Hay
que considerar la situación
política que vive la nación con mucha lucidez, para poder entender la delicada
posición en la cual se encuentra la dirigencia opositora, sometida a presiones
y críticas injustas por parte de quienes no han logrado ni tan siquiera
vislumbrar la ferocidad de la fiera sedienta de libertades a las que nos
enfrentamos, y que demasiados políticos bisoños confunden con otro gobierno
democrático, sin percibir su total falta de compromiso con las acciones
políticas que en el pasado les permitieron acceder al gobierno, pues si contra
ellos hubiera sido el golpe del 4F sus actores hubieran muerto en la cárcel o
todavía estuvieran en ella como la coherencia constitucional lo exigía.
Las
características absolutistas – por concentración del poder – hacen sumamente
difícil mantener el precario equilibrio democrático que nos separa de la guerra
civil, pues este gobierno, que lleva quince años en el poder sin gobernar – no
es otro “período constitucional” - aunque procedente de un acto electoral
constitucional originario, se considera producto, onírico por supuesto, de una
victoria obtenida por los “patas en el suelo” en una terrible guerra social
contra la odiada oligarquía imperialista, de lo que se desprende su posición
unívoca de adalides insustituibles de
la única alternativa posible para la redención de los oprimidos, y, por lo
tanto, toda oposición a su forma de conducción del Estado y su modelo económico
fracasado, es una rebelión contra los intereses de los desposeídos de la
tierra, y será combatida con toda la fuerza de su poder de fuego militar y paramilitar, judicial y
extrajudicial.
Porque
para su extravío e inescrupulosidad no
se considera “gobierno” sino depositario insustituible de “¡el poder!”, con
todo lo que ello implica. Por lo tanto, bajo este síndrome de colocación final,
actúa como amo vitalicio de la cosa pública, sin nadie a quien rendir cuenta,
y, además, como es una revolución en pleno desarrollo, no se ocupa de minucias
como la infraestructura
nacional ni del desabastecimiento ni de la inflación ni del desastre económico
ni de la destrucción de los servicios públicos y menos de la inseguridad, que
asume sin rubor como políticas de Estado, pues encarna un fin superior – “qué
importa que andemos desnudos!” – la construcción de un nuevo orden planetario,
tal como lo expresara el extinto en Tucupita el 20 de mayo 2006:
"del
éxito de nuestra revolución – léase “permanencia en el poder” - puede depender,
en el futuro, la salvación del mundo", palabras recogidas en el Plan de la
Patria, que es ley de la república en extinción, y por ello, durante cada
minuto de estos quince años, ha copado y partidizado, a punta de dólares, toda la
urdimbre institucional de la nación, creando un poder omnímodo al servicio
incondicional del proceso – por eso ascienden los peores - banalizando el
articulado constitucional y derogando la democracia y el estado de derechos por
la inobservancia de sus preceptos, arrastrando en el camino al pueblo
venezolano a la miseria cubana que los inspira, siguiendo la pauta del difunto,
quien, el 7 de Julio 2005,
en su programa Aló, presidente, definiera: “la
democracia es la transición al socialismo revolucionario, bolivariano,
americanista”.
Lo que significa que es un sinsentido
continuar pretendiendo la coexistencia imposible de socialismo y democracia,
por lo menos frente al planteamiento político del régimen que desarma la
memoria histórica del período democrático, reniega de sus valores humanos e
implanta en sustitución una simbología sustantiva espectacular pero vacía de contenido,
para consumo de la ignorancia esperanzada, con dios tutelar en el Cuartel de la
Montaña y libro rojo que contiene toda la sabiduría del cosmos para regresar a
un país de altos ingresos petroleros y en vías de desarrollo a la edad media,
con supersticiones y tradicionalismos atávicos incluidos.
O democracia o socialismo
Ya la línea divisoria es sumamente grosera
como para no observar el resquebrajamiento de las garantías políticas propias
del sistema democrático, pivotado en leyes y sentencias antidemocráticas,
aunado a la pose prepotente de quienes se saben apoyados por la violencia como
para hacer su real parecer con la justicia como garrote vil, sin contemplación
política alguna, por lo que hay que plantear la
lucha, ya sin tapujos, entre socialismo y democracia, lo que requiere un
discurso firme, sin veleidades, en una incansable labor de zapa, que lleve a la
masa poblacional menos informada las graves consecuencias de apoyar un sistema
liberticida, que, con la excusa de los programas sociales asistencialistas, que
los esclavizará por hambre primero y luego por el miedo impuesto por el fusil
arbitrario, pretende acabar con los derechos civiles que constituyen el
concepto básico de la ciudadanía, pues para ellos el asunto está planteado en
una supuesta lucha de clases, lo que en Venezuela superó y debe seguir
superando la educación, pero ellos no se han enterado por su fiebre
esquizofrénica.
Ante la gravedad de esta situación,
que deriva a todas luces hacia una militarización de la sociedad civil – el
hombre nuevo será militar - es imperativo asumir posiciones verticales,
radicales si se quiere, en defensa de los valores de la democracia frente a su
confeso depredador el socialismo, asumiendo la bandera constitucional que nos
define como un Estado democrático, no socialista, que entre sus fines contempla el
ejercicio democrático de la voluntad popular, lo que traduce que el voto
recibido no es una patente de corso para imponer un régimen totalitario, y
señalando por todos los medios a nuestro alcance, amparándonos en el artículo
333, las violaciones constitucionales que lo señalan, más allá de su comprobada
situación de Estado fallido, como gobierno forajido.
Ya no hay medias tintas ni claroscuros.
Así que, en socialismo, machete, no hay democracia, por
la condición deliberante, crítica y contestataria de esta, por lo tanto su
ejercicio es considerado insurrección que debe ser reprimida por el peligro que
representa para los ungidos como portadores de la paz… de los sepulcros. Sale
pa´llá.
Rafael
Marrón González
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