Cuando denuncio al ladrón y al canalla sólo al canalla y al ladrón señalo

Cuando llamo ladrón al ladrón y canalla al canalla, sólo al ladrón y al canalla aludo. Ladrones y canallas suelen cobijarse bajo la pudibundez moral, la insulsa descalificación y las leyes dictadas ex profeso para acallar la voz tronante que los desnuda como canallas y ladrones. Nada me produce más satisfacción que contemplar los cadáveres insepultos de ladrones y canallas, aullando sus pútridas carnes las huellas de mi látigo, deambular ululantes en los muladares buscando un rincón para cavar sus tumbas con la sordidez de su moral deshilachada. ¡Silencio ladrones y canallas que, aunque los tiempos parecen favorecer a canallas y ladrones, este espacio es un reducto de la decencia y de la integridad!

29 de junio de 2014

ELOGIO DE LA DICTADURA



De la ignorancia nada me asombra – el asombro es ignorancia – sin embargo cómo lamento que nuestra escuela democrática haya carecido de maestros consustanciados con la democracia y sus valores humanos, pues siento vergüenza como venezolano y demócrata cuando leo o escucho considerar al dictador y ladrón – disculpen la redundancia - Marcos Pérez Jiménez como “el mejor presidente que ha tenido el país”, y lo peor, en la voz de gente joven, que no tiene la menor idea del espeso ambiente de terror que se respiraba en aquellos tiempos, y suele invocar el testimonio de personas de suyo silenciosas, que no intentaron fundar un sindicato ni opinar en un periódico ni realizar alguna protesta en aquellos años, porque quienes sí lo hicieron sufrieron persecución y cárcel y torturas y exilios y muerte.

Y el argumento irrebatible para sostener tan infantil aserto son las obras que realizó en Caracas y que todavía perduran, salvo el viaducto Caracas – La Guaira, construccionismo que le produjo una fortuna tan considerable que le permitió vivir a lo grande, en España, hasta su muerte sin dar golpe.

Existe una biografía de este maleante en Wikipedia que es un dechado de loas a la supuesta inmarcesible y prístina ejecutoria del dictador, y que desliza esta perla: “Si bien el gobierno de Marcos Pérez Jiménez fue una dictadura (…) consideraba que la democracia es (…) una forma de gobierno que exige la existencia de una nación civilizada y productiva. Por ello, primero deben crearse las condiciones materiales y espirituales que garantizarán que la democracia no degenerará en anarquía”. Se queda uno estupefacto.

Esta brillante aclaratoria justifica el gobierno de Juan Vicente Gómez más que el de Tarugo. Es la teoría del gendarme necesario de Vallenilla Lanz. Según ella, estos pueblos, por ignorantes e incultos, no son merecedores de constituciones y derechos, sino de la estampa de una patada en “salva sea la parte”. El macho cabrío con el machete en la mano es su destino inexorable. Y la imagen del “eterno” se perfila en el horizonte. La Venezuela rural de Pérez Jiménez - condecorado por los gringos por haberles entregado 800.000 hectáreas en concesión - se hubiera prolongado quién sabe por cuántas décadas de no haberlo derrocado las fuerzas armadas cansadas de su estúpido personalismo y del ambiente de terror que como neblina espesa oscurecía el territorio.

Por este tipo de contradicciones es que considero imperativo que nuestros líderes se dediquen a hacer política. A difundir los valores de la democracia, como marco jurídico para todas las tendencias y creencias, es decir donde cabemos todos. Y para colocar las cosas en su lugar. Pues este desconocimiento abre las esclusas para peligrosas posiciones de apoyo antidemocrático de jóvenes desinformados. Porque el valor supremo de la civilización es la democracia y no es admisible considerar bondades competitivas a liberticidas, cualquiera sea su tendencia.

Regímenes como el de Marcos Pérez Jiménez, ejercido por vía de facto y fraude, y, más reciente,  el del extinto, deben ser combatidos con la bandera de la democracia, para impedir su conversión en falsos paradigmas, por los errores de los gobiernos de juris en el marco democrático, porque el pueblo ingenuo es muy dado a confundir democracia con gobiernos democráticos, cuyas ejecutorias durante sus cuarenta años de gobierno estuvieron signadas por el desarrollo humano, sin obviar las grandes inversiones en infraestructuras, como ejemplo, el gobierno de Rómulo Betancourt, a pesar de la traición de aquellos exaltados que querían entregarle el país a Fidel, y que costó ingentes recursos del ya saqueado erario dejado por el dictador, construyó 3.600 escuelas en sus primeros dos años de gobierno lo que le mereció un reconocimiento de la UNESCO.              

La Venezuela del dictador

“Que no había ranchos cuando Pérez Jiménez”, suele decir la ignorancia, pero la verdad es que toda Venezuela era un gran racho, “Venezuela es Caracas y lo demás monte y culebra” era la despreciativa visión que sobre el país   tenían los citadinos, porque solamente en Caracas se afincó en este sentido la obra del dictador. Y fue, precisamente, la caída del tirano lo que estimuló la gran emigración desde el miserable “interior” hacia Caracas y otras ciudades de mayores posibilidades económicas como Maracaibo o Puerto La Cruz, creando los cinturones de lata y cartón que hoy nos acongojan.

Así que Venezuela era un harapiento país campesino para 1958, sin libertades públicas, con un nivel de analfabetismo superior al 50%, a pesar de que su población apenas llegaba a los siete millones de habitantes; con un liceo con bachillerato completo en las capitales de Estado y hasta tercer año en las capitales de distrito; en el que existían tres universidades públicas y dos privadas; sin luz eléctrica ni cloacas ni agua potable en la mayoría de los pueblos provinciales; sin vías de comunicación, salvo las que entrelazaban las grandes ciudades; sin hospitales para las mayorías; con un reducido e insignificante número de profesionales universitarios y con una industria mínima.

De ese estado semi bárbaro pasamos, a partir de 1958, a transitar el camino del desarrollo, administrado  bajo un proceso de descentralización esperanzador, en el que se “sembró el petróleo” financiando un sistema educativo masificado y cuyas obras de infraestructura dejan en pañales los delirios del sátrapa.

Y fue contra este proceso de desarrollo, no exento de contradicciones, pero perfectible, contra el que insurgió la revolución que durante 15 años se ha dedicado a desmontar los elementos de progreso edificados en el período democrático, destruyendo la infraestructura y el equipamiento industrial y tecnológico, desmantelando los servicios públicos y condenando al exilio nuestra plantilla de jóvenes profesionales, dejando tras de sí la pútrida estela de la más abyecta corrupción. Restituir la democracia republicana es el objetivo, pues, la única dictadura deseada es la del imperio de la ley, que cuando se banaliza y tergiversa genera la pérdida de la moral pública como la que nos infecta en la actualidad. Sale pa´llá.

Rafael Marrón González


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