Respetar las formas, aunque el poder permita no
respetarlas, es un acuerdo tácito entre gobernantes y ciudadanos en una
democracia. A ningún presidente electo en la era democrática venezolana, por
mucha diferencia obtenida en las urnas, se le hubiera ocurrido decretarse
“revolucionario” y manipular el estado de derecho para concentrar los poderes
públicos en el jefe del Estado y subordinarlos a los intereses de su secta
demagógica comprimida en un partido político aluvional, como hizo el extinto,
con la complicidad de la entonces Corte Suprema de Justicia que permitió una
Constituyente no contemplada en la Constitución vigente en el momento, bajo el
pretexto de la “refundación de la república”, lo que es históricamente
imposible puesto que la nación venezolana surge de un Congreso ciudadano,
integrado por civiles, que sanciona el Acta de la Independencia, como fe de
vida de la nación y por lo tanto, en puridad de derecho, su primera
Constitución, antes de emprender la lucha armada.
Pero fue tanta la cobardía, ante la feroz acometida militarista y su
turbamulta desclasada y ebria, a la que la irresponsabilidad dotó de impunidad,
que la democracia venezolana se derrumbó, luego de 40 años de ejercicio, sin
que sus otrora poderosos usufructuarios dispararan un tiro, a pesar de haber
obtenido mayoría en el Congreso, lo que significaba que aún tenían gente para
defenderla. Y en su plan de destrucción de la república democrática liberal, la
inescrupulosidad, desde la más alta instancia del poder, le dijo al pueblo lo
que podía hacer, cuando el pacto social tácito, y el sentido común, aconsejan
que los líderes tienen la obligación ética de decir al pueblo lo que debe
hacer, para impedir la disolución de la moral pública, como ha sucedido desde
aquel lejano entonces hasta nuestra actualidad.
La razón de esta traición inconmensurable de los actores políticos y
sociales a la democracia, la podemos encontrar en el aburguesamiento y la
ignorancia que impidió analizar con lucidez lo que estaba por suceder en
Venezuela, a pesar de que las señales de alarma eran muchas. Y permitieron
demasiadas libertades a los liberticidas. Los dotaron de voz y cámara encendida
y suspensión de la pena por su traición a la Constitución. Y siguieron con el
error de interpretación guiando sus pasos.
Curtidos políticos de quince y último juraban que la situación era
política, que el desaparecido era un “presidente más”, como lo creyeron también
insignes notables, cuando estábamos frente al esbozo “como vaya viniendo, vamos
viendo” de una inédita forma dictatorial, que consistía en usar los
instrumentos de la democracia para crear un gobierno revolucionario por
decreto, violando flagrantemente la Constitución, pivotado en la pobreza física
y mental de un pueblo frustrado y resentido, y de muy escaza memoria histórica,
que en 40 años pasó suicidamente de 7 a 23 millones de habitantes -Cuba en el
mismo lapso creció de 6 a 10- colapsando los servicios públicos, con el
agravante de una década de bajas del precios del petróleo, que finalizó en $
10,57 para 1998.
Por eso, lo que muchos llaman “fracasos de la oposición”, fueron en
realidad reacciones ingenuas, respetuosas de las formas democráticas, inútiles
frente a un gobierno forajido que las desprecia y actúa según su revolucionaria
voluntad. Y al que no temblaba, ni tiembla, el pulso para azuzar a sus hordas
delictivas armadas y motorizadas contra las protestas cívicas, porque la mentalidad
que priva es la de tierra arrasada que caracteriza el dogma militar.
Nadie en el país político estaba preparado para ni siquiera advertir la
molienda democrática que se iniciaba, y fue la sociedad civil -¿con qué se come
eso?- la que salió a defenderla con las uñas provocando la severa crisis del
2002 y su histórico 11A, que fracasó, precisamente, por falta de conducción
política, y el gobierno fue repuesto sin dar la menor muestra de rectificación.
Aunque el miedo vivido detuvo su avance arrollador inicial y lo obligó a
cambiar sus tácticas hasta que, burla burlando, el finado logró su propósito
fundacional, derrotado el 4F, al propinar un golpe de estado en frío al sistema
democrático, el 13 de septiembre de 2008, cuando, desde Guri, estado
Bolívar, materializo la Nueva Geometría del Poder, rechazada por el pueblo el
2D, y dividió al país en 5 súper regiones militares al mando cada una de un
Mayor General -jerarquía superior a la de General de División- y subordinada al
General en Jefe.
En ese acto activó militarmente su jerarquía constitucional como
Comandante en Jefe de la FAN, subordinando el poder civil al poder militar.
Situación que está en plena vigencia, por lo que Nicolás Maduro, actual
presidente de la república es un militar activo en su calidad de Comandante en
Jefe de las FAN, como lo es el presidente de la Asamblea Nacional y, quizá
pronto, el del TSJ, y tiene toda la autoridad legal necesaria para, cuando lo
desee, desviar a la jurisdicción castrense los fondos del situado constitucional
de gobernaciones y alcaldías, dejando éstas como instancias secundarias
obedientes al jefe regional militar, a través de la ficción de las comunas, por
lo tanto, el gobierno es militar -y militarista- aunque su procedencia sea
civil y electoral, sencillamente porque, señores adolescentes y aduldolescentes
susceptibles a ser engatusados por el futurismo, el socialismo real
-socialcomunismo o comunismo- es una dictadura militar.
Esta inédita forma de imponer una revolución, sin que la parte contraria
haya tenido posibilidad de oponerse con las armas, como lo señala la historia,
todavía no ha sido introyectada cabalmente por algunos actores políticos, y
aquellos que sí lo han entendido se encuentran, por su respeto a las formas
democráticas, oprimidos por la Constitución, pues, una de las habilidades de
esta revolución por decreto, consiste en usar la constitucionalidad a
conveniencia, para escudarse tras ella cada vez que las acciones opositoras la
ponen en riesgo, y para eso cuenta con la alcahuetería internacional, con la
inútil “Carta democrática” de cada cual, como la de Mercosur, que han
legitimado sus desafueros con su silencio. Sale pa’llá.
Rafael Marrón González
0 comentarios:
Publicar un comentario