Cuando denuncio al ladrón y al canalla sólo al canalla y al ladrón señalo

Cuando llamo ladrón al ladrón y canalla al canalla, sólo al ladrón y al canalla aludo. Ladrones y canallas suelen cobijarse bajo la pudibundez moral, la insulsa descalificación y las leyes dictadas ex profeso para acallar la voz tronante que los desnuda como canallas y ladrones. Nada me produce más satisfacción que contemplar los cadáveres insepultos de ladrones y canallas, aullando sus pútridas carnes las huellas de mi látigo, deambular ululantes en los muladares buscando un rincón para cavar sus tumbas con la sordidez de su moral deshilachada. ¡Silencio ladrones y canallas que, aunque los tiempos parecen favorecer a canallas y ladrones, este espacio es un reducto de la decencia y de la integridad!

30 de marzo de 2015

Revolución por decreto



Respetar las formas, aunque el poder permita no respetarlas, es un acuerdo tácito entre gobernantes y ciudadanos en una democracia. A ningún presidente electo en la era democrática venezolana, por mucha diferencia obtenida en las urnas, se le hubiera ocurrido decretarse “revolucionario” y manipular el estado de derecho para concentrar los poderes públicos en el jefe del Estado y subordinarlos a los intereses de su secta demagógica comprimida en un partido político aluvional, como hizo el extinto, con la complicidad de la entonces Corte Suprema de Justicia que permitió una Constituyente no contemplada en la Constitución vigente en el momento, bajo el pretexto de la “refundación de la república”, lo que es históricamente imposible puesto que la nación venezolana surge de un Congreso ciudadano, integrado por civiles, que sanciona el Acta de la Independencia, como fe de vida de la nación y por lo tanto, en puridad de derecho, su primera Constitución, antes de emprender la lucha armada.

Pero fue tanta la cobardía, ante la feroz acometida militarista y su turbamulta desclasada y ebria, a la que la irresponsabilidad dotó de impunidad, que la democracia venezolana se derrumbó, luego de 40 años de ejercicio, sin que sus otrora poderosos usufructuarios dispararan un tiro, a pesar de haber obtenido mayoría en el Congreso, lo que significaba que aún tenían gente para defenderla. Y en su plan de destrucción de la república democrática liberal, la inescrupulosidad, desde la más alta instancia del poder, le dijo al pueblo lo que podía hacer, cuando el pacto social tácito, y el sentido común, aconsejan que los líderes tienen la obligación ética de decir al pueblo lo que debe hacer, para impedir la disolución de la moral pública, como ha sucedido desde aquel lejano entonces hasta nuestra actualidad.

La razón de esta traición inconmensurable de los actores políticos y sociales a la democracia, la podemos encontrar en el aburguesamiento y la ignorancia que impidió analizar con lucidez lo que estaba por suceder en Venezuela, a pesar de que las señales de alarma eran muchas. Y permitieron demasiadas libertades a los liberticidas. Los dotaron de voz y cámara encendida y suspensión de la pena por su traición a la Constitución. Y siguieron con el error de interpretación guiando sus pasos.

Curtidos políticos de quince y último juraban que la situación era política, que el desaparecido era un “presidente más”, como lo creyeron también insignes notables, cuando estábamos frente al esbozo “como vaya viniendo, vamos viendo” de una inédita forma dictatorial, que consistía en usar los instrumentos de la democracia para crear un gobierno revolucionario por decreto, violando flagrantemente la Constitución, pivotado en la pobreza física y mental de un pueblo frustrado y resentido, y de muy escaza memoria histórica, que en 40 años pasó suicidamente de 7 a 23 millones de habitantes -Cuba en el mismo lapso creció de 6 a 10- colapsando los servicios públicos, con el agravante de una década de bajas del precios del petróleo, que finalizó en $ 10,57 para 1998.

Por eso, lo que muchos llaman “fracasos de la oposición”, fueron en realidad reacciones ingenuas, respetuosas de las formas democráticas, inútiles frente a un gobierno forajido que las desprecia y actúa según su revolucionaria voluntad. Y al que no temblaba, ni tiembla, el pulso para azuzar a sus hordas delictivas armadas y motorizadas contra las protestas cívicas, porque la mentalidad que priva es la de tierra arrasada que caracteriza el dogma militar.

Nadie en el país político estaba preparado para ni siquiera advertir la molienda democrática que se iniciaba, y fue la sociedad civil -¿con qué se come eso?- la que salió a defenderla con las uñas provocando la severa crisis del 2002 y su histórico 11A, que fracasó, precisamente, por falta de conducción política, y el gobierno fue repuesto sin dar la menor muestra de rectificación. Aunque el miedo vivido detuvo su avance arrollador inicial y lo obligó a cambiar sus tácticas hasta que, burla burlando, el finado logró su propósito fundacional, derrotado el 4F, al propinar un golpe de estado en frío al sistema democrático, el 13 de septiembre de 2008, cuando, desde Guri, estado Bolívar, materializo la Nueva Geometría del Poder, rechazada por el pueblo el 2D, y dividió al país en 5 súper regiones militares al mando cada una de un Mayor General -jerarquía superior a la de General de División- y subordinada al General en Jefe.

En ese acto activó militarmente su jerarquía constitucional como Comandante en Jefe de la FAN, subordinando el poder civil al poder militar. Situación que está en plena vigencia, por lo que Nicolás Maduro, actual presidente de la república es un militar activo en su calidad de Comandante en Jefe de las FAN, como lo es el presidente de la Asamblea Nacional y, quizá pronto, el del TSJ, y tiene toda la autoridad legal necesaria para, cuando lo desee, desviar a la jurisdicción castrense los fondos del situado constitucional de gobernaciones y alcaldías, dejando éstas como instancias secundarias obedientes al jefe regional militar, a través de la ficción de las comunas, por lo tanto, el gobierno es militar -y militarista- aunque su procedencia sea civil y electoral, sencillamente porque, señores adolescentes y aduldolescentes susceptibles a ser engatusados por el futurismo, el socialismo real -socialcomunismo o comunismo- es una dictadura militar.

Esta inédita forma de imponer una revolución, sin que la parte contraria haya tenido posibilidad de oponerse con las armas, como lo señala la historia, todavía no ha sido introyectada cabalmente por algunos actores políticos, y aquellos que sí lo han entendido se encuentran, por su respeto a las formas democráticas, oprimidos por la Constitución, pues, una de las habilidades de esta revolución por decreto, consiste en usar la constitucionalidad a conveniencia, para escudarse tras ella cada vez que las acciones opositoras la ponen en riesgo, y para eso cuenta con la alcahuetería internacional, con la inútil “Carta democrática” de cada cual, como la de Mercosur, que han legitimado sus desafueros con su silencio. Sale pa’llá.


Rafael Marrón González

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