Cuando denuncio al ladrón y al canalla sólo al canalla y al ladrón señalo

Cuando llamo ladrón al ladrón y canalla al canalla, sólo al ladrón y al canalla aludo. Ladrones y canallas suelen cobijarse bajo la pudibundez moral, la insulsa descalificación y las leyes dictadas ex profeso para acallar la voz tronante que los desnuda como canallas y ladrones. Nada me produce más satisfacción que contemplar los cadáveres insepultos de ladrones y canallas, aullando sus pútridas carnes las huellas de mi látigo, deambular ululantes en los muladares buscando un rincón para cavar sus tumbas con la sordidez de su moral deshilachada. ¡Silencio ladrones y canallas que, aunque los tiempos parecen favorecer a canallas y ladrones, este espacio es un reducto de la decencia y de la integridad!

4 de mayo de 2014

¡HOMBRE NUEVO… AL SAQUEO!



Se incendian las humildes estructuras de la Gran Feria del Hogar, de Alta Vista, en Puerto Ordaz, los propietarios, padres y madres de familia que devengaban su sustento de esta práctica comercial, ven como no solo el fuego consume su mercadería, sino que decenas de degenerados del “pueblo”, que hacían cola en un Bicentenario cercano, corrieron a robarse lo que pudo haberse salvado del incendio.

La cultura de la miseria ha calado hasta los huesos la arquitectura moral de ese componente de la nación venezolana, que ha traducido “pueblo” como sinónimo de impune y, por lo tanto, con pleno derecho de goce y disfrute de lo ajeno, cuando le dé la gana. En la realidad, es la cariada definición de gente sin escrúpulos. Saqueadores e invasores.

Lo mismo le roban la carga a  una gandola accidentada en la carretera que despojan de sus pertenencias al cadáver de un infortunado que sufre un siniestro vial. Lejos ha dejado el castrismo que nos ocupa, aquella imagen del pueblo venezolano trabajador, solidario y compasivo de otras edades. “Pueblo” pasó  a ser de repente el remoquete populista que justifica la falta de integridad, cuya expresión más acabada es el “vivo”, un miserable aprovechador, abusador y desleal, que viola la confianza, denigra la amistad y lucra con el delito. Bajo la premisa “todos “semos” iguales”, solo respeta lo que teme.

La demagogia le ha construido un nicho de impunidad. Y preocupa, seriamente, que ese componente deshumanizado, para felicidad extrema de la irresponsabilidad gobernante, defina “revolución” como pérdida de la conciencia cívica, de la moral pública, con la ruptura del pacto social tácito como gravísima consecuencia: si no tiene empleo se mete a atracador, pues le da lo mismo planchar un huevo que freír una corbata. Es, nada menos, que ¡el hombre nuevo! Todo un parto de la montaña. La viveza es su más preciada virtud. Todo lo que esté al alcance de su mano “se lo encontró”, y por lo tanto es suyo. Y este ladrón, que se cree con derecho a lucrarse con el mal ajeno, ha silenciado su conciencia con los argumentos de la miseria, que le confirió el difunto: “si tienes hambre puedes robar”. Vaya pa´la auyama.

Ese “pueblo” tradujo, entonces, que su pobreza lo sitúa por encima de la ley, por lo tanto nada más normal que el saqueo sea su divisa.  Y lo más agudo de esta crisis moral, es que no se puede decir nada sobre el asunto, pues se estaría “hablando mal del pueblo”, como si se estuviera hablando mal de Dios.

Cuando quien está hablando mal del pueblo, con sus acciones delictivas, es precisamente el pueblo que ha permitido que en su seno haya germinado esa degeneración. Todo esto empezó con el refrán estúpido “voz del pueblo voz de Dios”, como si Dios fuera tan desacertado, del que se aferró Rafael Caldera cuando perdió unas elecciones y salió con la bolsería aquella de que “el pueblo nunca se equivoca”. Claro que se equivoca y mucho, pues carece de elementos críticos básicos para acertar en sus decisiones, que, por lo consiguiente, son meramente emocionales. Irracionales. Impulsivas.

Por eso no creo…

Por lo anterior no creo en la “sabiduría popular” - pues, sabiduría es “conducta prudente en la vida o en los negocios. Conocimiento profundo en ciencias, letras o artes” - como tampoco admito eso que mientan “cultura popular” - la cultura es una sola - ni mucho menos puedo aceptar “los poderes creadores del pueblo” que el poeta Aquiles Nazoa declara en su célebre “Credo”.

Si el pueblo, entendido como la parte común y humilde de la población, tuviera sabiduría y poderes creadores y fuera capaz de generar cultura, no respondiera al chasquido infame de los demagogos, ni se resignara a diluirse en esa miseria en que vive esperanzado en la exógena piedad, precisamente porque la marginalidad es producto de la ausencia de esos elementos que solamente la escuela formal puede aportar,  El pueblo se balancea en la temeridad popular, en la malicia popular, en la astucia popular, rasgos que sirven para sobrevivir precariamente, bordeando el delito, pero no para acceder al progreso, para lo cual necesita el desarrollo de sus potencialidades individuales y ponerlas al servicio de la sociedad. Porque el progreso es colectivo pero deriva de las especificidades del individuo.     

En lo que creo…

Creo en la capacidad de respuesta del pueblo de pobreza en tránsito, estimulada por el pensamiento y la acción metodológica. Creo en la Escuela para la formación de un  pueblo capaz de comprender y ejercer la libertad, que sabe lo que quiere y lo encuentra,  no lo busca en el círculo vicioso de la dependencia; enterado de sus derechos para su defensa y de sus deberes para su crecimiento,  solidario y responsable con las consecuencias de sus actos, convocado para la transformación social para convertir lo que tiene en lo que quiere.

Creo en la convocatoria de los mejores para estimular  acciones  que ordenen lo que del pueblo nos llega confundido, para devolverlo en organizadas propuestas de cambio actitudinal. Creo en el trabajo como formidable herramienta de desarrollo humano para construir futuro, y deploro que la Iglesia lo haya estigmatizado como anatema de Dios, cuando lo que en realidad debe ser considerado como tal, es la incertidumbre. Y creo en la responsabilidad, consigo, con los suyos,  con la sociedad, que pone al servicio del progreso todos los esfuerzos del individuo.   

En conclusión

La crueldad de las acciones punibles cometidas contra humildes trabajadores autogestionarios en ese incendio de Alta Vista, quienes en lugar de solidaridad inteligente de sus paisanos para ayudarlos a apagar las llamas, sufrieron la agresión de aquella horda salvaje de ladrones enfurecidos, que como hienas hambrientas se disputaban los despojos, nos revela la imagen auténtica del producto social del miserable socialismo siglo XXI. Sale pa´llá.     

Rafael Marrón González


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