Cuando denuncio al ladrón y al canalla sólo al canalla y al ladrón señalo

Cuando llamo ladrón al ladrón y canalla al canalla, sólo al ladrón y al canalla aludo. Ladrones y canallas suelen cobijarse bajo la pudibundez moral, la insulsa descalificación y las leyes dictadas ex profeso para acallar la voz tronante que los desnuda como canallas y ladrones. Nada me produce más satisfacción que contemplar los cadáveres insepultos de ladrones y canallas, aullando sus pútridas carnes las huellas de mi látigo, deambular ululantes en los muladares buscando un rincón para cavar sus tumbas con la sordidez de su moral deshilachada. ¡Silencio ladrones y canallas que, aunque los tiempos parecen favorecer a canallas y ladrones, este espacio es un reducto de la decencia y de la integridad!

9 de marzo de 2014

SI NICOLÁS ENTENDIERA…



Qué otra sería la percepción de nuestro futuro si Nicolás entendiera, por un segundo de lucidez, que no es una reproducción espontánea del difunto, y por lo tanto tiene que gobernar, es decir ocuparse a dedicación exclusiva de los asuntos de Estado y de gobierno, del bienestar de todos los venezolanos, y no de la imposición continental de la revolución, pues el carisma del extinto y la devoción que  lo llevó a considerarse un predestinado a salvar el planeta de la erupción de los volcanes, no se hereda con el cargo.

Y ese olor a multitud que emanaba de su presencia y verbo, lo que opacaba su manifiesta inutilidad como gobernante, no la tiene usted Nicolás. A usted le es necesario gobernar. Para el finado era fácil convencer a un pueblo enamorado de que la miseria en que vivía era necesaria inversión para un fin superior: aniquilar al imperio – “que importa que andemos desnudos….” – pero una vez desaparecida la fascinación que gaseaba el entendimiento de los seguidores del flautista de Sabaneta, la cruda realidad se encargó de disipar la niebla y al descubierto queda usted Nicolás, responsable ante el pueblo de este inmenso desastre nacional, con el país quebrado, enmontado y endeudado con el salvaje capitalismo chino.

Y eso me parece injusto, aunque haya tenido usted mucha culpa en esta adjudicación gratuita, al declararse ingenuamente heredero envalentonado del extinto. Y se le incendió el país. Pero parece que se niega usted a entender las causas que motivan lo que está ocurriendo, y no hay peor ciego que el que pierde todos sus sentidos a la vez.

No admite - ¿o no lo dejan admitir? - que es imposible imponer en paz la ideología criminal comunista, en un país con la mitad de su población en contra. Y continúa usted, en lamentable parodia del occiso, con sus arengas enfebrecidas, en arrogante pose de plastilina, ante una cada vez más escuálida concentración de turistas internos, con un sordo rumor de cacerolas provenientes de los techos de cartón dibujándose en el espacio entre sus discursos carentes del gracejo cautivador de la ignorancia de su elector.

Y ante las protestas que toman forma de cacerolazos, marchas, guarimbas, barricadas, oraciones o cadenas virtuales, pero protestas sociales al fin, que azotan al país de par en par, y que han develado ante el mundo las miserias de 15 años – ¡qué largos! – de mal gobierno y las torpezas represoras de sus agentes desorbitados en sus excesos, se niega a entender y por evasión se va por los rincones peleando contra todo quien ose señalar las violaciones a los derechos humanos y llama a sus huestes sanguinarias, que deberían estar en la cárcel,  a combatir a los protestantes, creyendo que su propensión al crimen motorizado es coraza de invencibilidad, empecinado en no dar muestras de su intención de gobernar, que incluye administrar con equidad los asuntos públicos.

Entiendo su lealtad a su filiación ideológica y a los postulados del insepulto de la montaña, aunque estos no resisten el menor análisis inteligente, pues lo que queda encima del polvero es ruina, división y desolación, sin embargo cuanto nos alegraría a los venezolanos – sí, señor, somos venezolanos con idénticos derechos de aquellos que lo adulan acríticamente por ignorancia o codicia - que adversamos las intenciones liberticidas de los cultores de esa monstruosidad que tanto luto ha derramado sobre el mundo, si usted colocara el timón de Venezuela hacia el rumbo adecuado para el progreso colectivo.

Contágiese de la gestión exitosa de Lula da Silva, que sin abjurar de su ideología – cada loco con su tema – sacó a millones de brasileños de la pobreza y jamás se atrevió, abusando de una mayoría circunstancial, pretender la barbaridad de imponer su forma de matar piojos a su nación.

El error fundacional de esta situación caótica a la que su “proceso” ha llevado a Venezuela ha sido creer que en verdad el poder que ostenta proviene de la victoria revolucionaria y no de la humildad de las urnas electorales democráticas y constitucionales, que, aunque le han dado muchas victorias, también le han propinado una derrota, que, unida a la precariedad de su triunfo frente a Capriles, que por poco lo barre, debería ser la que  en realidad iluminara su sendero, si su ser interno fuera en verdad demócrata.

Usted, señor, está muy lejos de la gigantomaquia que reviste la historia de su difunto predecesor, usted es un sencillo ciudadano, que por esos vericuetos del azar concurrente se encuentra, estupefacto todavía, gerenciando una nación de treinta millones de personas, que demuestran cansancio por los disparates recurrentes de un gobierno de espontáneos, sin el menor conocimiento ni probidad para el desempeño de sus cargos. El ascenso de los peores por razones de incondiconalidad suele ser el fin de todas estas revoluciones, que cuando mucho duran lo que la vida de su dirigencia. 

En conclusion

Por vergüenza nacionalista ni siquiera pienso en salidas de facto ni intentos golpistas y mucho menos una guerra “civil” en esta mi nación cuya historia es un racimo de incivilidad. Que el difunto sea el último gorila. La salida, como lo he escrito, ha de ser constitucional. Y usted tiene la palabra: O desarma la protesta social liberando los presos políticos, incluyendo a Leopoldo López, asumiendo políticas económicas de emergencia que revitalicen el aparato productivo, y gobernando, señor, como el más humilde de los presidentes de América Latina, para todo el pueblo. Sin exclusiones ni privilegios.

O, guiando por soberbia ajena, radicaliza la represión, creando las condiciones para una confrontación que, por mucho que se lo asegure Raúl Castro, no le será posible ganar. Entienda el mensaje implícito en el rugido in crescendo de la calle. Y si no tiene agallas para enfrentar y apartar el atraso conceptual que lo rodea, es constitucional renunciar y permitir que en un limpio proceso electoral Venezuela retome su destino. De la decisión que tome ahora, depende la suerte de su historia.

Rafael Marrón González


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