Cuando denuncio al ladrón y al canalla sólo al canalla y al ladrón señalo

Cuando llamo ladrón al ladrón y canalla al canalla, sólo al ladrón y al canalla aludo. Ladrones y canallas suelen cobijarse bajo la pudibundez moral, la insulsa descalificación y las leyes dictadas ex profeso para acallar la voz tronante que los desnuda como canallas y ladrones. Nada me produce más satisfacción que contemplar los cadáveres insepultos de ladrones y canallas, aullando sus pútridas carnes las huellas de mi látigo, deambular ululantes en los muladares buscando un rincón para cavar sus tumbas con la sordidez de su moral deshilachada. ¡Silencio ladrones y canallas que, aunque los tiempos parecen favorecer a canallas y ladrones, este espacio es un reducto de la decencia y de la integridad!

20 de marzo de 2010

O corren o se encaraman

Por temor a herir susceptibilidades solapadas en las palabras “pueblo”, “solidaridad”, “humanismo”, “pobreza”, y por una especie de sonrojo por producir dinero y bienestar personal, el discurso liberal no ha enfrentado con contundencia el mito “socialista” – en realidad “masalista” – produce masa, no sociedad – que tanto sufrimiento ha ocasionado a la humanidad, diluido en el argumento falaz del “amor a la pobreza”, en realidad su sustento político, pues, como he escrito en otras oportunidades, se apropió de valores sustantivos del ser humano, en su definición intrínseca sintetizada en la generosidad – cuyo máxima expresión es la piedad – para elaborar todo su andamiaje discursivo mendaz y perverso, que la historia reciente ha develado, por lo que es necesario difundir con efectividad – no en foros para iniciados - que “socialismo” es un sustantivo feliz que define la esclavitud política por el atractivo de lo social.
Es un espejismo – lo probó la URSS y lo demuestra Cuba - que ha permitido que importantes sectores de la humanidad caigan en la trampa del estatismo exacerbado, que define la realidad política del llamado impropiamente “social-ismo” que, repito, en la práctica no tiene nada que ver con lo social sino con el dominio centralizado de la vida política nacional por parte del asfixiante aparato estatal que, eliminando lo “privado” y su exponente, la individualidad, convierte lo “publico” en lo “gubernamental”, derivando al ciudadano en súbdito masificado, necesariamente obediente y no deliberante, permutándole la libertad por la subsistencia basal.
Es decir, que tal como bautizar una niña como “Hermosa”, por lo que siempre lo será de forma ideal, el sustantivo “socialismo” posee la virtud artificial intrínseca de referirse a lo social por encima de lo político, que el común introyecta como “preocupación por el sufrimiento del pueblo”, con el sentido de solidaridad, por encima del individuo entendido como egoísmo, cuando en la realidad es todo lo contrario: es un sistema que privilegia lo político por encima de lo económico, con el desastroso resultado para lo social.
Es una de esas voces de fácil compra pero que esconde una perversa realidad antinatural – su símil en la naturaleza es la letal medusa “avispa marina” - que suprime la individualidad, centraliza la actividad pública y estatiza la vida de la nación eliminando el “interés propio” que es el combustible que mueve la economía. Y esta es una fórmula inequívoca para fracasar, por lo que este sistema de gobierno sobrevive entre sus escombros gracias a la represión de un militarismo corrupto que se encarga de oprimir la disidencia y por la idiotez acrítica de la filantropía liberal.

Cuba es el ejemplo más cercano de la aplicación de la fórmula socialista en un país que, aunque bajo una dictadura militar indeseable, era para 1958, uno de los más prósperos de América Latina que se ha convertido en un lastimoso espectáculo de desolada miseria bajo 51 años de opresión colectivista, erigida en el burdel del planeta.

Develar la verdad socialista
Pocos de los aduldolecentes socialistas, seguidores incondicionales de una ilusión conjugada en un idílico futuro eterno, conocen en realidad las características opresivas de este tipo de regimenes que sólo pueden sostenerse por la fuerza colosal de las armas, pues ningún hombre de verdad está dispuesto a rescindir su derecho a la libertad sino es por la aplicación de una fuerza superior que domine su naturaleza, y ésta es el terror psicológico como consecuencia de la aplicación sistemática de técnicas de control de la población cuya subsistencia deriva de la sumisión, aunque vemos con asombro como en la Alemania actual un elevado porcentaje de individuos deploran la caída del Muro de Berlín y añoran al Estado propietario de sus vidas que les proveía la subsistencia en un mundo gris de alcohólicos cabizbajos, irreconocibles como sujetos de derechos. La aduldolescencia también campea por la ex culta Europa.
Utopía de la inmovilidad deseada
El socialismo, como discurso de una utopía irrealizada, enamora a jóvenes románticos - y ancianos espinilludos - llenos de aspiraciones justicieras insufladas por el manual de Robin Hood – “quien roba a Pedro para darle a Juan, tiene el amor de Juan” - cuando en la realidad es un sistema empobrecedor, indefectiblemente vinculado a gobiernos dictatoriales, definidos como “democracias populares” por la prensa de izquierda - en una absurda contradicción – que imponen a sangre y fuego el personalismo, el estatismo, el partido único, el sindicato único (en realidad un comisariado del partido), el líder único e infalible, el igualitarismo (igualdad porque sí) y el colectivismo, lo que los lleva irremediablemente al fracaso, sencillamente porque todo eso es antinatural.
Y ese es uno de los problemas que confrontamos los liberales: Que el discurso romántico y pobrecitista del socialismo flota incontaminado por encima de los cien millones de muertos – en Rusia, China, Camboya, Corea del Norte, Cuba - y de las atrocidades que los socialistas en busca de su utopía comunista han cometido antes de fracasar estrepitosamente y convertirse en obesos capitalistas salvajes. Y es que ese discurso atrapa especialmente a la juventud que no ha incursionado críticamente en la historia. Por eso es tan importante llevar a nuestros estudiantes la verdad resultante de comparar el discurso romántico contra la injusticia y la realidad de un siglo de crueldades de este perverso sistema ideológico enemigo de la libertad, del individuo, de la propiedad privada y de la democracia.

La base del discurso socialista
El basamento de la engañifa socialista (cuyo lema es ¡ojalá que llueva café!, como Chávez añora que llueva electricidad), que insisto es una ideología en la que los medios de producción son, en teoría, propiedad colectiva, pero en la práctica se concentran en la nomenclatura oficial erigida en signataria del Poder Popular y por lo tanto todo pasa a ser para disfrute de los burócratas, son:
Justicia social, que en verdad es filantropía oficial que deriva en parasitismo social por la castración de la responsabilidad;
Repartición proporcional de la riqueza, un mito muy productivo entre la ingenuidad popular, por el atractivo de la palabra “riqueza”: Pablo de Tarso hizo doctrina que para poder repartir primero hay que producir, y no hay nada que odie más un socialista que la palabra “producción”;
Igualdad por encima de la libertad, sólo posible por la fuerza;
Solidaridad, pero mecánica, algo así como una banda de mochos rascándose entre sí;
Plusvalía del trabajo, que le hace la boca agua a los ingenuos, pues predica que la mano de obra tiene un valor superior en la relaciones de producción y es la que fija el precio del producto, lo que no solo es falso, sino que es embuste, pues es la utilidad la que fija el valor, reflexione y lo descubrirá;

Todo eso derivado de la Economía de Estado, Estado propietario del aparato productivo, comercial y financiero y, por lo tanto, todos los ciudadanos comen si el Estado quiere, lo que el Estado desee a través del paternalismo oficial – estupidez ésta que arruinó la democracia venezolana, incapaz de generar un proyecto económico de nación adulta por el perverso clientelismo político, ejercida por un poderoso gobierno central (controlador, confiscador, interventor y – por supuesto, ni lo mencionan - represivo)
Conclusión
Aunque las últimas encuestas revelan que sólo el 21% de los venezolanos sigue seducido por la oferta de vivir sin trabajar, aquí todo el mundo tiene que definirse:
Si es socialista, asuma su barranco y demuestre que vive como tal enemigo de la propiedad y de la empresa privada, pues lo suyo es propiedad colectiva, control social, pensamiento único y capitalismo de Estado – todo socialismo lo es, aunque no todo capitalismo de Estado es socialista (caso países árabes) - porque jamás la legión de burócratas - ineptos genéticos, psicópatas y oportunistas desclasados - que el socialismo acopia para subsistir, va a rescindir sus privilegios para drenarlos al pueblo.

Pero si su amor a la pobreza no llega al grado de quererla para siempre y defiende la propiedad privada y la libre empresa, pero no quiere que le digan ¡liberal!, le queda la social democracia: Teodoro Petkoff, antiguo comunista de fusil al hombro – que acaba de llamar filho de puta a Lula - confesó en una entrevista en España que era social demócrata. Y William Lara, el inepto gobernador de Guárico, sentencia: “A Falcón se le acabó la gasolina revolucionaria, es un auténtico socialdemócrata”. Aunque también puede ser demócrata social, para que no lo confundan con los adecos. O “socialista liberal”, que queda bien fino.

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