“Venezuela no está bien”, presidente, le dijo Jorge Roig en su
carácter de presidente de Fedecámaras, a Nicolás Maduro, y el inasible –
guabinoso - Jorge Rodríguez – que “nunca había ejercido tanto la psiquiatría
como cuando practicó la política”, según sus propias palabras – le respondió
con una suma de pollos con aguacates que le dio comezón: - “¿Y las tres
millones de “canaimitas” que hemos regalado? Y me pregunto, ¿qué tiene que ver
el talón con las pestañas? Las “canaimitas” se las compraron a Portugal,
haciendo feliz a un empresario portugués, y con ellas no se fabrica papel
higiénico ni se mantienen las carreteras que están en el tierrero, ni se
construyen viviendas ni se baja la inflación ni se resuelve el grave problema
del desabastecimiento, que tiene a Venezuela en terapia intensiva, ni salimos
de la inseguridad con su letal carga de crímenes horrendos, ni se crean empleos
ni salarios acordes con el alto costo de la canasta básica.
Y
es precisamente por esa sordera psiquiátrica que Venezuela ha sido sacudida por una ola de
protestas contra el gobierno que han llevado al régimen soberbio del chavismo a
bajar la cerviz – aunque la actitud “si me cortan no echo sangre” de Istúriz –
maestro de 4º grado diciendo “degolle” en cadena nacional y alabando las
salvajadas de la GN, como el asesinato de Geraldine Moreno - y la de Diosdado con los belfos
inflados de cólera, coincidiendo con “no nos van a pegar contra la pared”, reflejaran lo contrario a una
evidencia de paz y a una disposición seria de diálogo.
Así
que fue por fuerza mayor que esta prepotencia engreída, montó ese show
llamado, con toda propiedad, porque eso es lo que será en lo que “les vuelva el
alma al cuerpo”, “conferencia nacional por la paz” – un saludo a la bandera con
la mano muerta y un Maduro con la voz bajita prometiendo no insultar más - mientras continúa la represión
por las calles del país harto de tanta podredumbre psiquiátrica, como acusar de
pertenecientes a la ultra derecha a los estudiantes, hijos del pueblo que
tomaron las calles, o sostener – según el mismo Rodríguito, héroe por tener un
padre asesinado por unos funcionarios tan salvajes como los que asesinaron a 14
venezolanos en las protestas del 12 al 22 de febrero – que “son los ricos quienes
protestan porque los pobres celebran”, hay que ser bien hijo de Goebbles –
niega y miente que algo queda - para obviar la contundente realidad que
presenta la nación de cabo a rabo.
Por
esa ceguera estúpida en Ciudad Guayana, por ejemplo, el poder no se ha percatado de
que San Félix protestó en
Puerto Ordaz, ni escuchan el ruido de las cacerolas en los barrios de la
pobreza profunda, que anuncian el fin de la revolución que se empeñan en
mantener viva por intermedio de un sepulcro virtual.
Ni
piensan admitir la posibilidad de un cambio de rumbo económico, comenzando por
botar al cavernícola Giordani que los ha llevado nariceados por la senda del
error, pues para esta gente es más importante hacer causa común con el desastre
socio económico de los despreciables hermanos Castro – para insuflarles aires
de triunfo revolucionario a unos piratas caribeños asentados sobre una montaña
de generaciones destruidas - que la felicidad de la patria, en cuyo nombre
cometen los más estrafalarios dislates, pero eso sí con rimbombantes nombre
sociológicos.
Y
mucho menos están dispuestos a dar un paso atrás en su empeño de imponer el
comunismo en la patria de Bolívar, a pesar de los alertas de los testimonios
del mundo. Así que, como he visto mucho muerto cargando basura, esta fulana
conferencia me parece más un exorcismo para alejar los espíritus de la sabana
que merodean por Miraflores que una sincera voluntad de diálogo, aunque Maduro
tuvo que calarse un crecido Lorenzo Mendoza, exigiendo la creación de una
comisión de la verdad económica, dando a entender que a Maduro, como al que te
conté, le meten el embuste parejo, y que le enrostró “aquí están mis muertos”,
vaya usted a saber de qué lado de la frontera occidental estarán los del otro.
Y la MUD como si estuviera
Por
la ausencia de la MUD, el fantasma de un supuesto golpe de estado, “en pleno
desarrollo”, flotaba en todos los discursos de los golpistas del ´92, que por
arte del “yo no fui”, son los demócratas más fanáticos del universo y no les
gana nadie respetando la Constitución – la Fiscal fue enfática en eso,
obviando, claro, que a los “sebines” asesinos los hundió el periodismo
ciudadano y no su celo justiciero - y de tanto repetírselo ya juran por este
puñado de cruces que ellos no han dado un golpe en su vida.
Cosas
de este país de surrealismo tropical, en el cual la palabra “bochinche”
adquiere dimensiones filosóficas. Por ello el nombre de esta “conferencia”
debió ser “bonche por la paz” para justificar los arreglos florales del salón,
que, con un nulo sentido del ridículo, reproducían la palabra paz con
crisantemos.
Gracias
a que, con buen sentido oportunista – yo no pelo ese boche - los empresarios
arrimaron las brasas hacia sus sardinas, aportando cierto contenido a aquel
aquelarre sazonado por el presidente de Conindustria que aseveró muy circunspecto
que jamás la industria estuvo en mejor momento que ahora, vaya usted a saber
quien le afloja los datos o para que lado tiene el periscopio, porque sino
aquel encuentro entre dos mundos hubiera sido un monumento al aburrimiento,
estilo urbanidad de Carreño, porque si de las presidentas del TSJ y CNE se
trata, aquello fue para sentarse a llorar, ¡qué simplismo escalofriante!, ¡qué
dechado de naderías humedecidas en salsa de combate!, ¡cuánta sosera puede
salir de unas bocas de Revlon!
Y,
así, lo de la paz quedó como consigna, hasta
que un representante del Islam la asoció con el universo musulmán que suele
destripar a bombazo limpio a todo blasfemo que ose asegurar que Mahoma era un
vivaracho que se la pasó requetebién dándole paz a la paloma, con lo que de
consigna pasó a contradicción.
En conclusión
La
paz que queremos los venezolanos es producto de la justicia, que cada quien
reciba lo que le corresponde, y no de una imposición gobiernera que llama paz a
la resignación de las ovejas. Sale pa´llá.
Rafael Marrón González
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