La
voz “impunidad” refiere a la falta de castigo o pena que impide resarcir los
derechos de las víctimas. Y es la palabra justa que puede definir la
cotidianidad venezolana de estos
últimos quince años: Impunidad. Para comenzar de abajo hacia arriba, la tasa de
impunidad del hampa en el país se calcula en un 92,5%. Por ello la virulencia y
desparpajo con las que actúan los hampones, al grado de asegurar a sus
aterrorizadas víctimas que “aquí manda el hampa”, fíjense que usan el verbo
“mandar” y no gobernar, pues “mandar” es la acción de “poder”. Mato porque
puedo. Y punto. Idéntico razonamiento que priva en las altas esferas del poder:
“abuso porque puedo”.
Sin
embargo, y en su inconveniencia, la impunidad derivada, ha permeado todos los
estamentos de la vida social, creando una atmósfera de ingobernabilidad y
absolutismo social que evidencian el fin del Estado. Es decir que lo que
Venezuela sufre en su cotidianidad, son las consecuencias derivadas de un
Estado fallido, tanto por la evidente pérdida del control de la violencia, la
incapacidad para suministrar servicios básicos y garantizar seguridad
alimentaria y personal.
Pérdida
total de credibilidad del gobierno en la toma de decisiones que afectan la vida
de la nación, como por el colapso ético de sus instituciones que han sido
puestas al servicio inconstitucional de una parcialidad política, y que asume
el ejercicio de la autoridad como un mandato irrevocable para continuar imponiendo
por la fuerza, a toda la nación, un sistema político, y económico, retrógrado,
que ya ha dado suficientes muestras de su inviabilidad, con la consecuencia
inevitable de una reacción de protesta nacional in crescendo, que ya lleva 95 días, un líder
opositor preso, una diputada defenestrada, dos alcaldes destituidos y
encarcelados, 43 muertos, centenares de heridos, 3062 detenciones, de ellos 196
menores de edad 252
ciudadanos imputados por Fiscalía, por supuestos actos violentos, y 12
funcionarios del orden públicos por violaciones a los derechos humanos, y
destrozos millonarios en la infraestructura pública y privada.
Reacción
espontánea, participativa, multiétnica y pluricultural que sigue impertérrita
en sus reclamos por un cambio de rumbo, sin líderes visibles ni lineamientos
políticos, extra partidos y fuera de la órbita del Movimiento estudiantil,
aunque hay estudiantes participando, y en paralelo a decenas de diarias marchas
cívicas pacíficas – a las que se obliga ridículamente a pedir permiso en un
vano intento por detenerlas - reclamando atención a diversos problemas
sociales acumulados en 15 años de asqueroso latrocinio, despilfarro entreguista
e ineficiencia punible, que no dudo tendrá consecuencias dramáticas para un
régimen asociado en grado de sumisión al
gobierno cubano, que confunde la obtusa terquedad con solidez principista.
Alarma internacional
Ante
esta situación y conocida la condición criminal de las esquizofrenias
políticas, como el comunismo, el nazismo o el fascismo, la preocupación internacional
por esta Venezuela polarizada en mitades numéricamente iguales, pero con el
poderío bélico en manos del gobierno y sus fanáticos civiles, militares y
militarizados – para eso el difunto empeñó el erario en adquirir cualquier cantidad de armas - intuye una masacre de la
población opositora más que una guerra civil, y la forma como ha desarrollado
la represión a las protestas, este Estado fallido, que ha tomado en paralelo a
la represión policial, el camino escabroso de la coacción judicial, es
suficiente mérito para tal preocupación.
Los
cuerpos represivos del régimen actúan con odio y saña contra civiles desarmados
– una molotov se desactiva con un chorro de agua, no con un disparo de fusil –
y las gráficas y videos que inundan las redes sociales del planeta, mostrando
los heridas graves causadas por los disparos de perdigones realizados a
quemarropa contra la humanidad de jóvenes contestatarios, constituyen pruebas
irrefutables de que el gobierno está incurriendo en actos de inhumanidad que
pueden acarrearle juicios en la Corte de la Haya.
El diálogo es política
Y,
precisamente, para abrir un espacio alternativo, la Mesa de la Unidad
Democrática, que es una organización de partidos políticos, le aceptó a Maduro
incorporarse a un ejercicio de diálogo para buscar en conjunto una salida
inteligente a la grave crisis que vive la república y que escapa a la capacidad
de control del gobierno, que a su vez es rehén de su propia conformación entre
gente que cree en matar para imponerse - Antonio
Aponte: “…el enfrentamiento será cada vez más cruento y nos
sentimos complacidos de ser acusados de incitar a la violencia" -
la que está para robar – por allí ronda la lista gringa - y los
castrocomunistas apátridas, que usan el país como banco para financiar la
exportación del socialismo en el mundo.
Por
esto, desconozco quién representa los intereses de Venezuela por parte del
gobierno en esa mesa de diálogo, hoy en suspenso por la carencia de un
estadista capaz de admitir los errores – que ya señaló Correa - y aceptar que
el adversario merece respeto, sobre todo si tiene la razón, como es el caso.
Sé
que la MUD los representa, a tal grado que no vaciló en jugarse su capital
político con tal de evitar a la nación una confrontación que derive en la atroz
matanza que anhelan los comunistas para revivir las horas de la toma del
palacio de invierno, y tememos, tanto los escenarios internacionales como
quienes conocemos la historia. Loco hay de parte y parte y cualquiera puede
matar a cualquiera.
La
patria como refugio de los canallas, como los traficantes que se arropan con la
bandera, no tiene dolientes, pero la nuestra, la que cobija las esperanzas de
un pueblo y provee a sus hijos de las posibilidades para edificar el futuro, sí
los tiene. Y por ella nos mantendremos siempre en el campo constitucional,
pacífico y democrático. Porque la patria es la gente. Allá aquellos infelices a
quienes la suerte estúpida dotó de poder, que no de autoridad, que confunden
con “patria” sus caprichos, porque de ellos será el degredo de la historia.
Sale pa´llá.
Rafael
Marrón González
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