Una de las tragedias de nuestro país radica en que con escasos interregnos, desde los albores mismos de la República, hemos sido dirigidos y gobernados por hombres de poder, asentados en el personalismo y la fuerza. Una prueba de ello es la cantidad de constituciones que hemos redactado y puesto en vigencia a la medida de cada hombre de poder que ha accedido a la jefatura del gobierno.
La última, la de 1999, es un dechado de personalismo y autocracia, para entronizar a un rey. Mayor sumisión imposible. Y los “constituyentes”, que devolvieron el fuero a los militares en el siglo XXI, se sienten “orgullosos de su “obra”, mediante la cual le entregaron la patria a un autócrata.
Chávez ¿político?
Quien sea, sin importar su fama o prestigio, que insista en que Chávez es “un animal político”, o que posee “olfato político” está confundiendo las cosas. Chávez es, para empezar, un pre político. Un individuo formado en la concepción de tierra arrasada, intoxicado con la ideología patria o muerte, incapacitado por su psiquis autoritaria para negociar, aceptar la disidencia, concertar, sumar voluntades, convencer, dialogar, convocar la lealtad por el mérito, características básicas, elementales de la política.
Chávez, ni es un estadista ni es un político. Es un hombre de poder. Sus herramientas son el chantaje, el soborno o la amenaza, para agenciarse la incondicionalidad indispensable para su supervivencia. Trae cubanos para sus anillos de seguridad, porque la desconfianza es otra de las patologías de los hombres de poder. Chávez no es inteligente, es intuitivo, inescrupuloso, impío, sagaz, temerario, astuto, carente de autocrítica, impaciente, no inteligente, que ha desarrollado la capacidad de olfatear las debilidades del aliado o del adversario para someterlo o vencerlo.
Sus largos discursos vacuos. improvisados, incoherentes, repetitivos, fastidiosos, son arengas facilonas dirigidas a los débiles mentales que lo siguen por su oferta sostenida de futuro, dada su ineptitud para concederles la certeza de un presente digno. Fíjense que se rodea de adulantes mediocres, incapaces de llevar adelante con la menor decencia cualquier programita social intrascendente, como Mercal, por ejemplo. Pero son in-con-di-cio-na-les, un valor sustantivo para los hombres de poder.
Los hombres de poder, son hombres de violencia no de diálogo. Los hombres de poder en el ejercicio democrático propenden a conculcar derechos con leyes ad hoc, creando un estado legalista pero no de justicia, por eso es tan necesaria la presencia de una oposición política decidida y consciente, lúcida, que enfrente estos desvaríos. Porque la única manera de vencer a un hombre de poder, que ejerce como jefe de un Estado democrático, es con la política.
Este ejercicio lo desnuda y desarticula. O se convence de la inutilidad de la fuerza y abre espacios para el diálogo, o se quita la máscara constitucional y gobierna de facto, lo que no le garantiza su permanencia. Porque en el plano de la ilegalidad son muy pocas las opciones.
Pocos políticos para tantos hombres de poder
Mientras los hombres de poder propenden a ajustar la Constitución a sus caprichos, reformándola en su provecho, legalizando la sustracción de derechos, los políticos se ajustan a la Constitución y dirigen el Estado cumpliendo con sus postulados, porque han jurado sobre ella.
La diferencia de Venezuela con países como Chile, Colombia o Argentina, es que mientras en estos países la política es un hecho social, hasta hereditario y dinástico, lo que les ha permitido superar traumas bien difíciles, pocos han sido los políticos verdaderos que hemos tenido, incluso dirigiendo organizaciones políticas.
Hombres que han pretendido tomar el poder por las armas, bien sea guerrilleros o golpistas, una vez derrotados o pacificados, incursionan en la política, pero para lograr sus fines, obligados por las circunstancias, pero no porque lo sean, auque existen excepciones.
Páez, Guzmán Blanco, José Tadeo Monagas, Cipriano Castro, Gómez, Betancourt, Caldera (que llegó al extremo de cerrarle el paso a sus propios discípulos), Chávez, todos hombres de poder, caudillos. Para quienes toda negociación o concertación es signo de debilidad, así su decisión esté equivocada y el desarrollo de su implementación cause prejuicios, hasta para él mismo, sigue terco en sus trece.
La herencia de la barbarie
En el pasado los hombres de poder no perdían el tiempo en discusiones parlamentarias, ni marchas de protesta ni negociaciones, ni denuncias a instituciones internacionales, si no estaban de acuerdo con cierta medida gubernamental, armaban a sus seguidores, le ponían un nombre rimbombante a su asonada, y a plomo limpio la emprendían contra el Estado.
Hombres de poder que fueron, poco a poco, desplazados por los políticos, aunque con demasiada frecuencia, para nuestro baldón, se presentan disfrazados de demócratas. Estos políticos iniciales, con una severa carga hereditaria de violencia revolucionaria, basaron su fortaleza en el convencimiento y la negociación, pero sustentados por un Estado pretoriano defensivo, con la violencia al servicio del gobierno, única manera de mantener a raya las ambiciones de los hombres de poder y obligarlos a encauzar sus disidencias por la vía del diálogo.
Por eso la sorpresa del mundo, que en la democracia más vieja del continente se hubiera formado un hombre de poder que, con las armas del Estado, atentara contra sus instituciones democráticas, con una justificación cualquiera, como la de los de antaño.
El liderazgo social vs la “lucha” social
La lucha social debe ser sustituida por el liderazgo social. Porque, como la palabra crea, “la lucha”, remite a la violencia social. El luchador social es el espontáneo, sin formación política, que pide agua para la comunidad con un bate en la mano. Es en lo instintivo un hombre de poder.
El líder social, es el político, formado en organizaciones políticas o no gubernamentales, que se prepara para recoger lo que la comunidad tiene confundido y devolvérselo debidamente organizado en proyectos y programas factibles. Por eso la responsabilidad de los partidos políticos de hoy, de todos, es preparar a sus militantes para la política, no para el poder exclusivamente. Porque el ejercicio de la política se libra también en los Concejos Municipales, en las asociaciones vecinales y gremiales, en las Juntas parroquiales, en el Congreso, en las asambleas legislativas, en el seno de los propios partidos. Y en los medios de comunicación, desde ahora.
El manejo político de las distintas situaciones de la vida de la nación, aleja a los hombres de poder del ejercicio ejecutivo. Mantiene a raya a los providenciales. A los indispensables. A los insustituibles. A los únicos. A los mesiánicos. A los salvadores de la patria. A los aclamados por las masas. A los “padrecitos” de la nación. Un político sabe que su paso por el poder es transitorio, y no se cree “el poder”, sino su administrador temporal.
Venezuela requiere políticos
El hecho de haber ocupado posiciones gubernamentales o de dirigir organizaciones políticas, no necesariamente convierte a un individuo en político o en estadista.
Venezuela necesita políticos. Políticos de oficio. Es decir, cuyo oficio sea la política. Usted no busca zapateros eventuales para reparar su calzado, los busca de oficio, entonces, ¿cómo les va a entregar la conducción del estado a políticos a destajo? Los políticos lo deben ser de oficio.
Hombres y mujeres preparados, a tiempo completo, para el ejercicio de la política, que resistan la tentación de la violencia. Del acto de facto. Del hecho consumado. De la tranca sin negociación. De lo radical. De la respuesta según el tono de la pregunta. Condicionados por las circunstancias, por el oportunismo. La política será siempre el terreno del diálogo. De la razón razonada. De lo jurídico. Del derecho. ¿Hasta cuándo? ¡Hasta siempre! No vale una vida ninguna posición dogmática.
La guerra es la salida de los hombres de poder. Lo que ha nucleado a la civilización occidental alrededor de la democracia es precisamente que su campo de acción es la política, el diálogo, el parlamentarismo. No las armas.
Venezuela necesita políticos, que accedan al poder con un programa económico creíble, sustentable, sin aspavientos “revolucionarios”, y menos con ansias continentales de liderazgo populista, en contradictoria comparación con Bolívar o Jesucristo. Políticos, mondos y lirondos, como los que han hecho grande a tantas naciones del Orbe, trabajando sin volver los ojos a otras pobrezas lejanas, mientras en su patria haya pobres que incluir en el desarrollo.
Políticos del aquí y del ahora. Que respeten la constitución y las leyes, y sean garantes de la dignidad de la patria. Estadistas, no cuartelarios afortunados. Hombres de ideas, pluma y diplomacia, y no de desplante, pistola y grosería.
Rafael Marrón González
La última, la de 1999, es un dechado de personalismo y autocracia, para entronizar a un rey. Mayor sumisión imposible. Y los “constituyentes”, que devolvieron el fuero a los militares en el siglo XXI, se sienten “orgullosos de su “obra”, mediante la cual le entregaron la patria a un autócrata.
Chávez ¿político?
Quien sea, sin importar su fama o prestigio, que insista en que Chávez es “un animal político”, o que posee “olfato político” está confundiendo las cosas. Chávez es, para empezar, un pre político. Un individuo formado en la concepción de tierra arrasada, intoxicado con la ideología patria o muerte, incapacitado por su psiquis autoritaria para negociar, aceptar la disidencia, concertar, sumar voluntades, convencer, dialogar, convocar la lealtad por el mérito, características básicas, elementales de la política.
Chávez, ni es un estadista ni es un político. Es un hombre de poder. Sus herramientas son el chantaje, el soborno o la amenaza, para agenciarse la incondicionalidad indispensable para su supervivencia. Trae cubanos para sus anillos de seguridad, porque la desconfianza es otra de las patologías de los hombres de poder. Chávez no es inteligente, es intuitivo, inescrupuloso, impío, sagaz, temerario, astuto, carente de autocrítica, impaciente, no inteligente, que ha desarrollado la capacidad de olfatear las debilidades del aliado o del adversario para someterlo o vencerlo.
Sus largos discursos vacuos. improvisados, incoherentes, repetitivos, fastidiosos, son arengas facilonas dirigidas a los débiles mentales que lo siguen por su oferta sostenida de futuro, dada su ineptitud para concederles la certeza de un presente digno. Fíjense que se rodea de adulantes mediocres, incapaces de llevar adelante con la menor decencia cualquier programita social intrascendente, como Mercal, por ejemplo. Pero son in-con-di-cio-na-les, un valor sustantivo para los hombres de poder.
Los hombres de poder, son hombres de violencia no de diálogo. Los hombres de poder en el ejercicio democrático propenden a conculcar derechos con leyes ad hoc, creando un estado legalista pero no de justicia, por eso es tan necesaria la presencia de una oposición política decidida y consciente, lúcida, que enfrente estos desvaríos. Porque la única manera de vencer a un hombre de poder, que ejerce como jefe de un Estado democrático, es con la política.
Este ejercicio lo desnuda y desarticula. O se convence de la inutilidad de la fuerza y abre espacios para el diálogo, o se quita la máscara constitucional y gobierna de facto, lo que no le garantiza su permanencia. Porque en el plano de la ilegalidad son muy pocas las opciones.
Pocos políticos para tantos hombres de poder
Mientras los hombres de poder propenden a ajustar la Constitución a sus caprichos, reformándola en su provecho, legalizando la sustracción de derechos, los políticos se ajustan a la Constitución y dirigen el Estado cumpliendo con sus postulados, porque han jurado sobre ella.
La diferencia de Venezuela con países como Chile, Colombia o Argentina, es que mientras en estos países la política es un hecho social, hasta hereditario y dinástico, lo que les ha permitido superar traumas bien difíciles, pocos han sido los políticos verdaderos que hemos tenido, incluso dirigiendo organizaciones políticas.
Hombres que han pretendido tomar el poder por las armas, bien sea guerrilleros o golpistas, una vez derrotados o pacificados, incursionan en la política, pero para lograr sus fines, obligados por las circunstancias, pero no porque lo sean, auque existen excepciones.
Páez, Guzmán Blanco, José Tadeo Monagas, Cipriano Castro, Gómez, Betancourt, Caldera (que llegó al extremo de cerrarle el paso a sus propios discípulos), Chávez, todos hombres de poder, caudillos. Para quienes toda negociación o concertación es signo de debilidad, así su decisión esté equivocada y el desarrollo de su implementación cause prejuicios, hasta para él mismo, sigue terco en sus trece.
La herencia de la barbarie
En el pasado los hombres de poder no perdían el tiempo en discusiones parlamentarias, ni marchas de protesta ni negociaciones, ni denuncias a instituciones internacionales, si no estaban de acuerdo con cierta medida gubernamental, armaban a sus seguidores, le ponían un nombre rimbombante a su asonada, y a plomo limpio la emprendían contra el Estado.
Hombres de poder que fueron, poco a poco, desplazados por los políticos, aunque con demasiada frecuencia, para nuestro baldón, se presentan disfrazados de demócratas. Estos políticos iniciales, con una severa carga hereditaria de violencia revolucionaria, basaron su fortaleza en el convencimiento y la negociación, pero sustentados por un Estado pretoriano defensivo, con la violencia al servicio del gobierno, única manera de mantener a raya las ambiciones de los hombres de poder y obligarlos a encauzar sus disidencias por la vía del diálogo.
Por eso la sorpresa del mundo, que en la democracia más vieja del continente se hubiera formado un hombre de poder que, con las armas del Estado, atentara contra sus instituciones democráticas, con una justificación cualquiera, como la de los de antaño.
El liderazgo social vs la “lucha” social
La lucha social debe ser sustituida por el liderazgo social. Porque, como la palabra crea, “la lucha”, remite a la violencia social. El luchador social es el espontáneo, sin formación política, que pide agua para la comunidad con un bate en la mano. Es en lo instintivo un hombre de poder.
El líder social, es el político, formado en organizaciones políticas o no gubernamentales, que se prepara para recoger lo que la comunidad tiene confundido y devolvérselo debidamente organizado en proyectos y programas factibles. Por eso la responsabilidad de los partidos políticos de hoy, de todos, es preparar a sus militantes para la política, no para el poder exclusivamente. Porque el ejercicio de la política se libra también en los Concejos Municipales, en las asociaciones vecinales y gremiales, en las Juntas parroquiales, en el Congreso, en las asambleas legislativas, en el seno de los propios partidos. Y en los medios de comunicación, desde ahora.
El manejo político de las distintas situaciones de la vida de la nación, aleja a los hombres de poder del ejercicio ejecutivo. Mantiene a raya a los providenciales. A los indispensables. A los insustituibles. A los únicos. A los mesiánicos. A los salvadores de la patria. A los aclamados por las masas. A los “padrecitos” de la nación. Un político sabe que su paso por el poder es transitorio, y no se cree “el poder”, sino su administrador temporal.
Venezuela requiere políticos
El hecho de haber ocupado posiciones gubernamentales o de dirigir organizaciones políticas, no necesariamente convierte a un individuo en político o en estadista.
Venezuela necesita políticos. Políticos de oficio. Es decir, cuyo oficio sea la política. Usted no busca zapateros eventuales para reparar su calzado, los busca de oficio, entonces, ¿cómo les va a entregar la conducción del estado a políticos a destajo? Los políticos lo deben ser de oficio.
Hombres y mujeres preparados, a tiempo completo, para el ejercicio de la política, que resistan la tentación de la violencia. Del acto de facto. Del hecho consumado. De la tranca sin negociación. De lo radical. De la respuesta según el tono de la pregunta. Condicionados por las circunstancias, por el oportunismo. La política será siempre el terreno del diálogo. De la razón razonada. De lo jurídico. Del derecho. ¿Hasta cuándo? ¡Hasta siempre! No vale una vida ninguna posición dogmática.
La guerra es la salida de los hombres de poder. Lo que ha nucleado a la civilización occidental alrededor de la democracia es precisamente que su campo de acción es la política, el diálogo, el parlamentarismo. No las armas.
Venezuela necesita políticos, que accedan al poder con un programa económico creíble, sustentable, sin aspavientos “revolucionarios”, y menos con ansias continentales de liderazgo populista, en contradictoria comparación con Bolívar o Jesucristo. Políticos, mondos y lirondos, como los que han hecho grande a tantas naciones del Orbe, trabajando sin volver los ojos a otras pobrezas lejanas, mientras en su patria haya pobres que incluir en el desarrollo.
Políticos del aquí y del ahora. Que respeten la constitución y las leyes, y sean garantes de la dignidad de la patria. Estadistas, no cuartelarios afortunados. Hombres de ideas, pluma y diplomacia, y no de desplante, pistola y grosería.
Rafael Marrón González
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