Qué otra sería la percepción de
nuestro futuro si Nicolás entendiera, por un segundo de lucidez, que no es una
reproducción espontánea del difunto, y por lo tanto tiene que gobernar, es
decir ocuparse a dedicación exclusiva de los asuntos de Estado y de gobierno,
del bienestar de todos los venezolanos, y no de la imposición continental de la
revolución, pues el carisma del extinto y la devoción que lo llevó a considerarse un
predestinado a salvar el planeta de la erupción de los volcanes, no se hereda
con el cargo.
Y
ese olor a multitud que emanaba de su presencia y verbo, lo que opacaba su
manifiesta inutilidad como gobernante, no la tiene usted Nicolás. A usted le es
necesario gobernar. Para el finado era fácil convencer a un pueblo enamorado de
que la miseria en que vivía era necesaria inversión para un fin superior:
aniquilar al imperio – “que importa que andemos desnudos….” – pero una vez
desaparecida la fascinación que gaseaba el entendimiento de los seguidores del
flautista de Sabaneta, la cruda realidad se encargó de disipar la niebla y al
descubierto queda usted Nicolás, responsable ante el pueblo de este inmenso
desastre nacional, con el país quebrado, enmontado y endeudado con el salvaje
capitalismo chino.
Y
eso me parece injusto, aunque haya tenido usted mucha culpa en esta
adjudicación gratuita, al declararse ingenuamente heredero envalentonado del
extinto. Y se le incendió el país. Pero parece que se niega usted a entender
las causas que motivan lo que está ocurriendo, y no hay peor ciego que el que
pierde todos sus sentidos a la vez.
No
admite - ¿o no lo dejan admitir? - que es imposible imponer en paz la ideología
criminal comunista, en un país con la mitad de su población en contra. Y continúa
usted, en lamentable parodia del occiso, con sus arengas enfebrecidas, en
arrogante pose de plastilina, ante una cada vez más escuálida concentración de
turistas internos, con un sordo rumor de cacerolas provenientes de los techos
de cartón dibujándose en el espacio entre sus discursos carentes del gracejo
cautivador de la ignorancia de su elector.
Y
ante las protestas que toman forma de cacerolazos, marchas, guarimbas,
barricadas, oraciones o cadenas virtuales, pero protestas sociales al fin, que
azotan al país de par en par, y que han develado ante el mundo las miserias de
15 años – ¡qué largos! – de mal gobierno y las torpezas represoras de sus
agentes desorbitados en sus excesos, se niega a entender y por evasión se va
por los rincones peleando contra todo quien ose señalar las violaciones a los
derechos humanos y llama a sus huestes sanguinarias, que deberían estar en la
cárcel, a combatir a los
protestantes, creyendo que su propensión al crimen motorizado es coraza de
invencibilidad, empecinado en no dar muestras de su intención de gobernar, que
incluye administrar con equidad los asuntos públicos.
Entiendo
su lealtad a su filiación ideológica y a los postulados del insepulto de la
montaña, aunque estos no resisten el menor análisis inteligente, pues lo que
queda encima del polvero es ruina, división y desolación, sin embargo cuanto
nos alegraría a los venezolanos – sí, señor, somos venezolanos con idénticos
derechos de aquellos que lo adulan acríticamente por ignorancia o codicia - que
adversamos las intenciones liberticidas de los cultores de esa monstruosidad
que tanto luto ha derramado sobre el mundo, si usted colocara el timón de
Venezuela hacia el rumbo adecuado para el progreso colectivo.
Contágiese
de la gestión exitosa de Lula da Silva, que sin abjurar de su ideología – cada
loco con su tema – sacó a millones de brasileños de la pobreza y jamás se
atrevió, abusando de una mayoría circunstancial, pretender la barbaridad de
imponer su forma de matar piojos a su nación.
El
error fundacional de esta situación caótica a la que su “proceso” ha llevado a
Venezuela ha sido creer que en verdad el poder que ostenta proviene de la
victoria revolucionaria y no de la humildad de las urnas electorales
democráticas y constitucionales, que, aunque le han dado muchas victorias,
también le han propinado una derrota, que, unida a la precariedad de su triunfo
frente a Capriles, que por poco lo barre, debería ser la que en realidad iluminara su
sendero, si su ser interno fuera en verdad demócrata.
Usted,
señor, está muy lejos de la gigantomaquia que reviste la historia de su difunto
predecesor, usted es un sencillo ciudadano, que por esos vericuetos del azar
concurrente se encuentra, estupefacto todavía, gerenciando una nación de treinta millones de personas,
que demuestran cansancio por los disparates recurrentes de un gobierno de
espontáneos, sin el menor conocimiento ni probidad para el desempeño de sus
cargos. El ascenso de los peores por razones de incondiconalidad suele ser el
fin de todas estas revoluciones, que cuando mucho duran lo que la vida de su
dirigencia.
En conclusion
Por vergüenza nacionalista ni siquiera
pienso en salidas de facto ni intentos golpistas
y mucho menos una guerra “civil” en esta mi nación cuya historia es un racimo
de incivilidad. Que el difunto sea el último gorila. La salida, como lo he
escrito, ha de ser constitucional. Y usted tiene la palabra: O desarma la
protesta social liberando los presos políticos, incluyendo a Leopoldo López,
asumiendo políticas económicas de emergencia que revitalicen el aparato
productivo, y gobernando, señor, como el más humilde de los presidentes de
América Latina, para todo el pueblo. Sin exclusiones ni privilegios.
O,
guiando por soberbia ajena, radicaliza la represión, creando las condiciones
para una confrontación que, por mucho que se lo asegure Raúl Castro, no le será
posible ganar. Entienda el mensaje implícito en el rugido in crescendo de la
calle. Y si no tiene agallas para enfrentar y apartar el atraso conceptual que
lo rodea, es constitucional renunciar y permitir que en un limpio proceso
electoral Venezuela retome su destino. De la decisión que tome ahora, depende
la suerte de su historia.
Rafael
Marrón González
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