Aunque es una verdad de Perogrullo,
la desesperación es mala consejera, pero lo es peor, las ansias de protagonismo
histórico. Nos guste muy poco a los demócratas la presencia de Nicolás Maduro
en la presidencia de la República, lo cierto es que ha sido legitimado por el
reconocimiento de todos los países del mundo que han acreditado embajadores o
encargados de negocios ante su gobierno, y por los alcaldes y gobernadores de
oposición que han acudido a su llamado de diálogo, incluyendo a Enrique
Capriles que fue a hablar con el papa para que, por mediación suya, el gobierno
entablara una relación de entendimiento con todos los sectores de la vida
nacional.
Ya
la denuncia aquella sobre un posible fraude el 14A se ha desdibujado, junto con
la supuesta nacionalidad colombiana de Maduro. Los mismos actores que lo
propiciaron se han encargado, con suave patinar incluyente, de desmentirlo. Y
cada día que pasa los poderes constituidos se afianzan con más determinación al
ejercicio del gobierno y a su conjuro el comunismo, a punta de leyes de
impecable empaque democrático, para consumo externo, marcha seguro hacia su consolidación.
Ya
el control de cambio, por ejemplo, no es más que un vulgar peaje ideológico
para bloquear a la empresa privada y a los medios impresos que no estén
cuadrados, a la manera militar, a la sumisión por la supervivencia al derecho
de Estado. Y si Nicolás
Maduro es el presidente de la república, entonces, y para entendernos, es
delito conspirar para propiciar un golpe de Estado o hacer llamados a tomar las
calles para crear una situación de conflicto que puede derivar en una guerra
civil, que está más cerca de lo que muchos creen, dada la impunidad con la que
actúan los grupos armados y motorizados del chavismo causantes de las muertes
del 12F, y basta que desde este lado se les respondan los disparos para que
comience la función.
Porque,
estemos claros, Venezuela está dividida en dos mitades, equilibradas
numéricamente, pero con la mitad gobiernera, subsumida
por el odio, protegida por las armas de la república y de otras latitudes. Otra cosa sería
que, dada la precariedad económica del país y la quiebra de los servicios
públicos, la escasez, la inflación y la humillación de las colas, de manera
espontánea, sin cabeza directriz visible, el pueblo de cada barrio de cada
ciudad, se lance a la calle en una protesta que obligue al gobierno a presentar
su renuncia y llamar a elecciones anticipadas, según contempla la constitución.
Y
me parece, no solamente grave, sino de una candidez rayana en la estupidez, que
líderes de trascendencia nacional, indispensables para la verdadera lucha por
el poder político, se expongan, como carne de cañón, a ser imputados por
“asociación para delinquir, instigación a delinquir, intimidación pública,
incendio a edificio público, daños a la propiedad pública, lesiones graves,
homicidio y terrorismo”, por hacer llamados públicos a tomar las calles como
método para “la salida”, lo que parece traducir “insurrección”, que por los
vientos que soplan no tiene ninguna posibilidad.
La
más delgada sindéresis debió advertir a estos líderes fundamentales de la
inconveniencia, para nuestra lucha por el imperio de la democracia, de su
presencia protagónica en esas acciones de protesta, convocadas de manera espontánea por
el movimiento estudiantil, que tiene sus propios mecanismo de organización - “la
marcha de nuestros muchachos (…) no puede ser de ninguna manera utilizada”,
Henry Falcón - para
exigir la liberación de sus compañeros detenidos, pues, la presencia de líderes
político - partidistas, tergiversan los objetivos lo que se presta para la
manipulación del gobierno – que, y que es pacífico pero está armado y tiene
miles de mercenarios cubanos - que no perderá, como no la perdió, la
oportunidad de cambiar los hechos para aparecer como víctima de la violencia
propiciada por sus bien pagados infiltrados, que hasta entrenados fueron para
que, en caso de ser capturados por la policía, confesaran que “líderes
estudiantiles de derecha les ofrecieron dinero por generar violencia durante la
manifestación”.
Como
aconteció. Tres jóvenes muertos, de la oposición, y un violento jefe de
“colectivos”, del oficialismo, que vaya usted a saber quién aprovecharía la
oportunidad para sacárselo de encima.
La necesaria cordura
La
estulticia considera la cordura cobardía. Los hechos violentos del 12F opacaron
la extraordinaria victoria del movimiento estudiantil, en sus protestas de ese
día en toda la república, pues la prensa nacional e internacional se dedicó a
destacar los hechos de violencia ocurridos después de que el movimiento organizado,
cumplido su objetivo de llegar a la Fiscalía, se retirara pacíficamente, sin un
solo acto discordante. Y, a partir de allí, comenzó la fanfarria de Maduro,
propiciada por sus colectivos motorizados que se dedicaron, para vaciar sus
armas contra ellos, a ubicar a los grupos de opositores que, fuera del control
de sus líderes, se
desplazaban por las distintas calles de la ciudad.
Y
la protesta pacífica, se convirtió en “golpe de Estado en desarrollo” – “golpe”
es sinónimo de “militar” - que justifica la salida de la parrilla de las
cableras de NTN24 por “estar en el golpe”, y la represión policial que causo,
además de los cuatro asesinatos, más
de 40 heridos y prisión a
90 ciudadanos, lo que constituye criminalización de la protesta cívica, que no
necesita “permiso” como asevera Maduro, pues la Constitución es clara al
respecto, en su artículo 68:
“Los
ciudadanos y ciudadanas tienen derecho a manifestar, pacíficamente y sin armas,
sin otros requisitos que los que establezca la ley”, y la ley solamente exige
la notificación a las autoridades competentes de la fecha, hora y ruta de la
manifestación, pero con el objeto de brindar protección a los manifestantes. No
para aprobarla.
Y, mientras
la ONU exige investigar las acciones represivas, el inefable Jaua tilda de
“arremetida fascista” los hechos del 12F, el movimiento estudiantil afirma que
no saldrá de las calles hasta obtener justicia, reeditando, en pequeño formato,
las concentraciones del 2002 en Caracas, Maduro promete bañarse en pueblo, como
respuesta política a la protesta opositora. Amanecerá y veremos.
Rafael
Marrón González
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