Me entregan la totuma con mi trago de ron. Ron blanco. De sabor acre. Con disimulo le agrego un taco de pólvora. El estómago me arde con furia con el bárbaro trago. Las orejas se me encienden. Faltan pocos minutos para el mediodía. Aprieto la lanza bajo el brazo. La agarro con fuerza hasta blanquear los nudillos. El caballo me tiembla bajo las piernas. El negro está al frente de mi pelotón. Mirando al catire de reojo. Por eso le mientan “negro primero”. Porque en lo que el catire baja la mano sale disparado en ese caballo que parece un rayo. Y siempre le gana al catire en ser el primero. El primero en mojar la cuchara de sacar sangre enemiga. Así llamamos a la lanza en el llano. La cuchara.
El negro tiene un trapo rojo amarrado en
la cabeza. Para que el sudor del combate no le vaya a caer en los ojos. Y para
que lo busque con gula el enemigo. Pa’dale gusto a la lanza. El negro subió de
raso a teniente en la punta de la lanza. Cuando el catire dice patria al negro
se le traba la quijada. Para él la patria es la guerra. Yo tampoco entiendo
mucho. Pero cuando el catire dice patria. A mí se me dibuja en la mente un
estero. Porque mi patria es el llano. Así me lo dijo mi taita. Y ahora resulta
que aquí también es mi patria. Eso dice el catire.
Comienza la marcha. El miedo es una vaina
seria. Siempre entro al combate con el pantalón orinado. Pero se me seca en el
calor de la batalla. Y después cuando termina la matazón si no orino rápido me
vuelvo a mojar los pantalones. Éste es una vaina rara. Dice el catire. Le da
miedo antes y después. Pero en plena batalla se vuelve una fiera. Y a lanza pa’
buena. Y si el catire lo dice. Que es la primera lanza del llano. Seré una
fiera con una lanza en batalla. Pero al catire también le dan sus ataques. Y al
negro se le traba la lengua. Pero cuando se dice a matar godos. No hay miedo
que los salve.
Yo vi al negro en una pelea atravesar a un
godito y levantarlo de la montura y dejarlo chorrear suavecito y sacarlo de la
lanza con una patada. Por eso los godos se cagan cuando ven un lancero llanero.
Está sonando el clarín. Me estoy orinando. El negro calla. El catire habla.
Duro. Fuerte. Al que se raje lo raspo, carajos. A matar a los enemigos de la
patria. Los caballos entienden también. Ellos mueren en las batallas como los
hombres. A lanzazos. A tiros. A cañonazos. Degollados. Caballo y lancero. Uno
en combate.
El caballo obedece aunque la rienda se
lleve en los dientes. Como el tigre encaramao. Yo pelee con él. En Aragua. Lo
mataron velado. Un cañón nos estaba desbaratando. Y el tigre se les fue encima
a los artilleros con una lanza en cada mano. Y la rienda en la boca. Saltó el
cañón y los atravesó. Pero un infante desde una ventana lo asesinó.
Culo e’fierro lo recogió moribundo y lo
ascendió a Coronel al pie del cañón. Ya no podemos decirle culo e’fierro como
antes cuando comíamos del mismo rancho. Y nadábamos en la misma laguna allá en
el llano. Y saltaba con nosotros un caballo de cola a cabeza. Una vez por poco
deja los testículos en el pescuezo de un moro. Allá está. Encaramado en el
techo de una casa. Acechando al enemigo. Oteándole sus pasos. Tremendo uniforme
lleva hoy. Yo también estoy vestido de gala. Como para un joropo. Pero este
joropo es de plomo y sangre. De muerte y coraje. El arpa cañones. El cuatro la
lanza. Las maracas en el latido de las sienes. El catire ordena marchar en
columna de a uno. La pica es estrecha.
Vamos desfilando y un capitancito musiú a
caballo va saludando a cada uno que va entrando a la trocha. ¡Hileras a la
izquierda, y trote! Es O’Leary. Cuando se me cuadró a mí. Que lo que soy es un
cabo. Se me encendió la cara de orgullo. De vaina no se me reventó el pecho. De
repente el catire grita. Como en vuelvan caras. Y se lanza al galope. El negro
a su lado. Nosotros detrás sin saber qué pasaba. Hay un camino en el monte.
Escondido. La pica de la Mona. Los godos que nos esperaban en la colina del
frente quedaron con la boca abierta. Salieron corriendo a impedirnos la
entrada. Nosotros para adentro. Galopando. Desafiantes. Reconcentrados. El ceño
fruncido. Los dientes apretados hasta hacerlos crujir. La lanza firme apuntando
parejo. Acostados sobre el lomo del caballo para esquivar las balas. Balas.
Balas. De cañón. De rifles. De todas partes. Diez muertos por cada batallón.
Diez de este, diez de aquel. Diez del otro. Los muertos recobran su nombre
después de la batalla.
Fue el costo de la entrada. Pero entramos.
Carabobo se llama. Carabobo. El impacto es formidable. Furioso. Ellos pelean
con tanto furor como nosotros. Pero para nosotros la lucha tiene un nombre.
Libertad. Y contra eso no puede el denuedo. Son valientes. Nosotros mejores.
Quieren mi patria para ellos. Nosotros para nosotros. El olor a sangre se
esparce. Revuelve el estómago. Ruedan caballos. Jinetes. Muertos. Heridos.
Destripados. Mutilados. El olor es infernal. Pólvora y sangre revueltos. Sudor
de hombres. Sudor de caballos. Vísceras de hombres. Vísceras de caballos. Los
relinchos agónicos crispan los nervios. Polvo. Las caras se cubren del barro
que se hace con sudor y polvo. Y sangre del otro.
Por allá Borrás. Y Manuel Cala. También
Iribarren que parece otro Páez. Y Arguíndegui. Y Cornelio Muñoz. Y Alcántara. Y
Salom. Y el granadino Vélez. Y José de la Cruz Paredes. El mismito de las
Queseras del Medio. Su lanza le dio una estrella en las Queseras. Su lanza lo
hizo capitán en Carabobo. En pleno Carabobo. Como a Páez General en Jefe. Es
que en Carabobo se es o no se es. Tengo el brazo dormido. La lanza hace surcos
apretada en mi axila. Giro. Vuelta y revuelta. Atrás. Atrás. Adelante. De lado.
Cuida mi espalda. Yo cuido la tuya. Y la de este y la de aquel. El catire
parece repetirse. Allá está el catire lanceando. Y más allá. Y de aquel lado.
Aquí. Allá. Acullá. Es el catire Páez. Páez y Carabobo. Carabobo y Páez.
Tengo el brazo empapado de sangre. Sangre
que chorrea. Sangre de otros. Con el mismo olor que la mía. Y el mismo color.
El caballo gira casi en las corvas. Se dobla. Se empina en sus patas traseras.
Y gira. Preciso. Recibe la herida bestial en el pecho. La que era para mí.
Relincha de dolor y cae. Y yo salto. Suelto la lanza. Me encaramo en la grupa
del godo. Lo tomo del cuello y le entierro una vara e’puñal hasta el codo. Mi rucio
era bueno. Pero también es bueno su bayo. Digo… el mío. Lo hago caracolear en
el claro que va dejando la matanza. Recobro mi lanza. Estamos a punto de
sucumbir. Son demasiados y estamos solos. El catire se bate con dos como dos.
Un patriota pierde su lanza. Se baja del caballo y se faja a puñetazos.
Destroza narices hasta caer baleado.
¡Cuidado negro! Llega tarde mi grito. Una
lanza se abre paso por el costado del negro. El negro atrapa la lanza. No puede
entrar más. A pesar del empuje del otro. Pero ya es suficiente. Sacude al
realista como un pelele. Y se la saca de un tirón. Con rabia. Empapada en su
sangre. La revira en el aire. Ensarta al godo al galope. Lo levanta en vilo del
caballo. Lo deja chorrear suavecito. Parando el caballo en dos patas. Y le saca
la lanza de una furiosa patada. Quien lo mata muere. Y muere cagado ante tanta
furia. Arroja al suelo la lanza enemiga. Se mira la herida que le brotó por el
pecho. Refrena al caballo. Se alza sobre los estribos. Y ubica al catire.
En el centro de la polvareda. En plena
refriega. Le abro camino. Con mi lanza destripando godos. ¡Sigue matando,
negro! No, catire, vengo a decirte adiós porque estoy muerto. Y cayó el negro
de cara al suelo pisoteado. Cosas de los hombres. Y vi al catire. Y lo juro.
Lloró. Como llora un guerrero. Matando enemigos. Uno. Diez. Cien. Y vuelta a
empezar. Uno. Diez. Cien. Y otra vez. Y otra vez. Y otra vez. La primera lanza
del llano. Ahora será la primera de Carabobo. Cosas de los hombres. Catorce
lanzazos deshilachan la guerrera de Juan Ángel Bravo. Ninguno lo hiere. Se ganó
un uniforme de oro. Cosas de los hombres. Viene en nuestro apoyo la Legión
Británica. A Pendón desplegado. A tambor batiente. Como en un desfile.
Temerarios. Las balas los diezman. Y ellos como que si nada.
Cae un oficial. ¡Firmes! Cae otro oficial.
¡Firmes! Un cañonazo cercena el brazo que hereda la espada. ¡Firmes! Recoge la
espada el imberbe oficial mutilado. ¡Rodilla en tierra! ¡Fuego!... ¡Fuego!...
¡Fuego! Y cae desangrado. Cosas de los hombres. La certera descarga destroza. Y
nos salva la vida. Nos reagrupamos en el asombro. El clarín resuena alborozado.
En el fragor el catire tiembla de ira. A vengar los muertos.
Viva el Negro Primero. ¡Viva! Muere.
Muere. ¡Muere! Los gritos de la furia sobrecogen. El catire convulsiona. Se
paraliza. Es la ira. La epilepsia. En plena batalla. Un soldado enemigo lo pone
a salvo. Cosas de los hombres. Retrocede el enemigo. Avanzamos. Terribles.
Mortíferos. Seguros del triunfo. Desplegados. En abanico. Arrasando. La victoria
es nuestra. Se la arrebatamos a coraje limpio. Cosas de los hombres. Por allá
Mellado persigue. Delante de él solo la cabeza de su caballo. Se estrella
contra la muerte. Siete balazos y una herida de baqueta lo fulminan. Su caballo
muere clavado en las bayonetas enemigas. Jinete y caballo. Caballo y jinete.
Cosas de los hombres.
Persigue Sedeño. A galope febril. Adelanta
a su tropa. Solo topa contra el enemigo. Una bala basta para el bravo de los
bravos de Colombia. Un jefe español ordena a un joven tambor: ¡Sostenga la
cabeza de este bravo general! ¿Cómo un jefe de miles muere así? Cosas de los
hombres. Sepulcro. Carabobo. Sepulcro. Bolívar se multiplica. Grita. ¡Recuerden
el Semén! ¡Orden! ¡Cada soldado con su oficial! ¡Orden! Pero nadie escucha. Gritos.
Gritos. Más gritos. Relinchos. Polvo. ¡Ay, mi madre! Los españoles se
repliegan. No huyen. Se repliegan. Bolívar persigue. Persigue. Persigue. La
victoria es nuestra.
Ambrosio Plaza no ha podido combatir.
Desesperado se lanza solo. Penetra como una exhalación en lo profundo del
campo. Donde no llegó ni Páez. Cae a traición. Diego Ibarra enfurecido le
arrebata la lanza a un patriota. Y venga al héroe. Cosas de los hombres. Es
Carabobo. Y muere Melean. Y muere Ferriar. Y muere Scott. Y muere Bruno. Y muere
Olivera. Y muere Arias que era teniente. Y muere Osorio. Y muere Milano y
Nicasio Rodríguez y Juan Cabiades y Rafael Rodríguez y Agustín Urbina. Muertos.
Muertos. Muertos. Cosas de la patria. Es Carabobo. Polvo. Sangre. Pólvora. Y
aquel olor… A sangre. A pólvora. A polvo. A sangrepólvorapolvo. Olor metido en
la memoria. Es Carabobo. Carabobo.
Carabobo. "Nuestras pérdidas no son
sino dolorosas". Carabobo. Pero qué dolorosas. Carabobo. El himno debiera
decirlo. Gloria al bravo pueblo/ que luchó en Carabobo. Durante dos horas. Y en
esas dos horas todo. Patria. Libertad. Igualdad. En esas dos horas. Carabobo. Y
Bolívar. Altivo. “Se ha confirmado, con una espléndida victoria, el nacimiento
político de la República de Colombia”. Carabobo. Carabobo. ¡Carabobo!
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