Sigo escuchando
voces autorizadas de la oposición informando la situación de deterioro de los
servicios públicos y de la infraestructura nacional, de la inseguridad y por
supuesto del desastre económico que nos ha sumido en la ruina, llevándose en
los cachos el poder adquisitivo del bolívar más endeble que ha tenido la
república, todo impecablemente ajustado a la verdad, pero esa plañidera
cantaleta está muy bien para los consejos comunales o para los medios de
comunicación que son el parlante del pueblo, pero jamás como bandería política
de nuestra dirigencia, que todavía no maneja un discurso contundente y unívoco
– el del chavismo, aunque falaz, lo es – porque si lo que se busca es un cambio
de rumbo, eso nunca sucederá, ni soltarán a Simonovis ni Maduro va a renunciar
ni se adelantarán elecciones, y de convocarse una constituyente se corre el
riesgo de que con menos votos obtengan más diputados, como sucedió en la AN,
sencillamente porque el proceso concentra el poder en manos de incondicionales
al castrismo.
Por
eso el trabajo, hasta en sus mínimas expresiones, tiene que ser político, en un esfuerzo
conjunto, sin personalismos ni “pescuezamientos” de micrófonos, con líderes
sindicales, comunitarios, del mismo barrio, para señalarle, por
ejemplo, al pueblo que la verdad es el resultado de comparar el discurso de
Maduro con la realidad, con lo que descubrirá que no es la oposición la que
descalifica su discurso, por razones políticas, sino que es la contundencia
innegable de la realidad lo que lo devela como mentira, y como la voz de dos de
cada tres venezolanos le dice inservible al gobierno.
Hay
que corporificar esas voces para convertirlas en una mayoría crítica,
señalándoles que en lugar de ser escuchadas en sus clamores, el gobierno sigue
impertérrito con sus políticas de estado dirigidas a crear desabastecimiento
artificial para facilitar el control social al mantenerlos en una cola de
mendigos, ilusionados con la posibilidad de conseguir los productos de la cesta
básica que se niegan a los demás venezolanos, impedidos de hacer tales colas,
con lo que el gobierno manifiesta su supuesto “amor” a los pobres, siempre que
sean ovejas trasquiladas.
Y
empeñado en el derroche internacional del erario para continuar, a troche y
moche, con la exportación de su adefesio político, pues es el mandato de su
comandante supremo, quien, seguramente avizorando el derrotero de su “proceso”
y las probables consecuencias de sus planes empobrecedores, resumió su “plan de
la patria” en esta frase inmortal, la que junto aquel eslogan suicida “con
hambre y sin empleo, con el extinto me resteo”, configura toda la lógica que
moviliza la sin razón del chavismo gobernante:
“No
importa que andemos desnudos, no importa que no tengamos ni para comer, aquí se
trata de salvar a la revolución”. Entones, una vez entendida cabalmente la
misión encomendada por el castrismo cubano a estos fidelísimos devotos, no
tenemos que seguir perdiendo el tiempo en la denuncia hacia la destrucción que llevan
a cabo con la nación, pues esta realidad es redundante en el discurso y la
sufre en su humanidad y vida el propio pueblo, con cuyo nombre pretenden
justificar sus desmanes y violaciones constitucionales y jurídicas, y, por lo
tanto es inútil como herramienta política, sino que hay que trabajar para construir
un formidable muro móvil de contención al socialismo con la bandera de
la democracia, como insignia generica.
Esto sí es socialismo
En
primer lugar hay que dejar de lado la ingenuidad patética de que “esto no es
socialismo” o ¿qué socialismo es este? Porque esto, machete, sí es socialismo,
del real, no la utopía de los románticos que se encuentran horrorizados al
comprobar que el sueño socialista que acompañó sus espinillas adolescentes, es
una canallada liberticidal y que Churchil tenía razón al
considerarla la “repartición equitativa de la miseria” y que Fidel, en uno de
sus escasos instantes de lucidez, definió como “comunismo”.
Ante
este monumento a la inhumanidad, que reniega del individuo, de la propiedad
privada y de la libre empresa, es necesario asumir nuestra condición de
demócratas sin adjetivos, con la convicción de que la democracia es “un pacto
político para impedir la tiranía” y no una empresa constructora. Son los
gobiernos que el pueblo elige los que construyen obras y realizan buenos o
malos ejercicios gubernamentales, dependiendo, en nuestro caso, de los precios
del petróleo.
La democracia es… estado de derecho
Mientras
en la democracia priva el estado de derecho, que es su fundamento esencial, en
el socialismo impera, por la fuerza y las trapisondas leguleyas que hasta
enmiendan la Constitución, el “derecho de estado”. Por eso vemos el asombro que
concita en la ingenuidad la ferocidad jurídica del régimen contra quienes se
les oponen, con énfasis en las protestas callejeras, que en democracia,
tradicionalmente, se han considerado eventos políticos sin consecuencias
penales o sujetas a la flexibilidad del estado, hasta en casos graves como las
guerrillas y los golpes de estado del ´92.
Pero
como el socialismo considera al estado una entidad superior a las leyes, y como
el gobierno está imbricado íntimamente al concepto de estado, pues el gobierno
subyuga la justicia, y así
ha sido reconocido por Jorge Rodríguez – “la seguridad del estado está por
encima de las leyes” -un jerarca político de un régimen, cuya militarización es
ya tan evidente, que tienen un “estado mayor” político, cuando la democracia es
eminentemente civil.
Con
esta confesión de parte no hay nada que discutir o denunciar, en un estado en
el cual el derecho está subordinado a su supervivencia, es claro que la justicia también lo está.
Por eso Leopoldo será condenado y muchos de los muchachos que se lanzaron a la
calle en busca de una salida inmediata, también sufrirán sentencias
condenatorias de clara intención coercitiva, así chille y patalee el universo.
Lo triste es no haber estado consciente de ello.
Rafael
Marrón González
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