Pareciera que no hay forma de
convencer a los pueblos del mundo de transitar el camino político de acuerdo a
la observación crítica de la realidad, y las ilusiones siguen
encandilando la razón. La utopía, que según la lógica debería significar realidad
potencial, por contener el principio de un progreso real, se asume como promesa
de felicidad instantánea, impresa a mandarriazos en los genes del “hombre
nuevo”, que desboca los instintos básicos de las masas que salivan ante
promesas imposibles que las conducen a la ruina física y moral, una y otra vez,
porque, y es lo más triste, de nada sirve el archivo histórico de la
experiencia para evitar el daño previsible, pues en cada ocasión el nuevo
mesías encarna la posibilidad de que ahora sí la fórmula recurrentemente
fracasada, dará resultados positivos y tendremos la repartición proporcional de
la riqueza, provista por el Niño Jesús, seguramente, que borrará la pobreza de
la faz de la tierra sin que los sujetos afectados por ella tengan que hacer ni
el menor esfuerzo para superarse y superarla.
Y esos flautistas concitan la
histeria masiva de los pueblos del planeta, sin importar el fracaso que llevan
consigo, como es el caso de Fidel Castro, un ilusionista de la necedad cuya
esquizofrenia condenó a la miseria a millones de seres humanos en su país, pero
que sigue siendo faro inmarcesible, padre eterno, para los
revolucionarios del mundo, adjetivo este que en la modernidad debería
significar “retrógrado”, pues lo conducente es que tengamos líderes “evolucionarios”,
neologismo este que posee la raíz adecuada para ser admitido por la RAE por su
carga política como contrario a “revolucionario”, una violenta rémora del
pasado que destruye para construir, mientras el evolucionario edifica con lo
construido como base. Y de nada sirve mostrar la evidencia de pueblos saneados
de la miseria sustantiva que afecta el cuerpo social del subdesarrollo, que
carecen de obsequios celestiales, como las riquezas del subsuelo, simplemente
por el esfuerzo sostenido de su gente que es emprendedora, productiva, capaz de
innovar e inventar.
Porque las promesas imposibles de
los manipuladores de las emociones básicas del pueblo menos informado, tienen
un efecto tan cautivante que neutraliza los alertas de la razón y la imagen
desoladora de la realidad. Pasa lo mismo con quienes caen en estafas tipo
pirámide, a quienes nadie puede convencer de lo imposible de la rentabilidad
descomunal que promete el estafador. Y la explicación es la ausencia absoluta
de sentido común propia de la inmadurez adolescente. De la
aduldolescencia.
Porque la pregunta elemental ante
tal promesa debe ser ¿cómo? Hoy, por ejemplo, el pueblo español delira detrás
de un flautista financiado por el flautismo venezolano - que despliega
millonaria publicidad sobre los logros imponentes de su revolución en materias
tan sensibles como salud, educación, vivienda, todo falso por supuesto - y
nadie pregunta cómo va a lograr superar los graves problemas económicos
derivados de la irresponsabilidad de la izquierda que gobernó España bajo la
premisa de que la dolencia social era consecuencia de la maluqueza de la
derecha y se dedicó, como el extinto en Venezuela, a “repartir riquezas” sin
tomar la previsión de crearla primero, con las consecuencias previstas por
cualquiera con dos dedos de frente, y cuyo saneamiento llevará décadas de
ajustes.
Pero el pueblo ensordece sus
sentidos y es abducido por las consignas que le ofrecen parcelas en el cielo. Y
es que la utopía, que solamente sirve para nutrir la imaginación y obligarnos a
avanzar hacia posiciones más elevadas, ha solapado la contundencia de la
realidad, lo que impide acceder a la verdad al pueblo afectado por este
síndrome de autismo social. Y el flautista, que delira por conservar el poder,
muta en embustero.
Miente con descaro y conocimiento
de causa. Se blinda con una oligarquía corrupta y deleznable. Desplaza la culpa
hacia factores exógenos, la derecha, el impero, la guerra económica, para
terminar reprimiendo al propio pueblo que creyó en sus promesas de igualdad y bienestar
– sin trabajar, se entiende - porque se procura el sustento por la vía
revolucionaria paralela del delito, la invasión a la propiedad privada o la
especulación contra el resto de la población, con productos de la dieta diaria
subsidiados por el gobierno.
Hay que imponer el realidismo
Definitivamente quienes nos
oponemos a este sistema liberticida tenemos la obligación de usar la realidad
que lacera las entrañas de la nación como discurso para enfrentar el
lenguaje conjugado en futuro de los ilusionistas marxistas, inescrupulosidad
política que lleva quince años edificando escaleras a las nubes. De hacer casas
en el aire.
Que han convertido al pueblo en un
activo consumidor de promesas de soluciones fáciles, como las que ofrecen los
adictivos juegos de azar, cuya proliferación en las barriadas populares, junto
con las tiendas de brujerías, definen la precariedad económica y cultural de
sus pobladores, cuyos hijos egresan de las universidades sin futuro posible, lo
que hasta hace uno pocos años significaba movilidad social y que en Venezuela
creó una clase media pujante económica y académicamente.
Pero en este socialcomunismo todo
síntoma de progreso es satanizado, porque parece que es machete ser ignorante
pata en el suelo, pero eso sí con la franela colorá y recogiendo latas o
cualquier otra actividad que lo aleje del trabajo sistemático y de la
productividad, palabra esta que pone carne de gallina en la epidermis de los
socialcomunistas, que como flojos no tienen competencia en el planeta. Y
la realidad exige un compromiso serio con el trabajo, el estudio y la
responsabilidad de cada individuo de esta nación, si en verdad queremos
revertir la situación socio económica venezolana, cuyos problemas en la
actualidad no tienen otro origen que el político, pues el sistema que nos
ocupa necesita parásitos para alimentar sus arterias, y así lo han confesado
varios de sus más conspicuos vociferadores, y por ello estimula la aversión al
trabajo y crea las condiciones para la dependencia basal a los intereses de la
utopía socialcomunista. Sale pa´llá.
Rafael Marrón González
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