De
la ignorancia nada me asombra – el asombro es ignorancia – sin embargo cómo
lamento que nuestra escuela democrática haya carecido de maestros
consustanciados con la democracia y sus valores humanos, pues siento vergüenza
como venezolano y demócrata cuando leo o escucho considerar al dictador y
ladrón – disculpen la redundancia - Marcos Pérez Jiménez como “el mejor
presidente que ha tenido el país”, y lo peor, en la voz de gente joven, que no
tiene la menor idea del espeso ambiente de terror que se respiraba en aquellos
tiempos, y suele invocar el testimonio de personas de suyo silenciosas, que no
intentaron fundar un sindicato ni opinar en un periódico ni realizar alguna
protesta en aquellos años, porque quienes sí lo hicieron sufrieron persecución
y cárcel y torturas y exilios y muerte.
Y
el argumento irrebatible para sostener tan infantil aserto son las obras que
realizó en Caracas y que todavía perduran, salvo el viaducto Caracas – La
Guaira, construccionismo que le produjo una fortuna tan considerable que le
permitió vivir a lo grande, en España, hasta su muerte sin dar golpe.
Existe
una biografía de este maleante en Wikipedia que es un dechado de loas a la
supuesta inmarcesible y prístina ejecutoria del dictador, y que desliza esta
perla: “Si bien el gobierno de Marcos Pérez Jiménez fue una dictadura (…)
consideraba que la democracia es (…) una forma de gobierno que exige la
existencia de una nación civilizada y productiva. Por ello, primero deben
crearse las condiciones materiales y espirituales que garantizarán que la
democracia no degenerará en anarquía”. Se queda uno estupefacto.
Esta
brillante aclaratoria justifica el gobierno de Juan Vicente Gómez más que el de
Tarugo. Es la teoría del gendarme necesario de Vallenilla Lanz. Según ella,
estos pueblos, por ignorantes e incultos, no son merecedores de constituciones
y derechos, sino de la estampa de una patada en “salva sea la parte”. El macho
cabrío con el machete en la mano es su destino inexorable. Y la imagen del
“eterno” se perfila en el horizonte. La Venezuela rural de Pérez Jiménez -
condecorado por los gringos por haberles entregado 800.000 hectáreas en
concesión - se hubiera prolongado quién sabe por cuántas décadas de no haberlo
derrocado las fuerzas armadas cansadas de su estúpido personalismo y del
ambiente de terror que como neblina espesa oscurecía el territorio.
Por
este tipo de contradicciones es que considero imperativo que nuestros líderes
se dediquen a hacer política. A difundir los valores de la democracia, como
marco jurídico para todas las tendencias y creencias, es decir donde cabemos
todos. Y para colocar las cosas en su lugar. Pues este desconocimiento abre las
esclusas para peligrosas posiciones de apoyo antidemocrático de jóvenes desinformados.
Porque el valor supremo de la civilización es la democracia y no es admisible
considerar bondades competitivas a liberticidas, cualquiera sea su tendencia.
Regímenes
como el de Marcos Pérez Jiménez, ejercido por vía de facto y fraude, y, más reciente, el del extinto, deben ser combatidos
con la bandera de la democracia, para impedir su conversión en falsos
paradigmas, por los errores de los gobiernos de juris en el marco democrático,
porque el pueblo ingenuo es muy dado a confundir democracia con gobiernos
democráticos, cuyas ejecutorias durante sus cuarenta años de gobierno
estuvieron signadas por el desarrollo humano, sin obviar las grandes
inversiones en infraestructuras, como ejemplo, el gobierno de Rómulo
Betancourt, a pesar de la traición de aquellos exaltados que querían entregarle
el país a Fidel, y que costó ingentes recursos del ya saqueado erario dejado
por el dictador, construyó 3.600 escuelas en sus primeros dos años de gobierno
lo que le mereció un reconocimiento de la UNESCO.
La Venezuela del dictador
“Que
no había ranchos cuando Pérez Jiménez”, suele decir la ignorancia, pero la
verdad es que toda Venezuela era un gran racho, “Venezuela es Caracas y lo
demás monte y culebra” era la despreciativa visión que sobre el
país tenían los
citadinos, porque solamente en Caracas se afincó en este sentido la obra del
dictador. Y fue, precisamente, la caída del tirano lo que estimuló la gran
emigración desde el miserable “interior” hacia Caracas y otras ciudades de
mayores posibilidades económicas como Maracaibo o Puerto La Cruz, creando los
cinturones de lata y cartón que hoy nos acongojan.
Así
que Venezuela era un harapiento país campesino para
1958, sin libertades públicas, con un nivel de analfabetismo superior al 50%, a
pesar de que su población apenas llegaba a los siete millones de habitantes;
con un liceo con bachillerato completo en las capitales de Estado y hasta
tercer año en las capitales de distrito; en el que existían tres universidades
públicas y dos privadas; sin luz eléctrica ni cloacas ni agua potable en la
mayoría de los pueblos provinciales; sin vías de comunicación, salvo las que
entrelazaban las grandes ciudades; sin hospitales para las mayorías; con un
reducido e insignificante número de profesionales universitarios y con una
industria mínima.
De ese estado semi bárbaro pasamos, a
partir de 1958, a transitar el camino del desarrollo, administrado bajo un
proceso de descentralización esperanzador, en el que se “sembró el petróleo”
financiando un sistema educativo masificado y cuyas obras de infraestructura
dejan en pañales los delirios del sátrapa.
Y fue contra este proceso de desarrollo,
no exento de contradicciones, pero perfectible, contra el que insurgió la
revolución que durante 15 años se ha dedicado a desmontar los elementos de
progreso edificados en el período democrático, destruyendo la infraestructura y
el equipamiento industrial y tecnológico, desmantelando los servicios públicos
y condenando al exilio nuestra plantilla de jóvenes profesionales, dejando tras
de sí la pútrida estela de la más abyecta corrupción. Restituir la democracia
republicana es el objetivo, pues, la única dictadura deseada es la del imperio
de la ley, que cuando se banaliza y tergiversa genera la pérdida de la moral
pública como la que nos infecta en la actualidad. Sale pa´llá.
Rafael
Marrón González
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