La revolución “socialismo S-XXI” acaba de morir. El doble repique
de cacerolas surgido inopinadamente de la zona oeste – ejemplo Casalta II,
Catia - que estremeció Caracas, a pesar del miedo impuesto por los
paramilitares que amenazan con quemar la vivienda de quien caceroleara, rubricó
el acta de defunción. Y estamos convencidos de que ese redoble de cacerolas se
va a traducir en exigencia multitudinaria de cambio, como consecuencia de 15
años de fracasos que han llevado al país a la ruina física y moral.
Así
que prepárate Maduro que lo que sufriste esta semana es la punta del iceberg,
pues son vergonzosos los niveles de escases e hiperinflación que sufre el
pueblo venezolano dentro de una bonanza petrolera histórica – un millón de
millones de $ - que esta locura revolucionaria – revolución es sinónimo de
atraso en estos tiempos - regaló,
se robó y dilapidó en un festín de Baltazar propio de una estupidez sin
parangón en la historia de la humanidad.
Situación
que hasta estos días había sido consentida por un significativo porcentaje del
pueblo en situación de pobreza, ignorancia solapada en el carisma del líder
“eterno” que le ofrecía eufemismos heroicos a cambio de su miseria, permitiendo
que los recursos de combatir su pobreza se dilapidaran exportando la idiotez
cubana, lo que fue aprovechado por no pocos chulos para forrarse en billete
petrolero.
Y
mientras el “eterno” vivió, ese pueblo siguió consumiéndose en la inseguridad,
el hambre y el desempleo, soportando impávido el deterioro de los servicios
públicos y la asquerosa corrupción, porque y que “estaba construyendo patria”.
Pero el “eterno” murió y como ha sucedido en todos los proyectos para “mil
años” al desaparecer el encantador de serpientes el parapeto se derrumba, pues
el pueblo recobra la vista y el olfato, lo que en el caso venezolano fue más
pronto de lo que pensaba.
Recuerdo
en el 2006, cuando perdimos las elecciones llevando de candidato a Manuel
Rosales, sostuve que la victoria estaba en la votación obtenida, y que era
ingenuo esperar derrotar el formidable aparato fraudulento del gobierno – uso
de los recursos del Estado e información privilegiada del comportamiento
electoral, en pleno desarrollo, para
activar los operativos de movilización de electores – sin el concurso de un
estallido social, pues esta revolución tenía que cumplir su proceso histórico,
y debía ser combatida en el terreno político, no insurreccional, y había que
acudir a todas las elecciones que se convocaran para publicitar el crecimiento
del descontento popular, hasta que llegamos a las elecciones del 14A que Maduro
ganó apenas con 1,5% de los votos.
Una
derrota política formidable, que, por el lado del pueblo opositor no fue
valorada adecuadamente, obsequiando al oficialismo por abandono, la mayoría de
las alcaldías del país, legitimando el triunfo de Maduro – en Caroní perdimos
por un 7,8% cuando en Universidad, protagonista de la guarimba de ahora,
dejaron de sufragar 23.000 electores – y por la parte oficialista, la oceánica
estupidez del chavismo intentó, en un insulto a la inteligencia, revertir en
victoria multitudinaria su cuasi derrota, desaprovechando la oportunidad de
reconocer el crecimiento determinante del movimiento opositor en los sectores
populares, lo que hubiera permitido corregir el rumbo, aceptando el fracaso de
la estúpida propuesta socialista, y evitarse el descalabro tridimensional que
sufre hoy, pero imperó la soberbia inoculada por un irresponsable a un hombre
acostumbrado a obedecer. Y allí lo tenemos, acorralado entre la renuncia y la
Corte de la Haya, dependiendo de la lealtad de la violencia, oportunista o
sufragada.
Rumbo
democrático
La
lectura que la sensatez debe dar a esta semana de protestas acalladas con balas,
gases, tanquetas y paramilitares impunes, empoderados de la calle a punta de
motos, pistolas y capuchas, tiene que ser profundamente democrática, evitando
ese pernicioso pescar en río revuelto que caracteriza la “viveza” criolla.
Por
muy popular que sea en
estos días “tener bolas”, cuyas consecuencias, además de los 8 muertos –
Génesis Carmona como emblema – los 265 heridos de bala, los 604 brutalmente
golpeados y el allanamiento a María Corina para enjuiciarla – recogieron diez
mil firmas en minutos – y la irreflexiva y estúpida actitud de triunfo del
gobierno autista pivotado en las bayonetas, es la prisión de Leopoldo López,
que pagará su “arrojo”, como lo anunciara Maduro, con su inhabilitación
política – chavista no es Caldera, será juzgado y condenado, y luego, tal vez,
perdonado, ojalá con todos
los presos políticos, si la sindéresis se impone, aunque lo dudo - el deber ser de nuestro liderazgo
nacional y regional es profundizar el trabajo político en los barrios, porque
el arma es el voto, estimulando la protesta social dirigida a objetivos
específicos, hasta obligar al gobierno a reconocer que somos la mitad del país
y tiene que escuchar a quienes protestan para que la paz y la justicia imperen
en esta república que no merece el trato indigno que le infiere este gobierno
encadenado en 15 años de maldad y latrocinios.
Cuidado con el lenguaje
Pensando
en los “juristas del horror” y el comienzo del calvario de Leopoldo, es
necesario cuidar nuestro lenguaje, evitando inteligentemente el
“comecandelismo”, pues estamos enfrentando el poder omnímodo de un santuario
revolucionario, dirigido por una esquizofrenia ideológica inescrupulosa que
considera blasfemia punible cualquier disidencia, y que tiene miedo pero está
armada de jueces y fusiles.
Recordemos
que “lucha” no traduce acto cultural, por lo tanto despojada de
violencia, sino pelea,
combate, disputa, enfrentamiento, es decir que toda lucha lleva implícita
grados de violencia. Y “la calle”,
que es el escenario natural de la lucha – “salte pa´juera coño e´tumae” - es el equivalente de la selva donde
impera la ley del más fuerte, del más violento, donde no hay reglas y se
quiebra la norma.
La
frase “lucha en la calle” puede ser considerada por el gobierno, en su
transición dictatorial, como “incitación
a delinquir”. Es “protesta social”, sin la carga semántica de la violencia, y
punto.
Rafael
Marrón González
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