, se declaró "revolucionario" sacando de la boinacolorá una tal “revolución bolivariana” - la N º 23 – para justificar su ineficacia y corrupción, es decir, para ingresar al exclusivo club de la idiotez con la revolución cubana como paradigma - lo que ya es suficiente definición para ahorrar espacio - pues el parasitismo social – mendicidad institucional que en el chinchorro espera “la repartición proporcional de la riqueza” creada por otros - la ignorancia – ahora borlada en universidades ad hoc - y la ranchificación del país – que ya comienza a presentar aspecto habanero con desperdicios por doquier, ranchos de deshechos, malos olores, “alumbrones” y sequía aliviada con totuma - constituyen su promesa de futuro, pero con los revolucionarios divididos en opulentos y zarrapastrosos. Como siempre.

La patria es la gente

Tenemos el deber de entender que las revoluciones de ahora – por su característica marxista implícita en el término, porque no existen revoluciones liberales - son procesos involutivos – una vuelta al carro de mulas que nunca tuvimos en Venezuela - que pretenden destruir lo construido para edificar sobre sus ruinas el desvarío que sustenta el proyecto de vida de un autócrata faramallero pivotado en un Estado de servidumbre. Por lo tanto, no es lógico pensar que estén interesadas en el progreso intelectual del pueblo, pues el conocimiento es libertario.

Para el revolucionario que infecta América Latina, la patria está simbolizada en la entidad totalitaria a la cual el pueblo debe incondicionalidad y culto, por lo que ese pueblo debe ser profundamente supersticioso, dependiente y sumiso, es decir, sobrevivir en la chapoteante indignidad que la ignorancia procura – ese es el “hombre nuevo” que incubaba el Che: Un andrajo moral con las manos como cuencos.


Por el contrario, la patria es la gente para los evolucionarios y por ello se busca el desarrollo cognitivo del pueblo a través del individuo, incentivando el pensamiento crítico para lo que es indispensable la libertad que, a través del desarrollo del individuo, induce el progreso general, porque el progreso sólo puede ser colectivo.

Y así, mientras las revoluciones muestran al mundo, luego de decenios de opresión, el rostro de la miseria que el parasitismo social depone, los países evolucionarios en tiempo paralelo han logrado mostrarnos el esplendor del futuro por la inteligente laboriosidad de su presente. La comparación es fulminante para las revoluciones decadentes, que boquean moribundas entre ademanes grandilocuentes.

La revolución que necesita Venezuela

Un país como Venezuela, envidia de muchos por sus recursos naturales – que no son una maldición sino que han sido inutilizantes – no necesita revoluciones sino sensatez, conocimientos y responsabilidad: Si cada ciudadano se hace cargo de sus responsabilidades - consigo, con los suyos con la sociedad - y de las consecuencias de sus actos, estaríamos frente a la más portentosa revolución de la historia de la humanidad.

Y eso significa que Venezuela lo único que requiere es que su población en mayoría de edad asuma su condición adulta, pues lamentablemente todos los gobiernos que el país ha tendido han sido absurdamente paternalistas, al grado de generar una perturbación moral – exacerbada en el proceso “bolivariano” – que paulatinamente fue edificando una actitud aduldolescente colectiva - irresponsable, impuntual, indiferente y dependiente – que ha minado las bases productivas de la sociedad.

Un país con una población mayoritariamente ciudadana – porque taras hay en todas partes – y una institucionalidad fortalecida cuya legalidad someta a su imperio inexorable tanto a gobernados como a gobernantes – los líderes en una sociedad moderna no sustituyen a las instituciones - y una economía diversificada – de libre mercado - basada en el trabajo creador de su pueblo del que dependiera el Estado, sería la fórmula evolucionaria que despojaría para siempre a nuestra patria del hórrido maleficio revolucionario cuya traducción moderna es ineptitud.

Si lo dudan, hagan un inventario de los servicios públicos en Venezuela después de casi once años y un millón de millones de dólares malbaratados por esta pútrida revolución pelética, peluda y peletancuda.

Nota:

Así como revolucionario proviene de revolución, evolucionario deriva de evolución. Y es el sustantivo ascensional que emite un sentido positivo frente al embate destructor del decadente “revolucionario”, imposible en la era científica y tecnológica que vivimos.
Rafael Marrón González

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